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EL OSCURO DESIGNIO (29)

Los tambores batieron, y las trompetas de madera resonaron. Peter Frigate se despertó entre las brumas de otro sueño.

Era tres meses después de Pearl Harbour, y él era cadete en el Campo Randolph y estaba siendo triturado por su instructor de vuelo.

El teniente, un joven alto con un delgado bigote y unos grandes pies, era casi tan histérico como la abuela Kaiser.

¡La próxima vez que gire a la izquierda cuando yo le digo que gire a la derecha, Frigate, le hago aterrizar inmediatamente, interrumpiendo el maldito vuelo, y me niego a volver a subir ahí arriba con usted! ¡Puede buscarse otro instructor al que no le importe una mierda si su estúpido estudiante lo mata o no! ¡Por Cristo, Frigate, podíamos habernos matado los dos! ¿No ha visto ese avión a su izquierda? ¿Es usted un suicida?

¡La próxima vez hágalo solo, pero no cuando yo y otros dos más vengamos con usted! ¡Y

hágalo en su tiempo libre, y fuera de este campo, y no con una propiedad del gobierno!

¿Qué infiernos pasa con usted, Frigate? ¿Acaso me odia?

No he podido oírle bien, señor dijo Peter. Aunque estaba sudando dentro de sus pesadas ropas de vuelo en la sobrecalentada sala, estaba temblando, y sentía unos irresistibles deseos de orinar. Parece que mi laringófono no funciona bien.

¡Su laringófono funciona perfectamente! ¡Yo puedo oírle sin ninguna dificultad! ¡Y a sus orejas no les ocurre nada! Pasó usted su chequeo médico hace tan sólo dos semanas, ¿no? ¡Todos ustedes, mierda de cadetes, son examinados cuando son transferidos aquí! ¿Usted no lo ha sido?

Peter asintió y dijo:

Sí, señor, al igual que usted.

El teniente, con el rostro enrojecido y los ojos saltones, se lo quedó mirando.

¿Qué quiere decir con esto? ¿Está insinuando que yo también he sido una mierda de cadete?

No, señor dijo Peter, sintiendo el sudor gotear por sus sobacos. Nunca me atrevería a decir «mierda» refiriéndome a usted, señor.

¿Entonces qué es lo que diría? dijo el teniente, casi gritando.

Peter miró por el rabillo del ojo a los otros cadetes e instructores. La mayoría de ellos no prestaban atención, o pretendían no hacerlo. Algunos estaban sonriendo.

Nunca diría nada dijo Peter.

¿Qué? ¿Porque no vale la pena mencionarme, por eso? Frigate, ¡está empezando a exasperarme! No me gusta su actitud ni en tierra ni en el aire. ¡Pero volvamos al tema aunque usted intente evitarlo! ¿Por qué infiernos no podía oírme cuando yo sí podía oírle a usted? ¿Es acaso porque no deseaba usted oírme?

»¡Bien, eso es peligroso, Frigate! Y aterrador también. ¡Usted me aterra horriblemente!

¿Sabe cuántos de esos BT12 de rechonchas alas entran en barrena cada semana? Esos hijos de puta tienen predilección por entrar en barrena, cadete. Incluso cuando un instructor le dice a su estudiante sesos de mono que entre en barrena deliberadamente, y mantiene su mano en la barra del timón listo para tomar el control, ¡a veces esos hijos de puta se niegan a salirse de ella!

»Así que puedo asegurarle que cuando le digo que gire a la derecha no tengo la intención de hacerle entrar en barrena y pillarle así desprevenido. ¡Podemos encontrarnos todos a seis metros bajo tierra antes de que yo pueda frenar la caída! De acuerdo, ¿qué es lo que pasa con sus orejas?

No lo sé dijo Peter miserablemente. Quizá sea cera. Siempre se me forma cera en los oídos. Es una cosa de familia, señor. Tengo que ir a que me saquen tapones de cera cada seis meses.

