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V

Iruka contemplaba en silencio los regalos que descansaban sobre su mesa. Estaban dispuestos con un cuidado casi reverente, cada uno envuelto en papel sencillo, pero elegante, que reflejaba su intención de transmitir un significado más profundo que el de simples obsequios. Su mirada se detenía especialmente en la katana, un objeto que había elegido con dedicación y tras largas horas de deliberación. Para Iruka, este regalo no era solo una herramienta; era un símbolo de confianza en el futuro de Naruto y en el potencial que él veía en el chico, aunque otros no lo hicieran.

Había visitado una de las armerías más prestigiosas de Konoha, consciente de que una katana debía ser más que un arma funcional: debía adaptarse al usuario y convertirse en una extensión de su espíritu. Tras una larga conversación con el maestro armero, decidió encargar una katana hecha a medida para Naruto. Sabía que el costo sería elevado, tanto que tendría que aceptar varias misiones de rango B para cubrirlo, pero no le importaba. Naruto merecía ese esfuerzo, y más aún, necesitaba saber que alguien creía en él.

El armero, un hombre experimentado y meticuloso, sugirió incluso un nombre para la espada: Kazetora, el Tigre del Viento. El nombre resonó profundamente con Iruka, quien estaba convencido de que la afinidad elemental de Naruto era el viento. La katana, forjada con acero receptivo al chakra, era un arma extraordinaria que permitiría al chico canalizar su energía a través de la hoja. Esto no solo mejoraría sus cortes, sino que le daría la capacidad de lanzar ataques a distancia, una habilidad que podría cambiar el curso de cualquier combate.

La hoja tenía una longitud estándar, pero su diseño era todo menos ordinario. El acabado negro mate absorbía la luz, dándole un aire misterioso y sofisticado. A lo largo del centro de la hoja, un grabado en forma de remolino brillaba en un rojo intenso, un homenaje al apellido Uzumaki. Según el armero, este grabado se iluminaría con una tonalidad viva cuando Naruto canalizara chakra a través de la katana, haciendo que pareciera un arma viva, llena de poder y energía.

La empuñadura, forrada en cuero negro con detalles en rojo, estaba diseñada para ofrecer un agarre cómodo y seguro. La tsuba, la guarda circular de la katana, estaba decorada con patrones de remolinos y líneas onduladas que evocaban el movimiento del viento, un recordatorio constante de la naturaleza que definía el chakra de Naruto. En el extremo de la empuñadura colgaba un pequeño amuleto en forma de remolino rojo, unido por una cuerda del mismo color, un detalle que Iruka esperaba que Naruto apreciara como símbolo de sus raíces y de la conexión con su clan.

Junto a la katana, Iruka había colocado un conjunto de ropa que también había seleccionado con esmero, pensando no solo en la funcionalidad, sino en la seguridad de Naruto. Había optado por una chaqueta de diseño shinobi, de manga larga y corte ajustado, que reemplazaría las prendas holgadas y llamativas que el chico solía usar. El color negro predominaba, pero estaba adornado con detalles en rojo: costuras finas que destacaban discretamente y un bordado del símbolo Uzumaki en la espalda y el brazo izquierdo. El símbolo de la espalda era grande y llamativo, mientras que el del brazo era más pequeño, una representación dual de orgullo y sobriedad.

La chaqueta terminaba justo por encima de la cintura, permitiendo mayor libertad de movimiento en combate. Para complementar el diseño, incluyó una cota de malla de metal reforzado, oscura para facilitar el camuflaje. Esta cota sobresalía ligeramente en las mangas y el cuello, recordándole a Naruto la importancia de protegerse sin sacrificar movilidad. Los pantalones negros que acompañaban el conjunto tenían rodilleras acolchadas en rojo, diseñadas para absorber impactos durante sus entrenamientos y misiones. Pequeñas bolsas colocadas estratégicamente en los muslos proporcionaban espacio para herramientas ninja. Por último, añadió guantes cortos de cuero negro con detalles en rojo oscuro y sandalias ninja reforzadas con tiras del mismo tono.

Iruka dejó escapar un suspiro mientras se recostaba en su silla. La luz tenue de la lámpara iluminaba los regalos, resaltando su simbolismo y la dedicación que había puesto en ellos. Sin embargo, una duda persistente nublaba su mente. "¿Será esto suficiente? ¿Estoy fallándole como maestro? ¿Debería haber hecho más por él?", pensó, tamborileando con los dedos en el reposabrazos. Había escuchado de un estudiante que lograron pasar el examen sin dominar por completo las técnicas básicas, y se preguntaba si debería haber sido más flexible con Naruto.

Los recuerdos del último examen lo asaltaron. La expresión de Naruto, una mezcla de frustración y determinación, seguía grabada en su mente. Iruka sabía que el chico tenía un potencial enorme, pero también era consciente de las dificultades que enfrentaba. "Logró hacer un clon, aunque fuera imperfecto", reflexionó, intentando justificar su decisión. Pero entonces, la imagen de Naruto, entrenando solo bajo la luz de la luna, apareció en su mente. ¿Estaría triste por no haber pasado? ¿Frustrado por sentir que había fallado otra vez?

Iruka cerró los ojos por un momento, sintiendo un nudo en el estómago. Conocía la fortaleza de Naruto, esa resiliencia inquebrantable que lo hacía levantarse una y otra vez. Pero también sabía que, detrás de esa sonrisa obstinada, había un niño que anhelaba desesperadamente ser reconocido. Mientras observaba los regalos una vez más, se prometió a sí mismo algo: no importa lo que suceda, estaría allí para apoyarlo. Naruto no estaba solo, y nunca más lo estaría.

Sus pensamientos lo transportaron a años atrás, al momento en que el Tercer Hokage lo convocó a su oficina por primera vez para hablar sobre Naruto. Era un día tranquilo en apariencia, pero Iruka recordaba con claridad la inquietud que sentía al estar frente al líder de la aldea. Era joven entonces, recién asignado como instructor de la academia, lleno de entusiasmo y nervios por entrenar a la próxima generación de ninjas. Las palabras del anciano líder, sin embargo, se quedaron grabadas en su memoria con el peso de una verdad que en aquel momento parecía inalcanzable.

—No veas a Naruto como lo hacen los demás —le había dicho el Hokage con su tono pausado, casi paternal—. No lo juzgues por lo que lleva dentro de él. Naruto no es el demonio; es el escudo que protege a esta aldea.

La solemnidad de esas palabras lo dejó sin respuesta. ¿Cómo podía no verlo de esa manera? La imagen del Kyuubi atacando la aldea, destruyendo todo a su paso y llevándose las vidas de sus padres, aún estaba fresca en su mente. Cada vez que veía al niño rubio corriendo por las calles, sonriendo como si no tuviera una sola preocupación en el mundo, sentía una mezcla de rabia y confusión. ¿Cómo podía alguien que cargaba con algo tan terrible actuar con tanta despreocupación? Pero el Hokage tenía razón: no era justo. Naruto no había pedido ese destino.

Con el tiempo, y casi sin darse cuenta, los muros que había construido en torno a sus prejuicios comenzaron a desmoronarse. Naruto dejó de ser "el portador del Kyuubi" para convertirse en el niño con el cabello alborotado y los ojos llenos de esperanza. Iruka empezó a notar las pequeñas cosas: el esfuerzo que Naruto ponía en todo lo que hacía, su determinación de ser reconocido, su risa, que aunque muchas veces era una fachada, iluminaba el aula. Más de una vez, Iruka se vio reflejado en él. En su soledad, en sus intentos por llamar la atención, en esa necesidad desesperada de demostrar su valía.

Iruka sonrió ligeramente mientras esos recuerdos pasaban por su mente. Naruto había logrado cambiarlo, aunque quizás el chico nunca lo supiera. Estaba sumido en estas reflexiones cuando un golpe firme en la puerta lo hizo volver al presente. El sonido resonó en la quietud de la noche, haciéndolo fruncir el ceño. ¿Quién podría buscarlo a esas horas? Se levantó de su silla, dejando atrás los regalos cuidadosamente colocados, y se dirigió a la entrada.

