Después de la escuela encontré una nota pegada en la puerta del frente: granero. Metí la nota en mi bolsillo y me dirigí al patio trasero. La cerca de madera en el límite de nuestra propiedad se abría hacia un campo extenso. Un granero blanqueado estaba ubicado casi a la fuerza en el medio. Hasta este día, no estaba segura sobre a quién pertenecía el granero. Años atrás, Vee y yo habíamos soñado con volverlo nuestra casa club secreta. Nuestras ambiciones murieron rápidamente la primera vez que abrimos las puertas para encontrar un murciélago colgando de las vigas.
No había intentado entrar al granero desde ese entonces, y aún cuando esperaba poder decir que ya no estaba aterrorizada por los pequeños mamíferos voladores, me descubrí abriendo la puerta con gran vacilación.
—¿Hola? —llamé.
Scott estaba estirado sobre un deteriorado banco en el fondo del granero. Con mi entrada, él se sentó.
—¿Todavía estás enojada conmigo? —preguntó, masticando una brizna de hierba silvestre. Si no fuera por la camiseta de Metallica y los jeans deshilachados, él podría haber lucido como alguien que pertenecía detrás del volante de un tractor.
Examiné rápidamente las vigas.
—¿Viste murciélagos al entrar?
Scott sonrió.
—¿Temes a los murciélagos, Grey?
Me dejé caer en el banco junto a él.
—Deja de llamarme Grey. Me haces sonar como un varón. Como Dorian Gray.
—¿Dorian qué?
Suspiré.
—Sólo piensa en otra cosa. Un simple Nora también funciona, sabes.
—Seguro, Gomita.
Hice una mueca.
—Retiro lo dicho. Quedémonos con Grey.
—Vine a ver si tenías algo para mí. Información sobre Hank sería bueno. ¿Cree que él sabe que éramos nosotros los que espiábamos su edificio esa noche?
Estaba bastante segura de que Hank no sospechaba de nosotros. No había actuado más espeluznante de lo usual, lo cual, en retrospectiva, no decía mucho.
—No, creo que estamos seguros.
—Eso es bueno, realmente bueno —dijo Scott, haciendo girar el anillo de la Mano Negra alrededor de su dedo. Me alegraba ver que no se lo había quitado—. Quizás yo pueda salir de mi escondite antes de lo que pensaba.
—Me parece que ahora estás fuera de tu escondite. ¿Cómo supiste que yo encontraría tu nota en la puerta del frente antes que Hank?
—Hank está en su concesionario. Y sé cuándo vuelves de la escuela. No lo tomes a mal, pero he estado observándote alguna que otra vez. Necesitaba saber cuáles eran los mejores momentos para contactarte. De paso, tu vida social es patética.
—Habla por ti.
Scott rió, pero cuando no me uní, él codeó mi hombro.
—Pareces deprimida, Grey.
Exhalé pesadamente.
—Marcie Millar me nominó para la realeza del baile de Bienvenida. La votación tiene lugar éste viernes.
Él me dio uno de esos complejos saludos de mano que los chicos de las fraternidades de las universidades usan en la TV.
—Bien hecho, campeona.
Le di una mirada de puro disgusto.
—Hey. Pensé que las chicas amaban esas cosas. Comprar un vestido, arreglarse el cabello, lucir la pequeña cosa de coronación en la cabeza.
—Tiara.
—Sí, tiara. Sabía eso. ¿Qué hay para odiar?
—Me siento estúpida teniendo mi nombre en una boleta con otras cuatro chicas que realmente son populares. No voy a ganar. Sólo voy a lucir estúpida. La gente ya se pregunta si fue un error de impresión. Y no tengo una cita. Supongo que podría ir con Vee. A Marcie se le ocurrirán cientos de bromas de lesbianas, pero cosas peores podrían pasar.
Scott abrió sus brazos, como si la solución fuera obvia.
—Problema resuelto. Llévame a mí.
