webnovel

Delequiem

«Y los hombres lucharán contra los hombres, y las bestias junto a los hombres contra los hombres...» Un largo invierno, crías muertas, cultivos profanados y la repentina aparición de aleatorias manchas de hollín sobre la tierra. Los sagrados paladines han desaparecido y la ausencia de su venerable presencia comienza a pesar en los hombros de los más dependientes, gente que ahora clama por un mundano símbolo de idolatría, apegados a la herejía de que solo un mortal es capaz de traer la bonanza y la prosperidad a una tierra que parece haber sido olvidada por los celadores. Aunque la ancestral celebración del Demiserio mantiene la mente de las masas tranquila, su bendición no durará para siempre, y ante el acecho de un peligro desconocido surge la urgencia de los líderes por la búsqueda de aquel que fue anunciado por los druidas como el nuevo primero. En dicho contexto, sea o no aquel que ha sido profetizado, la icónica sombra de un cuervo blanco se hace presente en indirecta respuesta a las súplicas de quienes dudan de sus ancestrales cuidadores.

Orden · ファンタジー
レビュー数が足りません
29 Chs

Por un camino sin senderos

«Era, 'es' una mochila que crece y crece. Sentí su peso flexionando mis rodillas, sentí la presión de mantenerla en mi espalda, sentí la obligación de sostenerla en solitario y sentí la responsabilidad de mantenerla lejos del suelo, por y para quienes me siguen»

El reloj ya marcaba las tres de la madrugada, y ante el repentino silencio en toda la mansión, Cair decidió vagar un rato por la opulenta habitación de invitados, caminando de lado a lado sin ningún motivo en concreto más allá de su hiperactividad.

Después de casi media hora, aun con energía en el cuerpo, decidió empezar a hacer algo de ejercicio, cosa que no hacía desde que salió de su casa por primera vez.

Tras terminar su rutina, intentó volver a dormir, pero sus ojos eran incapaces de mantenerse cerrados. Volvió a ponerse de pie y siguió dando pasos.

Caminó y caminó, hasta que el reloj marcó las cuatro y él seguía sin sueño.

Continuó caminando, hasta que se percató de la estantería con libros junto al tocador, así que no tardó en hundir la nariz en uno de ellos. Era un libro de conjuros de magia nativa, así que aprovechó esa brecha de lento transcurrir para estudiarlos e intentar aprender alguno.

Cerró el libro, marcaban las cinco y él ya había practicado y dominado el uno de los conjuros, uno simple que permitía aislar el cuerpo de los líquidos. Podría serle útil durante las lluvias.

Con la satisfacción de haber hecho algo productivo, Cair intentó volver a dormir.

No hubo caso.

Estiró las piernas hacia el techo y se levantó de un salto para repetir todo lo anterior. Pero antes de empezar, una extraña sensación invadió su cuerpo y lo obligó a asomarse por el balcón para mirar hacia el bosque en la meseta intermedia entre el bosque de Thrino y Rainlorei.

En lo primero que reparó, fueron un par de soldados con antorchas, dirigiéndose hacia una nube de humo que se levantaba en medio del bosque.

Cair sintió un escalofrío y el impulso de saltar del balcón para correr a advertirle a esos soldados. Pero fue interrumpido.

— ¿Cair? — Le llamó Gyania, desde otro balcón a unos metros del suyo.

— Te ves hermosa en pijama — Le dijo bajo los efectos de su inercia lingüística.

Ella sonrió.

— Gracias… ¿Tú no piensas cambiarte de ropa?

— No puedo dormir.

— Ya veo…

«Ser directo y actuar indiferente» recordó de su abuelo.

— Oye.

— Dime.

— ¿Hay algo mal en la relación entre tú y tu padre?

Ella bajó la cabeza.

— Evidentemente te darías cuenta, pero no es algo en lo que te debas involucrar…

— Ah ¿sí? ¿Recuerdas lo que pasó la última vez que alguien dijo eso?

Gyania soltó una risita y se llevó el cabello por detrás de la oreja.

— Sí.

Cair dio un cabeceo con una mueca en el rostro.

— Ya te haces una idea de lo que diré.

— Esto es distinto, es algo personal.

— Si es suficiente como para bajarte el ánimo de esa forma tan abrupta, también yo me lo tomaré personal — Se tronó los nudillos.

Ella volvió a reír. Su ansia por ir al bosque se acrecentó en cuanto vio lo cerca que estaban los soldados del humo.

— Vete a dormir.

Cair ladeó la cabeza e intentó mostrar una expresión más seria.

— Si necesitas hablar, estoy aquí.

— Lo sé — Miró al suelo y se despidió con la mano. Había una gran distancia, pero Cair logró oír su susurro —. Creo que es lo que me haría peor…

Fue como si le tirasen un yunque en la cabeza. Ahora tenía la certeza de que no podría dormir, por lo que luego de mirar en todas las direcciones, Cair corrió hacia el interior de la habitación, cogió su espada y se lanzó por el balcón, rodando para amortiguar su caída e inmediatamente emprendiendo su rumbo hacia el bosque. Mientras corría, se volteó hacia el balcón de Gyania, negó con la cabeza, maldijo para sus adentros y saltó al otro lado de la muralla. Tras unos minutos, volvió con un racimo de flores y la figura de un pajarito que había hecho con papel y en la cual escribió «Alísito». Con un poco de resina que traía en su bolso pegó la figura al racimo y lo lanzó hacia el interior del balcón de Gyania, entonces cogió una pequeña piedrita con la que golpeó su ventana para finalmente salir corriendo.

Gyania se acercó a la ventana, somnolienta, a pesar de que no había logrado conciliar el sueño.

En el suelo de su balcón había un racimo de flores con un pequeño pajarito de papel pegado en la cinta. Gyania se agachó y recogió el racimo. Las flores de azul cristalino que componían la mayor parte del racimo se llamaban carlieas, comúnmente llamadas como la flor de la curiosidad, por la forma en la que crecían las flores, siempre mirándose las unas a las otras. Un bonito detalle. Cogió el pequeño pajarito. En una de sus alas decía «Alísito», ante lo cual sonrió y procedió a desarmar el pajarito para ver si decía algo más.