¡Voy a sacarle más cosas que cera, amigo, y no solamente de sus orejas! ¿No examinó sus orejas el doctor? ¡Seguro que lo hizo! ¡Así que no me cuente que es cera!

¡Simplemente no quiere oírme! ¿Y por qué? ¡Dios sabe por qué! ¿O quizá me odia tanto que no le importa morir también con tal de que yo venga con usted? ¿Es eso?

Peter no se hubiera sorprendido de ver al teniente sacando espuma por la boca.

No, señor.

¿No, señor, qué?

No, señor, a todo lo que ha dicho.

¿Quiere decir que lo está negando todo? ¿Qué no giró a la izquierda cuando yo le dije que girara a la derecha? ¡No me llame mentiroso!

No, señor.

El teniente hizo una pausa, luego dijo:

¿Por qué está sonriendo, Frigate?

No sabía que estuviera sonriendo dijo Peter. Aquello era cierto. Se sentía realmente desmoralizado, tanto mental cono físicamente. ¿Por qué debería sonreír?

¡Está loco, Frigate! gritó el teniente. Un capitán, de pie frente a él, frunció el ceño. Pero no hizo nada por intervenir No quiero verle de nuevo, Frigate, hasta que me traiga un certificado de un doctor de que sus orejas están bien. ¿Ha oído eso?

Peter asintió.

Sí, señor, lo he oído.

Se quedará en tierra hasta que yo tenga ese informe. Pero lo quiero aquí a la hora del vuelo, mañana, cuando subamos de nuevo ahí arriba. ¡Qué Dios me ayude!

Sí, señor dijo Peter, y casi saludó. Aquello hubiera podido ser otra excusa para una nueva andanada del instructor. No se saludaba en la sala de vuelos.

Miró hacia atrás mientras revisaba su paracaídas. El capitán y el teniente estaban hablando animadamente. ¿Qué estarían diciendo de él? ¿Que había que quitárselo de encima?

Quizá fuera lo mejor. Realmente, no podía oír a su instructor. Sólo la mitad de las frenéticas palabras del teniente le llegaban inteligiblemente por el laringófono. No era debido a la cera. Ni a la altitud. Ni a nada físicamente deficiente en su audición.

Pasarían años antes que comprendiera que él simplemente no deseaba oír al teniente.

Él tenía razón dijo Peter.

¿Quién tenía razón? dijo Eve. Estaba sentada en la cama, apoyada en un brazo, mirándole. Su cuerpo estaba cubierto con gruesas toallas multicolores unidas entre sí, y la capucha enmarcaba aún su rostro.

Peter se sentó y se desperezó. El interior de la cabaña estaba oscuro; los tambores y las trompetas a lo largo de la orilla sonaban débilmente. Más cerca, un vecino estaba aporreando su tambor hecho de piel de pez y bambú como si estuviera intentando despertar al mundo entero.

Nada.

Estabas gruñendo y murmurando.

La Tierra está siempre con nosotros dijo él, y la dejó que imaginara por si misma lo demás. Tomó consigo el orinal de noche para llevarlo al depósito vecino, que se hallaba a un centenar de pasos de distancia. Allí saludó a un buen número de hombres y mujeres, todos realizando la misma tarea. Vaciaron el contenido de los orinales en un gran carro de

bambú. Tras el desayuno, sería arrastrado fuera del edificio por un equipo de hombres y llevado hasta las colinas al pie de las montañas. Allí los excrementos serian tratados para obtener potasio para la pólvora negra. Frigate trabajaba allí dos días al mes, y cuatro días en las torres de centinela.