Puse mis ojos en blanco, de repente arrepintiéndome de tocar el tema. Era lo último sobre lo que quería hablar. En este momento, la negación parecía la única manera de seguir.
—Ni siquiera vas a la escuela —le recordé.
—¿Hay una regla acerca de eso? Las chicas en mi antigua escuela en Portland siempre estaban arrastrando a sus novios universitarios a los bailes.
—No hay una regla, en sí.
Él lo consideró brevemente.
—Si estás preocupada por la Mano Negra, la última vez que lo revisé, los dictadores Nefilim no consideraban a los bailes de secundaria humanos como una alta prioridad. Nunca sabrán que yo estuve allí.
Ante la imagen de Hank patrullando el gimnasio de la escuela, no pude evitar reír.
—Tú te ríes, pero no me has visto en un esmoquin. ¿O quizás no te gustan los chicos con pechos musculosos y abdominales de tabla de lavar?
Me mordí el labio para conquistar otra risa más alta.
—Basta de intimidarme. Estás comenzando a sonar como una reversión de la Bella y la Bestia. Todos sabemos que eres guapo, Scott.
Scott le dio un apretón afectuoso a mi rodilla.
—Nunca me oirás admitirlo de nuevo, así que escúchame. Luces bien, Grey. En una escala de uno a diez, definitivamente estás en la mitad superior.
—Eh, gracias.
—No eres el tipo de chica a la que yo hubiera perseguido en Portland, pero yo no soy el mismo tipo que era en aquel momento tampoco. Eres un poco demasiado buena para mí, y seamos honestos, un poco demasiado lista.
—Pero tú tienes la inteligencia de la calle —señalé.
—Deja de interrumpirme. Vas a hacer que pierda mi lugar.
—¿Tienes este discurso aprendido de memoria?
Una sonrisa.
—Tengo mucho tiempo en mis manos. Como decía... demonios. Me olvidé dónde estaba.
—Me estabas diciendo que puedo estar tranquila de que soy más atractiva que la mitad de las chicas en mi escuela.
—Eso es una forma de decir. Si quieres ponerte técnica, eres más atractiva que el noventa y nueve por ciento. Más o menos.
Apoyé una mano sobre mi corazón.
—No tengo palabras.
Scott se arrodilló y aferró mi mano de forma dramática.
—Sí, Nora. Sí. Iré al baile de Bienvenida contigo.
Bufé.
—Estás tan pagado de ti mismo. Nunca pregunté.
—¿Ves? Demasiado lista. De cualquier manera, ¿cuál es el gran problema? Necesitas una cita, y aunque quizás yo no sea tu opción número uno, seré suficiente.
Una clara imagen de Patch apareció en mis pensamientos, pero la aparté. Lógicamente, sabía que no había manera de que Scott pudiera leer mi mente, pero eso no aliviaba mi culpa. No estaba lista para decirle que ya no estaba trabajando exclusivamente con él para derrotar a Hank; que había enrolado la ayuda de mi ex novio, que resultaba ser dos veces más ingenioso, dos veces más peligroso, la encarnación de la perfección masculina... y un ángel caído. Lastimar a Scott era lo último que quería. De forma inesperada, me había encariñado con él. Y mientras encontraba raro que Scott hubiera decidido de repente que la complacencia fuera la manera de llegar a Hank, no tenía el corazón para decirle que no se le permitía tener una noche de diversión. Como él había dicho, el baile de Vuelta a Clases sería una de las últimas cosas en el radar de Hank.
—Okay, okay —dije, dándole un aguijonazo juguetón en el hombro—. Es una cita. —Puse una cara seria—. Pero mejor no exageres con respecto a cuán bien luces en un esmoquin.