Cuando abrió la puerta, se encontró con Mizuki, su compañero de la academia. La expresión de Mizuki estaba marcada por una tensión que no pasó desapercibida para Iruka. Había algo oscuro en sus ojos, algo que inmediatamente puso en alerta al instructor.

—Mizuki, ¿qué sucede? —preguntó, tratando de mantener la calma mientras buscaba pistas en el rostro de su colega.

Mizuki no tardó en responder. Su tono era rápido, urgente, casi forzado, como si quisiera liberar el peso de la noticia lo más rápido posible.

—Tenemos que ir con el Hokage de inmediato. Naruto... Naruto ha robado el Pergamino de los Sellos Prohibidos.

Por un instante, Iruka sintió que el mundo se detenía. La incredulidad lo envolvió, y su mente se llenó de preguntas que no lograba formular. ¿Naruto? ¿El Pergamino de los Sellos? Era una combinación que no tenía sentido. El chico no era un ladrón, y menos alguien que buscara causar daño de esa magnitud. Pero entonces, otra posibilidad se abrió paso en su mente: Naruto, desesperado por atención, buscando una forma de demostrar que valía más de lo que los demás pensaban.

—¿Qué estás diciendo, Mizuki? —logró articular finalmente, aunque su voz traicionaba la mezcla de incredulidad y preocupación que lo embargaba.

Mizuki dio un paso al frente, como si la proximidad pudiera añadir gravedad a sus palabras.

—No sé cómo lo hizo, pero se las arregló para entrar en la mansión del Hokage y tomar el pergamino. Iruka, esto es grave. Si no lo detenemos, podría ser catastrófico.

Las palabras catastrófico y Naruto no encajaban en la misma frase para Iruka. Pero la mención del Pergamino de los Sellos Prohibidos lo llenó de un temor creciente. Aquel pergamino contenía técnicas selladas por una razón: eran demasiado peligrosas, incluso para los ninjas más experimentados. Técnicas que, en las manos equivocadas, podían causar una destrucción inimaginable. Aunque confiaba en que Naruto no tenía malas intenciones, también sabía que la imprudencia del chico podía llevarlo a hacer algo peligroso sin comprender las consecuencias.

El corazón de Iruka latía con fuerza mientras asimilaba la situación. No había tiempo para dudas o reflexiones. Si alguien podía encontrar y detener a Naruto antes de que todo se saliera de control, tenía que ser él.

—Vamos —dijo con firmeza, girando rápidamente para tomar su chaleco ninja y colocárselo. Su expresión, habitualmente amable, se endureció con una determinación implacable. No se trataba solo de evitar un desastre; se trataba de proteger a Naruto de sí mismo y de cualquier castigo que la aldea pudiera imponerle. 

Naruto, pensó Iruka mientras sus pies golpeaban el suelo con fuerza, no estaba solo. Y se aseguraría de que lo supiera. 

El ambiente nocturno de Konoha era inusualmente pesado, como si la aldea misma pudiera percibir la gravedad de la situación. La luna llena iluminaba los tejados y las calles vacías, proyectando sombras que parecían moverse con vida propia al ritmo del viento helado que silbaba entre los árboles. A cada paso, Iruka sentía cómo la tensión se intensificaba. Su respiración era constante, pero su mente estaba en un torbellino de pensamientos. Mizuki corría detrás de él, y aunque sus palabras parecían urgentes, había algo en su actitud que no terminaba de convencerlo. Mizuki estaba demasiado ansioso, demasiado seguro de lo que había ocurrido. Sin embargo, Iruka no podía permitirse el lujo de detenerse a confrontarlo. No ahora.

—Naruto, ¿por qué harías algo así? —murmuró para sí mismo, apretando los dientes mientras avanzaban. Las palabras resonaron en su mente como un eco persistente. Era un niño con un corazón tan grande como su terquedad, alguien que había soportado más de lo que cualquier otro soportaría. Pero esta vez, la situación parecía salirse de control. ¿Había subestimado la desesperación del chico? ¿Su deseo de ser reconocido? La culpa empezó a crecer como una sombra en su interior.

Cuando finalmente llegaron a la mansión del Hokage, la escena era todo menos alentadora. Shinobis de todos los rangos se movían con una urgencia palpable, organizando estrategias, revisando mapas y compartiendo informes fragmentados. La atmósfera estaba cargada de tensión. Iruka podía escuchar los murmullos de los ninjas más cercanos. 

—¿Cómo pudo pasar? —decía uno, mientras sostenía un pergamino enrollado con fuerza.

—No tiene idea de lo que ha tomado. Si utiliza uno de esos jutsus... —respondió otro, con un tono preocupado.

—Si el pergamino cae en malas manos, esto podría ser un desastre.

Iruka sintió que su preocupación se transformaba en un peso físico en su pecho. Sabía lo peligroso que era el Pergamino de los Sellos Prohibidos. Contenía técnicas tan devastadoras que habían sido apartadas incluso por los shinobis más experimentados. Pero más allá de eso, Iruka conocía a Naruto. Sabía que no era alguien con malas intenciones, pero también era consciente de que su impulsividad podía llevarlo a cometer errores terribles, especialmente si creía que eso lo ayudaría a ser reconocido.

En medio del caos, la figura del Tercer Hokage permanecía inmóvil. Sentado detrás de su escritorio, sostenía su pipa con una mano, aunque la brasa apenas brillaba. Su rostro, habitualmente sereno, estaba marcado por líneas de preocupación. Parecía que su mente trabajaba a un ritmo frenético, evaluando cada posibilidad, cada riesgo. Cuando los ojos del Hokage se encontraron con los de Iruka, no hizo falta que intercambiaran palabras. La gravedad de la situación era evidente.

Finalmente, el Hokage habló, y su voz resonó con una autoridad que detuvo el murmullo de la sala. 

—Han pasado varias horas desde que Naruto Uzumaki tomó el pergamino —dijo con firmeza, dirigiendo su mirada a los shinobis presentes—. Pero escuchen bien: lo quiero de vuelta sin ningún daño. No olviden que sigue siendo un niño de nuestra aldea. No un enemigo.

Hubo un breve silencio tras sus palabras, como si los presentes necesitaran procesar la instrucción. Entonces, con un enérgico "¡Entendido, Hokage-sama!", los ninjas comenzaron a moverse con renovada determinación. Las órdenes fueron rápidas y precisas. Grupos de búsqueda se organizaron en segundos, y en un abrir y cerrar de ojos, las sombras de los shinobis se deslizaban por los tejados, explorando cada rincón de la aldea y sus alrededores.

Iruka observó a los shinobis desaparecer entre los tejados de Konoha, cada sombra marcando la urgencia de la situación. Mientras los pasos y murmullos se desvanecían, un peso frío se asentaba en su pecho. Las preguntas se agolpaban en su mente como un río desbordado. ¿Qué había llevado a Naruto a tomar una decisión tan peligrosa? ¿Había sido realmente su elección o alguien lo había manipulado? ¿Era esto una de sus travesuras, o algo más profundo, más desesperado? La necesidad de entender se mezclaba con la urgencia de protegerlo.

Mizuki rompió el pesado silencio, girándose hacia Iruka con una expresión que intentaba aparentar calma.

—Deberíamos buscar en el bosque. Es probable que haya ido a un lugar apartado para practicar lo que sea que esté intentando hacer con ese pergamino —dijo Mizuki, su tono casual. Demasiado casual. Había algo inquietante en su despreocupación, como si estuviera un paso adelante en un juego que Iruka aún no comprendía.

Iruka asintió con la cabeza, aunque un retazo de duda se instalaba en su interior. La idea tenía sentido; Naruto no era imprudente hasta el punto de entrenar en un lugar público. Si estaba intentando aprender alguna técnica del Pergamino de los Sellos, lo haría lejos de los ojos vigilantes de los shinobis de la aldea. Pero algo en las palabras de Mizuki no cuadraba del todo. "¿Por qué está tan seguro?", pensó mientras su mirada se desviaba hacia el bosque oscuro que se extendía como un mar de sombras frente a ellos.

Antes de moverse, lanzó una última mirada al Hokage. El anciano no habló, pero sus ojos, profundos y sabios, reflejaban confianza en Iruka. Fue un simple gesto, un leve asentimiento, pero suficiente para transmitir que el maestro debía seguir su instinto.

