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Guerra y Fortuna 2.236

Viggo había llegado frente al portón que daba a la calle, en la casa de Tsubaki, en el Distrito Herrero. Lo acompañaban Sakura y Ana, las mellizas de cabello purpura. Ellas vestían ropa oscura con una coraza de cuero. Sakura con el cabello hasta los hombros y Ana con el cabello ordenado en dos coletas que le llegaban a las pantorrillas.

—Vamos, Tsubaki dijo que tenías que ir al galpón, donde está su taller— dijo Sakura a la derecha de Viggo. Este último le dio una breve mirada, encontrándola hermosa, pero misteriosa. Algo se tramaba ella, Ana y Tsubaki. Viggo volteó al otro lado para ver a Ana con las dos largas coletas que le daban una apariencia tierna.

—Viggo— dijo Ana con voz suave como el viento, pero seductora. Tomo la mano de Viggo y lo guio a la puerta hecha de hierro con tablas puestas en vertical con un barniz rojizo.

Viggo se dejó guiar en todo momento. Sakura sosteniéndolo del brazo derecho y Ana llevándolo de la mano izquierda. Se detuvieron delante de la puerta, Ana saco unas llaves de su bolsillo izquierdo del pantalón y la introdujo en la cerradura. La puerta se abrió y ellos entraron. Dentro se veía el mismo patio frontal que siempre, piso con pastelones de piedra y una estantería para pequeños bonsáis con la estructura de una escalinata. Todos los pequeños bonsáis estaban en sus macetas de greda, de baja estatura y sus ramas extendidas hacia los lados.

Viggo miró la casa, de un piso, con las ventanas y puertas cerradas. Sin colores, con una habitación, un baño, cocina y comedor. Tsubaki llevaba demasiados años viviendo en este lugar, recluida y persiguiendo su sueño y el de su madre.

—Viggo— dijo Ana con voz suave, Viggo la miró y ella continuo —Tsubaki debe estar en el galpón, puedes ir a buscarla. Nosotros te esperaremos en la casa—

—¿Qué pasa? ¿Es algo muy malo que solo debemos estar nosotros dos?— preguntó Viggo en broma

Sakura a su lado derecho y sosteniéndolo del brazo, soltó una risita misteriosa y dijo —¿Quién sabe? Tienes que ir y averiguarlo por tu cuenta—

Viggo volteó su rostro para mirarla a la cara. Cabello purpura hasta los hombros, rostro con forma de diamante, grandes ojos purpuras y sonrisa encantadora. Ella sería lo más parecido a un hada traviesa con esa expresión llena de misterio.

Viggo tomo una profunda respiración y le dijo —desde ahora me gustaría que dejaran de andar tanto en el calabozo y que anduvieran conmigo, a donde sea que tenga que ir—

—Eso…— dijo Ana al otro lado, hizo una mueca incomoda ya que todavía seguía persiguiendo su sueño de volverse fuerte. Ella y su hermana ya eran nivel cuatro y estaban a un paso de volverse nivel cinco.

Viggo se volteó y continuo —en ese caso, que sea de vez en cuando. Pasear como cuando éramos niños no estaría mal—

Ana asintió con una sonrisa, ya que solo sería de vez en cuando. Se acercó a Viggo y se paró sobre la puntilla de sus pies. Viggo se agacho un poco y le dio un tierno beso. Después se volteó para mirar a Sakura y le dio un beso. Ambas hermanas se alejaron de él con una sonrisa, llegaron frente a la puerta de la casa de Tsubaki y entraron. No sin antes darse un beso en la mano y después soplarlo como si fuera un pétalo que volaría hasta Viggo. Este último sonrió, sentía la lejanía con las mellizas. Había pasado demasiado tiempo metido en otros asuntos, preocupado de sus otras mujeres. Viggo solo podía contar con la suerte de que las mellizas estuvieran persiguiendo su propio sueño. De lo contrario, con su belleza y encanto hubieran encontrado a otro que les prestara más atención y se enfocara en amarlas solo a ellas. Viggo soltó un suspiro y volvió a pensar que nació con más suerte que nadie en este mundo o en todos los mundos.