No fue hasta más tarde esa noche que me di cuenta de que no le había contado a Scott acerca del edificio señuelo de Hank y la verdadera casa segura de los Nefilim. ¿Quién hubiera imaginado que la Vuelta a Clases sería más pesaría sobre mis pensamientos más que tropezar dentro de una barraca de Nefilim armados? Era en momentos como este que tener el número de celular de Scott hubiera sido realmente útil. Aunque pensándolo bien, no estaba segura de que Scott tuviera un celular. Los teléfonos podían ser rastreados.
A las seis me senté a cenar con mamá.
—¿Cómo fue tu día? —preguntó.
—Puedo decirte que fue absolutamente fantástico, si quieres —dije, masticando un mordisco de ziti horneada.
—Oh, querida. ¿El Volkswagen se rompió de nuevo? Fue muy generoso de Hank el arreglarlo, y estoy segura de que ofrecería su ayuda de nuevo, si se lo pidieras.
Ante la admiración ciega de mi madre por Hank, tuve que exhalar lentamente para recuperar la compostura.
—Peor. Marcie me nominó para la realeza del baile de Bienvenida. Peor aún, llegué a la boleta.
Mamá bajó su tenedor. Lucía anonadada.
—¿Estamos hablando de la misma Marcie?
—Ella dijo que Hank le contó acerca de las alucinaciones, y me ha hecho su caso de caridad. Yo no le conté a Hank acerca de las alucinaciones.
—Esa fui yo —dijo ella, pestañeando sorprendida—. No puedo creer que él compartiera esa información con Marcie. Recuerdo claramente haberle dicho que lo mantuviera privado. —Abrió la boca, luego la cerró lentamente—. Al menos, estoy casi segura de hacerlo. —Dejó sus utensilios con un tintineo—. Juro que la edad me está venciendo. No parezco recordar nada más. Por favor no culpes a Hank. Asumo la responsabilidad completa.
No podía soportar ver a mi mamá perdida y desconcertada. La edad no tenía nada que ver con su incapacidad de recordar. No tenía dudas de que Patch tenía razón; estaba bajo la influencia de Hank. Me pregunté si él le hacía trucos mentales día por día, o si le había inculcado un sentido general de obediencia y lealtad.
—No te preocupes por eso —murmuré. Tenía una pieza de ziti posada en mi tenedor, pero había perdido mi apetito. Patch me había dicho que no tenía ningún sentido intentar explicarle la verdad a mi mamá (ella no me hubiera creído), pero eso no hacía que yo no quisiera gritar con frustración. No estaba segura de cuánto más tiempo pudiera mantener la charada: comer, dormir, sonreír, como si nada estuviera mal.
Mamá dijo:
—Por esto debe ser que Hank sugirió que Marcie y tú vayan juntas a comprar un vestido. Le dije que me sorprendería mucho que tú tuvieras deseo alguno de ir al baile, pero él debe haber sabido lo que Marcie estaba planeando. Por supuesto, no tienes obligación de ir a ningún lado con Marcie —corrigió apresuradamente—. Creo que sería mucho para ti, pero claramente Hank no sabe cómo te sientes con respecto a Marcie. Creo que sueña con ver que ambas familias se lleven bien. —Soltó una risita miserable.
Considerando las circunstancias, no podía obligarme a unírmele. No sabía cuánto de lo que ella decía venía del corazón, y cuánto era dictado por los trucos mentales de Hank. Pero estaba muy claro que si ella estaba pensando en casamiento, Patch y yo necesitábamos trabajar más rápido.
—Marcie me acorraló después de la escuela y me dijo, sí, me dijo, que íbamos a ir a comprar un vestido juntas esta noche. Como si yo no tuviera absolutamente nada que decir al respecto. Pero está todo bien. Vee y yo tenemos un plan. Le mandé un mensaje de texto a Marcie y le dije que no podía ir de compras porque no tenía dinero. Luego le dije cuánto lo lamento, porque realmente quería su aporte. Ella me devolvió el mensaje y dijo que Hank le había dado su tarjeta de crédito y que ella iba a pagar.
