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HISTORIA DE BACBUK, PRIMER HERMANO DEL BARBERO

HISTORIA DE BACBUK, PRIMER HERMANO DEL BARBERO

Así, sabe, ¡oh Emir de los Creyentes! que el mayor de mis hermanos, el que se quedó cojo, se llama El- Bacbuk, porque cuando se pone a charlar, parece oírse el ruido que hace un cántaro al vaciarse. Su oficio ha sido el de sastre de Bagdad.

Ejercía su oficio de sastre en una tiendecilla cuyo propietario era un hombre cuajado de dinero y de ri- quezas. Este hombre habitaba en lo alto de la misma casa en que estaba situada la tienda de mi hermano Bacbuk. Y además, en el subterráneo de la casa había un molino, donde vivía un molinero y el buey del molinero.

Pero un día que mi hermano Bacbuk estaba cosiendo, sentado en su tienda, teniendo debajo de él al moli- nero y al buey del molinero, y encima al enriquecido propietario, he aquí que mi hermano Bacbuk levantó de pronto la cabeza, y vio, asomada en una de las ventanas altas a una hermosa mujer como la luna saliente, que se distraía mirando a los transeúntes. Y esta mujer era la esposa del propietario de la casa.

Al verla mi hermano Bacbuk, sintió que su corazón se prendaba apasionadamente de ella, y le fue impo- sible coser ni hacer otra cosa que mirar a la ventana. Y se pasó todo el día como aturdido y en contem- plación hasta por la noche. Y al la siguiente, en cuanto amaneció, se sentó en su sitio de costumbre, y mientras cosía, muy poco a poco, levantaba a cada momento la cabeza para mirar a la ventana. Y a cada puntada que daba con la aguja se pinchaba los dedos, pues tenía los ojos en la ventana constantemente. Y así estuvo varios días, durante los cuales apenas si trabajó ni su labor valió más de un dracma:

En cuanto a la joven, comprendió en seguida los sentimientos de mi hermano Bacbuk. Y se propuso sa- carles todo el partido posible y divertirse a su costa. Y un día que estaba mi hermano más entontecido que de costumbre, la joven le dirigió una mirada asesina, que se clavó inmediatamente en el corazón de Bacbuk. Y Bacbuk miró en seguida a la joven, pero de un modo tan ridículo, que ello se quitó de la ventana para reírse a su gusto, y fue tal su explosión de risa, que se cayó sobre el piso. Pero el infeliz Bacbuk llegó al límite de la alegría pensando que la joven le había mirado cariñosamente.

Así es que al día siguiente no se asombró, ni con mucho, mi hermano Bacbuk cuando vio entrar en su tienda al propietario de la casa, que llevaba debajo del brazo una hermosa pieza de hilo envuelta en un pa- ñuelo de seda, y le dijo: "Te traigo esta pieza de tela para que me cortes unas camisas." Entonces Bacbuk no dudó que aquel hombre estaba allí enviado por su mujer, y contestó: "¡Sobre mis ojos y sobre mi cabe- za! Esta misma noche estarán acabadas tus camisas." Y efectivamente, mi hermano se puso a trabajar con tal ahinco, privándose hasta de comer, que por la noche, cuando llegó el propietario de la casa, ya tenía las veinte camisas cortadas, cosidas y empaqúetadas en el pañuelo de seda. Y el propietario de la casa le pre- guntó: ���¿Qué te debo?" Pero precisamente en aquel instante se presentó furtivamente en la ventana la jo-

ven, y dirigió una mirada a Bacbuk, haciéndole una seña con los ojos, como indicándole que no aceptase nada. Y mi hermano no quiso cobrarle nada al propietario de la casa, por más que en aquella ocasión estu- viese muy apurado y cualquier dinero habría sido para él una gran ayuda. Pero se consideró dichoso con trabajar para el marido y favorecerle por amor a la linda cara de la mujer.

Y al día siguiente al amanecer se presentó el propietario de la casa con otra pieza de tela debajo del bra- zo; y le dijo a mi hermano Bacbuk.: "He aquí que acaban de advertirme en mi casa que necesito también calzoncillos nuevos para ponérmelos con las camisas nuevas. Y te traigo esta otra pieza de tela para que me hagas calzoncillos. Pero que sean muy anchos. Y no escatimes para nada los pliegues ni la tela." Mi herma- no contestó: "Escucho y obedezco." Y se estuvo tres días completos cose que te cose, sin tomar otro ali- mento que el estrictamente necesaria, pues no quería perder tiempo, y además no tenía ni un dracma para comprar comida.