Viggo camino hasta la entrada del galpón con dos enormes puertas de madera semi cerradas. Abrió la puerta de la derecha dejando escapar un leve chirrido de las bisagras y miró el interior. En las paredes de la izquierda y derecha había estantes con espadas y lanzas de todo tipo, pero ya no había espadas en el suelo, ni materiales desperdigados o el hollín negro cubriendo todas las cosas. Todo estaba limpio y ordenado como no se veía en mucho, mucho tiempo. Al fondo del galpón se veían las mesas de trabajo a los lados y en el centro la fragua apagada. Delante de la fragua y sentada sobre el yunque, estaba Tsubaki, de cabello negro ordenado en un coleta y piel bronceada. Llevaba puesto un kimono blanco sin mangas que le llegaba a la cintura. Debajo llevaba un hakama rojo combinado con unas sandalias de madera típicas del Lejano Oriente.

—Llegaste, Rojo— dijo Tsubaki con una sonrisa amigable.

Viggo soltó una risita de felicidad al verla de tan buen humor. Entro al galpón, cerró la puerta por detrás de él y camino hasta donde estaba ella. Después se agacho y le dio un beso en los labios que se alargó porque Tsubaki lo tomo por la nuca y no lo soltó hasta que estuvo conforme.

—Yo— dijo Tsubaki mirándolo a los ojos —necesito contarte algo, ve a buscar una silla—

Viggo asintió y miró los alrededores. En una esquina había una silla con cuatro patas y respaldo hecho de hierro. Viggo la fue a buscar, la coloco frente a Tsubaki y los dos quedaron frente a frente.

—¿Qué es eso tan especial que me tienes que contar?— preguntó Viggo con una amplia sonrisa

—Primero esto— dijo Tsubaki tomando la katana dentro de una funda negra que tenía sobre su regazo —mírala—

Viggo extendió su mano, Tsubaki tendió la katana y Viggo la recibió. Viggo desenvaino la hoja y solo falto que viera unos centímetros para quedar impresionado. La hoja de la katana emitía un color rojo ígneo, con un filo aterrador y un acabado elegante. Viggo continúo sacando la katana hasta que la desenvaino por completo y la levantó apuntado al cielo. La empuñadura era de un color celeste, guardamanos dorado y la hoja de color rojo ígneo. Demasiado hermosa, demasiado vistosa, demasiado peligrosa. Viggo no podía jactarse de saber de armas, pero era portador de dos de los trabajos de su padre, quien, junto con su madre, eran los mejores herreros de todo Orario. Y esta katana, estaba muy por encima del resto de las armas. A lo mejor, no podía competir con las armas de su padre, pero seguro era mejor que el noventa por ciento que lo que hacían los otros herreros. Una verdadera obra maestra. Viggo agacho la mirada y empezó pensar en su mente <maestra, maestra, maestra…> hasta que entendió el significado de esta katana y miró a Tsubaki con una gran sonrisa y lleno de expectativas.

—¿Tú?— preguntó Viggo

—Sí— respondió Tsubaki con una amplia sonrisa. Ella se giró sobre el yunque dándole la espalda. Después levantó su coleta y sus brazos para que él pudiera desenvolver el sarashi alrededor de sus senos.

Viggo enfundo la katana, la dejo sobre la silla y se paró detrás de Tsubaki. Vio la espalda de piel canela y llevo sus manos por detrás del cuello. Paso sus palmas desde el cuello hasta los hombros, acercó su boca y beso la piel.

—Viggo, no es momento— dijo Tsubaki en un tono de voz mimado

Viggo soltó una risita y llevo sus manos al costado izquierdo del sarashi, donde se veía el nudo. Él lo desabrocho y comenzó a desenvolver las vendas que conformaban el sarashi. Los grandes senos de Tsubaki cayeron vencidos por la gravedad. Se veían redondos y abundantes.

Viggo termino de quitar el sarashi y vio por completa la espalda de Tsubaki. En el centro estaba el blasón de la diosa Hephaestus, con un volcán en erupción en el centro y dos martillos cruzados. Viggo comenzó a leer los valores que al parecer habían sido reiniciado a "I". En la cabera aparecía el nombre de Tsubaki y debajo de ella había un "5" que señalaba su nivel. Sin embargo, para Viggo y Tsubaki eso era lo de menos. Si no hubiera sido necesario ir al calabozo y matar monstruos, Tsubaki jamás hubiera ido al calabozo. A ella le importaba otra cosa, el sueño de su madre y el de ella.

