Más días pasaban dentro del bosque sin que Anselin obtuviera las respuestas que quería. El demonio era ágil para escabullirse de las preguntas que estuvieran relacionadas sobre dónde se habían conocido. De no intentar ganar su confianza, el Príncipe hubiera acudido a métodos de torturas. Sabía de unas muy buenas que harían hablar hasta a un muerto.
En cambio, volvió a mostrar paciencia y perseverancia. No podía sacarle la verdad por las malas, así que no tenía más opción que hacerlo por las buenas.
Habían encontrado un buen lugar en el bosque. Más allá del centro, mucho más allá, había otro claro más pequeño. Pero era más que suficiente para ver la luz del sol o contemplar las estrellas. Daimon se había encargado de cortar ramas y ponerlas a secar bajo el sol para que el Príncipe tuviera algo para prender una fogata y calentarse durante la noche. Aunque a él le gustaba mucho rodearlo con su cuerpo, sabía que al Príncipe no le sentaba cómodo.
Dejó caer algunas ramas en el suelo, a sabiendas de que Anselin seguía todos sus movimientos. Podía sentir su irritación y como la disfrazaba con una sonrisa.
—Veo que a Su Alteza le gusta observarme —levantó una ceja.
—Me gustaría más que respondas mi pregunta.
—¿Estás seguro de que quieres pagar el precio?
El Príncipe rodó los ojos. Cada vez le era más difícil ocultar su molestia. —¿Cuántas veces me vas a preguntar eso? ¡Te he dicho que no hay precio que no pueda pagar!, ¡Ya suéltalo!
Después de un largo silencio entre ambos y miradas fijas, el demonio tiró el resto de las ramas al suelo y caminó hasta él. Desconociendo sus intenciones, Anselin no se inmuto. Se llevó una sorpresa cuando Daimon se arrojó encima de su cuerpo posicionando su rostro muy cerca del suyo.
—Bien. Entonces lo diré —musitó—, pero antes Su Alteza debe pagar.
Como si el tiempo dejara de transcurrir, el demonio se acercaba lentamente a él con la intención en sus labios.
Anselin estaba desconcertado y como si su cuerpo hubiera reaccionado por sí solo, lo apartó de un empujón, levantándose a toda prisa.
Su respiración se había vuelto errática y su mirada incrédula y sonrojada miraba al demonio con desconcierto, quien le devolvió la mirada con ojos oscurecidos y penetrantes.
Sin decir una palabra, el Príncipe se alejó de él.
Daimon supo que hizo mal. Pero ese era el precio que le había puesto a sus miedos. Anselin no volvería a preguntar, ya que, no estaba dispuesto a pagar tan caro.
Esa noche Anselin durmió en un lugar apartado. Mientras observaba el césped sobre el cual estaba recostado, no paraba de pensar en lo que el demonio había hecho.
A eso se refería con "un precio alto"... ¿Pero cuál era el valor con exactitud? ¿Iba a matarlo? ¿Lastimarlo o morderlo? ¿¡Tal vez devorar una parte de su cara!? ¿O seducirlo...?
¡No!
Ese último pensamiento había sido intrusivo. Se obligó a sí mismo a eliminarlo de su cabeza para darle lugar a la vergüenza. ¿Por qué demonios había reaccionado de esa manera? ¡Había actuado como una jovencita avergonzada! Él era un hombre al cual jamás se le permitió demostrar un sentimiento. ¿Cómo es que se atrevían a manifestarse ahora? Ya había olvidado la última vez que había sentido vergüenza u otro sentimiento que no fuera la asfixia o ansiedad.
Su pudor era más grande que el frío de esa noche, y bajo ningún motivo usaría las ramas que Daimon había juntado. Era la persona más fuerte de esta tierra, no necesitaba de lumbre para mantenerse cálido y vivo.
Al día siguiente cuando despertó, se encontró junto a él los restos de lo que había sido una fogata de la noche anterior. Nadie más que Daimon la había prendido para él y había velado por su bienestar sin pegar un ojo.
Los accionares del demonio confundían cada vez más al Príncipe. El día de ayer le quiso arrancar la cara y durante la noche le enciende una fogata para que no se congele. Nadie podía culparlo de no entender.
Miró a sus alrededores buscándolo, y lo encontró sentado de espaldas debajo de un árbol. Se había quitado la parte superior de sus ropajes, permitiéndole al Príncipe ver las marcas en su cuerpo. Prestando atención a lo importante, parecía que estaba inspeccionando alguna herida.
Sin dejar que la vergüenza mande en su cuerpo, se acercó a él para ver mejor.
Sin tener éxito, Daimon había estado tratando de curar la herida que le había causado el Príncipe con su espada. Anselin se horrorizo con culpa al ver lo mal que se había puesto el corte. Había tomado un color enrojecido y un liquido transparente rodeaba la lesión.
