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EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 8 - Los fabulosos barcos fluviales llegan a Virolando (27)

Los fabulosos barcos fluviales llegan a Virolando (27)

El No Se Alquila había permanecido anclado cerca de la orilla derecha, unos pocos kilómetros más arriba de la entrada del lago. Goering fue llevado a Aglejo por la lancha Prohibido Fijar Carteles. Clemens envió sus disculpas a La Viro por no acudir inmediatamente a su encuentro. Desgraciadamente, dijo, un compromiso anterior le retenía a bordo. Pero mañana a última hora o posiblemente pasado mañana, acudiría al templo.

Goering había suplicado a Clemens que efectuara algún intento de paz con el Rey

Juan. Clemens, como Hermann había esperado, se negó.

El acto final de este drama ha sido pospuesto demasiado tiempo. El maldito entreacto lleva ya cuarenta años. Ahora nada va a detener que se alce el telón.

Esto no es un teatro dijo Hermann. La sangre que se derrame será sangre real. El dolor que se sienta será dolor real. Las muertes no serán fingidas. ¿Y para qué?

Para dejar arregladas las cosas dijo Clemens. No deseo seguir hablando de eso. Chupó rabiosamente su enorme cigarro verde. Goering lo bendijo silenciosamente con

sus tres dedos en el gesto de la Iglesia y abandonó la timonera.

Durante todo el día el barco había ido siendo preparado. Las gruesas placas de duraluminio con las pequeñas escotillas fueron aseguradas sobre las ventanas. Gruesas puertas de duraluminio fueron aseguradas en las entradas externas de los corredores y pasillos. Fueron comprobadas las municiones. Las ametralladoras de vapor fueron accionadas un breve intervalo. La elevación y los movimientos verticales y horizontales de los cañones de 88 milímetros fueron comprobados. Los cohetes fueron colocados en los tubos de lanzamiento, y la maquinaria que traería más desde las entrañas de la cubierta A fue comprobada también. El único cañón que utilizaba aire comprimido fue comprobado. Los aeroplanos fueron sacados para hacer un vuelo de prueba, una vez completamente

armados. Las lanchas fueron armadas también. Los detectores de radar, sonar y rayos infrarrojos fueron atentamente comprobados. Los puentes extensibles fueron probados una y otra vez, extendiéndolos y recogiéndolos.

Cada grupo de hombres efectuó en sus puestos una docena de ejercicios de simulación.

Después de que el batacitor y los cilindros fueran cargados por la tarde, el No Se Alquila efectuó un recorrido circular de ocho kilómetros por el lago, y se efectuaron más ejercicios. El radar barrió el lago e informó que el Rex no estaba dentro de su radio.

Antes de que la tripulación se fuera a la cama, Clemens habló con casi toda la tripulación en el gran salón. Su discurso, corto y casi enteramente serio, llegó por el sistema de altavoces a todos aquellos que estaban de guardia.

Hemos efectuado un fantásticamente largo viaje Río arriba, en busca de las fuentes de lo que quizá sea el río más largo de todo el universo. Hemos tenido nuestros altibajos, nuestras tragedias, nuestros dolores, nuestros aburrimientos, nuestras comedias, nuestras cobardías y nuestros heroísmos. Nos hemos enfrentado muchas veces a la muerte. Hemos visto morir a aquellos a quienes amábamos, aunque hemos sido recompensados por ello en cierto modo viendo también morir a aquellos a quienes odiábamos.

»Ha sido un largo, largo viaje. Hemos recorrido ciento quince millones de kilómetros. Eso es aproximadamente la mitad de los estimados doscientos treinta y dos millones de kilómetros que tiene el Río. Ha sido un largo viaje, realmente. Pero debemos seguir adelante. No vamos a detenernos ahora, con los pocos kilómetros que nos faltan.

»Todo el mundo que se ha enrolado en este barco sabía antes de firmar lo que iba a costarle el viaje en la más grande y más lujosa embarcación de todo el mundo. El o ella eran conscientes del precio del billete. Este viaje se paga al final, no al principio.

»Conozco muy bien a cada uno de vosotros, tan bien como un ser humano puede conocer a otro. Todos fuisteis seleccionados cuidadosamente, y todos vosotros habéis justificado mi elección. Habéis pasado todas mis pruebas y lo habéis hecho magníficamente. Así que tengo completa confianza en que pasaréis esta prueba final, la más dura, mañana.

»Estoy haciendo que todo esto suene como un examen de aritmética en la escuela superior o como el discurso que pronuncia un entrenador de fútbol antes de que su equipo salga al campo. Lo siento. Esta prueba, este juego, es mortal, y algunos de vosotros que estáis vivos hoy no lo estaréis cuando termine el día de mañana. Pero vosotros conocíais el precio cuando os enrolasteis, y ninguno puede pensar en renunciar ahora.

