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III

Naruto había pasado los últimos dos meses inmerso en un riguroso y casi obsesivo entrenamiento. Cada día, desde el amanecer hasta que la luna se alzaba, se dedicaba a perfeccionar el control de su chakra y a profundizar en sus afinidades elementales. Este período de intensa práctica no solo había refinado sus habilidades básicas, sino que también le había permitido experimentar con estilos de combate que reflejaban su energía inagotable y su creatividad.

Uno de los mayores avances que había logrado era la creación de un estilo único de taijutsu, el Rasen no Gōken. Diseñado específicamente para aprovechar su reserva de chakra aparentemente ilimitada, este estilo combinaba movimientos rápidos, impredecibles y devastadores. Su fluidez y capacidad destructiva eran un reflejo del propio Naruto: desbordante de energía y con un espíritu indomable. Cada golpe giratorio y cada combinación fluida representaban horas de práctica, sudor y determinación.

Al mismo tiempo, había comenzado a explorar el arte del kenjutsu. Aunque al principio solo contaba con un palo improvisado como espada, esto no disminuyó su entusiasmo. Con el tiempo, desarrolló un estilo que llamó Fūma no Tsurugi o "Espada del Remolino". Este estilo combinaba movimientos fluidos con el control del chakra de viento, creando ráfagas y remolinos que potenciaban sus ataques y le ofrecían una defensa natural. Incluso sin una espada real, sus movimientos eran precisos y llenos de una gracia feroz, como si cada giro y cada corte fueran parte de una danza cuidadosamente ensayada.

El entrenamiento no era solo físico; también había requerido un esfuerzo mental significativo. Naruto pasaba horas estudiando pergaminos sobre teorías de combate, control elemental y estrategias avanzadas. En una ocasión, recordó cómo el sabio Hokage decía que la fuerza sin conocimiento era inútil. Inspirado por estas palabras, comenzó a dedicar parte de sus noches a comprender los principios detrás de las técnicas que practicaba durante el día.

Las características de su nuevo estilo de taijutsu eran evidentes en cada movimiento que realizaba. Los giros constantes mantenían la energía cinética fluyendo, permitiendo que sus ataques fueran continuos y difíciles de predecir. Canalizaba pequeñas cantidades de chakra de viento en sus golpes, aumentando tanto su fuerza como su velocidad. Las ráfagas generadas con sus técnicas eran lo suficientemente potentes como para desestabilizar a sus oponentes, dándole una ventaja estratégica incluso en los combates más intensos.

Entre sus técnicas favoritas se encontraba el Kaze no Kōdo, un golpe giratorio que, imbuido con chakra de viento, podía empujar al enemigo y cortar materiales ligeros. Otra de sus creaciones, el Rasen Rendan, combinaba una serie de golpes rápidos y un ataque final descendente, haciendo de esta técnica una herramienta poderosa tanto ofensiva como defensivamente. Pero la más espectacular era el Senpū Bakuhatsu, una técnica que liberaba una onda expansiva al girar rápidamente sobre sí mismo, capaz de derribar a varios enemigos a la vez.

Por otro lado, el Fūma no Tsurugi le permitió explorar su afinidad por el kenjutsu de manera más profunda. Aunque aún no poseía una espada formal, el estilo estaba diseñado para sacar el máximo partido de su habilidad con el chakra. Los ataques de largo alcance, como el Kaze Tsubame, creaban hojas de aire capaces de atravesar múltiples enemigos. La técnica Tatsumaki Giri, en la que giraba con su espada para formar un vórtice de viento cortante, era un claro ejemplo de cómo Naruto integraba su creatividad con su instinto combativo.

Además de su progreso técnico, Naruto también había comenzado a experimentar avances significativos en sus naturalezas de chakra. El control del Fūton, su afinidad principal, le llenaba de orgullo. Podía sentir cómo el aire respondía a su voluntad, convirtiéndose en una extensión de su ser. Con un simple gesto de sus manos, lograba levantar hojas, manipular corrientes de viento e incluso cortar troncos con ráfagas afiladas. Había impresionado a varios ninjas que lo observaron por casualidad, aunque su naturaleza impulsiva lo llevó a mantener sus logros en secreto.

