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En la noche

Habíamos recogido todo y ya estábamos en el Jet, no sabía si era buena idea llevarla, y más porque ella no sabe ni defenderse todavía, pero es insoportable estar más tiempo aquí, mucho me demoré en decidirme. No le dije nada a Juliana, lo haré cuando ya esté al otro lado, porque conociéndola, es capaz de venir al aeropuerto y subirse en una de las alas del avión para hacerme bajar. Debo dar una excusa que la tranquilice. 

Me quedé examinando a Daisy, ha estado extraña luego del entrenamiento, no me ha dirigido palabra alguna. No sé si está molesta por lo que sucedió, o le sucede algo más. Ella es muy extraña. Como me molesta no descifrar esas expresiones que a veces hace. Si le pregunto si está bien, pensará que me preocupo por ella, y no es así; en realidad me da lo mismo lo que tenga, pero es frustrante poder interpretarlos a todos y a ella no.

—¿Ya está bien tu nariz?— le pregunté para romper el silencio que había.

—Sí, está bien.

—¿Habías viajado antes?

—Hace unos años.

—¿Estás nerviosa?

—No, claro que no— sonrió. Se limitó a responder lo único que le preguntaba.

Tenía la misma expresión que tenía en la casa de mi hermana. Recuerdo que se le fue al estar cerca de Alan. ¿Será que tiene alguna necesidad de estar con un hombre, quizá, uno de su edad? A mí me rechaza, así que no puedo ofrecerme. A las mujeres debe darle ese tipo de ganas y calenturas también, quizá debería llevarla a algún sitio y que escoja alguien de su gusto. Puede ser esa la razón de sus cambios de ánimo. Debe tener mucho estrés con lo de su familia, supongo que es algo normal en una persona.

Al llegar, fuimos directo a mi casa y ella se quedó viéndola, se veía sorprendida.

—No sabía que tenías una casa tan grande, parece de película.

—Es una casa normal.

—¿A esto le llamas normal?

—No le veo nada de otro mundo.

—¿Cómo pudiste comprar una casa así?

—Matando a mucha gente— me miró sorprendida y sonreí.

—¿Hablas en serio?

—Sí.

—No sabía que estaría viniendo hoy, Señor— Keny caminó hacia nosotros y se quedó mirando a Daisy.

—¿Debo avisarte cuando venga de vuelta a mi casa?

—No, señor.

—Te presento a Juliana, mi hermana— Daisy me miró, y luego de haber caído en tiempo, fijó su mirada en Keny.

—Mucho gusto, Sr. Keny.

—El gusto es mío, Srta. Juliana. Bienvenida.

No confío en Keny y no podía decirle que es la chica a la que mandé a investigar; aunque no creo que se acuerde o eso espero.

—Lleva las maletas a la habitación y que preparen la comida— le ordené.

—Sí, señor— Keny se fue y nos dejó a solas.

—¿Por qué me llamaste Juliana?

—Luego te explico.

—Está bien.

—Por lo pronto, ve a tu habitación, báñate y vístete, que ya mismo vamos a salir.

—¿A esta hora?

—Sí, te llevaré a la habitación— subimos las escaleras y la llevé—. Es mucho más cómoda que la otra casa, tiene su propio baño, la cama es mucho más grande y el armario también. Luego te llevaré a comprar más ropa, así que ve a bañarte. Te espero en la mesa.

—Gracias, John.

—Es la segunda vez que te escucho decir esa palabra, y realmente se escucha rara viniendo de ti— salí de la habitación.

Se parece tanto a Juliana cuando hace esa expresión serena y dice eso. Me fui a bañar, y al salir, me puse otro gabán, es como más cómodo me siento. Bajé y me senté en la mesa, esperando a que Daisy bajara.

—¿Piensa reunirse con su socio en esta semana, señor?

—Todo sigue igual, Keny. Por otro lado, no pienso viajar de vuelta, al menos, no por ahora.

—¿Por qué su hermana no vino con sus hijos?

—¿Y de cuándo acá debo darte explicaciones a ti?

—Disculpe, señor.

—Te he dicho que no hagas preguntas innecesarias, pero parece que no te ha quedado claro.

—No volverá a suceder, Señor.

Vi a Daisy bajar las escaleras y me quedé mirándola, sin duda se veía distinta. Desde ese día en el centro comercial no la veo en pantalones, y realmente le quedaban bien. Su pelo negro lo dejó suelto y caía más abajo de sus codos. No sé qué se hizo, pero se veía mucho más largo. Su estatura seguía igual, es claro que a estas alturas, eso no va a cambiar. Se unió a la mesa y bajó la mirada.