De inmediato puso una rodilla sobre el suelo para ponerse a su altura. —Déjame ver —pidió.
Sin resistirse, el demonio lo dejó mirar y tocar la herida. —Su Alteza no tiene de qué preocuparse, por lo general suelen curarse de inmediato...
Pero esta vez estaba tardando demasiado y no entendía por qué. El dolor comenzaba a expandirse a otras partes de su cuerpo. Anselin se quitó su guantelete y toco delicadamente alrededor de la herida; estaba caliente.
—Cómo quieres que no me preocupe si fui yo quien lo causo —se levantó del suelo e inspecciono el entorno—. Esta infectada. Hay que limpiarla, debemos ir a un riachuelo.
A Daimon le emocionó la idea de que el Principie quisiera cuidarlo. No perdió la oportunidad de dar lastima y fingiendo un poco más de lo que le dolía, guió al heredero hasta el río más cercano.
—Métete —Anselin le ordenó.
No iba a desaprovechar la oportunidad de darle un baño para quitarle los años de suciedad de encima.
—El agua esta fría...
—Que te metas.
Con ojos similares a los de un cachorro, Daimon obedeció.
—Ahora siéntate.
—¿En el agua?
El Príncipe se metió al río también e hizo presión sobre sus hombros para obligarlo a sentarse. Estaba decidido a vengarse por lo que había pasado el día anterior.
Anselin se volvió a quitar los guantes de su armadura y comenzó a mojar al demonio y restregar por todas partes.
El agua estaba demasiado fría, como si proviniera del mismísimo fin del mundo. Pero su deseo de venganza era más fuerte que el agua que se metía por su armadura. Refregó una y otra vez hasta que pudo ver la piel pálida y grisácea del joven. Daimon se había quedado quieto, disfrutando en silencio que el Príncipe lo tocase a pesar del frío.
Anselin hizo que recostara su cabeza sobre su regazo para poder lavarle el cabello. Sumergiéndolo en el agua lo lavó y desenredó con delicadeza. Su pelo era de un tono azabache que no había visto antes. Tan largo y lacio... Jugó con él y lo acarició hipnotizado.
Daimon le prestaba atención con una mirada difícil de explicar, pero que había hecho que el Príncipe se embobara.
El Príncipe se perdió en lo profundo de su mirada. Sus ojos bicolores eran atentos y anhelantes, pero a la vez, algo oscuro se veía en ellos.
Ya no podía soportar la tensión. Se obligó a sí mismo a apartar el rostro antes de hablar—Ya estas limpio. Levántate.
Tardó en levantarse más de lo que le hubiera llevado, pero obedeciendo al final. Anselin de inmediato se puso de pie y salió del agua, siendo seguido por el otro. Se quitó la capa celeste que estaba atada a su armadura y sin esfuerzo la rasgó.
El joven demonio lo observó sin musitar una palabra, esperando a que Anselin hiciese lo que quiera con él. El Príncipe se acercó a él y con la tela primero la pasó con suavidad en la herida y antes de envolverla acercó sus labios y la sopló. El cuerpo de Daimon se tenso al ver su boca tan cerca de su cuerpo. Tragó saliva y desvió los ojos a alguna parte del bosque.
Anselin quería poner toda su atención en su cuidado, pero el sol del atardecer se reflejaba en las escamas de su pecho desnudo, haciéndolas brillar como una bella piedra de ónix. ¿¡Cómo podría concentrarme con semejante distracción!? Vaya, Este demonio tiene buen cuerpo.
No podía negarlo.
Sintiéndose algo celoso, pasó saliva con dificultad. Soltó el nudo del vendaje y levantó del suelo el resto de su capa. —Puedes secarte con esto. Volvamos antes de que oscurezca más.
—Su Alteza también está mojado —Daimon intentó acercarse a él, pero Anselin dio un paso atrás queriendo mantener una distancia apropiada.
Con una sonrisa forzada, pronunció—: No te preocupes por mí. Te la estoy ofreciendo a ti, solo tómala.
Debajo del árbol y sentado alrededor de una fogata, Anselin inspeccionaba al joven demonio de reojo. Mirándolo ahora, la verdad, él se veía bastante bien.
¡No esperaba que fuera a ser tan guapo!
Su rostro era llamativo con ojos agudos y un puente nasal alto, dándole un perfil envidiable. Su piel pálida y grisácea hacia un atractivo contraste con su cabello oscuro. Y su cuerpo había sido esculpido por el salvajismo y la supervivencia; destacando su altura increíblemente alta, piernas largas, espalda ancha y ahora que todavía no llevaba la ropa superior puesta podía ver una cintura delgada.
¡Qué envidia!