—Naruto... no importa lo que hayas hecho, no importa lo lejos que vayas, estaré allí para traerte de vuelta —murmuró Iruka antes de girarse y correr hacia la espesura junto a Mizuki.

El bosque se alzaba ante ellos como un muro oscuro y ominoso. Las ramas de los árboles, densas y retorcidas, bloqueaban la mayor parte de la luz de la luna, sumiendo el lugar en una penumbra inquietante. El suelo crujía bajo sus pies mientras avanzaban, cada sonido amplificado por el silencio de la noche. Iruka no podía sacudirse la sensación de que algo andaba mal. Cada sombra parecía más alargada, cada crujido de las ramas más amenazante. Su instinto, afilado tras años de servicio, le susurraba que había más en esta búsqueda de lo que parecía.

—Iruka, buscaré hacia el oeste. Tú sigue hacia el este —indicó Mizuki de pronto, su tono firme pero neutral. Iruka asintió, aunque su mente estaba cada vez más alerta. Algo en la actitud de Mizuki seguía sin encajar.

"Si Naruto está aquí, tengo que ser yo quien lo encuentre primero", pensó mientras apretaba el paso. "No solo para detenerlo, sino para protegerlo de cualquier amenaza"

El bosque parecía volverse más denso con cada metro que avanzaba. Los árboles se alzaban como gigantes sombríos, sus ramas formando patrones intrincados que apenas dejaban filtrar la luz lunar. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos, una mezcla de preocupación, adrenalina y determinación. Entonces, algo llamó su atención: un destello rojizo en la distancia, como un faro débil en la oscuridad.

Iruka se movió con cuidado, controlando su respiración mientras se acercaba. A medida que la luz de la luna se filtraba entre las ramas, finalmente lo vio. Allí estaba Naruto, sentado junto a un enorme pergamino desenrollado, su cabello carmesí revuelto y su rostro cubierto de sudor. Sus manos estaban marcadas por pequeños cortes, y su ropa, desgarrada y sucia, hablaba de un entrenamiento arduo y persistente. Pero lo que más llamó la atención de Iruka fue su sonrisa. Era amplia, llena de orgullo y satisfacción.

Naruto alzó la mirada cuando sintió la presencia de su maestro.

—¡Iruka-sensei! —exclamó, con tono nervioso y una risa que parecía intentar suavizar la situación—. Jejeje... Me encontraste.

Iruka aterrizó frente a él, su rostro grave. La preocupación y el alivio se mezclaban en su interior, pero sabía que debía mantener la compostura.

—Naruto, ¿tienes idea de lo que estás haciendo? —preguntó, su tono severo pero sin dejar de lado una nota de preocupación.

Naruto se levantó rápidamente, llevando una mano a la nuca mientras reía con nerviosismo.

—No te preocupes, Iruka-sensei. ¡No estoy haciendo nada malo! Solo estaba... aprendiendo un jutsu increíble. ¡Mira esto! —dijo mientras levantaba dos pequeños pergaminos que había copiado del principal—. ¡Incluso conseguí algo del Cuarto Hokage! ¿No es genial?

Iruka lo observó en silencio, su mirada recorriendo las heridas en las manos de Naruto y el estado de su ropa. Había estado esforzándose más allá de sus límites, probablemente desde el momento en que había tomado el pergamino. Pero, ¿por qué? ¿Qué lo había llevado a esto?

—Naruto, ¿por qué hiciste esto? —preguntó finalmente, su tono más suave.

Naruto lo miró con una mezcla de orgullo y nerviosismo.

—Es sencillo. Mizuki-sensei me dijo que este era un examen especial. Si aprendía un jutsu del pergamino, ¡me graduaría! Entonces me esforcé al máximo, porque quería demostrarte que soy digno, Iruka-sensei. —La sonrisa de Naruto era radiante, pero también estaba teñida de una vulnerabilidad que Iruka no pudo ignorar.

El peso de las palabras del chico cayó sobre Iruka como un balde de agua fría. Mizuki. Todo encajaba ahora. La urgencia, la actitud demasiado despreocupada, la manera en que había dirigido la búsqueda al bosque. Mizuki lo había manipulado. Naruto, tan ansioso por ser aceptado, había caído en una trampa que ni siquiera entendía por completo.

Iruka cerró los ojos por un momento, tomando aire mientras se preparaba para lo que sabía que estaba por venir. No solo debía proteger a Naruto de las consecuencias de sus acciones, sino también de la traición de alguien en quien confiaba.

—Naruto, este "examen especial" no existe. Ese pergamino está prohibido porque contiene técnicas extremadamente peligrosas. Mizuki... —La voz de Iruka fue cortada por un ruido repentino en las sombras. Una rama crujió, seguida de un movimiento rápido entre los árboles.

Iruka se giró con reflejos afilados, su mirada fija en la penumbra del bosque. Allí estaba Mizuki, su presencia emanaba una amenaza tangible, y el aire alrededor parecía volverse más pesado.

La expresión de Iruka cambió de inmediato, sus ojos se endurecieron. Todo encajó en su mente como piezas de un rompecabezas maldito. Mizuki había manipulado a Naruto, y ahora la traición era innegable. Sin perder un segundo, Iruka reaccionó instintivamente, sacando un pergamino de su bolsa de herramientas. Realizó un sello con precisión, su chakra fluyendo rápidamente hacia el pergamino mientras gritaba:

¡Shiki Kekkai: Mamoru!

El suelo bajo ellos brilló con una luz tenue mientras una cúpula de chakra transparente se alzaba, envolviendo a Iruka y a Naruto justo a tiempo para bloquear una lluvia de shurikens que descendía como una tempestad mortal. Los proyectiles metálicos rebotaron contra la barrera, cayendo al suelo con un tintineo que rompía el silencio del bosque.

Naruto observó con los ojos muy abiertos, la barrera resplandeciente reflejándose en sus pupilas azules. Su asombro solo era superado por su confusión.

—Buen trabajo encontrando al demonio, Iruka —dijo una voz helada desde lo alto. Mizuki estaba de pie sobre una rama, su silueta recortada contra el cielo nocturno. Una sonrisa maliciosa adornaba su rostro mientras giraba lentamente un fuma shuriken en su mano, como si estuviera probando su equilibrio.

Iruka se levantó, su cuerpo adoptando una postura defensiva mientras se colocaba entre Naruto y Mizuki. Sus músculos estaban tensos, y su mirada era la de un hombre dispuesto a luchar hasta las últimas consecuencias.

—Mizuki... —su voz era baja, contenida, pero cargada de furia—. ¿Qué significa esto?

Mizuki soltó una carcajada fría, su tono rebosaba desprecio.

—¿Qué significa? Significa que hiciste todo el trabajo duro por mí, Iruka. Ahora, voy a tomar lo que necesito. Ese pergamino contiene poder, un poder que me hará invencible. Y ese mocoso inútil —señaló a Naruto con un gesto despectivo— no es más que una herramienta para llegar a él.

Naruto, detrás de Iruka, sintió cómo sus puños se apretaban con fuerza, sus uñas clavándose en sus palmas. La confusión inicial en su rostro comenzó a transformarse en enojo. Sus labios temblaron antes de que lograra hablar:

—¿Qué estás diciendo, Mizuki-sensei? Yo... yo solo estaba haciendo lo que me pediste. Dijiste que este era un examen especial...

Mizuki lo interrumpió con otra risa fría.

—¿Examen especial? ¿De verdad creíste eso? Eres más idiota de lo que pensaba, Naruto. ¿No lo entiendes? Nunca fuiste nada más que un estorbo para esta aldea. Un parásito. Todos te odian, y siempre lo harán. Solo serviste para llevarme ese pergamino. Ahora, quítate de mi camino antes de que decida deshacerme de ti aquí mismo.

Iruka dio un paso adelante, posicionándose como un muro entre Mizuki y Naruto.

—No te atrevas a tocarlo —dijo Iruka con voz firme, su mirada fija como un filo—. Naruto no es lo que tú crees, y no voy a dejar que sigas manipulándolo. Si quieres el pergamino, tendrás que pasar por encima de mí.