—¿Te pasa algo?

—No. ¿Está bien la ropa? No sé a dónde vamos, por eso preferí vestirme casual.

—Estás bien así, no hay problema con eso— al final de cuentas, esa ropa no va a durar mucho puesta.

—Come, para poder irnos— asintió con su cabeza y comenzó a comer.

Normalmente come rápido, pero hoy estaba comiendo pausado. Sigo repitiendo que es inquietante no saber qué le sucede.

Al terminar de comer, la llevé a uno de mis negocios. Debo presentarla ante todos como mi hermana, es la mejor manera para que crean que es muy cercana a mí, y por otro lado, Juliana saldría de la lista de mis enemigos y la atención sería para Daisy.

—Bienvenido, Señor— me dijo Roxanna.

—Ven aquí, Roxanna. Prepara a los escort y que vengan aquí de inmediato.

—Lo que ordene, señor— Roxanna reunió a los escort y les presenté a Daisy, ella se veía nerviosa.

—¿Cuál te gusta?— le pregunté.

—¿Cómo que cuál me gusta?— preguntó confundida.

—¿Cuál de ellos te gusta para pasar la noche?

—¿Tú me estás pidiendo que me acueste con uno de ellos?— su puso seria.

—¿Quieres dos? También puedes tener dos si quieres, solo escoje.

—Tú no puedes estar hablando en serio, John.

—Ya sé que debes tener esas ganas, ¿y qué mejor que aliviarlas? Hay para todos los gustos. ¿No me digas que no te gusta ninguno?— se quedó en silencio, y bajó la mano a su pantalón—. Dime tus gustos, y te encuentro al que quieras. ¿Deseas que traiga a Alan?

—¡Eres un idiota!— gritó.

—¿Qué dijiste?

—Me escuchaste bien, no te hagas el sordo. ¿Qué tipo de mujer crees que soy?

—Una mujer común y corriente, que siente y padece. ¿Me dirás qué no sientes ganas de estar con alguien? No tienes que avergonzarte, eso les pasa a todas. ¿Verdad, Roxanna?

—Por supuesto, yo te puedo ayudar a escoger, muñeca — Roxanna trató de acercarse a Daisy, pero ella retrocedió.

—No me toques y vete a la mierda— me miró de reojo y se dio la espalda para irse a una de las mesas y sentarse. ¿Ahora qué hice mal?

—¡Sigan trabajando!— les dije a los escorts —. Ve a la habitación y espérame allá, Roxa.

—Está bien—Roxa se fue.

Caminé hacia Daisy y me senté en la mesa con ella.

—¿Me vas a decir qué sucede ahora? ¿Cómo te atreves hablarme así frente a todos? Agradece que no te arrastré como debía.

—¿Cómo te atreves tú a traerme a este lugar para que me acueste con un hombre? ¿Tan necesitada te parezco? Si te gusta este tipo de lugares para satisfacer tus deseos estúpidos, pues es tu problema, pero no a todos nos gusta esta basura.

—Realmente no te entiendo, mujer.

—Tú nunca entiendes nada, ni me interesa que lo hagas. Espero sea la última vez que hagas una tontería como esta.

—A mí no me des órdenes, mocosa. Tú aquí no mandas nada. No te olvides lo que acordamos. Voy a recibir mis servicios, tú quédate aquí entonces, a menos que quieras entrar conmigo.

—¡Púdrete!

—No te atrevas a irte de aquí— le dije levantándome de la silla, y ella recostó su cabeza sobre la mesa—. Mocosa— le jalé un mechón de pelo antes de irme.

Entré a la habitación con Roxanna.

Yo no comprendo a esa mujer. ¿Qué tipo de mujer rechaza a unos escorts? ¿Acaso es lesbiana o qué? Eso explicaría muchas cosas.

—¿El mismo servicio, John?— preguntó Roxanna.

—Sí.

—¿Por qué luces tan pensativo? ¿Son los negocios o es esa mujer?

—¿Cómo se puede comprobar si una mujer es lesbiana?

—Poniéndole una mujer de frente, ¿Cómo más? — sonrió—. ¿Es ella lesbiana?

—¿Y yo qué sé?

—Si tratas de besarla o tocarla y muestra una expresión de asco, también puedes averiguarlo— las veces que la he tocado no ha mostrado cara de asco, ni tampoco cuando la besé. Maldición, esa mujer me confunde.