Ella nunca había creído en el poder de las palabras, tampoco había tenido la oportunidad de sentirse regocijada solo por la presencia de otra persona, solo por el hecho de saber de su existencia. Sin embargo, la frase que estaba ahí escrita, aunque simple en significado, caló en toda su piel, provocándole una calidez que revocó en un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Se sonrojó, algo que no era común en ella; sonrió de felicidad, sintió unas repentinas ganas de llorar, pero de emoción. Por primera vez en toda su vida, alguien había logrado conmocionar todo su cuerpo sin siquiera tocarla. Aferró el racimo contra su pecho.

«Serás desgraciado…» pensó mientras unas pocas lágrimas corrían por sus mejillas. Aunque sabía que toda esa emocionalidad era el fruto de un momento de especial sensibilidad, volvió a leer las palabras una y otra vez:

«Intenté huir de ti una vez, ahora no esperes huir de mí»

Cair cruzó por toda la ciudad, dándose cuenta de que los espóreos sí transitaban por las calles a esas horas, como si ellos fuesen los habitantes de la ciudad durante la noche. Por poco no patea uno para mandarlo a volar, pero contuvo ese impulso tan extraño. Para su suerte, no se encontró con nadie más, aparte del guardia dormilón que custodiaba el pórtico por el que salió de la ciudad.

Aunque la cortina de humo que él vio ya se había desvanecido en el aire, Cair percibió una segunda cortina de humo a unos metros por delante de donde él iba, por lo que emprendió una última carrera hasta el punto del que parecía provenir. Allí, un tipo joven, aparentemente un viajero, luchaba contra un lobo escuálido.

Mientras corría a ayudarlo, Cair creyó ver algo extraño en el lobo. Lo primero, es que estaba desnudo, sin una pizca de pelaje. Segundo, se movía de forma frenética y errática, sin una manada ni un patrón natural en su comportamiento, tanto así, que el viajero no había sido capaz de evitar sus fauces. Lo tercero, es que aquella criatura no parecía tener estructura ósea alguna por la forma en la que se movía su cuerpo. Y la última, la que provocó que Cair se estremeciera, era su rostro: Una cara humanoide, pero cuya expresión triste estaba deformada hasta el punto de ser aberrante. Cair lo asoció al llamado Gris Eterno inmediatamente, sin embargo, sus encuentros con los engendros de allí no se parecían en nada a esa cosa de aspecto grotesco.

Cair saltó por encima del lobo y, de un corte, cercenó su cabeza, revelando un interior viscoso sin signos de órganos o venas, de hecho, ahora que podía verlo de cerca, sus venas parecían ir por fuera de su piel. Con cara de asco, apartó al lobo, pero, tristemente, había llegado tarde. La herida en el cuello del viajero ya había dejado escapar su vida, por lo que solo quedaban el débil reflejo de Junio y los colores de cielo matutino en sus ojos muertos.

Él no se lamentó, aquello no había sido su culpa, él había hecho todo lo posible por salvar a ese sujeto, así que no cargaría con la insensatez del viajero. Se volteó hacia el lobo y golpeó su cuerpo con la punta de su espada, el que se meneó como una jalea y, al encontrar su cabeza, le encontró una similitud algo rebuscada con la del ganado que nacía enfermo durante el invierno recién pasado. Alexander había relacionado todo eso con la que era su misión, pero viendo lo que tenía bajo sus pies, finalmente le encontró sentido a un pensamiento que no parecía tener fundamento.

Siguiendo con sus instintos, Cair abandonó los restos y se adentró en la profundidad del bosque, hasta que sus pasos lo guiaron inconscientemente hasta un cobertizo en ruinas ubicado en un claro de hierba alta.

En un primer vistazo, Cair no fue capaz de encontrar nada extraño en el suelo, solo escombros y trozos de madera, probablemente arrancados de las paredes por otros viajeros en un intento por aprovecharlas para reparar el techo y resguardarse de la lluvia sin tener que pagar por una posada en la ciudad. Había evidencias de ello. Aun así, su morbosidad le instó a seguir adelante, a husmear el cobertizo, por lo que se acercó unos pasos, saliendo de la oscuridad del bosque para cubrirse con la tenue luz del día que venía y que bañaba sutilmente el claro.

Las bisagras rechinaban estruendosamente a cada centímetro que recorría la puerta, hasta que estas finalmente cedieron y Cair terminó con la puerta en la mano. La dejó caer hacia atrás y se introdujo en el cobertizo.

Lo primero que vio, fueron una serie de viales y pipetas de vidrio cubiertas de un manto musgo que nacía desde una de ellas y se extendía por toda la mesa. En el mismo mesón había también una vela a medio consumir y una serie de herramientas oxidadas que, sin mucho conocimiento, Cair asumió que se trataban de las de un relojero, hipótesis sostenida por unos cuantos engranajes y placas de metal en uno de los costados. Sin embargo, sobre todo aquello había una estantería repleta de libros sobre la religión Risiana, en su gran mayoría, puntos de vista externos a la religión, que hablaban sobre el valor teológico de la mitología en ella presente. Todos autores considerados herejes y buscados por lo mismo en su día. Aquello le dio a Cair una idea sobre el tipo de persona que allí debió habitar. Otro detalle, eran algunos huesos de ratones y animales pequeños dispuestos en un mostrador colgado en la pared, cada uno con su nombre; algo que le resultó perturbador, pues el día que Alísito decidiese dejarlo, él lo enterraría como con cualquier ser querido, no lo tendría expuesto sobre su escritorio para observar sus restos hasta que el decidiera que era hora de unírsele.

En el otro extremo de la habitación había una cama de paja, la cocina era una especie de armatoste de bronce y acero que se asimilaba, al menos en aspecto, a los motores de los zepelín. Estaba unido mediante unas tuberías rudimentarias a unos frascos con una ponzoña limosa de color negro. Cair volvió a dejar el frasco en su sitio e intentó volver a conectar la tubería. Al fracasar, simplemente dejó el frasco sobre la máquina, vanagloriándose de la grandiosa idea de ordenar una habitación que fácilmente debía llevar abandonada un par de años ya.