El Raiton y el Suiton, en cambio, representaban un desafío diferente. Las descargas eléctricas que generaba al principio eran inestables, pero poco a poco se habían convertido en rayos que podía dirigir con precisión. En cuanto al Suiton, había aprendido a manipular el agua del río cercano para crear barreras y remolinos, aunque aún necesitaba refinar estas técnicas. Sin embargo, su progreso en ambas naturalezas lo motivaba a seguir esforzándose.

Un día particularmente brillante en Konoha, Naruto decidió tomarse un momento para regresar a la biblioteca y devolver algunos pergaminos que había tomado prestados. Caminando por las calles concurridas, con los vendedores ofreciendo sus productos y los niños jugando alegremente, se sintió más conectado con su hogar que nunca. Bajo su brazo llevaba los manuscritos que había estudiado con fervor, y en su mente ya planeaba cuál sería el próximo desafío que afrontaría.

La biblioteca, con su atmósfera tranquila y el olor a papel viejo, siempre le brindaba una sensación de paz. Allí, mientras colocaba los pergaminos en su lugar, recordó todo lo que había aprendido en esos meses. A pesar de los obstáculos, había superado sus propias expectativas, y esa sensación lo llenaba de energía. Al salir, sus pasos lo llevaron directamente a una armería. Había estado ahorrando para este momento: adquirir herramientas que complementaran su entrenamiento.

En la armería, después de inspeccionar con cuidado varios pergaminos y armas, Naruto eligió cuidadosamente técnicas elementales avanzadas. Cada una de estas prometía expandir su repertorio de habilidades. Aunque el precio era elevado, el sacrificio valía la pena. Entre sus adquisiciones estaban dos técnicas de rango A de Fūton y una de Suiton, verdaderos tesoros que lo entusiasmaron.

Con los pergaminos asegurados en su mochila, Naruto salió al aire libre. Levantó la vista al cielo azul, donde el sol brillaba con fuerza y una brisa cálida le acarició el rostro. "Este es solo el principio", pensó, sintiendo cómo la emoción y la determinación se entrelazaban en su pecho. Tenía claro que su camino no sería fácil, pero eso no lo detenía. Con cada paso que daba, Naruto Uzumaki demostraba que no había límites para su crecimiento.

Naruto, lleno de entusiasmo pero con una concentración inusitada, se sentó en el centro del claro que había convertido en su santuario personal de entrenamiento. Era un espacio que él mismo había limpiado y preparado, rodeado de altos árboles que ofrecían sombra y un ambiente tranquilo, ideal para enfocarse. La luz del sol se filtraba entre las hojas, proyectando patrones danzantes sobre los pergaminos cuidadosamente extendidos frente a él. Aquellos rollos no eran simples documentos; eran promesas de poder y crecimiento, herramientas que lo acercarían un paso más a su sueño de ser un gran ninja capaz de proteger todo lo que amaba.

Con un profundo respiro, Naruto abrió el primer pergamino. Este contenía una técnica llamada Fūton: Shinkūgyoku (Esferas de Vacío), clasificada como de rango B. La descripción detallaba cómo el usuario podía condensar chakra de viento en su interior y lanzarlo en forma de esferas de aire comprimido desde la boca. Estas esferas, rápidas y precisas, eran lo suficientemente potentes como para atravesar incluso defensas reforzadas. Mientras leía, Naruto podía imaginarse a sí mismo en un combate, disparando esas esferas como proyectiles imparables, destruyendo obstáculos o manteniendo a raya a múltiples enemigos. Pensó en cómo podría usar esta técnica para tener ventaja a larga distancia, algo que siempre había considerado un punto débil en su estilo de combate.

Entusiasmado, pasó al segundo pergamino. Este detallaba el Fūton: Senpū Kyaku (Patada Tornado), una técnica de rango C que implicaba imbuir una patada giratoria con chakra de viento. Este movimiento no solo aumentaba la fuerza del impacto, sino que también creaba un remolino que podía lanzar a los enemigos por los aires, desarmándolos o desequilibrándolos con facilidad. Naruto sonrió, visualizando cómo podría combinar esta técnica con su estilo de combate cercano. Su agilidad natural lo hacía ideal para ejecutar ataques rápidos y certeros, y este jutsu parecía diseñado específicamente para complementarlo. Aunque su rango era menor, entendió de inmediato su valor estratégico, especialmente en enfrentamientos cuerpo a cuerpo.