—No pensemos en tonterías. Terminemos rápido, que la mocosa está afuera.

—Lo que ordenes.

Nada fue lo mismo; esa sensación que tuve ese día, no la tengo con ninguna zorra. Ahora entiendo lo que decía mi padre sobre las vírgenes. Me pregunto si aún se siente igual que ese día. Si continuaba, quizá, hubiera saciado las ganas allí, y no estuviera aquí deseando una oportunidad más. Quisiera sentir esos temblores que su cuerpo hacía o la suavidad de su piel, ese perfume tan dulce y empalagoso, o escuchar su voz entrecortada, esa expresión de dolor y esa carita tan dulce, la hacía ver muy irresistible. Me hace desear causarle mucho dolor, solo para eso. Me he enfermado más por su culpa. ¿Está mal desear profanar su cuerpo?

—¿Estás bien, John? — preguntó Roxanna—. Has estado pensativo mientras lo hacíamos; si necesitas hablar, puedes hacerlo conmigo.

—No, no tengo nada que hablar. Ya me tengo que ir, ahí tienes el dinero sobre la mesa. Como siempre, gracias por tus servicios— me levanté de la cama, me arreglé el pantalón y salí.

Busqué a Daisy en la mesa, pero no estaba. Miré para todos partes, pero no la vi. ¿Dónde mierda se metió?

—¿Has visto a Juliana, la chica con la que vine?— le pregunté a uno de los empleados.

—Sí, señor. Subió las escaleras.

Subí las escaleras y fui piso por piso, pero no la encontré; el último sitio que debía buscar era en la terraza. No creí que pudiera estar ahí, pero aún así fui, y ahí fue donde la encontré. Al escuchar la puerta, se giró rápidamente hacia mí. Estaba cerca del borde, mirando no sé qué cosa.

—¿Qué hacías aquí?— le pregunté, a lo que bajó la cabeza, y unió sus manos.

—¿No podía estar aquí? Estaba cansada de esperar afuera— su voz se escuchaba temblorosa y sus manos se veían igual.

—¿Qué te pasa?

—Nada.

—¿Y por qué tiemblas? ¿Tienes frío? Entremos.

—No, no quiero entrar.

—¿Por qué? Tenemos que irnos.

—No, todavía no.

—¿Tienes algo que hacer?— se veía muy nerviosa y no entendía qué pasaba, quise acercarme a ella y retrocedió.

—No, no te acerques ahora.

—¿Por qué no quieres que me acerque?— arqueé una ceja—. No estoy para juegos, mocosa. Ya vámonos— me acerqué más y ella retrocedió, al hacerlo tropezó, casi se cae, pero actué más rápido y le agarré el brazo, jalándola hacia mí; casi muero de un infarto—. ¿¡Estás loca!?— le grité por el susto. Si no llegaba a actuar rápido se hubiera caído. Su cuerpo estaba helado y temblando, sus ojos estaban rojos, ¿Acaso estaba llorando?—. ¿Estabas llorando?

—No— apretó mi traje y quería alejarla de mi, pero al ver que estaba temblando tanto, no tuve otro remedio que dejarla. Supongo que esta vez sí sentí algo de lástima por ella.

—Vámonos a la casa.

—No quiero irme todavía.

—¿Qué te pasa?

—Tuve un accidente y necesito ir a la farmacia.

—¿Farmacia? — pregunté, y asintió con su cabeza—. ¿Para qué?— bajó su cabeza, y llevé mi mano a su mentón—. Si no me dices las cosas, no tengo cómo saberlo.

—Te vas a burlar de mi.

—¿Burlarme?

—Sí.

—Te prometo que no me voy a burlar, solo dime.

—¿Lo juras?

—Sí, mocosa.

—Acabo de caer en mis días.

—¿Y eso qué?

—Me manché el pantalón.

—¿Por qué no fuiste al baño?

—Me di cuenta muy tarde, y no quería desaparecer de la mesa y que no me encontraras.

—Para algunas cosas eres como una niña — reí.

—Dijiste que no te ibas a reír.

—No me estoy riendo de eso. Vamos a la farmacia y problema resuelto.

—Pero no puedo salir así— la alejé un poco de mi y me quité el gabán.

—Ponte esto y listo.

—Gracias— se tapó con el.

¿Realmente no se atrevía a decirme eso? ¿Por qué es tan vergonzoso? ¿No es algo normal en una chica? Esta mujer es tan rara o es que el raro soy yo, ya no sé ni qué pensar.

Próximo capítulo