El camino era ancho y le permitía al carruaje ir a toda velocidad. En el asiento del conductor iban dos hombres robustos con armadura de acero y largas espadas. Con solo verlos, todos entendían que no debían meterse con ellos. Los campesinos se apartaban rápidamente de su camino.
Dentro del carruaje, el olor a madera mezclado con barniz era algo desagradable.
Leylin arrugó la nariz cuando sintió un aroma a perfume. Al ver que Anna se sonrojaba detrás de él, sonrió y le indicó que se acercara.
Leylin hizo que se reclinara y recostó la cabeza en su pecho.
Sus manos, convenientemente, recorrían las piernas de Anna. Aquella tela fina de algodón no podía ocultar su belleza. Leylin sentía que sus manos tocaban una pieza de jade, pero tibia y suave.
Saborear aquella suavidad y escuchar la respiración de Anna hizo que se sintiera extremadamente feliz. Suspiró, cerró los ojos y permaneció allí.
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