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Un alma rota

Hubo un desconcertante silencio a nuestro alrededor en el que solo nuestras miradas se mantenían conectadas y en el que sus palabras se repetían en mi cabeza una y otra vez, todavía incapaz de entender.

Mi cuerpo se estremeció pieza por pieza a causa de aquellos orbes endemoniados repletos de una fuerza tan potente que no solo era capaz de destrozarme enseguida, sino desvanecer todo tipo de pensamientos en mi cabeza. Desvaneciendo hasta ese hueco helado en el estómago que había sentido justo cuando la encontré a ella tocándolo. Toda esa molestia se había esfumado con su mirada.

Seguía asustándome sentirme así con una sola de sus miradas, con una sola de sus caricias. Y era inevitable.

— Bien, hazlo tú, de todas formas él no me deja hacerlo—su voz femenina fue lo suficientemente capaz de romper la conexión entre ambos, y lo suficientemente fuerte para volver a mi cabeza todas esas dudas que segundos atrás me martillaban.

Michelle se encaminó con pasos apresurados en dirección después de dejar caer al suelo un pedazo de trapo rosado. Su ceño se mantenía fruncido en molestia mientras se apartaba sin más del cuerpo desnudo de Rojo, quien todavía se mantenía debajo de la poca agua que resbalaba del grifo sobre su cabeza. Le di una mirada a él, aun confundida y desorientada antes de clavarla en ella. Verla tomar sus zapatos de la banca junto a mí y ponérselos con prisa para aproximarse a la salida, me hizo alzar el brazo y tomar su muñeca para detenerla enseguida.

Ese acto que pareció brusco al principio, hizo que aquel par de orbes aceitunados se ciñeran con severidad en mí.

— ¿Qué crees que haces? — escupió al instante, evaluando el agarre de mi mano en su antebrazo. Quería golpear su rostro, estampar mi mano en su mejilla y dejarle una gran cicatriz, claro que sí. Tenía esa enorme intención después de ver como acariciaba a Rojo, pero no lo hice y no lo haría por muchos motivos.

Uno de ellos era que entre Rojo y yo no hubo nada más que sexo. Solo había sido algo pasajero, algo carnal, nada sentimental. No había nada que nos uniera y nos detuviera, además, él parecía haber disfrutado de sus caricias en mi ausencia. No teníamos nada, así que él podía acostarse con quien quisiera.

Solté una fuerte respiración en el que toda la tensión en mi cuerpo a causa de aquella molestia, se esfumó frente a ella. Deshice el agarré, soltándola enseguida y de golpe, para verla ladear un poco su rostro esperando a que dijera algo.

— ¿Qué te dijo Adam exactamente y a qué te refieres con bajar la tensión?—quise saber, mejor dicho, necesitaba saberlo—. Al parecer hay mucho que no sé.

Y también, había demasiado de lo que no recordaba. Esas palabras sonaron en mi cabeza sin poder ser soltadas a través de mis labios.

Su entrecejo se ablando, pero su ceja derecha terminó arqueada y parte de su comisura izquierda torcida.

— ¿Hablas en serio?—esfumó en una clase de irritación. Buscó algo en mi mirada que al final no encontró y eso pareció molestarla—. Pues parece que sí—escupió, regalando una mirada de soslayo a las duchas, justo donde el cuerpo de Rojo estaba—. Adam dijo que no querías bajar su tensión y que mencionaste que me lo dejarías a cargo— No era eso último lo que me dejó con una terrible mirada en shock y con los pulmones completamente vacíos, sino esa boca pronunciando aquella palabra tan cruda.

Una y otra vez se pronunciaba en mi cabeza, perforándome. ¿Por qué debían hacerle eso a él? Varias otras preguntas cruzaron en mis pensamientos, comenzaba a estresarme e irritarme no hallarle sentido a ninguna de sus palabras con lo que estaba sucediendo aquí.