Mamá gimió con desaprobación, pero sus ojos se arrugaron con diversión.
—Por favor dime que te crié mejor que esto.
—Ya elegí el vestido que quiero —dije alegremente—. Haré que Marcie pague por él, y luego Vee nos encontrará cuando salgamos de la tienda. Llevaré el vestido, descartaré a Marcie, e iré por rosquillas con Vee.
—¿Cómo luce el vestido?
—Vee y yo lo encontramos en Silk Garden. Es un vestido de fiesta que llega arriba de la rodilla.
—¿Qué color?
—Tendrás que esperar y verlo. —Sonreí endiabladamente—. Cuesta ciento cincuenta dólares.
Mamá descartó eso con un movimiento de su mano.
—Estaría sorprendida si Hank siquiera lo nota. Deberías ver como gasta dinero.
Me acomodé en la silla, complacida conmigo misma.
—Entonces supongo que no le molestará comprarme zapatos también.
Se suponía que me encontrara con Marcie en Silk Garden a las siete. Silk Garden era una boutique de vestidos en la esquina de Asher y la Décima. Desde el exterior se parecía a un castillo, con una puerta de roble y acero y un camino de guijarros. Los árboles estaban envueltos de luces decorativas azules. En las ventanas frontales, maniquíes modelaban vestidos lo suficientemente hermosos para comérselos. Cuando era pequeña, mis sueños de grandeza incluían volverme una princesa y reclamar Silk Garden como mi castillo.
A las siete y veinte, recorrí el estacionamiento, buscando el auto de Marcie. Marcie conducía un Toyota Rojo 4Runner, completo. De alguna manera tuve la sensación de que su palanca de cambios no se salía de lugar. Dudaba que siquiera tuviera que golpear su tablero por diez minutos enteros antes de que el motor arrancara. Y estaba dispuesta a apostar que su vehículo nunca se rompía a mitad de camino de la escuela. Eché una mirada melancólica en dirección al Volkswagen y suspiré.
Un 4Runner rojo viró hacia el estacionamiento, y Marcie salió de un salto.
—Perdón que llegue tarde —dijo, poniendo su bolso en su hombro—. Mi perro no me dejaba ir.
—¿Tu perro?
—Boomer. Los perros son gente también, sabes.
Vi mi oportunidad.
—No te preocupes. Ya miré adentro. También elegí mi vestido. Podemos hacer esto realmente rápido, y puedes volver con Boomer.
Su rostro cayó.
—¿Qué hay de mi aporte? Dijiste que valorabas mi opinión.
Sólo valoro la tarjeta de crédito de tu padre.
—Sí, sobre eso. Tenía todas las intenciones de esperarte, pero luego vi el vestido. Me habló.
—¿En serio?
—Sí, Marcie. Los cielos se abrieron y los ángeles cantaron 'Aleluya' —En mi mente, golpeé mi cabeza contra un muro.
—Muéstrame el vestido —dictó—. Te das cuenta de que tienes un tono tibio de piel, ¿verdad? El color equivocado te va a lavar.
Dentro, llevé a Marce hasta el vestido. Era un vestido de fiesta con un estampado de tartán en verde y azul marino y una falda con pliegues. La vendedora había dicho que destacaba mis piernas. Vee dijo que me hacía ver como si realmente tuviera pecho.
—Ew —dijo Marcie—. ¿Tartán? Demasiado colegiala.
—Bueno, es el que quiero.
Ella reviso el perchero, tomando uno de mi tamaño.
—Quizás luzca mejor puesto. Pero no creo que cambie de opinión.
Acarreé el vestido hacia el vestidor. Este era el vestido. Marcie podía tener una pataleta toda la noche; no iba a hacer que cambiara de opinión.