Miles de mujeres podrían morirse por un hombre así, y cientos de hombres lo maldecirían llenos de cólera y rivalidad.
El mismísimo Anselin era catalogado como uno de los hombres más guapos de la tierra, pero no le importaría cederle su puesto a Daimon.
Sin duda sería un gran desperdicio si lo matara. Una verdadera pérdida para este mundo.
Se las trató de ingeniar maneras en las que lo podría mantener con vida en el reino. ¿Sería capaz de convencer a su padre y a todo el mundo?De todas formas, no confiaba lo suficiente en el demonio como para llevarlo allí.
Soltó un suspiro, llamando la atención de Daimon. Anselin le devolvió la mirada. —Cúbrete con algo, ¿No sientes frío?
Sin embargo, el demonio pensaba en cómo podría tener frío, si todavía podía sentir las manos del Príncipe tocando su piel y acariciando su cabello. Temía que si se cubría, el nuevo rose haría desaparecer la sensación.
Todavía tenía su cabello algo húmedo y despeinado. Dando un soplo, Anselin se levantó y fue hasta él, se sentó a su lado y revoloteó su vista a varios lados antes de animarse a hablar.
—Permíteme.
Ni siquiera esperó a que Daimon le diera su permiso, y con sus dedos comenzó a peinarlo intentando acomodarlo un poco. Tal vez era la forma en la que había sido criado, pero no soportaba ver que la gente anduviera desalineada. Lo tomaba como una falta de respeto a su presencia y a uno mismo.
—Siempre debes cuidar tu cabello —le dijo—. El cabello nos une...
—A quienes queremos —terminó el demonio.
Anselin hizo una pequeña pausa antes de continuar con lo que estaba haciendo. Tomó la trenza mal hecha detrás de su oreja, la desarmó e hizo una nueva.
—Listo. Tienes un cabello increíble y tu apariencia también lo es. Deberías cuidar más de ti mismo —musitó, sentándose a su lado en el suelo—. Podría llevarte al reino para que todos te admirasen.
Daimon tomó la trenza y mientras la sujetaba con los dedos, la miraba con tristeza. —No hay quien me mirase y pensara lo mismo.
El tono en su voz era apagado. Anselin se sintió un poco mal por él. A pesar de lo extraño que era, no parecía un mal tipo. O por lo menos no le inspiraba miedo, solo un poco de precaución.
—Sin importar si eres lindo o feo, sabes que la apariencia no es lo que nos define ¿cierto?
—Las personas no piensan lo mismo. No me veo como ellos, Su Alteza. Y me han odiado y lastimado por ello —habló de forma sincera.
El Príncipe se dio cuenta de que había tocado un tema sensible y sabía que cualquier cosa que dijese para consolarlo sería hipocresía. El mundo se llenaba las bocas hablando de como la apariencia no define la calidad de las personas, pero no eran más que palabras vacías utilizadas para encubrir sus prejuicios. El mismo Anselin era parte de eso.
Ambos guardaron silencio, contemplando el fuego. Anselin quería decir algo, pero su cabeza estaba en blanco. Podía sentir la tristeza del demonio y por alguna razón se sentía culpable.
—Tú... ¿Sabes tú historia? —le preguntó sin saber si realmente sería el tema adecuado para hablar en este momento.
—¿Mi historia...?
—Sí. Cómo viniste al mundo, quienes fueron tus ancestros, cuál es la razón de tú existencia.
Daimon quedó callado antes de mirarlo a los ojos y sonreír con disgusto. —Desde que tengo memoria, viví mendigando en las calles del reino. No supe si tenía una familia, ni de dónde provengo. Mucho menos conozco la razón de mi existencia, Príncipe.
Anselin sonrío con suavidad, aceptando la estupidez en su pregunta. —¿Quieres saberlo? Puede que yo conozca un poco sobre ti.
—¿Qué podría saber Su Alteza sobre mí, si ni siquiera puede recordar cuando nos conocimos por primera vez?
—Auch. Entiendo tú punto. Tal vez no sepa sobre ti, con exactitud. Pero sí algo sobre de dónde proviene la otra mitad de tu sangre. ¿Te interesa oírlo?
Daimon alzó una ceja, curioso. Recordando los libros de historia, Anselin comenzó su relato.