Y a causa de ello, no pude evitar estirar una de mis comisuras, marcando tanto pude mis labios, como si se me fueran a romper.

— ¿Bajar su tensión?—repetí en un tono todavía confuso, aunque repentinamente tuve una idea a lo que se refería. Esta vez la encontré mirándome de pies a cabeza antes de quedarse evaluando mi rostro donde estaba segura que encontraría un gesto endurecido—. ¿Hablas de tener sexo con él?

—No, es tener sexo con él, pero si vas a utilizar tu mano— soltó y eso me dejó peor que antes—. ¿Qué? ¿Crees que es vulgar? —me inquirió, cruzada de brazos—. Intimar es la palabra más payasa que utilizaron para encubrir lo que verdaderamente hacemos con los experimentos, bajarles su tensión con nuestras manos. Tú perfectamente sabes de lo que hablo, después de todo hacías lo mismo con tu experimento.

¿Con mi experimento? Una punzada de dolor pinchó en alguna parte de mi pecho y el shock que volvió a golpearme construyó otro gesto en mi cara. Por mis pensamientos la imagen de la sala 1 de entrenamiento se iluminó y un sabor amargo subió por toda la mi garganta. La mirada se me cayó al suelo entonces, y poco faltaba para que la boca también lo hiciera después de que una sola pregunta cruzó por mi cabeza y atravesó mis labios:

— ¿Yo hacía eso?

Debía ser una broma. ¿Por qué hacíamos eso con los experimentos? No había razón para hacerlo, eso era lo ridículo aquí. Lo que también era absurdo, era el hecho de bajar la tensión, ella seguía repitiendo esa palabra que todavía no entendía pese a lo mucho que intenté compararla con la masturbación y la necesidad de que esto sucediera.

No había razón para hacerle eso a Rojo, ¿cierto? Inquita, mi cuello se torció con fuerza en busca de la mirada de Rojo, en busca de una explicación. Pero tan solo tropecé con aquellos orbes rojos, él endureció sus oscuras cejas y retiró la mirada como si por ese ínstate la mía le molestara.

—Agh, solo bájale la tensión— su voz esta vez se escuchó lejana y fastidiada. Se sacudió su cabellera rubia cuando negó. Lo último que pude ver de ella, fue su espalda cruzando el pasillo corto hacía el exterior.

Un extraño silencio se hundió en mis oídos al instante en que su figura desapareció delante de mí. Lo irónico era que uno de los grifos seguía tirando agua al suelo, pero el sonido no era audible para mí, ni mucho menos el golpe hueco del calzado de ella recorriendo el pequeño pasillo al exterior. Oh no, estaba atrapada en mi cabeza, con la sensación de que la tenía al revés después de haber escuchado toda esa babosada sin sentido.

Las entrañas me temblaron en un segundo, y no era lo único que estaba temblando de rabia, la confusión y un inexplicable vacío no eran lo único que estaba deshaciendo mi cuerpo. Mi mente fundida en shock había quedado atascada, perturbada.

Las manos me hormigueaban de tanto que las tenía apretadas, mis piernas... simplemente no me respondían por lo conmocionada que me hallaba. Perturbada, estupefacta al saber que todos los examinadores toqueteaban sexualmente a los experimentos. Y que era probablemente que yo también lo había hecho.

No sabía cómo reaccionar, pero quería reaccionar.

— ¿Qué es eso de bajar la tensión? ¿Puedes explicarme, Rojo?—la pregunta rebotó con fuerza de mis labios, más que por molestia era por una grotesca duda que empezaba a dolerme en el cráneo.

Solté el aliento entrecortado ante su silencio, sintiendo como todos mis músculos se aflojaban y se estremecían nerviosamente.

—Te lo iba a explicar cuando terminara de bañarme—su grave voz rebotó en toda la ducha.