Deseché mis jeans y me deslicé dentro del vestido. No podía subir el cierre. Di vuelta el vestido y miré la etiqueta. Talle cuatro. Quizás un error honesto, quizás no. Para no darle el dedo a Marcie, metí el tejido adiposo en mi zona media dentro del vestido. Por un minuto, lució como si pudiera funcionar. Luego la realidad se asentó.
—¿Marcie? —llamé a través de la cortina.
—¿Mmm?
Le entregué el vestido.
—Talla equivocada.
—¿Demasiado grande? —Su voz estaba adornada con una excesiva inocencia.
Alejé el cabello de mi rostro con un soplido para evitar decir algo cínico.
—Un talle seis funcionará, muchas gracias.
—Oh. Demasiado pequeño.
Era bueno que yo estuviera en mi ropa interior, o me hubiera visto tentada a salir y atacarla.
Un minuto más tarde Marcie empujó un talle seis a través de las cortinas.
Detrás, pasó un vestido largo rojo.
—No es que quiera alterar la votación, pero creo que el rojo es el color. Más glamoroso.
Colgué el vestido en el gancho, le saqué la lengua, y me metí dentro del vestido de fiesta de tartán. Giré frente al espejo y formé un silencioso chillido con los labios. Me imaginé descendiendo las escaleras de la graja en la noche del baile mientras Scott miraba desde abajo. De repente no estaba imaginando a Scott.
Patch se apoyaba en la baranda, vestido con un traje a medida negro y una corbata plateada. Le di una sonrisa coqueta. Él extendió su brazo y me escoltó hacia la puerta. Olía tibio y terroso, como arena al sol. Incapaz de controlarme, tomé las solapas de su chaqueta y lo atraje para un beso.
—Podría hacerte sonreír así, y son los impuestos a las ventas.
Giré rápidamente para encontrar al verdadero Patch de pie en el vestuario detrás de mí. Vestía jeans y una ceñida camiseta blanca. Sus brazos estaban cruzados flojamente sobre su pecho, y sus ojos negros me sonreían.
Un calor que no era completamente incómodo corrió por mi cuerpo.
—Podría hacer todo tipo de bromas pervertidas en este momento —dije sarcásticamente.
—Yo podría decirte cuánto me gustas en ese vestido.
—¿Cómo entraste?
—Me muevo en formas misteriosas.
—Dios se mueve en formas misteriosas. Tú te mueves como el rayo, aquí un minuto, ausente el siguiente. ¿Cuánto tiempo has estado parado ahí? —Moriría de vergüenza si él me había visto intentar apretujarme dentro de un talla cuatro. ¡Por no mencionar verme desnudarme!
—Hubiera golpeado, pero no quería quedarme afuera y arriesgarme con Marcie. Hank no puede saber que tú y yo estamos juntos de nuevo.
Intenté no analizar demasiado lo que ―estar juntos significaba.
—Tengo noticias —dijo Patch—. Contacté a Dabria. Accedió a ayudarnos a interferir a Hank, pero primero necesito aclarar las cosas. Dabria es más que una vieja conocida. Nos conocimos antes de que yo cayera. Era una relación por conveniencia, pero no hace mucho, ella causó su buena cantidad de problemas.
—Hizo una pausa—. La cual es una manera agradable de decir que intentó matarte.
Oh Dios.
—Superó sus celos, pero quería que lo supieras —concluyó.
—Bueno, ahora lo sé —dije algo agriamente. No estaba especialmente orgullosa de mi repentina inseguridad pero, ¿no podría haberme contado esto antes de llamarla?—. ¿Cómo sabemos que no va a jugar a la asesina de nuevo? - Sonrió.
—Tengo un seguro.
—Suena vago.
—Ten un poco de fe.
—¿Cómo luce? —Y ahora me había rebajado de simple insegura a superficial.
—Flacucha, cabello sin lavar, como una dona en el centro, una sola ceja. — Sonrió—. ¿Satisfecha?
Me pregunté si eso se traducía en curvilínea y hermosa con el cerebro de un astrofísico.
