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Gracias Padre

GABRIEL

Cuando bebí lo que mi padre había preparado para mí lo hice con reservas. Me había ordenado hacerlo sin protestar y yo, si bien no quería obedecerle, no tuve opción como sucedía cada vez que él me decía que hiciera algo.

Suspiré resignado y me bebí aquello hasta el mismísimo fondo. Sin embargo en ese preciso instante dejé caer la copa que se hizo añicos al chocar contra el duro suelo.

El mareo me volteó, y de no ser por mi padre que me sostuvo, me habría estampado contra el suelo. Lo último que ví fue el suelo bastante cerca de mí, y sentir los brazos de mi padre sujetándome con fuerza.

Luego nada, la oscuridad se adueñó de mi. Sin embargo en mi mente fueron apareciendo uno a uno todos los recuerdos perdidos.

Volví a recordar a mi amado Anthony, el momento en que lo conocí, los recuerdos de lo que vivimos juntos fueron agolpandose uno tras otro en mi mente angustiandome, desesperandome con intensidad.

Mi padre me ayudó a sentarme en uno de los sillones del lugar, mientras mi cabeza parecía que iba a explotar debido a la cantidad de recuerdos que regresaban a mí junto a muchos sentimientos.

Las lágrimas empezaron a humedecer mi rostro a medida que iban avanzando mis recuerdos. Uno a uno. Recordé a Mefis y su última jugada maestra, el muy maldito me drogó de tal forma que pudo eliminar a mi amado Anthony, por quién estaba dispuesto a morir, de mi mente y mi corazón con una droga que él mismo inventó.

Cuando abrí los ojos miré a mi padre sin poder creerlo. Él me ayudó a recordar, me devolvió todos mis recuerdos. Por eso había regresado aquí, por eso mismo estuvo trabajando arduamente en el sótano desde que llegó.

Tenía tantas cosas que preguntarle, tanto por saber y me sentía tan desesperado que la idea del suicidio volvió a hacerse presente en mí.

Pero reprimí ese oscuro sentimiento, no iba a ceder. Necesitaba re-encontrarme con mi amado Anthony si o sí.

— Padre — la voz se me quebró debido a la intensa angustia que me invadía por dentro.

— Descuida hijo — me dijo Fausto — Anthony está con Rafael al otro lado del océano. Mefis está muerto ya.

—¿Qué? — aquello no tenía sentido alguno para mi en verdad. No entendía nada de nada.

— Escuchame con atención Gabriel, te lo contaré todo. Verás que aún estás a tiempo de recuperar a Anthony.

— ¿En serio lo dices?

— Por supuesto hijo, pero debes prestar atención.

Así mi padre me relató todo lo que sabía paso a paso, detalle a detalle sin excluir nada. La angustia amenazaba con despedazar mi alma misma con cada detalle que mi padre iba describiendome sobre el padecer de mi amado dorado.

Además la imagen suya mirándome esa ultima noche que lo ví, cuando lo corrí a la calle acusandolo de ladrón me partía el alma misma.

Cuando mi padre acabó, golpee el posabrazos del sillón con furia. No podía creer que haya sido tan débil maldita sea.

— Así están las cosas hijo, aún puedes recuperarlo pero debes apurarte.

— Padre ¿cómo fue posible que haya sido tan fácil alejarme de él? ¿Qué clase de persona soy?

— No es tu culpa hijo, no pudiste hacer nada contra esa droga. Nada de nada, y Mefis lo sabía. Así que no te culpes, pero actúa.

No tenía fuerzas para hacerlo, sentía que Mefis en verdad me había derrotado. Jamás ne sentí tan inútil como en estos momentos.

Además estaba Anthony, dudaba si él me aceptará de vuelta en su vida. De hecho yo mismo no me aceptaría.

— No se si Anthony me creerá padre.

— Lo hará hijo, él te sigue amando pese a sí mismo.

— No creo que me acepte de vuelta.

— Tomalo por la fuerza entonces

— Padre ¿cómo se te ocurre eso? Jamás me aceptaría asì, además le había jurado protegerlo y mirame ahora. Acabé dandole la espalda. Encima él cree que fue por razones de apellido. Menuda idiotez.

— Por eso mismo deberás partir esta misma noche Gabriel. No te rindas hijo.

— Padre — me sentía desolado — ¿Por qué es tan difícil?

— Orfen nunca se rindió

— Y ahora puede al fin disfrutar del amor junto a su amado dorado. Lo sé. Gracias padre.

Sin perder un solo instante mandé al mayordomo a comprar los pasajes para esta noche, mientras preparaba las valijas. No me rendiría. Mi padre tenía toda la razón.

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