Volteé de regreso a esa parte de las duchas donde antes estaba segura que esos orbes carmín me habían evadido. Pero ahora ni su cuerpo estaba a mi vista, solo ese trapo rosado en el suelo mojándose precipitadamente con el agua.

— ¿Nunca te preguntaste por qué me daba tanta fiebre? — pestañeé, más que confundida al no encontrarlo con mi mirada, estaba aturdida por su pregunta. Sí, por supuesto que me lo había preguntado, en el área roja varias veces le dio fiebre y fue difícil bajarla.

Me preocupaba que esa fiebre empeorara.

— Yo creí que era porque estabas infectado—respondí, y sin más me obligué a mover las piernas, una tras otra hacía las duchas en busca de su figura.

—No Pym, desde que llegué a la etapa adulta la fiebre es algo que siempre me ha dado—su comentario me hizo pestañear—. La causa es la acumulación de la tensión en mis músculos, se quita por momentos pero regresa con más fuerza hasta matarnos.

El susto de la seriedad en su voz y el significado de aquello aceleraron mi corazón. ¿Estaba hablando en serio? Sabía que las fiebres altas podrían perjudicar a las personas e incluso llevar a una gravedad, pero una fiebre e incluso la muerte a causa de una tensión en el cuerpo era prácticamente imposible, al menos para nosotros.

Me costaba creerlo, pero él era un experimento. No sabía ni entendía cómo estaba hecho su cuerpo y menos su interior, pero, ¿con una tensión muscular podía morir él?

— Solo bajando la tensión puede quitarse por al menos unos días—Eso me sorprendió, y estaba por demás decir que también aumentó mis preguntas. Y estaba a punto de hacer una, sino fuera porque él se adelantó a continuar—. Se baja la tensión intimando con alguien.

Mis labios se endurecieron al igual que los músculos de mi estómago al comparar esa palabra con la que Michelle había dicho anteriormente. Lo entendí finalmente, para mi desagrado, esa podría ser una cruda realidad de algo que hice en el pasado con mi experimento, y algo que la examinadora de él, hacía con él. Pero me negué a tomarlo en serio.

Era una estupidez. Sí. Bajar la tensión con un acto sexual era completamente ridículo y bobo, tanto así que fue inevitable no elevar una sonrisa de desagrado. Se suponía que los experimentos —todos— eran fuertes, ¿cómo una simple tensión podía matarlos y, el tener sexo salvarlos?

Sí, ridículo.

Pero no era más ridículo que poner a un examinador el trabajo de bajarles su tensión cuando ellos mismos podían obtener el placer con su propia mano.

Con un líquido caliente quemando todo mi esófago, apreté mis puños y rodeé ese gordo tubo lleno de grifos: uno que otro goteando, y hundiendo las duchas en ecos. Conforme avanzaba y sentía la presión de cada latido de mi corazón perforándome, su cuerpo empezó a verse. Sus piernas fueron lo primero que vi, esa piel pálida que llevaba una que otra mancha azulada que me consternó. Pronto, encontré el resto de su cuerpo y todos mis nervios se pusieron de punta a punta filosa.

Él estaba sentado en el suelo, recargando su espalda contra el metal y su cabeza recostada en este también: gotas de agua seguían recorriendo su piel, rápida y lentamente, marcándola. Varios mechones de su oscuro cabello cubrían su rostro, marcaban esas facciones varoniles y terriblemente atractivas, sombreaban la mirada carmín que... inesperadamente me había estado siguiendo en cada movimiento que daba mi cuerpo hacia él.

Sus piernas marcadas estaban dobladas y abiertas, y sus brazos, ambos, descansaban sobre sus rodillas, dejando sus muñecas colgadas y esos dedos endurecidos como si quisieran aferrarse a algo. Aunque no estuviera tocándolo, podía ver como todo su cuerpo estaba tenso, duro como piedra. Y lo que me abrumó y desvaneció esa sonrisilla mal elaborada, fue ver con más claridad lo que se reflejaba en su rostro.