»Pero una vez termine el día de mañana...

Hizo una pausa para mirar a su alrededor. Joe Míller, sentado en una enorme silla en el estrado, parecía triste, y por sus escabrosas mejillas se deslizaban lágrimas.

El pequeño de Marbot se puso entonces en pie y alzó su vaso de licor y gritó:

¡Tres hurras por nuestro comandante, y un brindis en su honor!

Todo el mundo lanzó fuertemente sus huirás. Después de beber, el alto espadachín de enorme nariz, de Bergerac, se puso en pie y dijo:

¡Y un brindis por la victoria! ¡Sin mencionar muerte y condenación para Juan Sin

Tierra!

Sam permaneció levantado hasta muy tarde aquella noche. Durante un tiempo caminó arriba y abajo por la timonera. Aunque el barco estaba anclado, la guardia estaba al completo en la estancia. El No Se Alquila podía levar anclas y ponerse en marcha lago adentro a toda la velocidad de sus ruedas de paletas en tres minutos. Si Juan intentaba un ataque nocturno pese a sus promesas de no hacerlo, la embarcación de Sam estaría preparada para hacerle frente.

La guardia en la timonera habló poco. Sam los dejó con un buenas noches y caminó durante unos pocos minutos hasta la parte superior de la cubierta de vuelos. En la orilla

llameaban varios fuegos. Los virolandeses sabían lo que iba a producirse mañana, y estaban demasiado excitados, demasiado aprensivos, para irse a dormir como de costumbre. Un poco antes, el propio La Viro había aparecido procedente de la orilla en un bote de pesca y había solicitado permiso para subir a bordo. Clemens le había dicho, a través de un megáfono, que se sentiría honrado recibiéndole. Pero que no iba a discutir ningún asunto hasta pasado mañana. Lo lamentaba. Pero así estaban las cosas.

El enorme hombre de piel oscura y rasgos melancólicos se había marchado, aunque no sin antes bendecir a Sam. Sam se sintió avergonzado.

Ahora Sam recorría de punta a punta todas las cubiertas en los dos sentidos para comprobar que todos los centinelas estuvieran alertas. Se sintió contento con los resultados, y decidió que era una tontería perder más tiempo recorriendo el barco. Además, Gwenafra estaría esperando que fuera a la cama. Probablemente estuviera deseando hacer el amor también, porque era posible que alguno de los dos, o quizá incluso ambos, no estuvieran vivos pasado mañana. No se sentía con demasiados ánimos para ello en estos momentos, pero ella tenía algunas formas irresistibles de levantar su espíritu, entre otras cosas.

Estaba en lo cierto. Ella insistió en ello, pero cuando su falta de entusiasmo se hizo evidente, y ella no consiguió avivarlo, abandonó. No le hizo ningún reproche. Simplemente le pidió que la abrazara fuerte y le hablara. Eso era algo a lo que Sam siempre estaba dispuesto, de modo que pasaron al menos dos horas conversando.

Poco antes de que se deslizaran en el sueño, Gwenafra dijo:

Me pregunto si Burton estará en el Rex ¿No sería divertido si estuviera allá? Quiero decir peculiar, no algo para echarse a reír. Porque sería también algo horrible.

Nunca has podido superar tu afecto de niñita hacia él, ¿verdad? dijo Sam. Debió haber representado mucho para ti.

No lo sé dijo ella. Ni siquiera estoy segura de que, si lo viera ahora, me gustara. Pero, ¿y si fuera uno de los hombres del Rey Juan, y nosotros lo matáramos? Me sentiría horrible. ¿Y si hubiera alguien en el Rex al que tú amases?

No es muy probable dijo él. Y no voy a preocuparme por ello.

Pero se preocupó. Mucho después de que Gwenafra empezara a respirar pausadamente con la respiración del sueño profundo, él seguía despierto. ¿Y si Livy estuviera en el Rex? No, no podía estar allí. Después de todo, era uno de los hombres de Juan el que la había matado en Parolando. Nunca subiría a bordo de aquel barco. No, a menos que deseara matar a Juan como venganza. Y ella no haría eso. Era demasiado gentil para ello, aunque luchara ferozmente en defensa de aquellos a quienes amaba.

¿Pero venganza? No.

¿Clara? ¿Jean? ¿Susy? ¿Podía alguna de ellas estar en el Rex? Las posibilidades eran muy escasas. Sin embargo... lo matemáticamente imposible ocurre a veces. Y un misil disparado desde su barco podía matarlas. Y entonces las perdería para siempre, puesto que no había más resurrecciones.

Casi, casi, se alzó de la cama y fue a la timonera e hizo que el operador de la radio enviara un mensaje al Rex. Un mensaje diciendo que quería firmar la paz, abandonar la batalla y el odio y el deseo de venganza. Casi.

