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Prólogo

—Un café por favor. — cabizbajo, dijo mientras sacaba su billetera.

—¿Algún sabor en especial? Tengo capuchino, moka, vainilla, caramelo…— específico la mujer de cabello corto con amabilidad. El chico comenzó a pensar que sabor escogería. —¿Te puedo recomendar el de vainilla? Parece que necesitas algo dulce, pero no tan empalagoso.— comentó con una sonrisa.

El chico correspondió la sonrisa y asintió. La mujer empezó a hacer su pedido, mientras el muchacho miraba alrededor el establecimiento donde se encontraba, estaba bastante sólo. —Es un día tranquilo ¿No?—

—Hoy es domingo, usualmente no abro los domingos, son los días en los que hay menos gente y estos días también los dedico para salir con mi sobrino, convivir en familia y esas cosas…— contestó la mujer mientras tomaba una taza, comenzó a verter el líquido en ella. —Pero, ¿Sabes? Ya casi es un mes desde que no salgo con mi sobrino los domingos, tiene mucha tarea, u otras responsabilidades, más grandes que yo.— Giró, para entregarle la taza con café al joven. —No me pone triste ni nada así, se que tiene su vida y que todo se pondrá peor ahora que está entrando en la adolescencia, pero si extraño salir con él…— terminó de decir, bajando un poco la cabeza con un tono apagado. El joven tomó la taza y le dio un sorbo. No estaba tan caliente, era perfecto para tomar sin quemarse. Simplemente un buen café.

—Es delicioso, tienes buena mano para el café— le dijo el joven para después darle otro sorbo a la taza. —Y lo sé, de donde vengo parece que nadie sabe hacer un café, o lo hacen súper cargado o súper desabrido.— volvió a dar otro sorbo.

—¿No eres de por aquí?— preguntó la mujer.

—No, llegué ayer a la ciudad, tuve una discusión con mis padres y cual pajarito, abandone el nido. Sentí que ya era hora de irme y comenzar a vivir un poco por mi cuenta. Para poder empezar de cero vine aquí, otra ciudad, conocer más personas, lugares, no lo se, solo quiero hacer algo antes de llegar a los 30.— explicó el joven para después darle otro sorbo más a su café, esta vez más largo.

—¿Qué tiene de malo llegar a los 30?— preguntó la mujer con un tono burlón.

—Bueno, dicen que al llegar a los 30 años… Tu vida de adulto joven terminó, ya eres un adulto… normal, ya no podrás hacer con la misma energía o emoción muchas de las cosas que hiciste como adulto joven, es el comienzo del fin…— Soltó un suspiro pesado. —Bueno, es lo que dicen…— otro sorbo más.

—No creo que sea tanto así, en todo caso yo aún soy un adulto joven— se burló la mujer para después soltar una pequeña risa.

—¿Qué edad tienes?— preguntó el joven. La chica dejó de reírse y lo miró con una sonrisa.

—¿De que edad me veo?— devolvió la pregunta.

—Esa pregunta tiene trampa— dijo para después soltar una risa. —Si digo que más de 30 te quejaras diciendo que te ves muy vieja y si digo que menos de 25 te quejaras diciendo que eres muy joven, no caeré en esa trampa.— volvió a reír.

—Ay, por favor, no me tomo en serio que me digan vieja o joven, por favor, dime de cuantos años me veo, adelante, te prometo que no me dolerá si dices algún número grande— volvió a decir con un tono burlón. El joven dio otro sorbo a su taza, soltó un suspiro pequeño. Tomó aire y tragó saliva, esperando que la respuesta que daría no causara algún conflicto.

—¿26?— la chica cerró los ojos, sonrió y después soltó un bufido pequeño.

—Te faltó un poco más, pero tengo 28...— dijo la mujer con una sonrisa. —Pero gracias, me haces sentir más joven de lo que soy… Aunque, eso quiere decir que estoy más cerca de ser un adulto aburrido y esas cosas ¿No?— preguntó sarcásticamente.

—No, nunca dije eso— soltó una risa pequeña. —No era mi intención, dijiste que no te molestarías— soltó otra pequeña risa.

—Muy bien niño, basta de risas. Yo creo que tú tienes… ¿Mínimo unos 20?— preguntó la mujer haciendo una mueca de confusión.

—22, tengo 22, a mi no me halaga que me veas más aniñado.— la mujer comenzó a reír, esta vez un poco más fuerte. —Debe ser por que no me dejo el bigote y barba, quiero decir, casi no me salen, pero creo que me ayudaría a verme un poco más mayor.— la mujer dejó de reírse, tomó bastante aire para después soltarlo lentamente. —Guau, ¿Te burlaste mucho de mi, no?— la miró sonriente.

—Lo siento, no pude evitarlo, es que te ves muy pequeño, pero bueno...— Ambos escucharon la campanilla de la puerta principal, había llegado otro cliente.

—Bueno, supongo que tengo que irme, fue un placer hem…— esperaba que le dijera su nombre.

—Cass Hamada— completó. El chico sonrió y asintió.

—Soy William…— la mujer sonrió.

—Un placer conocerte William, espero verte por aquí— dijo la mujer manteniendo la sonrisa.

—Claro que me veras, este se acaba de convertir en mi café favorito.— dijo William mientras caminaba hacia atrás lentamente. —Nos vemos después.— la mujer se despidió con la mano derecha y el chico salió del café, caminando con una sonrisa.

—¿Cass, quién era ese chico?— preguntó el cliente al ver cómo Cass soltó un suspiro. —¿Te pagó el café?— preguntó una vez más. La sonrisa de la mujer desapareció y una mueca de molestia se hizo presente.

—No, no lo hizo.—

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