El sol ya se había ocultado en el horizonte cuando Oriana se preparaba para partir hacia Manor Wildridge. —Prometí que volvería al atardecer, pero parece que estoy atrasada. Espero que no le importe haberle hecho esperar —murmuró para sí misma.
Philip estaba dormido, así que Oriana salió sin perturbar su descanso. Al acercarse a la puerta principal, vio que una carroza la esperaba en la entrada, con Rafal y varios caballeros al lado, como era su rutina.
Antes de dirigirse a la carroza, Oriana le instruyó a Ana:
—Por favor, cuida del Abuelo. Si surge algo, envíame noticias de inmediato.
—Quede tranquila, Su Alteza —vino la respuesta cortés—, esta noche deje atrás sus preocupaciones. Disfrute, Su Alteza.
Oriana solo pudo asentir ante la sutil insinuación de su Dama de compañía y se dirigió a la carroza. Justo cuando llegó a la carroza, una sensación inexplicable la hizo pausar y girarse.
—¿Qué es esta extraña atracción? —se preguntó para sí misma.
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