El tercer pergamino capturó su atención por completo. El Fūton: Kaze Shōheki (Barrera de Viento), una técnica de rango B, estaba diseñada para la defensa. Según el texto, generaba una barrera circular de viento que rodeaba al usuario, actuando como un escudo capaz de repeler armas, proyectiles y hasta ciertos ninjutsus de fuego o rango medio. Naruto pensó en cuántas veces había deseado algo así en sus misiones. Una técnica que no solo lo protegería a él, sino que también podría ser utilizada para cubrir a sus aliados. La flexibilidad de la barrera le permitiría moverse sin perder la protección, lo cual era un detalle que consideró invaluable.

Con creciente emoción, desenrolló el siguiente pergamino. Este describía el Fūton: Shinkūha (Ola de Vacío), otra técnica de rango B que lanzaba una ráfaga de aire cortante en un arco amplio. La idea de un ataque masivo que pudiera enfrentar a varios enemigos a la vez lo llenó de entusiasmo. Naruto se inclinó hacia adelante, dejando que su mente lo transportara a un campo de batalla imaginario. Allí estaba él, usando esta técnica para abrirse paso entre un grupo de adversarios, liberando una ola de viento destructiva que despejaba el camino mientras mantenía a salvo a sus aliados. Era una habilidad ideal para situaciones de combate multitudinario o para enfrentarse a un enemigo que intentara rodearlo.

Finalmente, sus manos llegaron al último pergamino: el Fūton: Shinkū Renpa (Serie de Olas del Vacío). Al leer la descripción, sus ojos se iluminaron con una mezcla de asombro y admiración. Esta técnica, también de rango B, era una versión más avanzada y devastadora de la Ola de Vacío. Permitía al usuario expulsar una serie de hojas de viento afiladas en múltiples direcciones, cada una con una precisión letal y una capacidad de penetración impresionante. Según el pergamino, estas hojas eran tan rápidas que podían atravesar defensas avanzadas, llegando a objetivos desde ángulos inesperados. Naruto sintió cómo su corazón se aceleraba al imaginar la versatilidad de este jutsu. Podía usarlo tanto ofensiva como defensivamente, adaptándolo a una variedad de situaciones.

Por un momento, Naruto cerró los ojos, permitiendo que su mente procesara toda la información que había absorbido hasta ese momento. Visualizó cada técnica de viento que había leído, imaginándose en combate, ejecutando esos movimientos con fluidez y precisión. Para él, cada jutsu era como una pieza de un rompecabezas más grande, una herramienta que, al dominarse, lo acercaría a su máximo potencial. Comprendía que el camino para alcanzar ese nivel sería arduo, lleno de horas de práctica y errores, pero lejos de intimidarlo, esa perspectiva lo llenaba de emoción. El deseo de perfeccionarse, de superar cada límite, lo empujaba a seguir adelante con más determinación que nunca.

Tras terminar con los pergaminos de Fūton, se permitió un breve respiro. Respiró hondo, dejando que el aire fresco del claro llenara sus pulmones mientras miraba a su alrededor. El lugar estaba envuelto en una quietud casi mágica, iluminado por los rayos de sol que se filtraban entre las ramas de los altos árboles. Era como si el mundo entero hubiera detenido su curso por un instante, esperando que Naruto diera el siguiente paso en su viaje. Con cuidado, recogió los pergaminos de viento y extendió un nuevo conjunto frente a él: las técnicas de Raiton. Al desenrollarlos, un leve escalofrío recorrió su cuerpo, como si el poder del rayo estuviera cobrando vida dentro de él.

El primer pergamino que abrió describía una técnica conocida como Raiton: Gian (Oscuridad Falsa), clasificada como de rango B. Según el texto, este jutsu permitía concentrar el chakra de rayo en una lanza de energía pura que podía ser lanzada con una velocidad fulminante hacia los enemigos. Lo que hacía única a esta técnica era su capacidad para dividirse en múltiples rayos tras el lanzamiento, permitiendo atacar a varios objetivos al mismo tiempo. Naruto se quedó un momento observando el dibujo esquemático que acompañaba la descripción, maravillado por las posibilidades. Podía visualizarse en medio de un combate, invocando la lanza de energía y desatando una tormenta de rayos sobre un grupo de enemigos, neutralizándolos antes de que pudieran reaccionar. "Es como tener el control de una tormenta", pensó, sintiendo una mezcla de respeto y fascinación por el poder que esta técnica prometía.