Naruto, agachado detrás de Iruka, sintió cómo un nudo se formaba en su garganta. Por primera vez, alguien estaba dispuesto a defenderlo, a protegerlo. Sus ojos comenzaron a arder, pero antes de que pudiera procesar esa emoción, Mizuki realizó una secuencia de sellos rápidos, su voz llenando el aire.

¡Doton: Tsuchi Shūgeki!

Con un golpe de ambas palmas contra el suelo, Mizuki desató una onda de choque que sacudió la tierra con violencia. El suelo tembló bajo sus pies, las raíces se rompieron, y los árboles cercanos crujieron como si fueran a colapsar. Iruka y Naruto perdieron el equilibrio, cayendo al suelo mientras el pergamino gigante rodaba unos metros.

Iruka intentó levantarse de inmediato, pero Mizuki no dio tregua. Su figura apareció como un relámpago, realizando otra serie de sellos con rapidez.

—¡Doton: Kengan Tsuchi!

Los brazos de Mizuki comenzaron a cubrirse con una gruesa capa de roca, endureciéndose como si fueran armas de guerra. Con un rugido, se lanzó hacia Iruka, sus puños envueltos en piedra dirigidos con fuerza devastadora.

Iruka reaccionó al instante, sus manos moviéndose con velocidad para formar un contrajutsu.

—¡Katon: Hinotama no Tate!

De sus manos surgió un muro de llamas que se alzó como una barrera ardiente entre él y Mizuki. El calor abrasador iluminó el bosque, forzando a Mizuki a retroceder mientras el chisporroteo de las llamas llenaba el aire.

Naruto, aún en el suelo, observó todo con el corazón latiendo a mil por hora. El miedo, la ira y la determinación luchaban en su interior, una tormenta de emociones que lo mantenía paralizado. Pero algo dentro de él comenzó a despertarse, una chispa que no podía ignorar.

Sin embargo, Mizuki no se detuvo. Con un movimiento rápido, desenvainó un kunai y cargó directamente contra Iruka, lanzándose con una velocidad impresionante. Iruka no titubeó y respondió en el acto, desenvainando su propio kunai. Las armas chocaron con un sonido metálico que resonó en la noche tranquila, y chispas volaron en todas direcciones mientras los dos hombres luchaban cuerpo a cuerpo. Sus miradas se clavaron una en la otra, reflejando años de amistad destrozados por la traición.

—¿Por qué defiendes a ese demonio, Iruka? —gritó Mizuki mientras empujaba con fuerza, tratando de superar a su oponente—. ¿Acaso no deseas venganza? ¿No recuerdas quién mató a tus padres?

Iruka apretó los dientes, sosteniendo el duelo de fuerza por un instante. Sus brazos temblaban por el esfuerzo, pero en sus ojos brillaba una resolución inquebrantable.

—¡Naruto no es el Kyūbi! ¡Es un niño que nunca pidió llevar esa carga! —espetó, desviando con esfuerzo el kunai de Mizuki.

El contacto entre las armas se rompió, y Mizuki dio un salto hacia atrás. Aprovechando la distancia, realizó un rápido sello de mano, canalizando su chakra hacia varias armas ocultas. Lanzó tres kunais en rápida sucesión, cada uno envuelto en una tenue aura marrón: el chakra de tierra que había infundido en ellos los hacía más pesados y letales.

Iruka giró sobre sí mismo con precisión, desviando el primer kunai con su arma. Sin embargo, el impacto fue brutal, y aunque logró evitar los otros dos, uno rozó su hombro, rasgando su chaleco y dejando un corte profundo. Retrocedió un par de pasos, jadeando mientras sentía el calor de la sangre resbalar por su brazo.

Naruto, aún agachado, observaba la escena con los ojos abiertos de par en par. Sus manos temblaban, incapaz de moverse mientras intentaba procesar lo que estaba sucediendo ante él.

—¿Qué...? ¿Qué está pasando? —murmuró con voz quebrada, sus palabras casi un susurro.

Mizuki se burló, su risa fría resonando entre los árboles.

—¿No lo entiendes, Naruto? —continuó Mizuki, ignorando a Iruka por completo y fijando su mirada en el chico—. Hace doce años, el Kyūbi no fue destruido como te hicieron creer. Fue sellado... dentro de ti. Tú eres ese monstruo. Tú eres el demonio de las nueve colas que mató a los padres de Iruka, que arrasó esta aldea y sumió a todos en la miseria. Por eso todos te odian. Por eso siempre estarás solo. Incluso Iruka te desprecia en el fondo de su corazón.

Las palabras de Mizuki cayeron sobre Naruto como una avalancha. Cada frase era un golpe directo a su pecho, robándole el aliento. Su mente comenzó a girar en espiral, llena de recuerdos de las miradas de odio, los susurros a sus espaldas y la insoportable soledad que siempre lo había acompañado.

—Eso... no puede ser cierto... —murmuró Naruto, con la voz quebrada, sus ojos fijos en el suelo mientras apretaba los puños.

—¡Cállate, Mizuki! —gritó Iruka con una furia que no podía contener. Se interponía entre Naruto y su atacante, sosteniendo su kunai con firmeza mientras desviaba otro ataque—. ¡Naruto no es responsable de lo que sucedió! ¡Es un miembro de esta aldea y merece algo mejor que tu veneno!

Mizuki sonrió, con una crueldad que parecía ilimitada. Sacó una fuma shuriken de su espalda, su hoja reflejando la luz tenue de la luna mientras lo infundía con chakra de tierra, haciéndolo brillar débilmente.

—¡Entonces muere junto con tu querido demonio, Iruka! —gritó mientras lanzaba el arma con una fuerza devastadora, el shuriken cortando el aire con un silbido mortal.

Iruka reaccionó al instante, canalizando su chakra y realizando una serie de sellos rápidos.

Katon: Enjin no Tate —exclamó.

Una barrera circular de fuego brotó a su alrededor, rodeándolo a él y a Naruto. Las llamas crepitaban ferozmente, creando un muro incandescente que detuvo el shuriken en el aire. La enorme arma cayó al suelo con un impacto sordo, sus bordes carbonizados por el intenso calor.

El muro de fuego ardió con fuerza durante unos segundos más antes de disiparse. Iruka jadeaba, hacia tiempo que no usaba tanto chakra. Naruto, todavía en el suelo, lo miró con los ojos llenos de confusión y lágrimas.

—Iruka-sensei... ¿por qué...? —preguntó Naruto con voz temblorosa, sus ojos empañados por lágrimas que luchaban por contenerse.

Iruka respiró hondo, tratando de calmar su agitado corazón. La sangre aún manaba de sus heridas, pero su mirada se suavizó al observar al chico frente a él.

—Naruto... tú no eres un demonio. Nunca lo has sido. Eres un niño increíble... y siempre he creído en ti. —Sus palabras salieron cargadas de emoción, cada frase impregnada de sinceridad y dolor—. Eres como yo era... después de perder a mis padres. Me sentía perdido, como si a nadie le importara. Actuaba como un payaso, haciendo tonterías para que me notaran, para sentir que existía. Pero, incluso en esos momentos de soledad, siempre quise encontrar algo que le diera sentido a mi vida.

Naruto escuchaba con atención, sus labios temblando mientras las palabras de Iruka penetraban sus defensas. Cada confesión del maestro era como una llave que abría puertas en su corazón, revelando emociones que nunca había sabido expresar.

—Debiste haber pasado por tanto sufrimiento, Naruto. —La voz de Iruka se quebró ligeramente—. Si hubiera sido un mejor maestro... si hubiera sido más fuerte, más comprensivo, tal vez no habrías tenido que cargar con todo esto solo. Pero... —Iruka levantó la cabeza, su mirada ahora llena de una feroz determinación—. No permitiré que sigas creyendo esas mentiras. Tú eres Naruto Uzumaki, un ninja de Konoha. Eres importante, y no permitiré que nadie diga lo contrario.

Las lágrimas comenzaron a caer libremente por las mejillas de Naruto. En su pecho, un torbellino de emociones lo consumía: confusión, tristeza, rabia... y algo más. Una chispa cálida, una sensación de esperanza que apenas podía reconocer.