Fuera comenzó a caer la neblina mañanera, acompañada de una débil llovizna, por lo que, tras haber comprobado que su mente le había jugado una mala y paranoica pasada, Cair decidió retornar de vuelta a Rainlorei, ahora sí, con una notable pesadez en los parpados abrumando su cuerpo.

De pronto, el frasco que había dejado sobre lo que él creía que era la cocina se volteó y dejó caer todo el líquido al interior de la máquina, la que se iluminó en color dorado inmediatamente.

Cair quiso examinarla con detenimiento, pero una mano pesada lo apartó y lo único que alcanzó a ver fue el filo una espada del mismo color que el cielo, brillante y plateada, hermosa y seductora; trazando un arco que partió la máquina por la mitad y, con ella, a una especie de bulto de carne que se hizo visible inmediatamente para chorrear sangre. Al levantar la cabeza, incluso antes de que sus ojos se toparan con los vacíos del paladín de la armadura de bronce que desencadenó toda la serie de eventos que lo llevaron hasta ese punto, Cair retrocedió de golpe, resbalando encima de la pared de madera podrida, la que se derrumbó y lo dejó caer hasta el otro lado, sobre la hierba húmeda.

Era el mismo tipo, el mismo paladín, el mismo aspecto desaliñado y la misma postura decaída, aunque, como si fuese el combustible de una llama, un torrente de maná arrebatado lo envolvía completamente, yendo y viniendo hacia él en un ciclo que acababa con esas mismas llamas blanquecinas ascendiendo y dispersándose en el cielo.

Nalem se rascó la cabeza.

Es cierto que la mejor forma de mostrar el mundo es mediante sus bosques y su cielo, un fiel reflejo de lo que su artista quiso retratar en su mundo, pero he de ahí su pregunta ¿Por qué los colores de Ortande eran tan radicalmente distintos según el reino? Teorim era un hermoso contraste entre el rojo de la hierba y el cielo, Ampletiet de bosques radiantemente verdes, Zalasha un quebrado páramo dorado y Trobondir casi un espejo de ese extenso lienzo celeste sobre sus cabezas ¿Por qué el mundo era tan colorido y quien parecía ser el protagonista, al menos para él, era, a todas luces, un desteñido?

Contempló en silencio el bosque de Thrino, intentando captar cada detalle en su trazo, cada vibrante color verde que se posaba en su mirada y cada hierba armoniosamente contrastante. Ortande era un mundo hermoso, casi como las primeras pinturas de un niño, llenas de color e impresiones imperfectas, y su antagonista, una tierra sombría, carente de colores, literalmente, un Gris Eterno. Era casi poético.

¿Qué habría querido retratar aquel que creo ese mundo para ellos?

Nalem bajó la cabeza para dedicar el cien por ciento de su atención a sus cavilaciones, con la idea de desarrollar una idea que usar en sus fantasías. Ciertamente le pasaba mucho, pero tal y como surgían las ideas, se iban; se esfumaban en su mente tan efímera que no ansiaba más que otra cosa sobre la que poner su atención, porque un foco de pensamiento era muy poco y él era incapaz de retener más de uno. De hecho, era lo que estaba haciendo en esos momentos ¿Por qué se distraía tanto y siempre cuando sus ideas parecían tomar rumbo? Era como si sus cavilaciones estuvieran directamente relacionadas con el relator de su historia, como si hubiese un bloqueo existencial que evitaba que él llegara a las respuestas. Era una idea curiosa. Pensar que había un ente superior que limitaba todo cuanto pasaba por su cabeza era escalofriante, pero interesante. Una oda igualmente interesante sería la de un individuo que fue capaz de ir en contra de las reglas que limitaron su pensar, un personaje que con sus cavilaciones intentaba revelar todo su pensar estrechamente vinculado con el de su creador.

Pero nuevamente se estaba desviando del tema, había empezado pensando sobre su mundo y había acabado en la fantasía de ser el rehén de quien relata su historia ¿Qué diría la gente si él comunicara todos sus pensamientos? Probablemente lo juzgarían, lo pasarían por loco y él se avergonzaría de sus fantasías.

— ¿Sir Nalem? — Preguntó Naeve, inclinándose ligeramente para encontrar su mirada.

— Oh, discúlpame.

— Parece que te gusta detenerte a pensar.

— Sí, creo que no soy del tipo que puede hacer dos cosas al mismo tiempo.

— Ya lo veo. Pareces irte de este mundo — Comentó ella, mirando hacia el frente.

— ¿Lo dices porque guardo silencio de golpe? — Él se había bajado del caballo. Realmente no le gustaban mucho las monturas, a pesar de considerarse un caballero.

— Literalmente es lo que haces — Señaló la joven Naeve —. Hablas durante mucho tiempo y te callas de golpe por el mismo tiempo.

Él sonrió.

— Soy bueno conversando y pensando.

— Ya, pareces alguien bastante culto.

Nalem soltó una carcajada.

— ¡Eso es que creen todos! — «Lo» le agregó la joven Naeve —. Creen que sé mucho, pero la verdad es que sé poco y tengo mucha opinión sobre ese poco.

Ella levantó la cabeza.

— Pero, a decir verdad, pareces algo lento…

— Oh — Pues sí, su capacidad de pensar rápido se la había llevado otro personaje.

— Sin ánimo de ofender. Creo que es mejor pensar las respuestas, da a entender que estás escuchando a la otra persona y valorando su opinión.

Nalem se masajeó la barba.

— Ciertamente… es algo positivo. No había visto de ese modo… — «¡Pero qué tozudo soy!» —. No 'lo' había visto de ese modo — La joven Naeve asintió y él sonrió —. Me acabas de alegrar el día.

— ¿Te sentías mal?

Se paró un segundo a estructurar su respuesta.

— No, pero las personas se mantienen en un estado neutral hasta que algo bueno o algo malo ocurre. Ahora mismo ocurrió algo bueno para mí, así que mi día es alegre.

— ¿Tan fácil?

— Pues sí.

