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Capítulo 2: Reencarnación

La oscuridad aún me envolvía, una sensación asfixiante de vacío y espera. Estaba atrapado en un limbo, sabiendo que lo que me aguardaba al otro lado de esta transición no sería nada fácil. "Maldición, si no nazco como noble, estaré completamente jodido", pensé, sabiendo que en un mundo como Poniente, la cuna de nacimiento lo es todo. Sin títulos, sin poder ni conexiones, no eres más que una presa. Apreté los dientes, forzando la resignación en mi mente, aceptando que debía confiar en el destino que este dios me había trazado.

—De acuerdo —dije, con una voz firme que ocultaba mi incertidumbre.

El dios, con su tono burlón, soltó una risa que resonó en la oscuridad, haciendo eco de mi propia duda.

—No seas tan pesimista, niño. —Su voz era áspera pero condescendiente, como si hablara a un niño que no entiende aún las reglas del juego—. No voy a lanzarte a los lobos sin nada a tu favor. Te dejaré elegir cómo te verás. Tendrás control sobre tu apariencia. Piénsalo bien, tienes unos minutos.

Elegir mi apariencia… esa idea me tomó por sorpresa. ¿Realmente tenía alguna opción en esto? ¿O era solo una burla más de su parte? Cerré los ojos, dejando que las imágenes fluyeran en mi mente. En un mundo como Poniente, donde la fuerza y la presencia son tan importantes como la inteligencia, necesitaba una figura que inspirara respeto, miedo incluso.

—Quiero la apariencia de Gilgamesh de Fate —dije, sin dudar.

El dios rió, con una carcajada llena de satisfacción.

—Interesante elección. Te queda bien, niño. —Su tono era una mezcla de aprobación y diversión—. Pero no será solo tu apariencia lo que cambie. Nacerás como hijo de Cersei Lannister y Robert Baratheon, el príncipe heredero. Un linaje fuerte, una posición privilegiada... aunque, como bien sabes, los títulos en Poniente son tan frágiles como la lealtad de sus súbditos.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Lo que acababa de decir no era una simple concesión, sino una sentencia. Iba a nacer en una de las familias más poderosas, pero también más corruptas y traicioneras. La corte de los Lannister no era lugar para los débiles de voluntad, ni siquiera para los hijos de reyes.

—Te iré asignando misiones, niño —continuó el dios—. Tendrás un sistema de recompensas, pero no te equivoques, no es un juego. El sistema te guiará para que cumplas la tarea principal: establecer mi fe en ese mundo. Además, recibirás algunos regalos especiales de mi parte. El primero, te lo daré al nacer. Tendrás el suero del súper soldado corriendo por tus venas. Los demás regalos tendrás que descubrirlos por ti mismo.

Una mezcla de curiosidad y miedo se apoderó de mí. ¿El suero del súper soldado? Conocía la referencia. Mi cuerpo sería más fuerte, más rápido, más resistente. En un mundo como Poniente, eso era una ventaja inmensa. Pero, ¿a qué precio? No confiaba en los "regalos" de un dios que tenía sus propios planes en marcha.

—Trato hecho con alma no se puede romper jamás —dijo el dios, con una gravedad que caló hasta mis huesos—. No lo olvides. Nos volveremos a ver cuando hayas hecho un buen progreso. Ah, y por cierto, despertarás a los 13 años. No te preocupes por la transición, tu personalidad se ajustará a tu nuevo cuerpo. Así no habrá problemas de adaptación.

El dolor, como si una fuerza invisible me arrancara de ese lugar oscuro, comenzó a consumir mi ser. Intenté gritar, pero el dios me interrumpió con desdén.

—He perdido suficiente tiempo contigo, niño. Ahora, vete.

*Universo 534af1t45f6/f5a:

Mundo: Juego de Tronos

Desembarco del Rey.

El calor sofocante del verano pesaba sobre la ciudad. En el interior de una lujosa sala del Fortaleza Roja, Cersei Lannister yacía exhausta, jadeando tras horas de un parto difícil. La melena dorada de la reina estaba empapada en sudor, su rostro enrojecido por el esfuerzo. La comadrona le daba órdenes de empujar mientras el dolor se intensificaba. Finalmente, un llanto agudo llenó el aire.

—Es un niño, mi reina —anunció la comadrona, limpiando al recién nacido antes de colocarlo en los brazos de Cersei.

La reina, agotada, levantó la cabeza para ver a su hijo por primera vez. Sus ojos, siempre calculadores, mostraron un destello de ternura momentánea antes de que las puertas de la habitación se abrieran de golpe.

Entró Robert Baratheon, tambaleante, con el hedor del alcohol impregnando el aire a su alrededor. Su barba desaliñada y su aspecto descuidado revelaban el poco interés que le generaba el nacimiento de su heredero. Su mirada se posó en el bebé con indiferencia, hasta que algo lo hizo detenerse en seco.

—Un Lannister más —gruñó al ver la melena dorada del niño, sin disimular su disgusto.

Sin embargo, sus ojos se ensancharon de sorpresa cuando vio algo inesperado. Los ojos del recién nacido no eran de un color común. Eran de un rojo profundo, como brasas encendidas en una hoguera. Robert, por un instante, dejó su desprecio de lado, impactado por lo que veía.

—Jon Arryn —llamó con voz grave al comandante de su guardia—. Prepara todo. Nos iremos a Bastión de Tormentas inmediatamente.

Las mujeres en la sala intercambiaron miradas nerviosas. Cersei, a pesar de su fatiga, notó el cambio en el tono de su marido. Sus ojos dorados se estrecharon. Algo sobre su hijo había alterado a Robert de manera inesperada.

Mientras tanto, mi conciencia comenzaba a despertar dentro de ese pequeño cuerpo. No podía moverme, no podía hablar, pero podía sentir. Mis primeros recuerdos se alineaban lentamente. Sabía quién era, y sabía lo que debía hacer.

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