Pero el impacto emocional fue demasiado para él. Naruto reaccionó impulsivamente, recogió el pergamino del suelo y con el a sus espalda, . Giró sobre sus talones y comenzó a correr, sus pasos resonando en el bosque oscuro.

—¡Naruto, espera! —gritó Iruka, alzando una mano hacia él, pero su voz fue tragada por la densa noche.

Naruto corrió a través del bosque sin rumbo fijo. Su pecho ardía y sus piernas dolían, pero no se detuvo. En su mente solo había un pensamiento: escapar. Las palabras de Mizuki seguían resonando en su cabeza, mezclándose con las de Iruka, formando un caos de emociones que no podía soportar.

Mizuki, observando cómo el chico desaparecía entre los árboles, soltó una carcajada llena de desprecio.

—Te abandonó, Iruka. Qué típico. Ese mocoso ni siquiera tuvo el valor de quedarse y enfrentarme. Es una prueba más de lo que realmente es: un demonio cobarde. —Su sonrisa se torció mientras comenzaba a realizar sellos con las manos—. Pero no te preocupes. Primero acabaré contigo, y luego iré tras él. Recuperaré ese pergamino y me aseguraré de borrar al Kyūbi de la faz de la tierra.

Iruka, aunque tambaleándose, se obligó a levantarse. Su cuerpo temblaba por el dolor, pero su espíritu permanecía firme.

—Naruto no es un demonio. Y no permitiré que sigas insultándolo —dijo con voz grave, reuniendo su chakra con todas sus fuerzas. Sus manos comenzaron a moverse, formando sellos a una velocidad sorprendente—. Katon: Hōno Kumo.

Pequeñas esferas de fuego se elevaron en el aire alrededor de Iruka, creando un anillo llameante que giraba rápidamente. Las esferas explotaban al contacto con cualquier superficie, dispersando llamas y formando una barrera aérea que complicaba los movimientos de Mizuki.

—¿Eso es todo lo que tienes, Iruka? —se burló Mizuki, realizando sellos con igual rapidez—. ¡Yo también puedo jugar a esto! Doton: Gansetsu Kōdan.

El suelo comenzó a temblar violentamente. Varias lanzas de roca emergieron del terreno, disparándose hacia Iruka con fuerza devastadora. La primera lanza se estrelló contra una de las esferas de fuego, generando una explosión que iluminó el bosque con un destello cegador. Sin embargo, otras lanzas atravesaron la barrera.

Iruka apenas tuvo tiempo de reaccionar. Con un esfuerzo desesperado, logró esquivar una de las lanzas más grandes, pero otra se clavó brutalmente en su brazo izquierdo, arrancándole un grito de dolor que resonó en el bosque. Una segunda lanza rasgó profundamente la carne de su pierna, haciendo que cayera de rodillas mientras la sangre comenzaba a empapar su uniforme ninja. Una tercera pasó rozando su rostro, dejando un corte superficial, pero la punzada ardiente le recordó lo cerca que había estado de la muerte.

Apoyándose sobre una mano temblorosa, Iruka respiraba con dificultad, cada aliento más doloroso que el anterior. Sus reservas de chakra estaban casi agotadas; apenas le quedaban fuerzas para realizar dos o tres jutsus más. A pesar del estado crítico de su cuerpo, sus ojos permanecían fijos en Mizuki, brillando con una determinación inquebrantable.

—No puedo... fallarle a Naruto... —susurró para sí mismo, apretando los dientes mientras reunía cada fragmento de energía que le quedaba.

Mizuki avanzaba lentamente, su sonrisa arrogante aún presente, aunque comenzaba a perderse en un tinte de irritación.

—Estás acabado, Iruka. Apenas puedes levantarte, y aun así sigues intentando resistir. Es patético. —Mizuki se detuvo a unos metros, sus manos comenzando a moverse en una serie de sellos rápidos—. Doton: Doryūheki.

Un muro de tierra emergió frente a Mizuki, protegiéndolo mientras preparaba su siguiente ataque. La muralla servía tanto de defensa como de plataforma, pues desde detrás de ella, Mizuki realizó más sellos.

Doton: Toge no Ame.

Del muro comenzaron a dispararse múltiples estacas de piedra, como una lluvia mortal que caía sobre Iruka. Las sombras de las lanzas surcaban el aire, prometiendo un final rápido y despiadado.

Iruka, jadeante, levantó su brazo sano y comenzó a formar sellos con manos temblorosas. Apenas tuvo tiempo de completar la técnica antes de que las estacas lo alcanzaran.

Katon: Hōsenka no Jutsu! —exclamó.

Pequeñas bolas de fuego salieron disparadas de su boca en múltiples direcciones. Las esferas incandescentes interceptaron las estacas de piedra en pleno vuelo, causando explosiones menores que iluminaron el bosque en destellos anaranjados. Algunas de las estacas pasaron, apenas rozando a Iruka, pero él mantuvo su posición.

Aprovechando la distracción creada por su técnica, Iruka tomó aire profundamente. Este era el momento. Tenía que terminar esto antes de que su cuerpo cediera. Ignorando el dolor punzante de sus heridas, comenzó a formar sellos una vez más.

Katon: Karyūdan! —gritó con todas sus fuerzas.

De su boca emergió un dragón de fuego compacto, sus ojos llameantes reflejando la furia de Iruka. La criatura serpenteó en el aire, dirigiéndose directamente hacia el muro de Mizuki. El dragón impactó con una explosión devastadora, destruyendo la barrera de tierra y enviando una onda de calor que arrasó con el entorno inmediato.

Mizuki apenas tuvo tiempo de saltar hacia un lado, rodando por el suelo para evitar ser alcanzado por las llamas. Sin embargo, la explosión lo alcanzó parcialmente, quemándole un brazo y desgarrándole parte del uniforme.

—¡Maldito Iruka! —rugió Mizuki, levantándose con dificultad mientras apretaba los dientes por el dolor—. ¿De verdad piensas que puedes derrotarme en tu estado?

Iruka cayó de rodillas, jadeando. El dragón de fuego había consumido gran parte del chakra que le quedaba, y su visión comenzaba a volverse borrosa. Aun así, una débil sonrisa apareció en sus labios.

—No se trata de derrotarte, Mizuki... se trata de proteger a Naruto —murmuró Iruka, su voz temblorosa pero cargada de una convicción feroz. Sintió cómo las últimas reservas de chakra se acumulaban en su interior, aunque la fatiga y el dolor amenazaban con apagar esa chispa de determinación. Sin embargo, aún le quedaba un último asomo de poder. Con rapidez, sus manos comenzaron a moverse en una secuencia precisa, formando sellos de manos con una habilidad que, a pesar de su agotamiento, seguía siendo letal.

Suiton: Takitsubo no Jutsu —gritó Iruka, y de repente, el suelo a sus pies comenzó a vibrar. Una poderosa corriente de agua emergió del terreno, como un torrente descontrolado, arrastrando todo a su paso. Las aguas rugían al levantarse en un torbellino, empujando a Mizuki hacia atrás y desorientándolo por un momento. El agua barrio el terreno, haciendo que Mizuki perdiera su equilibrio y abriera una brecha en su defensa, lo que le dio a Iruka una fracción de segundo para prepararse para su siguiente movimiento.

Iruka, con el cuerpo tembloroso y el aliento entrecortado, reunió lo último que le quedaba de chakra. Los límites de su cuerpo se estiraban al máximo, pero la protección de Naruto lo mantenía firme. Aceleró sus movimientos, y en un último esfuerzo, formó otro sello rápidamente.

Katon: Shakōdan —vociferó con todas sus fuerzas. De su boca surgió una esfera de fuego, que crepitó intensamente al ser liberada, pero no se detuvo ahí. La bola de fuego parecía tener vida propia, redirigiéndose con rapidez y precisión hacia Mizuki. A pesar de que este intentó esquivarla, la esfera de fuego cambió de dirección, persiguiéndolo, rodeándolo con una fuerza imparable. La explosión de fuego al impactar con el suelo provocó una nube de humo denso que llenó el aire, momentáneamente cegando a Mizuki.

