La habitación estaba llenada con un aura de calidez e intimidad. Oriana yacía en la cama, sus manos atadas al cabecero, una venda cubriendo sus ojos, intensificando sus otros sentidos.
Arlan se arrodilló a su lado, su toque tierno y reverente. Pasó sus dedos ligeramente sobre su piel, comenzando por sus muñecas y moviéndose hacia abajo por sus brazos. El delicado toque le envió escalofríos y ella suspiró suavemente, su aliento entrecortado en anticipación.
—¿Cómo se siente eso? —susurró Arlan, su voz baja y calmante.
—Da miedo —respondió Oriana, su voz apenas más que un susurro.
Arlan se inclinó y depositó un beso suave en su clavícula, sus labios suaves y cálidos contra su piel. Se movió lentamente, dejando besos por su cuello, saboreando cada momento. El pulso de Oriana se aceleró y se mordió el labio, la sensación abrumadora de la manera más deliciosa.
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