Ella arqueó una ceja.

— Pero eso es malo ¿no? — Él ladeó la cabeza —. Porque quiere decir que tan rápido como te animas, te desanimas.

Un espóreo pasó corriendo por delante de sus caballos, perseguido por un destello dorado.

— ¿Eso era un hada? — Preguntó Nalem.

— Parece que sí.

— Nunca había visto una… — Sacudió la cabeza «Es impresionante tu falta de concentración, Nalem de Hierolicia» —. Volviendo a tu afirmación — Bajó la cabeza —. Pues tampoco me había detenido a pensarlo, pero sí…

La joven Naeve se encogió de hombros.

— Supongo que es algo positivo y negativo.

Él asintió.

Nalem levantó la cabeza e intentó ver el cielo por detrás de las hojas de los árboles, cegándose intermitentemente por cada rayo de luz que sus ojos conseguían captar directamente. No encontró mucho más en lo que pensar, así que se limitó a seguir observando el bosque para almacenar todas esas imágenes en su cabeza para algún día ocuparlas en su relato ficticio… Y también porque, por alguna razón que él no acababa de comprender, creía que estaba interrumpiendo algo.

El paladín lo miró fijamente antes de intentar hablar, porque cuando su boca se abrió, una cascada de sangre cayó de su boca, pero él no se inmutó, simplemente dejó que la sangre resbalara por su armadura hasta llegar al piso.

— No flaquees… — Más sangre —… Cuando ocurra todo lo que ha de ocurrir… — Sin más espacio en su boca, la sangre eligió sus ojos y su nariz para salir —. Ve a las ruinas de Nio'Orbite…

En un intento por calmar los temblores de su mandíbula, Cair apretó los dientes. Su respiración se tornó frenética y su corazón emitía el mismo sonido que un tambor, casi perceptible por él mismo.

El paladín hincó una rodilla.

— Déjate llevar por la mujer de blanco… — Apoyó ambos brazos en el suelo para continuar botando sangre, la suficiente como para matar dos veces a una persona. Sacudió la cabeza y se irguió, se acercó a él y lo apuntó con su espada.

Cair, aún en el piso, retrocedió desesperadamente hasta que el suelo detrás suyo se acabó, él cayó y todo se fundió en negro, en un profundo y absoluto negro.

Con todos sus sentidos alterados, Cair gritó mientras caía y caía. O eso creía él, pues después de oír nuevamente el ruido de la sangre cayendo al piso, se volteó para percatarse de que no estaba cayendo; estaba de pie, mirando hacia un cielo completamente negro en medio del claro de un bosque sin follaje, de árboles negros y de apariencia viscosa como el alquitrán. La hierba bajo sus pies se movía a un ritmo errático, en movimientos rígidos y lineales, y se apegaban a él como si tuviese un imán en el cuerpo. Justo frente a él estaba el paladín, con ambas rodillas en el piso y erguido únicamente gracias al soporte de su espada clavada en el piso; su sangre borboteaba en el piso, hirviendo y evaporándose.

— ¿Q… quién eres? — Preguntó Cair, inhalando y exhalando profundamente para calmar sus sentidos, asumiendo su postura y la de quien no reconocía como amigo ni como enemigo.

— Lo lamento… — Ahora unas cuantas lágrimas ocuparon sus ojos —. Al fin podré descansar… — Dijo el paladín, ignorando su pregunta. Lentamente levantó su espada y apuntó hacia unos zarcillos negros justo debajo de sus pies —. Deberías…

¿Primero lo apuñalaba y ahora le pedía perdón como si siempre se hubiesen conocido? ¿Encima ignoraba su pregunta? ¿Qué clase de desquiciado era ese tipo? ¿Dónde estaba? Cair apretó los dientes y frunció el ceño, pero no con la expresión del cazador, sino que como la de una presa que intentaba parecer más grande para intimidar a su oponente.

Algunas brasas bailotearon a su alrededor.

— ¡Te hice una pregunta! — Le gritó, desenvainando su espada y apretando la empuñadura con fuerza.

— Yo… solo soy un maldito… — Se escuchó un sonido rocoso en la lejanía —… Lamento… — Escupió sangre a su costado —… haberte apuñalado… pero de otra forma no estarías aquí…

Cair se llevó una mano a la frente, cerró los ojos y apretó el ceño con fuerza. Su corazón latía muy fuerte, había tantas preguntas en su cabeza que acabaron por enredarse.

— ¿Qué sabes? — Masculló.

— Todo cuanto corresponde a mi deber — Replicó con la cabeza baja.

— Q…

— Es tu camino — Respondió antes de que el dijera la primera palabra.

— Co…

— Pude haberte matado.

Cair apretó la mandíbula aún más.

— P…

— Porque eres el peón que empata el juego…

Las brasas a su alrededor comenzaron a juntarse y a formar pequeñas ascuas en su ropa.

— C…

— Es mi maldición.

— De qu…

— Intérprete antes, ahora escribana.

— Cua…

— Delequiem Eil'Meriel a'me Iadahel — Replicó, dejando un espacio entre cada palabra.

Cair se quedó de piedra y luego maldijo.

— ¡¿Me dejarás hablar?!

— He respondido a tus preguntas… las palabras sobran… — Ahora se veía en mejor estado y la suerte de llamas que lo envolvían habían amainado, pero repentinamente su piel empezó a secarse y a apegarse a su piel. Se llevó la mano a la cara y dijo —: Debo salir de aquí… ahora… — Se levantó.

— N…

— Debemos irnos…

— ¡Déjame hablar!

— Sé lo que vas a decir — Empezó a caminar en dirección contraria, arrastrando los pies y la espada por el suelo —. Tres… — Murmuró.

— ¡¿QUIÉN MIERDA ERES?! — Gritó, empezando a correr hacia el paladín.

— Dos… — Continuó, ignorándolo.

— ¡RESPÓNDEME! — Levantó su espada.

— Uno…

— ¡DI AL…!

— Salva al viajero y háblale a la medio elfa de mí.

