Al escuchar esas palabras, Roland no pudo evitar temblar.
¿Por qué habría una batalla de la divina voluntad también en el mundo de los sueños?
Miró a García, pero su expresión no cambió en absoluto como si ya lo supiera o no le importara.
Roland solo pudo guardar sus dudas para sí mismo y bajo las luces, siguió a la multitud hacia la plaza.
Al llegar allí, notó que muchos pasadizos fueron escarbadosen las imponentes paredes de roca, como la estructura dentro de un panal. Ya sea que se estuviera entrando desde el suelo o haciendo la transición entre los pasillos, la gente tenía que tomar los ascensores de rieles. Ahora que la plaza no era tan brillante como antes y su vista se acostumbró a la oscuridad, pudo ver docenas de ascensores subiendo y bajando como luciérnagas flotantes. Emitían la sensación de una ciudad futurista.
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