Y cuando hubo terminado los calzoncillos, los envolvió en el pañuelo, y muy contento, fue a llevárselos él mismo al propietario de la casa.

No es necesario decir, ¡oh Emir de los Creyentes! que la joven se había puesto de acuerdo con su marjido para burlarse del infeliz de mi hermano y hacerle las más sorprendentes jugarretas. Porque cuando mi her- mano le presentó los calzoncillos al propietario de la casa, éste hizo como que iba a pagarle, pero inme- diatamente apareció en la puerta la linda cara de la mujer, sonriéndole con los ojos Y haciéndole señas con las cejas para que no cobrase. Y Bacbuk se negó en redondo a recibir nada del marido. Entonces el marido se ausentó un instante para hablar con su esposa, que había desaparecido también, y volvió en seguida junto a mi hermano y le dijo: "Para agradecer tus favores, hemos resuelto mi mujer y yo casarte con nuestra es- clava blanca, que es muy hermosa y muy gentil, y de tal suerte serás de nuestra casa." Y Bacbuk se figuró en seguida que era una excelente astucia de la mujer para que él pudiese entrar con libertad en la casa. Y aceptó en el acto. Y al momento mandaron llamar a la esclava, y la casaron con mi hermano Bacbuk.

Pero cuando llegó la noche, quiso acercarse Bacbuk a la esclava blanca, y ésta le dijo: "¡.No, no! ¡Esta noche no!" Y por mucho que lo deseara Bacbuk, no pudo darle ni siquiera un beso.

Además, el propietario de la casa había dicho a mi hermano Bacbuk que aquella noche, en lugar de dor- mir en la tienda, durmiese en el molino, que había en el sótano de la casa, a fin de que estuviesen más an- chos él y su mujer. Y como la esclava, después de resistirse, se subió a casa de su señora, Bacbuk tuvo que acostarse solo. Y al amanecer aún dormía Bacbuk; cuando entró el molinero y dijo en alta voz: "Ya ha des- cansado bastante este buey. Voy a engancharlo al molino para moler todo ese trigo que se me está amonto- nando en cantidad considerable." Y se acercó entonces a mi hermano, fingiendo confundirle con el buey, y le dijo: "¡Vaya, arriba, holgazán, que tengo que engancharte!", Y mi hermano Bacbuk no quiso hablar, tal era su estupidez, y se dejó enganchar al molino. Y el molinero lo ató por la cintura al cilindro del molino, y dándole un gran latigazo, exclamó: "¡Yallah!" Y cuando Bacbuk recibió aquel golpe, no pudo menos de mugir como un buey. Y el molinero siguió dándole grandes latigazos, y haciéndole dar vueltas al molino durante mucho tiempo. Y mi hermano mugía absolutamente como un buey, y resoplaba al recibir los esta- cazos.

Y no tardó en llegar el propietario de la casa, que, al verle en tal estado, dando vueltas y recibiendo gol- pes, fue en seguida a avisar a su mujer, y ésta envió a la esclava blanca, que desató a mi hermano y le dijo muy compasivamente. "Mi señora acaba de saber el mal trato que te han hecho sufrir, y lo siente muchísi- mo. Todos lamentamos tus sufrimientos." Pero el infeliz Bacbuk había recibido tanto palo y estaba tan mo- lido, que no pudo contestar palabra.

Y hallándose en tal estado, se presentó el jeique que había escrito su contrato de matrimonio con la es- clava blanca. Y le deseó la paz, y le dijo: "¡Concédate Alah larga vida! ¡Así sea bendito tu matrimonio! Estoy seguro de que acabas de pasar una noche feliz. Y mi hermano Bacbuk le contestó: "¡Alah confunda a los embaucadores y a los pérfidos de tu clase, traidor a la milésima potencia! Tú me metiste en todo esto para que diese vueltas al molino en lugar del buey del molinero, y eso hasta la mañana." Entonces el jeique le invitó a que se lo contase todo, y mi hermano se lo contó. Y entonces el jeique le dijo: "Todo eso está muy claro. No es otra cosa sino que tu estrella no concuadra con la estrella de la joven." Y Bacbuk le repli- có: ¡Ah, maldito! Anda a ver si puedes inventar más perfidias." Después mi hermano se fue y volvió a me- terse en su tienda, con el fin áe aguardar algún trabajo que le permitiese ganar el pan, ya que tanto había trabajado sin cobrar.

