Rosalind no dijo nada, su mente absorta en el delicado aroma del té recién preparado. Hacía tiempo que sabía de la maldición que aquejaba al primer príncipe de Aster, pero había elegido conscientemente no involucrarse en asuntos que no le concernían. En ese momento, su principal prioridad era escapar de ese lugar, y así se había concentrado únicamente en ese objetivo, evitando cualquier atención innecesaria de la Familia Real.
Para Rosalind, atraer la atención de la Familia Real era como caminar sobre una cuerda floja, un juego peligroso con posibles consecuencias.
—Esas afirmaciones pueden ser peligrosas, Princesa Isabel —finalmente habló Rosalind, rompiendo el silencio—. Este asunto...
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