El segundo pergamino llamó su atención por la energía dinámica que parecía emanar incluso desde sus palabras. Este describía el Raiton: Raikiba no Jutsu (Colmillo de Rayo), otra técnica de rango B que moldeaba el chakra de rayo en colmillos eléctricos afilados. Según el texto, estos colmillos eran lanzados en rápida sucesión, impactando a sus objetivos con una fuerza capaz de perforar incluso materiales densos. Pero lo que realmente destacaba era el efecto secundario de la electricidad: al contacto, los colmillos descargaban una corriente eléctrica que podía paralizar temporalmente a los oponentes, dejándolos vulnerables a ataques posteriores. Naruto sonrió para sí mismo mientras leía, reconociendo la utilidad de esta técnica. "Perfecta para mantener a alguien bajo presión constante... incluso a alguien más rápido que yo", pensó, mientras imaginaba usar esta ráfaga de colmillos para desbordar a un enemigo en combate real.

Sin perder tiempo, pasó al tercer pergamino. Este describía el Raiton: Raiten no Jutsu (Pico de Relámpago), también de rango B. La técnica consistía en moldear el chakra de rayo en forma de una lanza afilada que el usuario podía empuñar antes de lanzarla hacia su objetivo. A diferencia de las técnicas anteriores, este jutsu estaba diseñado con un enfoque en la perforación. Según el pergamino, el Pico de Relámpago era especialmente efectivo contra barreras físicas y defensas avanzadas, permitiendo al usuario romper protecciones robustas con una precisión quirúrgica. Naruto leyó con atención, tomando nota de la complejidad de su ejecución. Esta técnica no solo requería un control absoluto sobre el chakra, sino también un conocimiento táctico para maximizar su impacto en el momento adecuado. "Es como una espada en forma de rayo", pensó, emocionado por la idea de combinar esta técnica con su propio interés por el kenjutsu.

Naruto se recostó ligeramente hacia atrás, apoyando sus manos en el suave césped del claro mientras contemplaba las copas de los árboles que se alzaban imponentes a su alrededor. El cielo, visible a través de los espacios entre las hojas, parecía reflejar la inmensidad de las posibilidades que ahora tenía frente a él. Reflexionó sobre lo que había aprendido hasta ahora, sopesando las particularidades de las técnicas de Raiton y cómo estas contrastaban con las de Fūton. La velocidad letal y la precisión quirúrgica del rayo se oponían a la fluidez y versatilidad del viento, pero Naruto no veía estos elementos como opuestos. En su mente, se imaginaba tejiéndolos juntos en su estilo de combate, combinando la fuerza destructiva de uno con la adaptabilidad del otro. La idea le arrancó una sonrisa confiada.

Satisfecho con su progreso, se incorporó y desenrolló con cuidado los últimos pergaminos: aquellos dedicados al Suiton. Apenas empezó a leer, una sensación distinta lo invadió. Este elemento, con su naturaleza fluida y constante, parecía resonar con él de una manera diferente. Era como si el agua, con su capacidad de adaptarse a cualquier forma y encontrar siempre un camino, reflejara parte de su propia esencia. Naruto sintió que el Suiton le ofrecía algo único: control y precisión que podía igualar su poder latente.

El primer pergamino describía el Suiton: Suiryūdan no Jutsu (Jutsu del Dragón de Agua), una técnica de rango B que captó de inmediato su atención. La descripción hablaba de un gigantesco dragón hecho completamente de agua que arremetía contra el enemigo con una fuerza descomunal. Según el texto, esta técnica era perfecta para desatar un ataque devastador, pero tenía una limitación: requería una cantidad significativa de agua en el entorno para ser ejecutada. Naruto no se desanimó; por el contrario, vio esto como un desafío interesante. Mientras visualizaba al dragón surgiendo desde un lago o río cercano, no pudo evitar imaginar cómo podría superar esa limitación, tal vez aprendiendo a generar agua con su propio chakra. La idea de dominar una técnica tan imponente lo llenó de emoción.

