El tono intimidatorio de Li Sicheng lo hizo sonar como un dios asura.
Tang Mengqing sabía que nunca debía enfrentarse a Li Sicheng. Sin embargo, nunca pensó que podía ser tan terrorífico. Tang Mengqing tembló y no se atrevió a mover ni un músculo.
Al oír las palabras de Li Sicheng, Su Qianci sintió que el corazón latía con fuerza.
¿Cómo te atreves a intimidar a mi mujer?
Él realmente había dicho eso. Sin embargo, cuanto más deprisa le palpitaba el corazón, más mareada se sentía. A punto de perder el equilibrio, Li Sicheng la tomó en brazos y miró a Tang Mengqing de nuevo, mientras la frente de Su Qianci se hinchaba aún más.
Aunque Li Sicheng no había hecho nada, Tang Mengqing no podía parar de temblar.
—Yo...
—Señor Li, creo que voy a vomitar... —susurró Su Qianci, inclinándose.
Li Sicheng la sujetó y le habló con dulzura:
—Es posible que sea una contusión. Te llevaré al hospital.
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