Temía describir su gesto y equivocarme pero la verdad era esa. Desolación, dolor, miedo, eran palabras que lo describían, y eso hizo que un nudo se construyera en la parte superior de mi garganta. Más ardor se adueñó de los músculos de mi esófago y los músculos estomacales, más me costó volver a respirar.

— ¿De verdad les pasa eso a ustedes? —me costó preguntar tras recordar en ese significativo segundo que él y yo habíamos tenido sexo en la oficina, pero que en ese momento él no sufría de ningún tipo de fiebre.

Otra de mis dudas era saber cómo fue posible que la fiebre se le quitara durante un tiempo en el área roja para después encontrarlo a él actuando como si nada le doliera. Sentí que estaba a punto de explotar mi cabeza con todo tipo de contradicciones al recordar que después de un tiempo, cuando quedamos atrapados en el almacén volvió a darle fiebre.

Tal vez era como él dijo, por momentos la fiebre se iba, pero volvía con más fuerza... Y justo cuando tuvimos sexo, no volvió a darle.

— ¿Por qué te mentiría? Además, ella ya te lo mencionó —su voz perforó mi pecho —. Es la segunda vez que me encuentras así, Pym— terminó diciendo, sin retirar esa oscurecida mirada sin reflejo de nada. Se veía vacío.

Seguí acercándome a él, acercándome a esa mirada que ni siquiera pestañeaba.

— ¿Qué te encuentre cómo? —me costó preguntar, pero lo hice, me atreví a continuar con el suspenso.

—En el acto sexual.

Mis pies se detuvieron a centímetros de los suyos, esa era la primera vez para mí descubriendo algo como esto, algo terrible. Inaceptable.

— Tú querías que ella te lo hiciera, ¿no? —tenté a preguntar sin mostrar resentimiento en mi voz. Tenté a caer en mi propio veneno al saber ya posiblemente cual era la respuesta por la forma en que él la había mirado en el túnel, con el deseo de tener sexo como lo hizo conmigo en la oficina—. ¿Querías intimar con ella?

Me incliné colocándome sobre mis rodillas a centímetros de sus pies, recordando en ese instante que estaba mayormente desnuda. Pero él nunca reparó en mi cuerpo, solo se quedó observándome de esa misma forma vacía.

—Los examinadores hacen eso, es su deber—comenzó evadiendo una respuesta clara a mi duda, aunque no debía reclamarle. Sin embargo, que no me respondiera, me había molestado. ¿Era acaso un sí? Posiblemente...

Pero yo quería una respuesta clara, de él, de esos labios.

—Solo responde, ¿querías que ella te hiciera eso? — exclamé sintiéndome alterada y molesta. Pero más alterada me sentí con lo que sucedió después. Cuando él, repentinamente se lanzó sobre mí, me tomó de los hombros y me empujó hacia el suelo.

El recuerdo de lo que sucedió en el área roja volvió a mí, pero esta vez mucho más intenso que ese momento, porque la única diferencia era que no había temor en mi cuerpo.

Sus orbes depredadores me contemplaron a centímetros, hubo una frialdad en ellos que hizo que dejara de respirar. Sentí sus piernas acomodadas de bajos de las mías, y las mías sobre lo más alto de sus muslos casi sobre su cadera desnuda. Era capa de sentir cada parte de su cuerpo, su piel caliente y húmeda rozando la mía, así como su vientre quemando mi vientre y su sexo palpitando el mío oculto en la delgada prenda interior. Jadeé, y tal como aquella vez abrí mucho mis ojos para no perderme en la sensación. ¿Qué estaba haciendo? ¿Ahora por qué me tenía sí? Mis manos tomaron sus hombros, esa suave piel húmeda que se tensó inmediatamente.

En sus ojos... había algo más que frialdad.