Iruka, sintiendo cómo su cuerpo se desplomaba por la falta de chakra, aprovechó la cortina de humo que él mismo había creado. Su corazón latía frenéticamente mientras su cuerpo se movía instintivamente. Bajo la capa de humo, utilizó la técnica de clonación más simple y, con una explosión de humo, adoptó la forma de Naruto. Su respiración era pesada, pero la adrenalina lo mantenía en movimiento. Corría entre los árboles, el sonido de sus pasos resonando a través del bosque. Mizuki, confiado de que Iruka estaba a su alcance, no tardó en lanzarse en su persecución.

—¿Crees que eso va a detenerme? —gritó Mizuki con desprecio, el aura de su chakra volviendo a formarse alrededor de sus brazos, brillando con un tono ominoso. —Sigues luchando por ese mocoso. No lo entiendes, ¿verdad? Al final, nadie lo querrá. Está condenado a ser odiado por siempre. Y tú morirás por él.

Las palabras de Mizuki fueron como dagas, buscando cada rincón de duda en el corazón de Iruka, pero este se aferró a su propósito. El dolor que sentía en su cuerpo, las heridas abiertas, no significaban nada comparado con la oportunidad de salvar a Naruto. "Tengo que ganar tiempo, solo un poco más…" pensó Iruka, mientras se concentraba en sus próximos movimientos.

Iruka saltó de rama en rama, manteniendo su cuerpo al límite, asegurándose de que Mizuki lo siguiera sin perderse en el humo. Aunque estaba disfrazado como Naruto, sabía que no podría engañar a Mizuki por mucho tiempo, sin embargo, al menos ganaría algo de tiempo, suficiente para que el verdadero Naruto pudiera escapar o encontrar ayuda.

—¡Corre cuanto quieras, Naruto! ¡No puedes escapar de mí! —bramó Mizuki, su voz cada vez más cercana y llena de rabia. Lanzó kunais imbuidos con chakra hacia la figura que él pensaba que era Naruto. Los proyectiles volaban con una velocidad mortal, pero Iruka, con una destreza que solo un ninja experimentado podía lograr, logró esquivar la mayoría. Sin embargo, uno de los kunais lo alcanzó, rasgando su brazo y dejando una línea de sangre que se sumaba al dolor que ya sentía. El roce del filo fue punzante, pero no le dio tiempo a lamentarse.

El sudor recorría su rostro, mezclándose con la sangre de sus heridas. Respiró profundamente, ignorando el ardor en su espalda. Tenía que seguir corriendo, seguir distraído a Mizuki el tiempo suficiente. Con un grito de furia, Mizuki continuó su persecución, arrojando más kunais, esta vez con una precisión aún mayor. Iruka los esquivó nuevamente, pero la fatiga comenzaba a hacer mella en él. Cada salto le costaba más, y el dolor en sus piernas y espalda era cada vez más insoportable, pero su mente seguía enfocada en un solo objetivo: salvar a Naruto.

"No puedo detenerme… no puedo dejarlo…" pensó, mientras un sudor frío recorría su frente. Tenía que aguantar un poco más.

En la distancia, el verdadero Naruto se detuvo en seco, su respiración acelerada al límite. Había estado corriendo sin rumbo, el miedo y la confusión nublando su mente, pero algo en su interior cambió en ese momento. Una intensa sensación de incomodidad lo envolvía, una presión en su pecho que lo obligó a detenerse. Cerró los ojos y apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. La imagen de Iruka, herido pero aún luchando con todo lo que tenía para protegerlo, lo inundó por completo. El dolor y la ira lo recorrieron como una ola ardiente, mientras una extraña mezcla de culpa y determinación se apoderaba de su ser.

—No... no puedo huir. No otra vez —murmuró, su voz quebrada pero firme, como si las palabras mismas le dieran fuerza. Abrió los ojos, y miró hacia el horizonte, donde la lucha continuaba, el pergamino en su espalda ahora parecía más pesado que nunca.

Con renovada determinación, Naruto comenzó a correr de vuelta hacia el lugar del enfrentamiento. El aire que lo rodeaba parecía quemar su piel, y su chakra se agitaba de manera descontrolada dentro de él, una energía salvaje que lo empujaba hacia adelante. No era el miedo lo que lo guiaba esta vez, sino algo mucho más poderoso: una necesidad ardiente de no dejar que Iruka luchara solo.

Iruka, mientras tanto, seguía saltando de rama en rama, manteniendo su disfraz de Naruto, su respiración era pesada, y la sangre de las heridas en su espalda empapaba su ropa, dejándolo exhausto. Sin embargo, a pesar del dolor, su determinación no flaqueaba. A medida que el sonido de la persecución se acercaba, Iruka sentía cómo la presión de Mizuki aumentaba, pero también algo más, algo que lo mantenía esperanzado. En lo más profundo de su corazón, sabía que Naruto no huiría para siempre. El chico era fuerte, más fuerte de lo que él mismo había creído.

Iruka, aún transformado en Naruto, continuaba su fuga entre los árboles, pero la fatiga ya comenzaba a cobrarle factura. Cada salto parecía más pesado, y la sangre que brotaba de sus heridas se mezclaba con el sudor en su piel. El bosque a su alrededor parecía volverse cada vez más oscuro, las sombras de los árboles alargándose como si quisieran atraparlo. De repente, una figura emergió ante él desde las sombras, deteniéndolo en seco. Era él mismo, o al menos alguien con su apariencia.

—Naruto, dame el pergamino —dijo la figura con la voz de Iruka, con una calma que contrastaba con la urgencia del momento. Su tono era tranquilizador, casi como si todo hubiera terminado.

Con una sonrisa cansada, Iruka se impulsó hacia adelante, aprovechando el poco chakra que le quedaba. Canalizó toda la energía restante en su puño, y con una velocidad feroz, golpeó con fuerza al falso "Iruka", derribándolo con un impacto que resonó entre los árboles. La figura tembló un momento antes de deshacerse en una nube de humo, revelando a Mizuki, que jadeaba con dificultad y sangre brotando de la comisura de su boca.

—¿Cómo lo supiste? —gruñó Mizuki, limpiándose la sangre con el dorso de la mano mientras se ponía de pie, tambaleándose. La furia en sus ojos era palpable—. ¿Cómo lo supiste que no era Iruka? ¡Maldito demonio!

Iruka, aún disfrazado, deshizo el Henge no Jutsu con un gesto lento y deliberado. Su forma original apareció, mostrando su rostro pálido, cubierto de sangre y sudor. Sus ojos reflejaban una determinación inquebrantable, y aunque sus fuerzas flaqueaban, su voluntad era lo único que lo mantenía de pie.

—Porque yo soy Iruka —respondió con una sonrisa débil, pero llena de coraje. No había duda en su voz, y esa certeza era más poderosa que cualquier ataque que Mizuki pudiera lanzar.

Mizuki escupió al suelo con desprecio, su rostro deformado por una sonrisa siniestra y llena de odio.

—Eso ya no importa —dijo mientras comenzaba a realizar los sellos con las manos. Cada movimiento estaba cargado de intención asesina, como si fuera consciente de que su próxima ofensiva podría acabar con Iruka de una vez por todas—. Te mataré aquí mismo y luego iré por el verdadero Naruto. Ese pergamino será mío, y el demonio también caerá.

Iruka apretó los dientes, sus piernas temblando ligeramente mientras veía a Mizuki completar los sellos. La tensión en el aire era palpable, y sabía que el siguiente ataque podría ser letal. Mizuki no iba a detenerse.

Doton: Jishin Kabe —gritó Mizuki, golpeando el suelo con ambas manos.

El suelo tembló violentamente bajo los pies de Iruka, y una gran fisura se abrió con un rugido. Fragmentos de roca se alzaron con brutalidad, disparándose hacia Iruka como proyectiles implacables. Sabía que no podría esquivar todos esos ataques, no con tan poco chakra y con el dolor lacerante que sentía en su cuerpo. El pánico amenazó con apoderarse de él, pero Iruka se mantuvo firme.

—No aquí, no ahora —murmuró, tomando una última bocanada de aire y concentrándose. En un movimiento casi desesperado, saco un pergamino y realizó rápidamente un sello de manos, sus dedos entumecidos por el agotamiento golpeando el pergamino y infundiendo todo su chakra que había estado reuniendo mientras escapaba.

