—Las preguntas inundaron la mente de Zheng Tianyi, pero quedaron ahogadas por la abrumadora rabia que le invadía. Nunca había sentido una oleada de ira tan inmensa e incontrolable como esta. Las fosas nasales se le dilataron y las pupilas se le expandieron.
Un recuerdo parpadeó en su cerebro confuso y cortocircuitado. Pequeñas margaritas blancas adornaban su sedoso y largo cabello, tan oscuro, que podía confundirse con un profundo tono de azul brillante. Nada podía compararse con su sonrisa ese día, más luminosa que el sol de verano, y más suave que las ondas en un estanque.—silenció.
—Xia Mengxi.
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