Una vez que volvieron a la isla de Eubea, Semiramis se encerró en su habitación durante todo un día. Nadie supo de ella y Scheherezade que le fue a tocar la puerta, dijo que Semiramis se sentía cansada y descansaría por un tiempo.
Al día siguiente, Viggo, Sakura y Ana fueron a dar una vuelta a la isla y solo volvieron por la noche. Todos sonreían como si hubiera sido el mejor día de sus vidas, lo cual Scheherezade pudo comprobar por la noche cuando recibió a Viggo. Lo sintió más enérgico y apasionado que otras veces.
Una vez que terminaron de amarse, se quedaron acostados sobre la cama, escuchando el sonido de las olas y sintiendo la refrescante brisa marina.
-Scheherezade, tengo una propuesta- dijo Viggo
Scheherezade sonrió y negó con los ojos cerrados -no me voy a casar contigo-
-Oh, está bien. Sin embargo, mi propuesta es otra- respondió Viggo sonriendo, tratando de esconder sus miedos.
Scheherezade abrió sus ojos y vio a Viggo con su cabeza recostada sobre la almohada y su largo cabello rojo bajando por sus mejillas. Sus ojos azules tenían dos aspectos al mismo tiempo. Por un lado, estaba el joven amante que anhelaba a la mujer y tenía miedo de perderla. Por otro lado, también estaba el guerrero, cuyo espíritu inquebrantable le decía que perseverara.
-¿Cuál sería esa propuesta?- preguntó Scheherezade sonriendo en una expresión coqueta
-Viaja conmigo a mi tierra. Es un lugar increíble, con un montón de libros y artilugios únicos. Nada que hayas visto se le podría igualar, te lo prometo-
-¿Quién más iría?-
-No te voy a mentir, también irán Sakura y Ana, ya lo acordamos-
-No puedo- dijo Scheherezade haciendo una expresión melancólica -Semiramis, ella se quedaría aquí sola-
-Bueno, aun no lo sé, pero intentaré que ella también vaya- dijo Viggo con algunas dudas
-¿Para que yo vaya?-
Viggo sonrió y negó -lo digo porque también quiero que vaya, que se aparte de estas tierras. Sin embargo, todavía no sé cómo acercarme. A veces es tan esquiva y solitaria que me cuesta encontrar un momento para entablar una conversación-
-Semiramis creció para ser una reina que se eleva por sobre las masas. Educada por filósofos, matemáticos y las mujeres más refinadas del reino. Es alguien muy superior al resto de las personas en términos intelectuales ¿Puedes captar su interés? Si lo haces, yo…-
Sin embargo, antes de que Scheherezade pudiera terminar, Viggo le cubrió la boca con sus labios y la beso. Scheherezade se sorprendió en un principio, pero le siguió la corriente y se dejó guiar por los excitantes besos.
Viggo detuvo poco a poco los besos, hasta que ambos se apartaron y se miraron a los ojos -nunca, jamás- dijo -te amarres a ese tipo de promesa. Quiero que vivas para amar y que sigas tus instintos. Que seas libre y hermosa como lo eres ahora. Yo tomare a Semiramis por mi propio gusto. Si me sigues a la tierra en donde nací, será porque así lo quieres y no como una condición-
Scheherezade sonrió complacida y le tomo el rostro a Viggo con ambas manos. Lo beso con pasión y Viggo la abrazo para seguir el ritmo. Entonces Viggo se fue colocando encima de ella, dejando que sintiera su peso, su calor corporal y como su pene volvía a estar preparado para más sexo.
Cinco minutos después separaron sus labios mientras se miraban a los ojos. Viggo la quedo mirando como si le preguntara con la mirada y Scheherezade asintió como si supiera la pregunta. Viggo se introdujo en ella, sintiendo las paredes húmedas y calientes. Al mismo tiempo, Scheherezade abrazaba a Viggo con sus piernas y brazos y lo recibía en su interior. Sintiendo el roce de sus pelvis, la estimulación de clítoris y el movimiento de las caderas. Viggo le susurraba palabras de amor al oído al mismo tiempo que la embestía.
De esa manera, pasaron toda la noche amándose hasta altas horas de la madrugada.
Al otro día, Semiramis se despertó como al medio día. La luz del sol entraba por su alcoba mientras la brisa movía las cortinas blancas semi transparentes. Ella abrió los ojos y solo pudo ver su cama vacía. Entonces volvió a cerrar los ojos y quiso volver a dormir. Sin embargo, alguien golpeo la puerta varias veces y la hizo fruncir el ceño del disgusto. Semiramis recuerda haberle dicho a Scheherezade que le dijera a todo el mundo que no la molestaran. Sin embargo, por mucho que ignoro el constante golpeteo, estos continuaron. Se levantó de mal humor, vistiendo la ropa de hace dos días y con todo el cabello despeinado. Camino hasta la puerta y la abrió de golpe.