— ¿Por qué querría intimar con ese examinador o con otra persona? —me preguntó, su voz se había engrosado—. Respóndeme, Pym.

Estaba sorprendida, ¿cómo quería que respondiera? Permanecí en silencio tratando de descifrarlo, pero no lo entendía, no lograba hacerlo.

—Si no querías, ¿por qué no la apartaste? Podías hacerlo por ti mismo.

Eso era lo que no comprendía, le había mirado los pechos en el túnel... ¿Por qué me preguntaba una razón para intimidar con ella si me la había dado la forma en como la veía allá fuera?

—Cuando desobedecemos nos castigan, Pym, y además creí que tú lo habías ordenado—replicó instantáneamente cuando terminé mi pregunta, en un tono rencoroso, y una mirada contraída y desesperada.

Recordé que Adam le había dicho a Michelle sobre mi supuesta decisión. Una maldita mentira, una absurda mentira hecha por él, ¿por celos acaso? Aunque era increíble que alguien de su edad todavía mintiera a causa de celos.

Otra cosa ridícula.

—Aun así no dejé que me lo hiciera, estaba haciéndolo por mí mismo—Las palabras atravesaron secamente esos colmillos apretados —. Pero si estás aquí es porque arrepentiste de lo que ordenaste.

—Yo no ordené eso, ni siquiera sabía que tu fiebre se debía a la tensión.

—Entonces q —Una de sus manos tomó mi rostro, su pulgar acarició mi mejilla con delicadeza. Cuando se inclinó más sobre mí y llevó su rostro a ahuecarse en mi cuello para inhalar mi piel, me estremecí—. Me confundes, Pym.

Inhaló la piel de mi cuello y su exhalación me abrió la boca por donde otro jadeo logró escapar. Mis dedos se aferraron a la piel de sus hombros en tanto observaba el techo y sentía nuevamente esa sensación placentera concentrarse poco a poco en mi vientre a causa de sus roces. Pero no debía, no podía solamente dejarme llevar, no después de lo que había visto...

—Tú me confundes, pensé que querías tener sexo con ella por la forma en que miraste su pecho—boberías fueron lo que soltaron mis labios al final, demostrando unos celos que todavía no tenían motivos firmes para tenerlos.

—No—le sentí negar—. Nunca nos muestran esas cosas a nosotros. Solo ropa cubriendo cuerpos. Tu pecho fue lo primero que vi desnudo y pensé que no había más. Pero me equivoqué, ella también tenía ese tipo de pecho, y verlo me recordó a cuando besé el tuyo, me recordó a cuando tú y yo lo hicimos y tuve ganas de volver a hacerlo...

—Con ella— respondí por él. El alzó su rostro acomodándolo nuevamente sobre el mío. Pasando su mirada en cada centímetro de mí.

Dejó que los dedos de su mano se deslizaran dulcemente de mi mejilla a mi mentón hasta tomarlo, levantarlo un poco y acariciarlo con su pulgar.

—...contigo otra vez— suspiró con decepción—. Sí eres tú intimando conmigo, me gustaría repetirlo tantas veces como pueda. Lo disfrutaría porque me gustas mucho— lo último lo soltó torciendo sus labios, dándole a su rostro ese toque sombrío —. No quería que nadie más me tocara. Pensé, que si tú no querías intimar conmigo podía imaginar que esa persona eras tú...solo por un momento para cumplir tu orden. Pero no pude, no eran tus manos, no eras tú. Por eso le impedí intimar conmigo.

—Tu examinadora te lo hacía—Se supone que el pasado era pasado, pero con cada palabra filosa que soltó mis labios, un vuelco sacudía mi estómago. Alcé la mirada y algo más que mi estomagó enloqueció, mi corazón se aceleró al encontrar tan cerca de mí esa mirada endemoniada.

—Sí, y mejor decirte que intimar no era lo único que hacía conmigo— Traté de tragar sus palabras, pero no pude—. Los examinadores juegan con nosotros todo el tiempo y de diferentes formas.

