—¿Así que ella está viva? —El Anciano ya estaba al borde de la locura tras su conversación con Zhao Moyao. Escuchar las palabras de Yang Feng solo lo llevó al límite de la cordura.
El rostro de Yang Feng se oscureció y su presencia se volvió más violenta que la tormenta anterior. Su hostilidad exigía que la sangre se derramara mientras su cerebro concebía pensamientos siniestros. Su aura sombría por sí sola podría destruir la ciudad sin dejar rastro.
—¿Piensas matar a mi esposa? —Los ojos de Yang Feng nunca mostraron un atisbo de humanidad; parecían los ojos del Diablo, desesperadamente negros.
Yang Mujian se calmó cuando se dio cuenta de que su nieto no estaba hablando de la difunta Matriarca, sino de esa mujerzuela en su lugar. —¿Matarla? ¿Crees que me he vuelto tan senil que no puedo distinguir entre qué cuello se puede tocar y cuál no? —Colapsó de nuevo en su asiento y pasó una mano por su rostro, una acción que Yang Feng nunca había presenciado.
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