Y mientras estaba sentado, hete aquí que se presentó la esclava blanca, y le dijo: "Mi ama te quiere mu- chísimo, y me encarga te diga que acaba de subir a la azotea para tener el gusto de contemplarte desde el tragaluz." Y efectivamente, mi hermano vió aparecer en el tragaluz a la joven, deshecha en lágrimas, y se lamentaba y decía: "¡Oh querido míol ¿por qué me pones tan mala cara y estás tan enfadalo que ni siquiera me miras? Te juro por tu vida que cuanto te ha pasado en el molino ha hecho a espaldas mías. En cúanto a esa esclava loca, no quiero que la mires siquiera. En alelante, yo sola seré tuya," Y mi hermano Bacbuk le- vantó entonces la cabeza y miró a la joven. Y esto le bastó para olvidar todas las tribulaeianes pasadas y pa-

ra hartar sus ojos contemplando aquella hermosura. Después se puso a hablarle por señas, y ella con él, hasta que Bacbuk se convenció de que todas sus desgracias no le habían pasado a él, sino a otro cualquiera. Y con la esperanza de ver a la joven, siguió cortando y cosiendo camisas, calzoncillos, ropa interior y ro-

pa exterior, hasta que an día fue a buscarle la esclava blanca, y le dijo: "Mi señora te saluda. Y como mi amo y esposo suyo se marcha esta noche a un banquete que le dan sus amigos, y no volverá hasta par la mañana, te aguardará impaciente mi señora para pasar contigo esta noche entre delicias." Y el infeliz Bacbuk estuvo a punto de volverse loco al oír tal noticia.

Porque la astuta casada había combinado un último plan, de acuerdo con su marido, para deshacerse de mi hermano, y verse libres, ella y él, de pagarle toda la ropa que le habían encargado. Y eI propietario de la casa había dicho a su mujer: "¿Cómo haríamos que entrase en tu aposento para sorprenderle y llevarle a ca- sa del walí?" Y la mujer contestó: "Déjame obrar a mi gusto, y lo engañaré con tal engaño y lo com- prometeré en tal compromiso, que toda la ciudad se ha de burlar de él."

Y Bacbuk no se figuraba nada de esto, pues desconocía en absoluto todas las astucias y todas las embos- cadas de que son capaces las mujeres. Así es que, llegada la noche, fue a buscarle la esclava, y lo llevó a las habitaciones de su señora, que en seguida se levantó, le sonrió, y le dijo: "¡Por Alah! ¡Dueño mío, qué an- sias tenía de verte junta a mí!" Y Bacbuk contestó: "¡Y yo también! ¡Pero démonos prisa, y ante todo, un beso! Y en seguida..." Pero aún no había acabado de hablar, cuando se abrió la puerta y entró el marido con dos esclavos negros, que se precipitaron sobre mi hermano Bacbuk, lo ataron, lo arrojaron al suelo y empe- zaron por acariciarle la espalda con sus látigos. Después se le echaron a cuestas para llevarle a casa del wa- lí. Y el walí le condenó a que le diesen doscientos azotes, y después le montaran en un camello y le pasea- ran por todas las calles de Bagdad. Y un pregonero iba gritando: "¡De esta manera se castigará a todo hom- bre que asalte a la mujer del prójimo!"

Pero mientras así paseaban a mi hermano Bacbuk; se enfureció de pronto el camello y empezó a dar grandes corcovas. Y Bacbuk, como no podía valerse, cayó al suelo y se rompió una pierna, quedando cojo desde entonces. Y Bacbuk, con su pata rota, salió de la ciudad. Pero me avisaron de todo ello a tiempo, ¡oh Príncipe de los Creyentes! y corrí detrás de él, y le traje aquí en secreto, he de confesarlo, y me encargué de su curación, de sus gastos y de todas sus necesidades: Y así seguimos"

Y cuando hube contado esta hístoria de Bacbuk; ¡oh mis señores! el califa Montasser-Billah se echó a reír a carcajadas, y dijo: "¡Qué bien la contaste! ¡Qué divertido relato!" Y yo repuse: "En verdad que no merezco aún tanta alabanza tuya. Porque entonces, ¿qué dirás cuando hayas oído la historia de cada uno de mis otros hermanos? Pero temo que me tomes por un charlatán indiscreto." Y el califa contestó: ¡Al contra- rio; barbero sobrenatural! Apresúrate a contarme lo que ocurrió a tus hermanos, para adornar mis oídos con esas historias que son pendientes de oro, y no temas mirar en pormenores, pues juzgo que tu historia ha de tener tantas delicias como sabor.» Y entonces dije:

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