Había una piedra de cilindros justo al otro lado de la colina donde se asentaba su cabaña. Normalmente, él y Eve llevaban sus cilindros allá. Aquella mañana, sin embargo, deseaba charlar con la tripulación del barco que había llegado durante la noche. Eve no objetaría nada si iba solo hasta allá, puesto que ella tenía que terminar una serie de collares hechos de vértebras de pez cornudo y huesos espiralados de varios colores, que tenían una gran demanda como ornamentos. Ella y Frigate los vendían a cambio de tabaco y licor y pedernal. Frigate también fabricaba bumerangs y, ocasionalmente, piraguas y canoas.

Frigate llevaba su cilindro en la mano izquierda y su lanza de tejo con punta de pedernal en la otra. Un cinturón de piel de pez atado a su cintura contenía una funda con un hacha de cuarzo. Un carcaj de flechas, con punta de pedernal y plumas hechas con delgados huesos finamente tallados, colgaba de su hombro. Un arco de tejo, envuelto en papel de bambú, estaba atado al carcaj para protegerlo de la humedad de primera hora de la mañana.

El pequeño estado del que era ciudadano, Ruritania, no estaba en guerra ni bajo amenaza de guerra. La ley que requería que todo el mundo tuviera sus armas a mano era un recuerdo de los viejos días de turbulencia. A las leyes obsoletas les costaba tanto morir aquí como en la Tierra. La inercia social estaba en todas partes, aunque su resistencia al cambio variaba de estado a estado.

Frigate caminó entre las cabañas esparcidas por la llanura. Centenares de personas, cubiertas como él de cabeza a pie contra el frío, se le unieron. Casi medía hora después de la Salida del sol, empezaron a quitarse sus prendas. Mientras comían el desayuno, Frigate miró en busca de rostros nuevos Había quince, todos ellos de la recién llegada goleta, la Abigarrado. Estaban sentados formando un grupo, comiendo charlando con aquellos que se mostraban interesados en los extranjeros. Peter se sentó con ellos para observar y escuchar.

El capitán, Martín Farrington, conocido también como el Frisco Kid, era un hombre musculoso de mediana altura. Su rostro agraciado parecía irlandés. Su pelo tenía un color rojo bronce y era muy rizado; sus ojos, grandes y azul profundo; su mandíbula, fuerte. Hablaba enérgicamente, sonriendo menudo, soltando chistes sin cesar. Su Esperanto era fluido pero no perfecto, y era evidente que prefería el inglés.

Su segundo de a bordo, Tom Rider, conocido también como Tex, medía aproximadamente unos cinco centímetros menos que Frigate, cuya estatura era de metro ochenta.

Era lo que los escritores de las revistas pulp de los años jóvenes de Frigate llamaban un hombre «rudamente hermoso». No tan musculoso como el capitán, se movía rápida pero graciosamente con una confianza que Frigate envidiaba. Su oscuro pelo era recio, y su bronceada piel tan morena que hubiera podido pasar por un indio onondaga. Su Esperanto era perfecto, pero, como Farrington, le complacía encontrar algunos que hablaran inglés entre su auditorio. Su voz era la de un agradable barítono que combinaba el hablar arrastrado del sudoeste con la pronunciación del medio Oeste.

Frigate aprendió mucho acerca de la tripulación simplemente escuchando sus desenfadados relatos sobre sí mismos. Formaban la habitual heterogénea colección que podía encontrarse en los grandes barcos que vagaban arriba y abajo por el Río. La mujer del capitán era una caucasiana sudamericana del siglo XIX; la del segundo de a bordo una ciudadana de la ciudad romana de Afrodita del siglo II después de Cristo. Frigate recordó que sus ruinas habían sido descubiertas por los arqueólogos en Turquía allá por los años 1970.

Dos miembros de la tripulación eran árabes. Uno era Nur elMusafir (El viajero). El otro había sido la esposa de un capitán de una nave de Arabia del Sur que había comerciado con el imperio sudafricano de Monomotapa en el siglo XII después de Cristo.

El tripulante chino había terminado su vida terrestre ahogándose cuando la flota invasora de Qubilay Kan fue destruida por una tormenta en su camino al Japón.