Shiki Kekkai: Mamoru —pronunció, con el último resto de su energía.

El suelo bajo sus pies comenzó a brillar con un resplandor azul tenue, y una barrera de chakra defensiva emergió a su alrededor. Los fragmentos de roca impactaron contra la cúpula con un sonido ensordecedor, pero la barrera de chakra resistió con firmeza, absorbiendo el impacto de cada proyectil. Iruka sintió cómo cada golpe drenaba lo poco que le quedaba de chakra, y su cuerpo comenzaba a ceder bajo la presión. El dolor se intensificaba, su respiración se volvía cada vez más agónica. Sabía que no podría mantener la barrera mucho más tiempo. Finalmente, cuando el último fragmento de roca golpeó la cúpula con un estruendo, la barrera colapsó y Iruka cayó de rodillas, jadeando por el esfuerzo. Sus fuerzas lo abandonaban, pero no dejaría que Mizuki tuviera la última palabra.

Mizuki observaba a Iruka con una sonrisa cargada de desprecio y superioridad. La tensión en el aire era palpable, y el sudor perlaba la frente del maestro, su respiración pesada delataba que había llegado al límite de su resistencia. Pero Mizuki, como un depredador que saborea la victoria, parecía disfrutar de cada segundo. Sacó el último shuriken gigante de su arsenal con una sonrisa cruel, sosteniéndolo con firmeza ante él. El metal reflejaba la luz de la luna, y la hoja comenzó a brillar con un resplandor terroso y ominoso.

—Esta será tu tumba, Iruka —dijo Mizuki, la voz impregnada de desprecio. Su risa resonó, burlándose de la resistencia que aún mostraba su oponente—. Pero debo felicitarte. Haber usado ese último jutsu en tu estado, y seguir corriendo transformado en ese demonio... —rió entre dientes, su tono lleno de burla—. Es verdaderamente sorprendente.

Con un destello en los ojos, Mizuki comenzó a impregnar el shuriken con más chakra de tierra, haciendo que vibrara y emitiera un zumbido profundo que resonaba como si el propio suelo rugiera bajo sus pies. La tierra alrededor comenzaba a temblar, como si la naturaleza misma respondiera a su llamado.

—Pero míralo de esta forma: si mato a ese demonio, no podrá usar los jutsus del pergamino prohibido. Y entonces no será una amenaza para nadie —añadió, su voz cada vez más cargada de maldad y odio.

Iruka, a pesar de su agotamiento extremo, levantó la cabeza. Algo en él había cambiado. Una extraña calma parecía apoderarse de su ser, como si las palabras de Mizuki no pudieran afectarlo más. Su mirada, aunque cansada, irradiaba una determinación inquebrantable.

—Tienes razón... —dijo con voz serena, dejando a Mizuki momentáneamente confundido.

Entre las sombras de un árbol cercano, Naruto abrazaba con fuerza el pergamino prohibido, sus manos temblando. Las palabras de Iruka resonaban en su mente, y un nudo se formó en su garganta. "¿Iruka-sensei también cree que soy un demonio? ¿Me mintió?" pensó, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas. El dolor de esas palabras lo atravesaba como una espada, pero lo que Iruka dijo a continuación lo dejó paralizado.

—El Kyūbi lo haría, sí. Pero no Naruto. —Iruka enderezó su postura, ignorando el dolor que recorría su cuerpo, y miró a Mizuki con una determinación feroz—. Naruto es uno de mis mejores alumnos. Nunca se rinde. No importa cuántas veces falle, no deja de intentarlo. Puede que no sea el más inteligente, ni el más trabajador, y sí, siempre está causando problemas... pero Naruto sabe lo que es sufrir, desde lo más profundo de su corazón. —Iruka hizo una pausa, su voz llena de una fuerza inquebrantable—. Y él no es el zorro demonio que atacó la aldea. ¡Él es Uzumaki Naruto, un orgulloso miembro de la aldea de Konoha!

Naruto sintió cómo las palabras de Iruka lo golpeaban como un torrente. Las lágrimas comenzaron a caer con mayor fuerza, y un sollozo se escapó de sus labios. El nudo en su garganta se deshizo, reemplazado por una sensación de gratitud y, por encima de todo, una rabia renovada. "Iruka-sensei..." pensó, su corazón latiendo con fuerza. Aquellas palabras lo encendieron, llenándolo de una furia que parecía quemar todo su ser.

Mizuki, por otro lado, frunció el ceño, visiblemente molesto. El desprecio en su rostro se intensificó mientras apretaba los dientes con furia.

—¡Ridículo! —gruñó. Su paciencia había llegado al límite.

Con un rugido de furia, Mizuki lanzó el shuriken con toda su fuerza. El arma cortó el aire con un silbido ensordecedor, avanzando hacia Iruka con una velocidad mortal, sus filos destellando bajo la luz de la luna. Iruka cerró los ojos por un momento, su respiración tranquila, como si hubiera aceptado su destino. Una tenue sonrisa asomó en su rostro, porque sabía que, al menos, había hecho todo lo posible para proteger a Naruto. Pero cuando el shuriken estaba a punto de alcanzarlo, el aire explotó en una ráfaga de energía.

Raiton: Gian! —gritó una voz juvenil desde las alturas.

Un resplandor cegador iluminó el claro, y una explosión de energía recorrió el bosque, sacudiendo las hojas de los árboles y apagando el sonido de los insectos nocturnos. Un rayo de luz azul atravesó el aire, y con un estruendo ensordecedor, desvió el shuriken, haciéndolo caer al suelo, inofensivo. La explosión hizo que Mizuki se tambaleara hacia atrás, sus ojos agrandados por la sorpresa.

Iruka abrió los ojos, sorprendido, y giró su cabeza hacia el origen del ataque. Desde lo alto de un árbol, Naruto estaba de pie, su figura iluminada por el resplandor del chakra eléctrico que aún chisporroteaba a su alrededor. Su cabello carmesí se movía al ritmo del viento, y su mirada ardía con una furia incontrolable. Había una determinación feroz en sus ojos, una fuerza de voluntad que no podía ser detenida.

—¡No te atrevas a tocarlo! —gritó Naruto, su voz resonando con una intensidad que parecía vibrar en el aire. Su cuerpo entero emanaba una energía palpable, como si una tormenta contenida estuviera a punto de desatarse. Con un salto ágil, descendió desde la rama donde se encontraba, aterrizando con un impacto que levantó polvo y hojas alrededor.

Antes de que Mizuki pudiera reaccionar, Naruto se lanzó hacia él con una velocidad y precisión que nunca había mostrado antes. Su puño, cargado con chakra eléctrico, impactó directamente contra el pecho de Mizuki, enviándolo volando hacia atrás como una muñeca de trapo. El golpe resonó en el claro, y el eco pareció sacudir los árboles cercanos. Mizuki se estrelló contra el suelo con un sonido sordo, soltando un gruñido de dolor mientras luchaba por levantarse.

—¡Maldito mocoso! —rugió Mizuki, limpiándose la sangre que goteaba de la comisura de sus labios—. ¡Esto no se va a quedar así! ¡Te voy a matar y después a ese imbécil de Iruka!

Naruto no retrocedió ni un paso. Su mirada estaba cargada de una ferocidad que nunca antes había mostrado, y su postura era la de alguien dispuesto a pelear hasta el final. Por un instante, no era el chico problemático y burlado; era un ninja decidido.

—No voy a repetirlo. —Su voz era baja, pero cada palabra estaba impregnada de una amenaza palpable—. Si vuelves a acercarte a Iruka-sensei… te juro que te mato.

El aire pareció enfriarse ante la declaración de Naruto, pero no esperó una respuesta. Con un movimiento rápido, formó sellos manuales con una precisión que sorprendió incluso a Iruka, quien observaba desde el suelo con el cuerpo adolorido.

Kage Bunshin no Jutsu! —gritó, y en un parpadeo, una decena de clones idénticos a él apareció en el claro, rodeando a Mizuki.

Iruka, con dificultad, levantó la cabeza para observar la escena. La intensidad de los clones, sus miradas decididas, y la energía que Naruto irradiaba eran algo que nunca había visto. Sentía una mezcla de asombro y orgullo al ver al chico que siempre había sido menospreciado plantarse con una determinación tan inquebrantable.

