De vuelta en mi patio llamo a León en mi sala de estudio.
—Knock knock
—Pasa. —Dije.
Se abren las puertas y entra León.
—Mi princesa. ¿Me llamaste? —Preguntó León.
—Sí, por favor, siéntate. —Le dije.
León se veía confundido. Cerró la puerta y se sentó en la silla frente a mí.
Abro el botiquín de primeros auxilios que solicité a Tricia. León lo miró y supo al instante por qué lo llamé.
—Princesa, puedo ponerme la medicina en mis heridas yo mismo. Realmente no necesitas hacer esto. —Dijo León avergonzado.
—No puedes llegar a las que están en tu costado y espalda, ¿verdad? —Dije.
—Bueno, sí... pero... —León buscaba una excusa.
—No hay peros. Es mi culpa que hayas resultado herido. Al menos puedo aplicarte un poco de medicina. —Dije con voz triste.
—Pero princesa... —León seguía resistiéndose.
—¿Por qué me llamas princesa? Pensé que cuando estuviéramos solos podríamos llamarnos por nuestro nombre. —Me siento muy irritada. Hice un puchero con los labios.
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