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21: Modales

—Quédate abajo, Caden— le advertí.

Tocó la ventanilla y la bajé.

—Dígame, Sr. Richard.

—Dejó su identificación, doctora.

—Que descuidada. Gracias por traerla.

Me miró serio, y siguió caminando.  

Suspiré aliviada, y subí el cristal.

—¿Todo en orden?— preguntó Caden.

—Creo que sí.

Manejé hasta la entrada y le di mi identificación al guardia. No hubo problemas y me dejaron ir rápidamente. No lo pensé dos veces para arrancar. Ahora sólo debía ir a mi casa a recoger mis cosas. Se supone que mi esposo esté trabajando. Estaba muy nerviosa, sé que no debía hacer esto, pero de nada vale que me arrepienta ahora.

Llegué a la casa de mi esposo, y vi que el auto estaba frente a la casa. Él debía estar trabajando, ¿Por qué está aquí?

—Debes quedarte en el auto, Caden.

—¿Por qué? ¿No quieres que tu esposo me vea?

—No es eso, es que no puedes hacerlo. Buscaré mi maleta y regreso, seré breve.

—Doctora…

—¿Qué pasa, Caden?

—Vaya, no se detenga por mi.

Asentí con mi cabeza, y me bajé del auto. Entré a la casa y me encontré con Junior.

—Hasta que al fin llegaste. ¿Me puedes explicar qué demonios es esto? — tiró los papeles del divorcio al suelo—. ¿Lo mandaste con el abogado para no darme la cara?

—Hace tiempo habías hablado de esto. Ya lo decidí y quiero el divorcio. Tú mismo has dicho que no te sirvo, que no te importo, que no sientes nada por mi. Entonces ¿Para qué continuar con esta relación?

—¿Estás escogiendo el trabajo de nuevo, antes que a mí otra vez? ¿Te das cuenta que eres tú quien a jodido esta relación? Debe haber otra razón para que me entregues esto.

—No, no la hay.

—¿Será que te conseguiste un amante? Jamás habías insistido tanto en esto, como ahora. Otras veces habíamos hablado del divorcio y no habías movido un solo dedo para hacerlo realmente. ¿Me vas a decir que pasa? — se acercó, y retrocedí.

—No hagas las cosas más difíciles, por favor. Esto no va a funcionar, y es mejor dejar las cosas hasta aquí. Voy a buscar mis cosas y me voy a ir de la casa.

—Tú no te puedes ir de aquí. ¿Cómo se te ocurre pensar que te dejaré ir?

—¿Para qué quieres que me quede? ¿Para que siga siendo tu sirvienta? ¿Para maltratarme? ¿Menospreciarme? Me cansé, ya me cansé— quise caminar, y me agarró fuertemente el brazo.

—Te dije que no te vas a ir de aquí.

—Me estás lastimando, ¿No te das cuenta?

—No me importa. Aunque seas inservible y horrorosa, sigues siendo mi esposa. Tu lugar es aquí.

—Me rehúso. Ya la decisión la tomé, y no cambiaré de parecer— me solté como pude de su fuerte agarre, y corrí a mi habitación.

Lo escuché subir las escaleras, y me encerré en el cuarto. Traté de hacer las maletas lo más rápido que pude, no las había hecho antes con temor de que las viera; por eso lo dejé para último momento. No contaba con que él estaría aquí hoy.

Me pareció muy extraño que no haya tratado de golpear y abrir la puerta, aún así, me concentré en hacer mi maleta.

Al poner la maleta en el suelo, escuché un ruido extraño; algo que me hizo poner oído. No se escuchó nada más, y abrí la puerta, pero no había nadie en el pasillo. Miré a todas partes antes de bajar, pensaba que podría estar escondido esperando a que saliera del cuarto, pero no fue así.

Al bajar las escaleras, dejé caer la maleta para tapar mi boca. No esperaba encontrarme con un escenario tan espantoso y escalofriante como el que vi. El cuerpo de mi esposo estaba tendido en el suelo, y Caden estaba sobre él. A mi esposo le faltaba una oreja y parte del cuello. Al mirar de vuelta a Caden, de su boca sobresalía un pedazo de carne, de lo que estaba segura, que era lo que le faltaba a mi esposo. Estaba más que claro que eso era, pero no lo quería creer. Toda su ropa estaba llena de sangre, sus manos, su rostro; incluso en el suelo se había esparcido la sangre de mi esposo. Aún al percatarse de mi presencia, continuaba masticando, como si de algo normal se tratara.

—Caden, ¿Qué has hecho?

Me miró con esa misma mirada relajada y ensanchó un sonrisa tan siniestra, que erizó toda mi piel.

Al terminar de tragar, lamió sus labios soltando un suave quejido de satisfacción y volvió a mirarme.

—Lo siento, pero no se habla con la boca llena, doctora.

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