— ¿Con los juegos te refieres a hacer este tipo de cosas? —inquirí, sintiendo el sabor agridulce subir por todo mi esófago cuando, él, asintió en un débil movimiento donde mantuvo la mirada en otra dirección.

—Eso es algo a parte. Nos hacen hacer cosas que no queremos—espetó cada palabra con una severa aberración—. Nos torturan...

— ¿Torturan? —pregunte y tragué antes de continuar —. ¿De qué forma?

Su cabeza se movió a los lados, en negación, bajó más la mirada apagada hasta ver solamente el suelo y suspiró con pesadez.

—Nos abren la piel una y otra vez, nos queman, nos cortan dedos... sacan órganos, huesos de nuestros pies o rodillas, y si no les servimos nos trituran en la incubadora y vuelven a crearnos.

Escamada por cada palabra que soltaban sus labios, se me cayó la boca al suelo y tal vez hasta el alma. Una escalofriante descarga eléctrica dejó helado mi cuerpo cuando mi mente, inmediatamente contra mi voluntad, se lo imagino. ¿Cómo eran capaz de hacerles eso?

—Todo lo que un examinador debe hacernos es esto—espetó.

Mis ojos también amenazaron con salirse de mi rostro cuando vieron de qué forma, Rojo inesperadamente tomaba uno de los dedos de su mano y lo torcía hacía su nudillo con una fuerza bruta, para romperlo en dos. Respingué, llenándome de terror cuando todavía a pesar del sonido hueco que escapó de su acto, tiró del dedo y se lo arrancó de la mano.

— ¡¿Qué estás haciendo? Detente! —chillé, ni siquiera me di cuenta de en qué momento había saltado para detenerlo, aunque ya había sido demasiado tarde, y toda esa sangre, resbalaba del agujero en su mano—. ¿Qué hiciste? —exclamé perturbada por la seriedad de su rostro libre de dolor al quitarse un dedo y al dejarlo caer como si fuera nada al suelo. No sabía cómo tomar su mano herida, pero al final lo hice, tomándolo entre mis manos temblorosas—. ¿Po-por qué? ¿Por qué lo hiciste?

Busqué su mirada, y hallé ese fruncir en su ceño y esa mueca en sus labios tan apretada y estirada como si fuera a romperse.

—Porque vuelve a crecer, no lo recuerdas pero ya lo sabías—replicó, viéndome con esa severidad. Bajé la vista a su mano herida, a ese agujero ensangrentado donde el pico de un hueso blanquecino iba en crecimiento cada vez más y más—. Por mucho que nos lastimen, nuestro cuerpo se regenera tanto interna como externamente. Si necesitan un órgano, nos lo sacan, más tarde nuestro cuerpo es capaz de procrearlo otra vez.

Su mano volvió a moverse y esta vez la seguí con mi temblorosa mirada, viendo como sus dedos se tocaban el estómago y como al instante hacía presión en ese mismo lugar.

—No...—murmuré para que se detuviera. No sería capaz, ¿o sí? La presión aumentó, mi ritmo cardiaco también y esa desesperación que fluyó en una abofeteada sobre su rostro que lo dejó en trance—. ¡Te dije que no, no te lastimes!

¿Por qué se auto-torturaba él? No podía pensar claramente, hasta cada pequeña parte de mí se encontraba alterada, a punto de estallar con cualquier otra cosa atroz que miraran. Pero no sucedió otra cosa aterradora y horripilante, sino algo más inesperado como ser tomada de la cabeza y estrujada contra su cuerpo, y bruscamente ser poseída por esos labios manchados de sangre. Ser poseída por esa desesperación y esa sed dentro de él.