Había dos representantes del siglo XVIII, Edmund Tresillian, un originario de Cornualles que perdió una pierna en 1759 durante la captura, por parte de la Vestal de Hood, de la nave francesa Bellona, a la altura del cabo Finisterre. Sin pensión, y con una mujer y siete hijos, se vio reducido a la mendicidad. Sorprendido robando una bolsa, había muerto de fiebres en prisión mientras esperaba la celebración de su juicio. El segundo hombre,

«Pelirrojo» Cozens, había sido guardiamarina del Wager, un mercante reconstruido que efectuaba su comercio con las Indias Orientales y que acompañó a la flotilla del almirante Anson en su viaje alrededor del mundo. Se había hundido frente a las costas de Patagonia. Tras innumerables sufrimientos y privaciones, parte de su tripulación había vuelto a la civilización, donde el gobierno español en Chile los mantuvo en prisión durante un cierto tiempo. Sin embargo, el pobre Cozens fue muerto de un disparo por el capitán Cheap, que le tomó erróneamente por un amotinado, pocos días después del naufragio.

John Byron, el abuelo del poeta, también un guardiamarina por aquel entonces, había criticado a Cheap por esto en La narración del Honorable John Byron (comodoro en la última expedición alrededor del mundo), conteniendo un relato de las grandes penalidades sufridas por él mismo y sus compañeros en las costas de Patagonia, desde el año 1740 hasta su llegada a Inglaterra en 1746, etc., Londres, 1768.

Frigate había poseído una primera edición de este libro, en el que había encontrado la descripción de un animal encontrado por Byron que tenía que ser un perezoso gigante.

Le hubiera gustado encontrarse con Byron. El hombrecillo tuvo que ser increíblemente resistente como para sobrevivir a esas experiencias. Más tarde, había llegado a almirante, siendo apodado «Capitán Mal Tiempo» por sus marineros. Cada vez que se hacía a la mar, su flota era alcanzada por alguna terrible tormenta.

Otros miembros interesantes de la tripulación eran un millonario de Rhode Island de finales del siglo XX que había sido patrón de yate, un turco del siglo XVIII, un segundo contramaestre que había muerto de sífilis, una enfermedad común en su tiempo entre los marineros; y Abigail Rice, esposa terrestre de un primer contramaestre de principios del siglo XIX en un ballenero de New Bedford. Binns, el patrón de yate, y Mustafá, el turco, estaban obviamente enamorados el uno de otro.

Como Peter descubriría más tarde Cozens, Tresillian y Chang compartían a Abigail Rice. Eso hizo a Frigate preguntarse a qué se dedicaría la mujer mientras su esposo se pasaba de dos a tres años cazando ballenas. Quizá a nada que no tuviera derecho a hacer. Quizá había sido tan reprimida sexualmente en la Tierra que aquí había estallado.

Y luego estaba Umslopogaas, Pogaas para abreviar. Era un swazi, hijo de un rey de esa nación sudafricana que había sido enemiga del gran pueblo zulú. Había vivido durante la expansión de los británicos y los boers y las conquistas del sanguinario genio militar, Shaka. En la Tierra, había matado doce guerreros en duelos; aquí, al menos a cincuenta.

Hubiera pasado inadvertido por la historia, pese a sus proezas guerreras, de no haber formado parte, ya en su edad madura, de la expedición de sir Theophilus Shepstone. Con Shepstone iba un hombre joven, H. Rider Haggard, que se sintió muy atraído por el altivo aspecto y las extraordinarias historias del viejo swazi. Haggard iba a inmortalizar a Umslopogaas en tres novelas, Nada el lirio, Ella y Allen, y Allan Quatermain. Sin embargo, convirtió al swazi en un zulú, lo cual no debió gustar mucho a su modelo.

