Eso no disipó sus sospechas acerca de la verdadera identidad de Song Qingchen. Sin embargo, esos recuerdos eran tan tiernos y cariñosos que no podía animarse a tratarla con crueldad.
—L-lo siento... Hermano Ah Ze, no lo haré de nuevo... Me detendré y ustedes tendrán mi bendición... O puedo irme del país. Lo siento... —Song Qingchen lloriqueó pesarosamente y sus palabras sonaban sinceras.
Él frunció el ceño y dijo con seriedad:
—Si de verdad te irás, te iré a despedir.
—Está bien —ella no intentó nada más, sino que respondió sin dudarlo. Eso lo sorprendió hasta a él.
—Descansa y cuídate —él se fue después de ese breve comentario.
Ella sonrió con amargura y acarició su propia mejilla. ¿Dolía? Claro que sí. ¿A quién no le dolería después de cachetearse reiteradas veces?
«Sheng Yize... ¿Por qué no hay lugar en tu corazón para mí?»
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