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El Retorno a Oftalmolecusamp

La tormenta había cedido, pero las consecuencias de su furia seguían presentes. El "Explorum Nova Tevra" crujía con cada movimiento, y las maderas parecían desgarrarse del casco, anunciando lo inevitable. Alaric observaba en silencio mientras sus hombres, exhaustos y empapados, intentaban mantener a flote el barco. Había perdido la cuenta de cuántos días habían pasado desde que el mar los había castigado. Sin embargo, lo más devastador fue la visión de un horizonte vacío, sin señales de los otros barcos que habían partido junto a ellos.

—¡Capitán! —gritó uno de los marineros—. ¡Los suministros... se han ido!

Alaric no respondió de inmediato. Observaba el océano con la mirada perdida, sabiendo lo que venía a continuación. Regresar a Oftalmolecusamp era la única opción. Las provisiones, el agua, todo había sido arrastrado por la tormenta, y ahora estaban solos.

—Pon rumbo a Oftalmolecusamp —ordenó Alaric, con una voz grave—. Vamos a velar a nuestros muertos.

El viaje de regreso fue silencioso y pesado. Los hombres no hablaban, y las caras estaban marcadas por la fatiga y el dolor de la pérdida. Alaric se aislaba en su camarote, pasando horas contemplando los mapas, buscando respuestas, aunque en el fondo sabía que no había consuelo para lo que había ocurrido. Al llegar a puerto, los rostros de la tripulación se iluminaron, aunque sólo fuera momentáneamente. La sensación de tierra firme bajo los pies les devolvía algo de esperanza. No obstante, al descender del barco, el deber les llamaba.

Se organizó una ceremonia para honrar a los caídos. Sin embargo, Alaric se negó a participar. No podía aceptar la idea de despedirse de sus hombres cuando sentía que había fallado en su misión.

—No asistiré —dijo firmemente a sus oficiales—. Yo debí protegerles, y no lo hice.

Pero su negativa no detuvo los planes de los altos mandos. Apenas días después de velar a los caídos, Alaric fue convocado a palacio, donde lo esperaba una desagradable sorpresa. En la sala del trono, el rey Alder VII y su hijo, el príncipe Kyllia I, le informaron de los nuevos planes. Esta vez, no serían sólo unos cuantos barcos, sino una flota entera: 105 barcos, equipados con la última tecnología. Cada uno de ellos contaría con un implemento novedoso que podría salvar vidas en caso de desastre: los primeros botes salvavidas.

Alaric escuchaba en silencio mientras el príncipe hablaba con entusiasmo sobre los avances, pero no compartía su optimismo.

—No —dijo con determinación—. No quiero que más gente muera.

Kyllia I se adelantó, sorprendido por la negativa del capitán.

—Capitán Stormwind, estos barcos son diferentes. Son más resistentes, están equipados para enfrentar lo peor.

—No lo entienden —respondió Alaric, su voz cargada de pesar—. He visto lo que el océano puede hacer. Ningún barco, por avanzado que sea, puede garantizar la seguridad de tantos hombres.

Pero sus palabras cayeron en oídos sordos. Los altos mandos, decididos a continuar la misión, no tenían intención de detenerse. Alaric, aunque frustrado, no tuvo más remedio que aceptar. La orden era clara, y su deber estaba sellado.

—Alaric —dijo el rey Alder VII—, la nación confía en ti. Este es nuestro destino, y tú eres quien debe guiarnos hacia él.

Resignado, Alaric se preparó para lo inevitable. El "Explorum Nova Tevra" fue reparado a toda prisa, reforzado para el nuevo viaje, además de que le implementaron los botes, y se unió a la flota de 105 barcos que estaban listos para zarpar. La tripulación era nueva, muchos jóvenes llenos de sueños y ambiciones, sin el peso de la experiencia de Alaric, quien solo veía lo que podía perderse.

—Que los dioses nos acompañen —murmuró Alaric mientras subía nuevamente al barco.

Con el viento a favor y las velas desplegadas, la imponente flota partió desde Oftalmolecusamp, esta vez con la mira puesta directamente en el nuevo continente, sin pasar por los traicioneros mares de la isla Artipewa.

—¡Rumbo al oeste! —gritó Alaric, intentando dejar atrás las dudas que lo carcomían por dentro—. ¡Que el nuevo mundo nos reciba!

La tripulación respondió al unísono, y los barcos comenzaron su travesía hacia lo desconocido, aunque una sombra de incertidumbre se cernía sobre el capitán y su futuro.