Mizuki, por su parte, no pudo evitar un temblor en las manos mientras miraba a su alrededor. La decena de clones lo rodeaba por completo, cada uno con una postura lista para atacar. Tragó saliva, intentando mantener la compostura, pero sus ojos delataban su creciente pánico.

—¿Qué pasa? —preguntaron los clones al unísono, sus voces resonando como un coro intimidante—. ¿No eras tú el que quería matarme?

—¡Solo eres un mocoso con trucos baratos! —gruñó Mizuki, intentando recuperar su confianza. Comenzó a formar sellos de manos, su chakra acumulándose mientras una sonrisa despectiva aparecía en su rostro—. ¡No puedes hacerme nada con ilusiones tan débiles!

Pero antes de que pudiera completar los sellos, uno de los clones apareció frente a él en un destello de velocidad y lo golpeó directamente en el rostro. El impacto fue tan fuerte que Mizuki trastabilló hacia atrás, soltando un grito de dolor mientras sentía el sabor metálico de la sangre en su boca.

—¿Eso te pareció una ilusión? —preguntó el verdadero Naruto, apareciendo entre los clones con una sonrisa oscura y desafiante.

Sin darle tiempo a responder, los clones se lanzaron al ataque como una ola imparable. Mizuki intentó defenderse, lanzando golpes y patadas desesperadas, pero los clones lo superaban en número y coordinación. Uno tras otro, los impactos llovían sobre él: puños que golpeaban su torso, patadas que derribaban sus piernas, y ataques precisos que no le daban respiro.

¡Raiton: Kiba Denki! —gritó uno de los clones, canalizando chakra eléctrico hacia sus puños antes de golpear a Mizuki en el hombro. El rayo chisporroteó y recorrió su cuerpo, haciéndolo gritar de dolor mientras sus músculos se contraían involuntariamente.

Otro clon apareció detrás de él, aprovechando su confusión para golpearlo en la espalda con una patada giratoria, lanzándolo hacia adelante justo en el camino de otro ataque. Mizuki estaba atrapado en un torbellino de violencia implacable, incapaz de reaccionar.

—¡Basta, mocoso! —bramó Mizuki con furia desesperada, tambaleándose mientras intentaba reunir el chakra suficiente para un contraataque—. ¡Te arrepentirás de esto! —Con un rugido, lanzó un puñetazo hacia uno de los clones que lo rodeaban, logrando atravesarlo. Pero en lugar de una victoria, el clon desapareció en una nube de humo, y al instante, otros tres surgieron para reemplazarlo, cada uno con una mirada feroz y decidida.

Mizuki jadeaba con esfuerzo, su respiración pesada delatando su agotamiento. Cada vez que intentaba un ataque, los clones lo acorralaban, golpeándolo con precisión implacable. Sus movimientos, inicialmente fuertes y calculados, se tornaban cada vez más erráticos y torpes. La coordinación entre los clones lo desorientaba, atacándolo desde diferentes ángulos con una sincronización que parecía inhumana.

Los minutos se alargaron en lo que para Mizuki fue un tormento interminable. Intentó formar sellos para lanzar un jutsu, pero un clon lo interrumpió con un golpe directo al diafragma, dejándolo sin aire. Otro lo pateó en la pierna, haciéndolo caer de rodillas, mientras un tercero lo golpeaba en el rostro, abriendo un corte sobre su ceja. El claro del bosque resonaba con los sonidos de los impactos, los gritos de dolor de Mizuki y los pasos firmes de los clones que lo rodeaban sin descanso.

Finalmente, el ataque cesó. Los clones desaparecieron en una explosión de humo, dejando el claro sumido en un silencio tenso y opresivo. Mizuki quedó de rodillas en el suelo, jadeando, su cuerpo cubierto de heridas, sangre y hematomas. Sus brazos temblaban mientras intentaba sostenerse, y su mirada estaba desenfocada, llena de incredulidad. Apenas podía comprender cómo había sido derrotado tan completamente por un niño al que siempre había considerado débil.

Naruto, de pie a pocos metros, jadeaba ligeramente. Sus ojos, aún encendidos con determinación, observaban a Mizuki con una mezcla de satisfacción y nerviosismo. Lentamente, llevó una mano a la parte trasera de su cabeza, rascándola mientras desviaba la mirada hacia Iruka.

—Creo que… me pasé un poco —admitió con una sonrisa nerviosa, rompiendo el momento de tensión con un comentario despreocupado.

Iruka, apoyado contra un árbol cercano, respiraba con dificultad, pero en su rostro había una expresión de asombro y orgullo que no podía ocultar. Esbozó una débil sonrisa mientras sus ojos se encontraban con los de Naruto.

—Naruto… eso fue increíble. Lo que acabas de hacer no fue un simple Bunshin no Jutsu. Es el Kage Bunshin no Jutsu, una técnica avanzada que requiere un control de chakra excepcional. —La admiración en su voz era inconfundible—. Estoy… estoy muy orgulloso de ti.

Naruto sintió que el calor subía a su rostro, y una ligera sonrisa se dibujó en sus labios. Aunque siempre había deseado reconocimiento, escuchar esas palabras de Iruka lo llenaba de una emoción que apenas podía contener.

—Gracias, Iruka-sensei… —murmuró, rascándose nuevamente la cabeza mientras intentaba ocultar su alegría.

Iruka hizo un gesto débil con la mano, indicándole que se acercara. Su tono, aunque agotado, estaba cargado de calidez.

—Naruto… ven aquí. Quiero darte algo. —Su voz era suave, casi paternal, y sus ojos brillaban con una mezcla de cariño y solemnidad.

Naruto, aún algo dudoso, caminó lentamente hacia él. Una vez que estuvo lo suficientemente cerca, Iruka esbozó una leve sonrisa y señaló su frente.

—Cierra los ojos, Naruto. Solo por un momento.

—¿Eh? ¿Estás seguro, sensei? —preguntó Naruto, con un toque de nerviosismo en su voz.

—Confía en mí, Naruto. No voy a hacerte nada raro. Solo hazlo, ¿sí? —Iruka soltó una pequeña risa para tranquilizarlo.

Naruto suspiró y cerró los ojos con fuerza, expectante. Escuchó el suave sonido de la tela al moverse y sintió un ligero roce en su frente. Algo cálido y con un peso apenas perceptible se asentó sobre su piel.

—¿Ya está? —preguntó, su tono lleno de curiosidad.

—Sí. Ya puedes abrir los ojos. —La voz de Iruka era cálida, casi llena de orgullo.

Cuando Naruto abrió los ojos, lo primero que notó fue la amplia sonrisa de Iruka. Sin embargo, algo más llamó su atención. Sus manos temblorosas se alzaron hacia su frente, y al tocar el objeto, sintió el frío metal del protector frontal de Konoha. Su protector frontal.

Naruto parpadeó, como si no pudiera creerlo. Miró a Iruka, luego al protector, y de nuevo a Iruka.

—¡Felicidades, Naruto! Te has graduado. —La sonrisa de Iruka era radiante, aunque su cuerpo seguía mostrando signos de fatiga.

Las emociones que inundaron a Naruto fueron demasiado para contenerlas. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, y sin pensarlo, se lanzó hacia Iruka, abrazándolo con todas sus fuerzas. Iruka gimió ligeramente por el dolor de sus heridas, pero no dudó en rodearlo con los brazos, devolviendo el abrazo.

—Gracias… gracias, Iruka-sensei… —sollozó Naruto, su voz quebrada por la emoción—. Nunca olvidaré esto… nunca.

Iruka sonrió con ternura, acariciándole la espalda para calmarlo.

—Lo mereces, Naruto. Has demostrado que tienes lo necesario para ser un gran ninja. —Su voz estaba cargada de sinceridad—. Cuando me recupere, ¿qué te parece si vamos a comer ramen? Además… tengo un par de cosas más para ti. Unos regalos.

Naruto levantó la cabeza, su rostro aún lleno de lágrimas, pero iluminado por una sonrisa que reflejaba toda su felicidad.

—¡Es una promesa, sensei! —respondió con entusiasmo, su espíritu renovado.

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