—Hace miles de años, el mundo era poblado por unos seres llamados "demonios". Todos y cada uno de ellos pertenecían a diferentes clanes; serpientes, zorros, ángeles caídos y dragones entre muchos otros. Eran diferentes entre sí, pero con algo en común: consumían carne humana. Los humanos de aquellos tiempos eran criados como cerdos para el matadero. Éramos simples animales para ellos. Nos cazaban, comían o utilizaban para trabajos pesados. Seres insignificantes, simplemente. Fue de esa forma durante mucho tiempo, hasta que un día uno de ellos comenzó una rebelión. Mi ancestro tuvo el favor de los cielos y junto a otros humanos, colocó a la humanidad en la cima. Sin embargo, unos registros antiguos que encontré ocultos en el castillo, narran como un demonio, el líder de los dragones para ser precisos, no estaba a favor del trato que recibían los humanos. Derrocó al emperador demoníaco y tomó su lugar. Desde entonces retuvo a los demonios en Pandemónium, donde fueron exiliados, manteniendo la paz entre los dos mundos. Sin él y mi ancestro, la humanidad no habría logrado prosperar. ¿Entiendes lo que te digo? —Hizo una pausa. Apartó los ojos del fuego para dirigirlos al demonio— En tú cuerpo fluye tanto la sangre demoníaca como la humana. No perteneces a un mundo, sino a dos. Y pienso que eso es increíble —le sonrió.
El rostro de Daimon no mostraba expresión alguna, pero sus ojos centellaban sincronizados con el fuego.
Anselin carraspeó ante su falta de respuesta, sintiendo que había fallado en tratar de consolarlo. Como último intento, palmeó dos veces su hombro antes de recostarse en el suelo para dormir.
—Buenas noches. No intentes nada desquiciado conmigo porque lo sabré —le advirtió mientras le daba la espalda.
Quiero confiar en ti.
El resto de la noche, Daimon contempló la figura dormida del Príncipe. En su relato logró hallar la razón del miedo y odio que sentían hacia él. Sus emociones no paraban de cambiar una y otra vez, apareciendo en su cabeza y mezclándose entre ellas. Confusión, ira, optimismo y tristeza
En cuanto más miraba al Príncipe, más veía lo diferentes que eran. Y a pesar de las palabras bien intencionadas del heredero, Daimon no podía evitar despreciarse. No era suficientemente humano para vivir entre ellos, y tal vez no sería lo suficiente demonio para ser recibido entre ellos. Pertenecía a ambos lados y la vez en ninguno.
Tocó su piel escamosa, sintiendo el fuerte impulso de arrancarla. Pero no importaba cuantas veces se desmembrara la piel, siempre volvía a crecer de la misma manera. Una y otra vez, recordándole que no podía desaparecer lo que era.
—No me has dicho... cuál es la razón de mi existencia —susurró.
En el Palacio, Darren entró al salón del trono con prisa, pasando por alto el permiso del Rey. Y sin esperar a que le dijesen algo, postro una de sus rodillas en el suelo frente al trono antes de hablar.
—Su Majestad.
—¿Qué es tan urgente como para que me faltes el respeto? —gruñó el rey.
—Por favor, perdone mi osadía. Pero es de suma importancia hacerle saber esto, se trata de Su Alteza el Príncipe.
El Rey le prestó atención. Con una seña de su mano les ordenó a los sirvientes que se llevaran los papiros que estaba leyendo. —Entonces habla de una vez.
Darren levantó la cabeza para mirar a su Majestad.
Hacía unos días, el corcel del Príncipe había llegado al palacio sin su jinete. Todos conocían a ese caballo y lo bien que Anselin lo había entrenado, así que no era ninguna sorpresa que haya llegado hasta allí por órdenes de su dueño. Aun así, el Rey mandó a dos de sus más habilidosos y confiables guardias a inspeccionar la situación.
—Como Su Majestad ordenó, hemos ido al bosque oscuro para conocer la situación del Príncipe. Encontramos su espada con restos de sangre, abandonada en una parte del bosque. Pero eso no es lo peor; también nos hemos encontrado con el demonio. A pesar de que no logramos descifrar si se trataba de Su Alteza, creemos que el engendro lo ha capturado. El Príncipe podría estar en grave peligro, señor.
—¿Estás realmente seguro de tus palabras? Acusar al Príncipe de debilidad e incompetencia tiene un castigo.
Con una seña de su mano, el otro guardia ingresó con la inconfundible espada del Príncipe Heredero. Y como se había dicho, todavía llevaba los restos de sangre que había dejado una pelea. Ante sus ojos, pudo corroborar que se trataba de linaje demoníaco.
La espada que se le había sido otorgada a Anselin, no era común ni corriente. "La Lotus" era el mismísimo sable que había empuñado Aston Tinop milenios atrás para llevar a los humanos a la gloria, y había sido heredada a cada sucesor el día de su coronación. Salvo en esta ocasión que debido a las circunstancias, el Rey se la había entregado antes de su partida al bosque. La Lotus era la única espada capaz de dañar a un demonio. Al tocar la sangre impura, la hoja se volvía de un color escarlata semejante al hierro recién fundido.
Darren —No me atrevería a acusar al Príncipe, ofrecería mi vida antes de hacerlo. Pero las huellas en el bosque indican que Su Alteza podría estar marchando junto al demonio.