El siguiente pergamino detallaba el Suiton: Suijinheki (Muro de Agua), otra técnica de rango B. Esta era una defensa diseñada para levantar una pared de agua capaz de bloquear ataques físicos y ninjutsus, especialmente aquellos basados en fuego. La descripción destacaba la rapidez con la que podía ser ejecutada, algo vital en medio del combate. Naruto pensó en lo útil que sería esta técnica para protegerse o incluso para cubrir a sus aliados en una batalla complicada. Podía visualizarse plantándose firme en medio del caos, invocando el muro para repeler explosiones de fuego o detener proyectiles en el aire. Para él, este jutsu no solo era una herramienta defensiva, sino también un símbolo de su deseo de proteger a quienes le importaban.

Mientras avanzaba en su lectura, Naruto llegó a los pergaminos más avanzados, aquellos que contenían técnicas de rango A. Sabía que estas no serían fáciles de dominar, pero esa dificultad solo incrementaba su determinación. Con un leve temblor de anticipación, desenrolló el primer pergamino, dejando que sus ojos recorrieran las palabras con avidez.

El Fūton: Kaze Ryū (Dragón de Viento) fue el primero en captar su atención. Esta técnica permitía moldear el viento en la forma de un imponente dragón compuesto de aire comprimido. Según la descripción, el dragón no solo se movía con una velocidad aterradora, sino que liberaba ráfagas cortantes a medida que avanzaba, desgarrando todo a su paso. Al impactar, desataba una explosión que creaba un torbellino devastador, arrasando el área circundante. Naruto cerró los ojos un momento, imaginando al dragón surcando el campo de batalla con rugidos invisibles, imparable y letal. "Un dragón hecho de viento...", pensó mientras su mente recreaba el impacto de esta técnica en un enfrentamiento real. Este jutsu no solo era un arma para destruir, sino también un medio para dominar por completo el terreno de combate.

El siguiente pergamino describía el Fūton: Shinkū Taigyoku (Gran Esfera de Vacío), una técnica que llevaba al límite el concepto de las Esferas de Vacío. Este jutsu permitía concentrar una cantidad masiva de aire comprimido en una esfera de gran tamaño, cuya fuerza destructiva podía arrasar construcciones enteras y derribar enemigos especialmente resistentes. La descripción no solo enfatizaba su potencia, sino también el nivel de control necesario para ejecutarla con éxito. Naruto sintió un escalofrío mientras pensaba en el poder que esta técnica representaba. Era un arma de destrucción que debía usarse con precisión y estrategia, y el solo hecho de considerarla parte de su arsenal lo hacía sentirse más cerca de convertirse en el ninja que soñaba ser.

Finalmente, llegó al último pergamino: el Suiton: Suihōdan (Cañón de Agua). Este jutsu, de rango A, representaba el poder puro del elemento agua. Permitía al usuario concentrar agua en una corriente a altísima presión, disparándola como un cañón hacia su objetivo. La descripción resaltaba su precisión y fuerza devastadora, capaz de atravesar barreras físicas y romper defensas avanzadas. Naruto se inclinó hacia adelante, fascinado por la combinación de simplicidad y poder que ofrecía esta técnica. La imagen de un ataque tan certero y contundente quedó grabada en su mente, y ya podía imaginar cómo usarlo para eliminar obstáculos o incapacitar a oponentes a distancia.

Cuando terminó de leer, Naruto se recostó nuevamente, permitiendo que todas las posibilidades se asentaran en su mente. Los elementos ahora parecían bailar en su imaginación, viento, rayo y agua mezclándose para formar una sinfonía de poder. Cada técnica tenía su lugar, cada jutsu ofrecía una pieza clave para completar el puzzle que era su crecimiento. Mirando hacia el cielo, respiró profundamente y murmuró: "No importa cuánto tiempo me tome. Voy a dominar cada uno de ellos... y seré imparable". Una sonrisa confiada apareció en su rostro, mientras el claro, iluminado por los últimos rayos de sol, parecía responder con un silencio solemne, anticipando el entrenamiento que estaba por venir.