—¿Ya la has visto en persona?
—No será necesario. Lo que quiero de ella no es complicado. Antes de caer, Dabria era un ángel de la muerte y podía ver el futuro. Afirma que todavía tiene el don y que gana dinero decente de, créelo o no, sus clientes Nefilim.
Me imaginé dónde estaba yendo con todo esto.
—Va a mantener una oreja en la tierra. Va a espiar a sus clientes y ver qué surge con respecto a Hank.
—Buen trabajo, Ángel.
—¿Cómo espera Dabria que se le pague?
—Déjame manejar eso.
Puse las manos en mis caderas.
—Respuesta equivocada, Patch.
—Dabria ya no tiene interés en mí. Está motivada por el frío, duro dinero. — Cerró el espacio entre nosotros, deslizando sus dedos afectuosamente por el lado interno de mi collar—. Y yo ya no estoy interesado en ella. He puesto mis ojos en otro lugar.
Me alejé de su mano, sabiendo muy bien el poder seductor que su contacto
tenía para borrar inclusive los pensamientos más importantes.
—¿Podemos confiar en ella?
—Yo soy el que le arrancó las alas cuando cayó. Tengo una de sus plumas en custodia, y ella lo sabe. A menos que quiera pasar el resto de la eternidad haciéndole compañía a Rixon, va a estar motivada para mantenerse bien conmigo.
Una póliza de seguros. Bingo.
Sus labios rozaron los míos.
—No me puedo quedar mucho. Estoy trabajando en otras pistas, y te informaré si tienen éxito. ¿Estarás en casa esta noche?
—Sí —dije con vacilación—, pero ¿no te preocupa Hank? Estos días, es tan permanente en mi casa como un artefacto de iluminación.
—Puedo evitarlo —dijo con un brillo misterioso en sus ojos—. Vendré a ti en sueños.
Incliné mi cabeza hacia un lado, evaluándolo.
—¿Es una broma?
—Para que funcione, tienes que estar abierta a la idea. Vamos rumbo a un comienzo prometedor.
Esperé por el remate, pero rápidamente me di cuenta de que él estaba muy serio.
—¿Cómo funciona? —pregunté con escepticismo.
—Tú sueñas, y yo me inserto en ello. No intentes bloquearme, y estaremos bien.
Me pregunté si debería contarle de que tenía un récord increíble de no bloquearlo cuando se trataba de mis sueños.
—Una cosa más —dijo—. Tengo de buena fuente que Hank sabe que Scott está en la ciudad. Yo no lo pensaría dos veces si lo atrapan, pero sé que él significa algo para ti. Dile que se quede oculto. Hank no tiene a los desertores en alta estima.
Una vez más, tener una manera legítima de contactar a Scott hubiera sido útil.
Del otro lado de la cortina, oí a Marcie discutiendo con la vendedora. Probablemente sobre algo tan trivial como una mancha de polvo en el espejo de cuerpo completo.
—¿Marcie sabe lo que es realmente su padre?
—Marcie vive en una burbuja, pero Hank amenaza continuamente con reventarla. —Inclino su cabeza hacia mi vestido—. ¿Cuál es la ocasión?
—El baile de Bienvenida —dije, girando—. ¿Te gusta?
—Lo último que oí, es que el baile requiere una cita.
—Sobre eso —contesté evasivamente—. Voy a... ir con Scott. Ambos pensamos que un baile de la secundaria es el último lugar que Hank patrullaría.
Patch sonrió, pero fue una sonrisa apretada.
—Retiro lo dicho. Si Hank quiere disparar a Scott, tiene mi bendición.
—Sólo somos amigos.
Él levantó mi mentón y me besó.
—Mantenlo así. —Desenganchó sus lentes de sol de aviador de su camiseta y los deslizó sobre sus ojos—. No le digas a Scott que no le advertí. Tengo que irme, pero me mantendré en contacto.
Él se agachó. Y se fue.