Juan nunca lo aceptaría, de todos modos. ¿Cómo lo sabía él, Sam, si no lo probaba? No. Juan era incorregible. Tan testarudo como su enemigo, Sam Clemens.

Estoy enfermo dijo Sam. Al cabo de un rato, se durmió.

Erik Hachasangrienta lo persiguió con su hacha de doble filo. Sam corrió como había corrido en tantas y tantas pesadillas acerca de aquel terrible escandinavo. Tras él, Erik gritaba:

¡Bikkja! ¡Excremento de Ratatosk! ¡Te dije que aguardaría a por ti cerca de las fuentes del Río! ¡Muere, asesino traidor! ¡Muere!

Sam despertó gimiendo, sudando, el corazón latiéndole fuertemente.

Qué ironía, qué justicia poética, qué retribución si Erik estuviera en el Rex. Gwenafra murmuró algo. Sam palmeó su desnuda espalda y dijo suavemente:

Duerme, pequeña inocente. Nunca has tenido que matar a nadie, y espero que nunca tengas que hacerlo.

Pero, en un cierto sentido, ¿no iba a ser obligada a cometer asesinato mañana?

Esto es demasiado murmuró. Tengo que dormir. Tengo que estar en buena forma física y mental mañana. De otro modo... un error por mi parte... el cansancio...

¿quién sabe?

Pero el No Se Alquila era mucho más grande que el Rex, infinitamente mejor blindado y armado, como para no vencer.

Tenía que dormir.

Se sentó bruscamente en la cama, con los ojos muy abiertos. Estaban sonando sirenas. Y por el intercom de la pared, el tercer oficial Cregar estaba gritando:

¡Capitán! ¡Capitán! ¡Despierte! ¡Despierte! Clemens saltó de la cama y corrió hacia el intercom.

Sí, ¿qué ocurre? dijo.

¿Estaba Juan lanzando un ataque? ¡El podrido hijo de puta!

¡Los operadores de infrarrojos informan que siete personas han abandonado el barco, capitán! ¡Desertores, parece!

Así que... ese pequeño discurso acerca de que todo el mundo había superado la prueba, acerca de que todos habían demostrado su valor, estaba equivocado. Algunos hombres y mujeres habían perdido su valentía. O, pensó, habían recuperado su buen sentido. Y se habían marchado. Exactamente igual a lo que había hecho él cuando se había iniciado la Guerra Entre los Estados. Tras dos semanas en los voluntarios irregulares confederados en Missouri, después de que aquel inocente transeúnte fuera abatido a tiros por uno de sus camaradas, había desertado y se había ido al Oeste.

Realmente no culpaba a ninguno de los siete. Aunque no podía permitir que nadie supiera que pensaba así, por supuesto. Tenía que adoptar un rostro de circunstancias, chillar y maldecir un poco, insultar a aquellas ratas cobardes, y así. En bien de la disciplina y la moral, tenía que hacerlo.

Aún no había entrado en el ascensor que debía conducirle arriba a la timonera cuando le llegó la revelación.

Los siete no eran cobardes. Eran agentes.

No tenían ninguna razón para permanecer a bordo y resultar quizá muertos. Tenían una tarea más elevada que Clemens y el No Se Alquila.

Se dirigió a la timonera. Las luces estaban encendidas por toda la embarcación. Varios reflectores mostraban a algunos hombres y mujeres acarreando cilindros a la orilla. Estaban corriendo, como si sus más profundos terrores hubieran tomado cuerpo y los estuvieran persiguiendo, y estuvieran a punto de atraparles.

¿Debemos disparar contra ellos? dijo Cregar.

No dijo Sam. Podríamos herir a algunos de los locales. Dejémosles marchar. Siempre podremos atraparlos después de la batalla.

Indudablemente los siete iban a buscar refugio al templo. La Viro no iba a devolverlos a

Clemens.

Sam ordenó a Cregar que pasara lista de toda la tripulación. Cuando los siete desaparecidos fueron identificados, Sam miró la lista de nombres en el mensaje de la pantalla. Cuatro hombres y tres mujeres. Todos afirmaban haber vivido después de 1983. Sus sospechas acerca de su afirmación eran válidas. Pero era demasiado tarde para hacer algo al respecto.

No. En este momento no podía emprender ninguna acción. Pero después de la batalla iba a descubrir alguna forma de conseguir apoderarse de los siete e interrogarles. Tenían que saber lo suficiente como para aclarar al menos la mitad de los misterios que lo mantenían perplejo. Quizá incluso supieran lo suficiente como para aclararlos todos.

Habló con Cregar.

Corta las sirenas. Di a la tripulación que ha sido una falsa alarma, que vuelvan todos a dormir. Buenas noches.

No fue una buena noche, sin embargo. Se despertó muchas veces, y tuvo algunas pesadillas aterradoras.

Próximo capítulo