-¿Qué quieres?- preguntó Semiramis de malhumor
-Oh, hola- dijo Viggo con una gran sonrisa en los labios. Cargaba sobre su hombro derecho el cofre con joyas que había tomado del general. Como siempre, iba con el torso desnudo, el cinturón con la cabeza de león en el centro y por debajo la túnica roja -lo siento, pero necesitaba consultar un asunto contigo-
-¿No podías esperar?-
-No, creo que no. Vamos, ayúdame y haré cualquier cosa por ti-
-No necesito tu pene-
-Eeeeeh- respondió Viggo haciendo una sonrisa incomoda -tengo muchas más habilidades que solo mi pene. Por ejemplo, soy bueno en combate y protegiendo-
-Vulgar y básico- respondió Semiramis en un tono despectivo
Viggo intuyo que argumentar sería inútil, así que ignoro los ácidos comentarios -¿Puedo pasar?- preguntó
-De todos modos, no me vas a dejar tranquila ¿no?-
Semiramis abrió la puerta por completo y se hizo a un lado. Viggo tuvo que bajar el cofre, tomarlo de las aldabas que tenía a los costados y pasar de lado por la puerta para poder entrar. Después miró la habitación de Semiramis, con una cama en el centro. En la esquina de la derecha, un tocador con una pieza metálica lo suficiente alta y ancha para reflejar la apariencia de un adulto. En la esquina izquierda, casi al lado de las puertas que daban al balcón, una mesa llena de papeles y dos sillas.
Viggo llevo el cofre al lado de la mesa, movió el pestillo y abrió la tapa mostrando todas las hermosas joyas hechas de oro. Al mismo tiempo, Semiramis cerró la puerta y avanzó cruzada de brazos.
Viggo se volteó para mirarla, notando la molestia en su mirada. Soltó un suspiro en su mente y sonrió -quería pedirte tu consejo- dijo
-¿En qué sería?- pregunto Semiramis, pasando por al lado de él y mirando el cofre lleno de joyas. Después se acercó a la mesa y tomo el asiento con el balcón a sus espaldas. Al mismo tiempo, la brisa marina entraba meciendo las cortinas y la refrescaba.
Viggo se sentó en la silla con la cama a sus espaldas. La miró a los ojos manteniendo una actitud amistosa y continuo -quisiera saber qué joyas debería conservar para mí, como un fondo de emergencias. El resto me gustaría venderlas en cuanto sea posible-
-¿Para qué quiere un mocoso tanto dinero?-
-Tengo cosas que quiero comprar-
Semiramis miró a Viggo, sus largos cabellos rojos y sobre todo esos ojos azules. Miró el brillo en su mirada y noto que escondía algo en su interior. A lo mejor, pensó Semiramis, era para comprar el amor de Scheherezade, o para consentir a esas dos mocosas, o para complacer a esa demoniaca mujer de los cuernos. Semiramis negó, giro su rostro a la derecha y miró de soslayo por el balcón. A lo lejos se veían las colinas y montañas de la isla de Eubea. Un águila volaba surcando los cielos con un movimiento tan suave que le pareció la criatura más libre que pudiera existir en el mundo. Semiramis soltó un suspiro con un sentimiento a depresión y negó. Después miró a Viggo una vez más, tan joven e inocente y pensó que estaba bien que ocupara todos los recursos a mano para lograr el amor ¿Qué joven sería diferente de él? Lo más probable es que todos pensarían en lo mismo. Solo vivir para el amor, incluso si este se desvanece con el tiempo y ellos terminan en la miseria.
Semiramis sonrió y asintió -está bien- dijo -te ayudare a seleccionar las joyas y artefactos de mayor valor ¿Cuántos dracmas tienes pensado ahorrar?-
-Lo suficiente como para construir una ciudad como Atenas-
-Mmm, eso va a estar un poco difícil. El general tenía una posición privilegiada en Persia, puede que con un poco de suerte haya algunas joyas con ese valor, pero te digo de ante mano, será difícil venderlas después. Tendrás que presentarte delante de los reyes de los grandes reinos y tratar de vendérselos a ellos. Dudo que haya en Atenas alguien tan rico como para comprar semejantes joyas-
-Está bien, es algo que necesito solo por si pasa algo malo-
-Te entiendo y admiro tu espíritu previsor. Por lo general, los jóvenes de tu edad son atolondrados con el dinero y solo piensan en el hoy-
Semiramis se paró de su asiento y camino al cofre. Entonces miró a Viggo una vez más y observo sus hermosos ojos azules y su cabello rojo como la sangre. Por alguna razón, le gustaba el rojo de su cabello. Le recordaba a algo unido al negro de sus ropas y al dorado de los bordes. Negó con su cabeza y se puso a escudriñar el cofre. Primero saco los objetos de mayor envergadura como las coronas y los cetros de oro y los puso sobre la mesa. Después saco los diamantes, zafiros, rubís, esmeraldas, Aquamarinas y los puso en la cama. Poco a poco el cofre se fue vaciando hasta que solo quedo la caja.
Por su parte, una vez que vio cada una de las piedras preciosas, joyas y las escudriño a la luz del sol. Semiramis tomo las piedras preciosas y las aparto. Había colores demasiado hermosos para pensar en siquiera que existiesen, como un rubí de un color rojo violáceo o un Aquamarina de un azul verdoso mesclado con amarillo. Todas joyas exquisitas e incuantificables. Por un momento, Semiramis pensó que fue una gran pérdida haberle dicho que no al general. A lo mejor, hubiera sido un acierto. Sin embargo, después negó, ya que todas las esposas que tuvo el general, después de uno o dos años terminaban bajo tierra. Se decía que tenía gustos estrafalarios que forzaban a las mujeres a los extremos de la tortura y por eso morían.