Acto seguido, el paladín lo apuntó con el dedo y toda su vista se fundió en un gradiente de colores que iban desde un negro azulado y estrellado hasta un tono anaranjado en el que se difuminaban esos pequeños puntitos que él asumió como estrellas después de recibir un pequeño empujón que lo hizo trastabillar.

El viento húmedo azotó su frente y en la lejanía oyó el remezón de las hojas de los árboles y el choque de unas cascadas.

¿Qué hora era?

Cair bajó lentamente la cabeza y se encontró en el puente que conectaba con la entrada principal de Rainlorei, donde se quedó unos largos segundos en los que solo se observó las manos, confundido, mientras pensaba en todo lo que había ocurrido y revisitaba las palabras del paladín; una y otra vez las mismas palabras que inconscientemente había grabado en su memoria, a pesar de su temor y su rabia. Se volteó hacia su izquierda y observó el amanecer, donde se quedó con la mirada pérdida en el vacío durante un rato antes de acercarse a la balaustrada para apoyar sus manos en el borde y así sostener su cuerpo. Bajó la cabeza con su mirada puesta en la diminuta granularidad de la roca en un patético intento por calmar el frenético y errático movimiento de sus ojos.

Lo cierto, es que él no estaba enojado por la ambigüedad del paladín ni con el paladín propiamente tal. Tampoco por la pérdida de su tan precavido control de las situaciones o su incompetencia.

La piedra de la balaustrada se agrietó ante la fuerza de su agarre.

«Los ojos blancos son buena señal» «Igualmente serás alguien importante» «Porque eres el peón que empata el juego» Acompañó un cabeceo con una sonrisa para ocultar ante el cielo el incómodo dolor de estómago que ya empezaba a volver.

La razón por la que estaba enojado era porque sentía que el mundo lentamente lo iba consumiendo y él no podía hacer nada al respecto. Porque se había involucrado en algo de lo que no podría escapar creyendo ser un héroe. Patético.

Maldijo a los celadores.

Gyania tuvo muchos problemas para bajarse de la cama esa mañana, pero tuvo la suficiente determinación como para ponerse de pie. Al fin y al cabo, su padre ya debía estar en el trabajo a esa hora y Cair debía estar despierto ya.

Ella quiso ir a tocar la puerta de la habitación en la que dormía el chico de ojos blancos, y lo hubiera hecho si hubiese tenido el coraje suficiente como para hablarle después de haber pasado una noche completa con él en la cabeza. Intentó convencerse a sí misma de que no era la primera vez que pasaba una noche pensando en él, pero esa vez no funcionó. Había algo distinto, tal vez en ella o tal vez en él.

— Hola, mamá — Saludó a su madre mientras picoteaba unas galletas caseras que había en un bol sobre la mesa de centro de la sala de estar —. ¿Cair no se ha levantado aún?

— Hola, hija. Y no, tu amigo no se ha levantado aún.

Gyania se llevó el dedo a la mejilla, ceñuda. Él siempre era el primero en levantarse; aunque después de pensarlo bien, realmente no había motivos como para que él despertara temprano… ¿O se sentiría nervioso por lo de ayer y en realidad no era tan pícaro como se mostraba? Ese pensamiento le generó una confianza efímera que no duró más de lo que ella tardó en pensar en que no era algo propio de ese chico de ojos blancos.

Después de un largo rato, finalmente el susodicho tuvo la decencia de aparecer, aunque en un estado un tanto deplorable.

Cair parecía afligido, o por lo menos cansado. Llevaba unas buenas ojeras rojas que le daban un atractivo más descuidado y casual al acentuar la forma de sus ojos que provocó un escalofrío en ella. Su camisa blanca con los últimos dos botones de la camisa desabrochados mostraba su marcado esternón y su cuello, lo que retuvo su vista durante unos segundos antes de que se diera cuenta de que lo estaba haciendo.

— Buenos días… — Saludó, casi murmurando de la desgana.

— Sí que es guapo tu amigo — Le susurró su madre —. Parece que no dormiste bien.

— Exacto… Pero no tiene nada que ver con la habitación o la cama; si no fuera por eso, no habría dormido ni siquiera una hora.

— Ya veo… Ven, toma asiento, pediré que te traigan algo enseguida.

— Muchas gracias — Acompañó su agradecimiento con una reverencia corta… o el intento de una completa.

Gyania lo siguió con la mirada mientras él tomaba asiento, pero en cuanto él se la devolvió, ella inmediata e instintivamente la apartó, como si aquello fuese una cacería donde ella era la presa.

— ¿Tengo algo en la cara? — Le preguntó, señalándose con el dedo.

— Aparte de la cara de culo, nada — Logró articular, aunque no mantener un contacto visual constante.

— Bien…

«¿Qué me ocurre hoy? ¿En serio vas a dejar que una cartita te deje así, Gyania?» pensó ella, nerviosa por dentro, serena por fuera, intentando calmar su mente como siempre lo había hecho. Aunque sabía que eventualmente caería ante sus encantos, ella esperaba tener algo más de resistencia.

— Una preguntita — Dijo Cair —. ¿A qué se dedica usted, señora Leila?

Probablemente lo preguntaba para sacar un tema, puesto que ella creía haberle hablado sobre su madre… ¿O nunca la había mencionado por evitar sacar a su padre a colación?

— Solía trabajar como intérprete hace algunos años, con el padre de Gyania, pero ahora trabajo como escriba.

Por una milésima de segundo, Cair pareció sorprenderse.

— Eh… si fue escriba, debe saber hablar todos los idiomas.

— De los reinos al menos. Es un desastre la cantidad de lenguas que hay en los pueblos ealeños.

— Debe ser un incordio traducir sus textos.

Ella dejó escapar un suspiro.

— Generalmente son muy parecidos a los de los pueblos que tienen cerca, pero sí, me han dado problemas en mis dos trabajos — Confesó con expresión pesarosa.

— Me lo imagino — Sorbió de su taza —. ¿Le suena de algo el apellido Eil'Meriel? — Preguntó.

— Es trobondinense, creo que había un maestro de esgrima de ese apellido.

— ¿Y Delequiem?

Su madre frunció el ceño.

