—¿Estás diciendo que ella no sospechó nada? —preguntó Atticus, hojeando las páginas del grueso tomo—. He memorizado las páginas, pero por si acaso, he decidido repasarlas de nuevo. Ahora, no puedo permitirme pasar por alto ningún detalle.
—Estoy muy cerca.
—Bueno, ella sí dijo que estás desterrado de su cama por un tiempo más —dijo Sirona, conteniendo la risa a pesar de la grave situación—. Parece que tienes que pagar un precio por todas tus mentiras, a pesar de todo.
A diferencia de lo habitual, el característico anillo de obsidiana de Atticus se encontraba colocado ordenadamente en la mesa de su oficina temporal. Allí estaba, perfectamente inofensivo, pareciendo como cualquier otra joya que se encuentra y se vende para el ciudadano promedio.
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