Al terminar de leer los pergaminos, Naruto se dejó caer de espaldas sobre el suelo cubierto de hojas secas. El cálido sol de mediodía se filtraba entre las ramas, acariciando su rostro mientras una suave brisa atravesaba el claro, jugando con las puntas de su cabello pelirrojo. Cerró los ojos, permitiéndose un instante para reflexionar. Cada jutsu que había leído no era solo un desafío técnico, sino una oportunidad. Eran las llaves que abrirían puertas hacia el poder que tanto anhelaba, hacia el camino que lo llevaría a proteger a quienes le importaban y, sobre todo, a demostrar su valía. Más allá de las horas de práctica y el agotamiento que sabía que enfrentaría, estas técnicas eran un reflejo tangible de su crecimiento, de su tenacidad y de la voluntad inquebrantable que lo definía.

El murmullo del viento le recordó que el tiempo no se detenía. Tras unos minutos de descanso, se incorporó con determinación renovada, su cuerpo lleno de energía y su mente enfocada. Se arrodilló frente a los pergaminos extendidos, repasando cada uno de los sellos de mano que requerían las técnicas. Sus dedos comenzaron a moverse con precisión, recreando los complejos patrones una y otra vez. "Primero la base, siempre la base", se dijo a sí mismo, recordando las palabras que alguna vez Iruka-sensei había repetido en sus clases. Aunque esas lecciones parecían simples en aquel entonces, ahora comprendía que la disciplina en los fundamentos era lo que diferenciaba a un ninja común de uno excepcional.

Cada movimiento de sus manos se hizo más fluido con la repetición, como si sus músculos estuvieran absorbiendo la memoria de los gestos. Cerró los ojos y comenzó a canalizar su chakra, sintiendo cómo la energía se acumulaba en su interior como un río caudaloso. El desafío no era solo reunir ese poder, sino controlarlo. "Es como intentar contener una tormenta en un frasco", pensó mientras ajustaba el flujo con respiraciones profundas, estabilizando el recorrido del chakra desde su núcleo hacia cada parte de su cuerpo.

El entrenamiento comenzó de inmediato. Durante horas, el claro se transformó en un campo de práctica donde la naturaleza y el chakra se entrelazaban. Los primeros intentos fueron caóticos: ráfagas de viento descontroladas que apenas mantenían forma, relámpagos erráticos que chisporroteaban y se dispersaban antes de alcanzar su objetivo, y chorros de agua que se disipaban como una neblina antes de cobrar verdadera fuerza. Naruto no se desanimó. Cada error era una lección, cada fallo le permitía comprender mejor cómo ajustar su postura, regular su respiración o enfocar su energía.

El Suiton: Suiryūdan no Jutsu fue uno de los mayores desafíos. La técnica requería una gran cantidad de agua y un dominio preciso de los sellos de mano, lo que complicaba su ejecución. Sin embargo, Naruto recordó algo importante que había leído: con la práctica constante, los usuarios experimentados podían reducir la cantidad de sellos necesarios para un jutsu. El secreto residía en fusionar los pasos de manera que el flujo del chakra se volviera natural, casi instintivo. "Es como aprender a caminar de nuevo, pero esta vez sobre el agua", murmuró con una sonrisa determinada. Aunque al principio el dragón de agua era apenas un borrón inconsistente, con esfuerzo y concentración logró materializarlo. La poderosa criatura líquida se alzó desde un charco que había creado, impactando con fuerza contra un árbol cercano y dejándolo destrozado.

De todos los jutsus que practicó, el Fūton: Kaze Ryū se convirtió rápidamente en su favorito. Visualizar al dragón de viento no había sido difícil mientras leía el pergamino, pero darle forma y vida con su chakra era una experiencia completamente diferente. Cuando finalmente lo logró, el resultado fue majestuoso. Una criatura imponente hecha de aire comprimido surgió frente a él, rugiendo con un sonido invisible mientras avanzaba con precisión devastadora. El impacto arrasó una fila de árboles en cuestión de segundos, dejando tras de sí un torbellino que hizo crujir las ramas de los árboles cercanos. Naruto permaneció en silencio por un instante, observando el resultado. Podía sentir el eco de la técnica en el aire y en su propio cuerpo, como si hubiera conectado con algo más grande que él mismo. El orgullo le llenó el pecho.