— No mucha gente conoce ese nombre en Ampletiet, me sorprende que lo conozcas — Cogió una galleta y se la comió de un bocado —. Es el nombre del príncipe del que hablaba Gyonn.

— ¿Ah, sí?

Gyania frunció el ceño ¿Habría tenido alguno de sus sueños?

— Delequiem, el príncipe heredero de la Trobondir noroeste y el primer mestizo completo ¿Has leído el libro por casualidad?

— A decir verdad, no.

Su madre enarcó una ceja.

— Pues deberías, es un clásico trobondinense; más dirigido hacia un público infantil, pero igualmente entretenido. Además, ese príncipe bien podrías ser tú — Agregó con una sonrisa.

— Tal vez…

Su madre rio ¿Habría situación más incómoda que una madre charlando con los amigos?

Gyania frunció el ceño ¿Será que se había creído las coincidencias? No sería descabellado pensar que sí, aunque Gyania prefería dejarlo como una simple coincidencia «Pero… ¿Y si lo fuese» Eso podía significar que Cair era más importante, políticamente hablando, que cualquiera de los pretendientes que ella tuvo a lo largo de su vida, incluso que su prometido. Sintió que se le arrebolaban las mejillas y las orejas. Había una serie de conflictos que se podían desatar con la repentina aparición de un príncipe heredero, una gigantesca y enigmática trama que podía revocar en un centenar de implicancias internas y externas, considerando que esa porción de Trobondir seguía regida por un regente y no por un miembro de la realeza como tal. Aunque se sabía el regente era un tipo sensato que guiaba a su pueblo con sabiduría y justicia, era eso, solo un regente, un líder temporal a la espera de la aparición de sangre real, cosa a la que los trobondinenses les importaba aún más que a los amplietanos, aunque solo para asuntos políticos.

Y ahí estaba ella, sonrojándose por pensar en él como su prometido. Se sintió tan estúpida e hipócrita que prefirió pedir permiso para ir a tomar aire.

Al cabo de un rato, el hombre de sus pensamientos acudió para acompañarla y se sentó a su lado con naturalidad.

— ¿Te pasó algo? Nunca te había visto tan cansado — Preguntó ella, iniciando la conversación; por incomodidad más que por cualquier otro motivo.

— Sí… bueno, anoche salí a 'tomar aire' — Replicó, recostándose en el banquillo, provocando que su camisa se estirara para marcar sus abdominales, pero ella seguía sin entender el por qué se seguía fijando en esos detalles.

— ¿Qué te pasó? — Le preguntó, intentando apartar su vista.

— ¿Crees que yo podría ser ese príncipe del que hablaba tu hermano? — Al parecer, él realmente creía eso.

— Sería extraño — Replicó ella.

— Sí… supongo… — Bajó la cabeza y casi se quedó dormido —. ¿Vamos a ver a Hakmur? Hay algo que necesito contarles.

Todo su rubor y excitación se evaporó al instante ¿Lo diría finalmente?

Ella asintió inmediatamente e intentó levantarse para ir en el acto, pero Cair la bloqueó con su brazo.

— ¿Qué enfermedad tienes? — Preguntó, seco, directo y sin mirarla a los ojos.

— ¿P… por qué quieres saberlo? No es relevante.

— Lo es — Contradijo él, volteándose a mirarla sin mover demasiado la cabeza.

Ella le devolvió la mirada, intentando restarle importancia sumándosela a la urgencia de ir con Hakmur, pero Cair fue indiferente.

— ¿Por qué insistes tanto? — Preguntó ella, frunciendo el ceño.

— Porque Gosiel y tu madre estaban preocupados y porque si fuera algo menor, no estarías tratando de ocultármelo — Subitamente ella hurgó en su bolso y le arrojó las píldoras.

— Anemia — Masculló.

Cair miró las píldoras desperdigadas por todo el piso y el banquillo sobre el que estaban sentados.

— Nunca te vi tomar una píldora.

— ¿Me veo pálida? ¿Me cuesta respirar? ¿Me veo fatigada? — Se cruzó de brazos —. No he tomado una sola píldora hace más de un mes.

Cair le clavó la mirada.

— Anemia por mestizaje élfico— Dijo él —. Provocada por la falta de los nutrientes necesarios para mantener a un cuerpo humano que un organismo élfico herbívoro es incapaz de brindar. Es imposible que estés curada.

— Cuenta esas píldoras y calcúlalo. Una por día, compré la última bolsa de treinta el día que nos conocimos y ¡Ah, mira! Esa es la bolsa.

Cair abrió los ojos como platos.

— Es imposible.

Ella soltó un suspiro.

— He corrido, he combatido y usado mi magia hasta que mi asfaxis me lo permitió — Dijo ella —. Y-no-me-he-desmayado.

— Gyania…

— ¡Tú lo dijiste! — Exclamó ella —. ¡No me has visto tomar ninguna píldora porque no lo he hecho! — «¿Por qué no le creía?» —. ¿Recuerdas cuando acampamos cerca de la Ciénaga de Uubir? — Después de dudar, Cair asintió —. No contaba los días que habían pasado desde que nos conocíamos. Contaba los días que llevaba sin tomarme las benditas píldoras, Cair.

— P…

— Vamos — Interrumpió ella —. No tiene sentido seguir con esta charla — Agregó, alejándose del banquillo en el que estaban sentados.

Aunque Cair la alcanzó al trote, no dijo nada más sobre su enfermedad.

Hakmur estaba hospedándose en una posada llamada «El Eterno Colorido», probablemente en referencia a los comunes arcoíris que se formaban alrededor de toda la ciudad debido a la húmedad de esa zona, producida por las cascadas y los complejos fluviales que la rodeaban.

Cair fue contoneándose de lado a lado, en un paso inusualmente irregular e inestable, trastabillando con su propio pie en varias ocasiones que Gyania aprovechó para manosearle los brazos. Si ya parecía que el guantazo de un día sin sueño lo había aturdido, ser derrotado argumentalmente había acabado por matarlo, ella sonrió para sí, pero no por eso sería más amable con él; se había mosqueado, 'la' había mosqueado el hecho de que él dudara de ella y su capacidad de actuar racionalmente.

