Entonces, notó los ojos llorosos de Elphyn, su pequeña cara llena de tristeza y el hecho de que había arrojado sus diarios, libros de magia y grimorios a la chimenea encendida.
—Lo siento, Papá. Ya no quiero aprender magia. Por favor, deja de gritarle a Mamá. —Dijo entre sollozos, mientras las lágrimas y mocos corrían por su cara—. Lo siento, Mami, he cambiado de opinión.
—Amo a Papá más de lo que amo la magia. Te lo ruego, por favor no lo mandes lejos. No quiero que Papá muera. —Solo decirlo en voz alta hizo que Solus estallara en lágrimas.
Sus cortas piernas se doblaron mientras se aferraba a las piernas de Threin, suplicándole una y otra vez que no la abandonara. Pronto, sus palabras se convirtieron en un lamentable lío, tan comprensible como ella misma.
—¡Oh dioses, mira lo que has hecho, Ripha! —Threin se arrodilló, abrazando a Elphyn en el intento de asegurarle que él estaba bien y que no iba a ninguna parte.
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