El cielo sobre los terrenos de Veteris estaba despejado, la luna lista para convertirse en llena la próxima noche y la brisa llevaba un susurro que era difícil de entender. Las únicas personas que caminaban por los terrenos eran los patrulleros nocturnos, asegurándose de que los estudiantes traviesos no rompieran ninguna regla y se metieran en problemas.
Aunque el campus tenía electricidad, había faroles de vela donde las lámparas habían sido encendidas, haciéndolo parecer como si estuvieran de vuelta en el tiempo —un sutil recuerdo de cuando este lugar todavía era un pueblo hace más de un siglo.
Las luces de los edificios habían sido apagadas, así como la biblioteca. Román estaba sentado en un banco con dos libros que estaban abiertos uno encima del otro. Pasaba las páginas, sus ojos rojos moviéndose de una línea a otra.
—No esperaba verte aquí a esta hora —vino la voz desde el otro extremo del corredor.
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