El entrenamiento continuó hasta que su cuerpo le recordó que tenía límites. Exhausto, con la respiración pesada y el sudor empapando su ropa, se dejó caer junto a uno de los troncos que el Fūton: Kaze Ryū había derribado. Sus manos temblaban ligeramente por el esfuerzo, pero en su rostro había una sonrisa que no podía contener. Había logrado dominar varios jutsus de rango B, y más importante aún, había conseguido ejecutar tres técnicas de rango A con resultados satisfactorios. Sabía que todavía le quedaba mucho por aprender y perfeccionar, pero este logro era un paso enorme hacia sus metas.

A medida que recuperaba el aliento, Naruto dejó que su mente divagara hacia un pensamiento que siempre lo había atormentado: el Bunshin no Jutsu. Ese simple jutsu de rango E, que la mayoría de los estudiantes de la academia dominaban con apenas un par de intentos, seguía siendo su mayor fracaso. Era un recordatorio constante de los días en los que todos se reían de él, de los susurros burlones y las miradas de decepción. Ahora, con su control de chakra más refinado y una confianza renovada gracias a los progresos recientes, decidió que era el momento de enfrentarlo nuevamente.

—Si puedo crear un dragón de viento o una lanza de rayos, ¿cómo demonios no voy a poder hacer un maldito clon básico?— se dijo, con una mezcla de frustración y determinación, golpeando sus puños contra sus rodillas para darse ánimos.

Se puso de pie con energía, dirigiéndose al centro del claro, un lugar que había empezado a considerar su santuario de entrenamiento. Se detuvo, inhaló profundamente y dejó que el aire llenara sus pulmones. Su mirada, fija en el espacio vacío frente a él, se endureció. En su mente, repasó los pasos que siempre le habían fallado: los sellos, el flujo del chakra, el equilibrio perfecto entre cantidad y control. "Esta vez será diferente", pensó. Sabía que debía serlo.

Colocó las manos frente a él con precisión. Los movimientos de sus dedos, mucho más fluidos que en sus días de academia, formaron los sellos característicos con la destreza que solo el entrenamiento constante podía otorgar. Sintió cómo su chakra comenzaba a moverse, fluyendo desde su núcleo hacia sus manos. Esta vez, no lo dejaría desbordarse ni quedarse corto. Había aprendido a sentir ese equilibrio, el punto exacto en el que el chakra estaba listo para transformarse.

—¡Bunshin no Jutsu!— exclamó, su voz firme y cargada de determinación mientras liberaba el chakra hacia el espacio vacío frente a él.

Por un instante, sintió que algo había cambiado. La atmósfera a su alrededor pareció tensarse, como si el aire mismo esperara el resultado. Una figura comenzó a materializarse lentamente. Naruto contuvo el aliento, su corazón acelerándose mientras observaba cómo el clon tomaba forma. Pero esa chispa de esperanza se desvaneció tan rápido como había surgido.

La figura frente a él era patética, una grotesca caricatura de lo que debía ser. Su piel era pálida y translúcida, su forma borrosa y débil. Apenas se mantenía en pie, temblando como si fuera a desplomarse en cualquier momento. Y, efectivamente, eso fue lo que ocurrió. En cuestión de segundos, el clon colapsó, disolviéndose en una nube de humo tenue que desapareció con el viento.

Naruto permaneció inmóvil, mirando el espacio vacío donde su clon había estado. La incredulidad se apoderó de él, seguida rápidamente por una furia abrasadora.

—¡¿Qué carajos?!— rugió, su voz resonando por todo el claro como un trueno. En un arranque de frustración, pateó una roca cercana con toda su fuerza, enviándola volando hacia un tronco caído. El golpe fue fuerte, el sonido seco del impacto llenó el aire, pero no logró aliviar la tensión en su pecho. ¿Cómo era posible? Había logrado dominar técnicas avanzadas, jutsus que desataban el poder del viento, el rayo y el agua. Había creado dragones, lanzas y cañones con un control que hace meses le habría parecido inalcanzable. ¿Y aun así este jutsu básico se burlaba de él?

Se dejó caer pesadamente sobre el suelo, apoyando los codos sobre sus rodillas y hundiendo los dedos en la tierra húmeda. Sus hombros temblaban ligeramente, no de cansancio, sino de pura frustración. Alzó la vista hacia el cielo despejado, sus ojos brillando con una mezcla de enojo y desolación. —¿Qué demonios estoy haciendo mal?— murmuró en voz baja, como si esperara que el viento le ofreciera una respuesta.