Se llevó un dedo a la mejilla ¿No era demasiado el efecto de haber dormido poco considerando que nunca dormía más de cinco horas? De hecho, en el camino parecía ir volviéndose progresivamente más estúpido.

Al llegar, Hakmur los esperaba en la entrada, sentado en un taburete curiosamente grande mientras apilaba monedas sobre una mesita que parecía de juguete a su lado. No había mucha gente alrededor, aun así, era algo que Gyania jamás hubiera pensado en hacer en público; ni ella ni nadie con un mínimo de tino, pero ahí estaba el gélidar, tan tranquilo, tarareando una canción mientras movía las monedas de lado a lado con delicadeza. Pero, viéndolo desde otra perspectiva ¿Quién se atrevería a robarle a un gélidar de más de dos metros que llevaba un arco de cuerda tan gruesa como un lápiz? ¿Quién sería tan tonto?

El gélidar levantó la mano para saludarlos con una sonrisa.

— Ho… ¿P… por qué vienes enojada y él medio muerto?

Cair le dedicó un cabeceo.

— No dormí suficiente — Replicó él, desparramándose en otro taburete, pero aún consciente de su estúpida caballerosidad como para acercarle uno a ella —. Y ella es una pesada.

— Lo que tú digas.

Hakmur soltó una risotada que hizo temblar el cristal de la ventana a su lado.

— Este… Les tengo que contar algo… bueno, a Gyania en realidad.

— ¿Eso? — Dijo Hakmur.

Cair asintió y dejó caer la cabeza sobre la mesa, desordenando todos los montoncitos de monedas que había apilado Hakmur, quien, por primera vez, puso cara de nada.

— ¿Eso? — Repitió ella ¿Por qué le había contado algo al gélidar y a ella no?

— ¿Tienen salas de reunión en esta posada? — Preguntó Cair, mirando a su alrededor con la cabeza apoyada en la mesa, rompiendo con las pocas pilas que seguían en pie.

— Sí… — Replicó Hakmur, mirando sus monedas con el rostro pesaroso —. Vamos — Dijo mientras se levantaba.

Gyania ayudó a Cair a levantarse y se dirigieron al interior de la posada.

En su vida ella no había tenido la oportunidad de conocer muchas posadas convencionales, pero un detalle en el que reparó era que todas tenían el mismo pasillo de entrada con los tapices acolchados. Gyania no pudo ver mucho más, ya que el gélidar siguió recto por el pasillo y se metió por una puerta al fondo de este, sin pedirla o decirle al dueño. Al recordar que allí había un conocido de Hakmur, Gyania dejó a Cair, quien se fue contra la pared, y retrocedió para ver quién era el conocido de Hakmur, pero en la sala principal no había nadie más que un par de huéspedes sentados comiendo, por lo que ella hizo puchero y volvió a por Cair, que de alguna forma se había quedado dormido de pie. Ella fue incapaz de moverlo, por lo que tuvo que ir a buscar a Hakmur para que la ayudara. El gélidar se lo echó al hombro y lo llevó hasta la sala de reuniones de la posada, una habitación con una amplia mesa en el centro, seis sillas acolchadas, un brasero en una de las esquinas y una pizarra con tiza en la pared. Simple, pero acogedor. Habían utilizado el mismo tapiz rojo de la entrada para aislar la habitación y darle una apariencia más lujosa.

Sin mucho cuidado, Hakmur dejó caer a Cair sobre una de las sillas y se sentó al otro extremo de la mesa.

— ¿Y bien? — Le preguntó ella.

Con esfuerzo, Cair despegó los párpados, la miró, se asustó, ella también se asustó porque él se había asustado y él volvió a asustarse porque ella se había asustado al asustarse él. Hakmur soltó otra risotada.

— Por los celadores… — Murmuró él, divertido. Al menos había servido para avisparlo.

— Parece que sin tus instintos no eres nada ¿eh? — Espetó ella, dándole unas suaves bofetadas —. ¿Y bien? — Repitió.

Él puso su mano encima de la suya y se la llevó a la mejilla.

— Conocí un paladín… con Luz — Dijo él, como si fuese algo irrelevante. Ella apartó la mano —. Él…

Gyania lo agarró por el cuello de la camisa y lo sacudió.

— ¡¿Por qué no me lo dijiste antes?! — Lo increpó ella mientras lo sacudía.

— Porque no te conocía lo suficiente… — Balbuceó él.

— ¡Se lo dijiste a Hakmur!

— Él… a él… no parecía que le fuese a importar…

Hakmur se encogió de hombros.

— Eso es cierto. Al menos no salté a asfixiarlo — Espetó el gélidar.

Ella lo apartó con brusquedad, volvió a sentarse y se cruzó de brazos y piernas.

— Continua — Le ordenó.

— Él… me apuñaló…

— ¡¿Qué?!

— Me dijo que no dijera nada… — Se apresuró en agregar. Bajó la cabeza —. Y ahora me dijo que te dijera.

— ¿Lo volviste a ver? — Preguntó Hakmur, inclinándose ligeramente hacia adelante.

— Sí… anoche… por eso estoy así… parte sueño… parte duda y confusión…

Gyania abrió la boca de la sorpresa.

— ¿Sabe de mí? — Preguntó al fin —. Digo ¿Qué ocurrió? ¿Cómo ocurrió? ¿Dónde te lo encontraste? ¿Por qué te apuñaló?

— Ehm… Sí…

— ¡Respóndeme!

— ¿Puedes ir más lento, cerebrito? No sé si te habías dado cuenta, pero no estoy en mi mejor forma.

Ella frunció el ceño, cerró los ojos y se frotó la frente con los dedos.

— ¿Dónde te lo encontraste? — Preguntó ella, ordenando sus preguntas para que el vivaz pudiera responderlas.

— En el templo Noytia la primera vez, cuando dije que me atacaron esas cosas… ahora, en el bosque de la meseta antes de la ciudad.

— ¿Cosas? — Repitió Hakmur.

— ¿Qué hacías allí? — Continuó ella.

— Vi humo — Replicó él, lacónico.