Viggo llego a la sección donde aparecían descritas las habilidades, leyó —resistencia anormal— una habilidad común que cualquiera que haya llegado a nivel tres debería tener. Sin embargo, debajo de esa habilidad estaba lo que importaba "maestro herrero".

Viggo hizo una gran sonrisa y abrió la boca como si estuviera tomando aire. Después soltó una carcajada mientras aplaudía. Tsubaki lo miró de soslayo, feliz, muy feliz. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Ella se dio la vuelta, Viggo se acercó y al abrazó con todas sus fuerzas. Ella comenzó a sollozar, cansada y estresada por la constante búsqueda de esta habilidad, pero por fin, después de tantos años; lo había conseguido.

Después de unos diez minutos de llanto, Tsubaki se calmó, pero siguió abrazando a Viggo. Este último le dio un beso en la frente y le preguntó —¿Ya le contaste a alguien más?—

—Solo lo saben las mellizas y la dama Hephaestus— dijo Tsubaki ocultando su rostro sobre el pecho de Viggo —yo, quiero que me acompañes a la tarde para contarle a okaa-sama—

—Vas a tener que ir con cuidado— dijo Viggo medio en broma —puede que se desmaye de la impresión—

—Lo más probable, pero después de esto, puedo decir que he hecho feliz a mi okaa-sama—

—Sí, Tsubaki es una increíble hija, una gran mujer, una inigualable maestra herrera y la mejor esposa—

—Te amo— susurro Tsubaki con todos los sentimientos aflorando en su pecho

—Yo también te amo, desde siempre— respondió Viggo, llevo su mano a la barbilla de Tsubaki, le levantó el rostro y la beso en los labios —eres increíble—

—Tú también eres increíble— dijo Tsubaki, ella puso un rostro serio y le continuo —quiero que mantengas esa katana contigo hasta el día que nuestro hijo sea digno de ella—

—Está bien, si ese es tu deseo, la mantendré a mi lado—

—¿Cómo se llama?—

—Colmillo solar— dijo Tsubaki —será el legado de nuestra familia y todos los que tengan mi sangre, la podrán blandir—

—Entiendo, yo cuidare de colmillo solar, pero ¿Cuál será el estándar para decidir que nuestro hijo será digno?—

—Eso se lo dejo a danna-sama— dijo Tsubaki con las mejillas ruborizadas. Después de todo, ella no estaba acostumbrada a llamar a Viggo de esa manera. Ella sentía que era demasiado seria y ponía una línea entre los dos, como le había enseñado su madre. Sin embargo, si ella y Viggo iban a dar el siguiente paso y formar una familia en todo el sentido de la palabra, algunas cosas debían cambiar.

—Eres muy seria, Tsubaki— dijo Viggo con una gran sonrisa al ver la seriedad con que ella lo llamaba. Le dio un beso en los labios y continuo —a lo mejor, deberíamos practicar que me llamaras así en un momento amoroso. Entonces no pensarías de manera tan estricta al llamarme de esa manera—

—Yo, me da vergüenza— dijo Tsubaki ruborizándose y mirando hacia otro lado

—Vamos— dijo Viggo acercándose al oído de Tsubaki para después susurrarle —vamos, llámame danna-sama—

Tsubaki lo miró a los ojos con reproche, pero al ver el rostro de Viggo enmarcado en esos cabellos tan rojos y con una amplia sonrisa, no pudo enojarse. Ella agacho la mirada y después levantó su rostro para mirarlo con timidez —danna-sama— murmuro

—Eso está mejor— dijo Viggo, le dio un pequeño beso en los labios mientras sus manos bajaban a las caderas y acariciaba los costados —ahora, vuélvelo a decir— susurro. Tsubaki así lo hizo y sin darse cuenta, comenzó a gemir ese nombre mientras sentía que todos sus puntos débiles eran asaltados sin misericordia.

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