El Capitán Velagros solo pudo soportar la actitud de Lith con una sonrisa forzada, y no solo por sus órdenes. Cuanto más miraba al joven, más sentía que algo estaba mal. Los ojos fríos y muertos, la actitud distante, eran cosas que había visto muchas veces, pero nunca en niños.
Estos rasgos eran típicos de veteranos endurecidos por la batalla o de locos con un propósito. Por último, pero no menos importante, cuando había dado un paso adelante con un comportamiento intimidante, su cuerpo había comenzado a gritar de peligro.
Un miembro del cuerpo no llegaba a su edad sin desarrollar un agudo instinto, y en ese momento el suyo le decía que retrocediera y evitara movimientos repentinos.
—¿Cuánto quieres? —preguntó.
—Lo dices como si te estuviera extorsionando. Antes de ser sanador, fui cazador. Y lo primero que aprendí es que los cazadores no hacen favores, hacemos tratos. Aquí está mi oferta. Hago el trabajo, y si tengo éxito, consigo una casa segura para mi familia.
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