— ¿Humo? — Repitió el gélidar una vez más.

— Del humo… de los zarcillos… ehm… las manchas de hollín, después se vuelven una especie de zarcillos negros y salen unas cosas sin rostro…

— Espera, espera, espera ¿Cosas sin rostro? — Repitió por tercera vez.

— Humanoides, cuerpo carnoso con erupciones, con un agujero en vez de rostro… parte de la investigación de Alexander…

Hakmur se inclinó aún más.

— ¿Y dices que aparecen en las manchas de hollín? — Preguntó Hakmur. Cair asintió —. ¿Son agresivas? ¿Poderosas?

— Agresivas sí, poderosas, no…

Gyania soltó una carcajada de desdén «Sí, son muy débiles…» pensó ella, recordando lo que le había ocurrido en el templo Mildhin.

— ¡Debemos decírselo a los soldados! — Exclamó el gélidar, apoyando las manos en la mesa.

— ¡No! — Gritó él —. Se lo diré a Alexander luego de que terminemos con esto, mientras tanto, hay que mantenerlo entre nosotros ¡Ordenanza de vuestro líder, lacayos! — Hakmur volvió a sentarse —. Ehm… hay otro detalle, pero prefiero contarles el resto primero…

Hubo un par de segundos de silencio mientras él, Gyania e incluso el propio Cair digerían la historia que había relatado.

Hakmur se llevó una mano a la frente ¿En qué clase de cabeza cabría todo lo que ese muchacho había dicho? Le parecerían los delirios de un desquiciado si el chico de ojos blancos no se hubiera dado el tiempo de contextualizar, pero había algo en su mirada que no dejaba espacio para dudar de sus palabras. Además, según Gyania, al menos la parte de los seres sin rostro era cierta.

Bajó la cabeza y apretó los puños.

¿Entonces estaban justificadas las historias que se usaban para asustar a los niños? ¿No era una invención, sino que una inconsciente advertencia de sus antepasados? Una historia de paladines radiantes y seres profanos, una historia de luces y sombras se tejía ante sus ojos y le ofrecía la oportunidad de formar parte ¿Era acaso ese el motivo por el que los celadores no le habían quitado la vida cuando debieron? ¿Era ese el motivo por el que lo habían obligado a vagar sin un motivo por todo el reino? Ante ambas preguntas esperaba como respuesta un sí, porque si no fuera el caso, significaría que su alma simplemente había sido condenada a la espera de un destino fatal.

— … él… parecía saberlo todo… sin importar lo absurda y rebuscada de mi pregunta — Sacudió la cabeza y sonrió —… sin yo ser consciente, me arrastró aquí sin esfuerzo — Levantó la cabeza y miró a Gyania —. Él me dijo que te hablara sobre todo…

La joven Gyania parecía estar demasiado sorprendida como para decir cualquier cosa, así que Hakmur tomó la iniciativa.

— Ese paladín del que hablas. Coincide con lo que se hablaba del Hijo de Orden — Comentó Hakmur —. Es el único que encaja con esa descripción de omnisciente que le acabas de dar…

Cair apoyó la cabeza sobre el canto de la mesa.

— Lo sé.

— «El peón que empata el juego» — Repitió Gyania —. No soy muy dada a creer estúpidos cuentos de niños… pero si lo dice alguien como él… — Levantó la cabeza y cerró los ojos —. También lo dijeron esos árboles animados de la Ciénaga de Uubir y la druida… ¿Quién demonios eres?

Negando con la cabeza, Cair se encogió de hombros y después se llevó una mano al estómago.

— Parece que más que un chico de ojos blancos… — Se frotó la frente con ambas manos —. ¿Sabes que es lo peor de todo, Gyania?

Gyania frunció el ceño.

— ¿Qué?

El chico de ojos blancos soltó una triste carcajada.

— Que soñé con esas criaturas y su espada el día anterior al encuentro…

No era fácil intimidar a Hakmur, él era un gélidar alto y musculoso, así que generalmente era él quien provocaba ese efecto en las personas, he de ahí que jamás se le pasara por la cabeza que alguien pudiese provocarle un escalofrío con un tan solo un par de palabras. Cair no era alguien normal. Su presencia, sus ojos, su habilidad, su intuición, su origen… había tantas particularidades en él que costaba creer que todas fuesen una simple coincidencia, por más irrisoria que fuese la idea, parecía que los celadores y el mundo sí podían elevar a uno como su campeón, y parecía que a dicho personaje lo tenía justo frente a él.

— Por los celadores… — Murmuró Hakmur.

— ¿Qué harás al respecto? — Preguntó Gyania.

— Nada — Replicó Cair, inseguro de su respuesta —. Esperar a que crea que es el momento para seguir las ordenanzas de ese hombre… es todo lo que puedo hacer… — Se cubrió la cara con las manos y gritó —. No sé qué mierda hacer. Ese hombre dijo lo justo… lo justo como para confundirme, y al parecer a ustedes también.

Gyania se llevó un dedo a la mejilla.

— ¿Qué era lo que te había dicho?

— Que fuera a las Ruinas de Nio'Orbite «cuando ocurra todo» — Replicó Cair. Se retorció —. Me da miedo pensar en el significado de eso…

— ¿Y qué es 'todo'? — Continuó preguntando Gyania.

Cair volvió a encogerse de hombros.

— No lo sé. No tengo ni puta idea.

Gyania golpeó la mesa.

— ¡Sabía que tenía que seguirte! — Exclamó.

Hakmur la miró, sorprendido.

— Parece que yo tampoco me equivoqué — Comentó él. Ciertamente había acertado en su juicio.

— Par de riesgópatas — Espetó, divertido —. En fin, es todo. Me voy a dormir — Dijo antes de zanjar el tema y salir por la puerta principal sin decir nada más, fallando varios intentos de tomar la perilla.

En cuanto encontró la perilla, Cair se quedó un par de segundos con la cabeza baja y los ojos bien abiertos.

— El viajero… — Murmuró —. Me olvidé del viajero…

Apéndice

1.- Riesgopatía: Directamente, el símil del «Síndrome de Pontius» en Ortande.