Ahora Pogaas estaba al lado del barco, apoyándose en un hacha de pedernal de largo mango. Era alto y delgado, y sus piernas eran extraordinariamente largas. Sus rasgos no eran negroides sino camíticos, labios delgados, nariz de halcón, pómulos altos. Parecía

bastante amistoso, pero había algo en su comportamiento que decía a todo el mundo excepto a los más indiferentes que no podía confiarse mucho en él. Era también la única persona de la tripulación que no colaboraba en el manejo del barco. Su especialidad era la lucha.

Frigate oyó sonar campanillas cuando descubrió la identidad de aquel hombre.

¡Imagínense! ¡Umslopogaas!

Después de hablar con varios miembros de la tripulación, Frigate fue al encuentro de los dos oficiales. Por lo que estos le dijeron, no tenían prisa alguna por llegar a ningún lugar. El capitán, sin embargo, comentó que le gustaría alcanzar las fuentes del Río algún día. Lo cual, dijo, sería dentro de un centenar de años o así.

Frigate se decidió por fin a preguntarle al capitán acerca de sus orígenes terrestres. Farrington dijo que había nacido en California, pero no dio ni la fecha ni el lugar de su nacimiento. Rider dijo que él había nacido en Pensilvania en 1880. Si, de hecho, había pasado mucho tiempo, la mayor parte de su vida, en el Oeste.

Frigate dejó escapar una ahogada exclamación. Había pensado que ambos hombres le eran familiares. Sin embargo, llevaban el pelo más largo que en la Tierra, y la ausencia de sus ropas terrestres les proporcionaba un aspecto distinto. Lo que Rider necesitaba era un gran sombrero blanco de ala ancha, un traje estilo Oeste con muchos adornos, y un par de botas de vaquero con espuelas. Y un caballo al que montar.

Cuando niño, Frigate lo había visto con ese atuendo y montado en un caballo. Eso había sido durante un desfile precediendo a un circo... ¿Sells y Floto? No importaba. Frigate estaba con su padre en la calle Adams, justo al sur del tribunal de justicia, y esperaba ansiosamente a que su héroe favorito de las películas del Oeste apareciera cabalgando en su corcel. Y allí estaba el héroe, pero aquel día había bebido demasiado, y se cayó del caballo. No se hizo daño, y volvió a subirse a la silla, y siguió cabalgando entre las risas y los vítores entremezclados de los espectadores. Debió haberse quitado de encima la borrachera después de aquello, puesto que hizo una gran demostración de cabalgada y manejo del lazo en el Gran Show del Salvaje Oeste que era el número fuerte del espectáculo.

En aquella época Frigate consideraba a los borrachos como unos leprosos morales, y por ello hubiera debido sentirse completamente desilusionado con respecto a Rider. Sin embargo, su adoración por Rider era tan intensa que llegó incluso a perdonarle. ¡Qué pequeño mojigato había sido!

Frigate conocía muy bien también la cara de Farrington puesto que había visto multitud de veces su retrato en biografías y en contraportadas de sus libros. Frigate había empezado a leer sus libros a la edad de diez años, y cuando tenía cincuenta y siete había contribuido con un prólogo a una edición de los relatos de fantasía y ciencia ficción de Farrington.

Por alguna razón, ambos héroes estaban viajando con nombres falsos. El, Peter Frigate, no iba a traicionarles... no a menos que tuviera que hacerlo. No, ni siquiera entonces, pero si tenía que amenazarles con hacerlo lo haría. Haría cualquier cosa con tal de ser admitido a bordo del Abigarrado.

Al cabo de un rato, el Frisco Kid anunció que él y Tex estaban dispuestos a entrevistarse con cualquiera que deseara enrolarse como marinero. Instalaron dos sillas plegables al final del muelle, y se formó una «cola de empleo» frente a los oficiales sentados. Frigate se puso inmediatamente a la cola. Había tres hombres y dos mujeres delante de él. Aquello le daba la oportunidad de escuchar el interrogatorio y decidir lo que iba a contestarles a sus futuros patronos.

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