Aunque quise apartarme, la forma en que me tomó, en que me enredó y en que me besó, o la manera en que su lengua rebuscaba la mía con anhelo de ser consolado. Todo eso vacío mi mente, pero no aquellas lágrimas que había esperado el turno de dejar mis ojos a causa de lo que vieron. A causa de lo que Rojo era capaz de hacerse a sí mismo aún si no le gustaba, eso era enfermizo... Ese acto enfermizo causado por monstruos.

Y los monstruos no eran los experimentos, no. Los monstruos éramos nosotros, yo, que todavía no sabía si había hecho aberraciones como las que él dijo e hizo, y a pesar de que no recordaba, eso no me salvaba de lo que había hecho con él o con otro experimento antes de perder mi memoria.

De solo pensarlo...

—Por eso me gustas tanto— soltó contra mi boca sin siquiera sepáralas un centímetro—. Porque no eres capaz de romperme como ellos lo hicieron.

Abrí mis ojos con debilidad, apenas para ver los suyos examinándome con un brillo enigmáticamente estremecedor, ese que hasta en la lejanía eras capaz de saber su significado: deseo. Placer. Su mano pasó de rodear mi cintura a tomar mi espalda baja, sus yemas masajearon mi piel. En mi interior, el cosquilleó se intensifico, se concentró en la parte baja de mi estómago.

No quería perderme, pero lo estaba haciendo. Era algo... Algo tenía Rojo que nublaba mi razón, y estaba mal. Yo debía ser fuerte, debía encontrar respuestas, salir de este maldito lugar antes de que siguieran haciendo más daño a Rojo. Era como si Rojo tomara mi alma con una sola caricia, y con eso bastaba para tenerme para él, solo para él.

—A nadie le importábamos, pero tuve suerte de encontrarte. Cuidaste de mí el tiempo que tomaste el lugar de mi examinadora. Fuiste diferente. Tus caricias, tu forma de hablarme o tocarme sin excederte, me gustaron—ronroneó sin apartarse de mi boca, su aliento húmedo cubrió cada pulgada de mi sensible piel. Me tragué un jadeó—. Y cuando te fuiste, cuando no te vi más enloquecí y más aún que te vi con él... Pym.

— ¿C-con quién? —pregunte en un hálito de voz temblorosa.

No me contestó y no hacía falta que contestara cuando supe la respuesta. Adam.

Me recostó nuevamente en el suelo y con mucho cuidado, con una delicadeza en la que no fui capaz de sentir el suelo, sino mi cuerpo flotando. No estaba drogada pero así me sentí con él sobre mí, con él viéndome de esa forma, acariciando mi estómago con sus dedos juguetones y subiendo hasta mi pecho, erizando mi piel, arqueando mi espalda de placer.

Dios. Mío.

Si no se detenía, la que se volverá loca en un momento no adecuado, sería yo. Se inclinó, empujando su sexo contra mi entrepierna mientras sus piernas se acomodaban debajo de las mías, y yo... simplemente no ponía objeción en ello. Su mano libre se colocó contra el suelo para mantener su peso lejos del mío, pero aun así, nuestras partes íntimas estaban a duras penas, palpándose entre la ropa, necesitando una de la otra. Él estaba duro, caliente, listo, pero yo no estaba lista.

—Con él—susurró. Inclinó su cabeza aún más, sus ojos contemplaron mis labios hasta que los suyos los rozaron, su lengua, esa larga lengua húmeda y caliente lamió mi labio inferior antes de besarme, mostrando su pasión en un beso que aunque lento, era profundo y sentimental.

Mi alma logró convencerse de algo más.

Su espalda se dobló un poco cuando movió su cabeza más debajo de mi cuello para recostarla sobre mi pecho, y dejé de respirar. El silenció llenó la habitación de dolor, de angustia, de desesperación y horror cuando no solo mis lágrimas eran las únicas que se derramaban, sino las suyas, recorriendo parte de la piel de mi cuerpo.

Rojo estaba roto.

—Quédate conmigo Pym. 

Próximo capítulo