El claro estaba en silencio, salvo por el susurro de las hojas agitadas por la brisa. Naruto cerró los ojos, tratando de calmarse, de recuperar algo de perspectiva. Pero la pregunta seguía atormentándolo. Había pasado semanas afinando su control de chakra, perfeccionando técnicas que exigían un nivel de precisión y habilidad mucho mayor que este simple jutsu. ¿Por qué era diferente? ¿Qué hacía que este jutsu en particular se sintiera como una montaña imposible de escalar?

El peso de los recuerdos lo golpeó con fuerza. Volvió a ver a los otros estudiantes de la academia riéndose de sus fallos, las miradas de decepción de Iruka-sensei, la soledad que siempre lo había acompañado en esos días. Tal vez por eso dolía tanto. El Bunshin no Jutsu no era solo una técnica que no podía dominar; era el símbolo de todas las veces que había sentido que no era suficiente.

Se tomó un momento para respirar profundamente, permitiendo que la brisa fresca enfriara su ira. Una pequeña voz en su interior, una que nunca se apagaba del todo, susurró con firmeza: "No te rindas. Esto no te va a derrotar". Enderezó su espalda, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano. Aunque todavía sentía el peso de la frustración, también estaba ahí esa chispa que nunca lo abandonaba, esa determinación que lo hacía levantarse una y otra vez.

Levantó la mirada hacia el cielo, donde las primeras estrellas comenzaban a brillar tímidamente, como pequeños faroles que perforaban la oscuridad creciente. El manto celeste parecía observarlo en silencio, testigo de sus esfuerzos y de su inquebrantable espíritu. Recordó las palabras de Iruka-sensei, dichas en uno de esos días en los que se sentía perdido, cuando lo encontró entrenando solo bajo la tenue luz del crepúsculo en el parque: "El verdadero poder de un ninja no está en sus jutsus, sino en su capacidad de levantarse una y otra vez, sin importar cuántas veces caiga."

Inspiró profundamente, dejando que esas palabras calaran hondo en su corazón. Su pecho se llenó de aire fresco, y por un momento, la frustración acumulada de las horas anteriores pareció desvanecerse. Sus puños se cerraron con fuerza mientras una nueva resolución se encendía en su interior, como una llama que se negaba a extinguirse. El viento sopló nuevamente, acariciando su rostro. Esta vez, no lo sintió como un desafío, sino como un recordatorio de que el camino hacia sus metas estaría plagado de obstáculos, sí, pero también lleno de infinitas posibilidades.

El cansancio pesaba en su cuerpo, pero su espíritu lo impulsaba a seguir adelante. Inspiró profundamente y, con determinación renovada, se reincorporó. Todavía tenía algo de tiempo antes de que el día llegara a su fin, y no estaba dispuesto a desperdiciarlo. Si algo había aprendido de este arduo entrenamiento, era que cada pequeño paso lo acercaba más a su sueño.

Levantó la mirada hacia el cielo, donde las primeras estrellas comenzaban a brillar tímidamente, como pequeños faroles que perforaban la oscuridad creciente. El manto celeste parecía observarlo en silencio, testigo de sus esfuerzos y de su inquebrantable espíritu. Recordó las palabras de Iruka-sensei, dichas en uno de esos días en los que se sentía perdido, cuando lo encontró entrenando solo bajo la tenue luz del crepúsculo en el parque: "El verdadero poder de un ninja no está en sus jutsus, sino en su capacidad de levantarse una y otra vez, sin importar cuántas veces caiga."

Inspiró profundamente, dejando que esas palabras calaran hondo en su corazón. Su pecho se llenó de aire fresco, y por un momento, la frustración acumulada de las horas anteriores pareció desvanecerse. Sus puños se cerraron con fuerza mientras una nueva resolución se encendía en su interior, como una llama que se negaba a extinguirse. El viento sopló nuevamente, acariciando su rostro. Esta vez, no lo sintió como un desafío, sino como un recordatorio de que el camino hacia sus metas estaría plagado de obstáculos, sí, pero también lleno de infinitas posibilidades.

El cansancio pesaba en su cuerpo, pero su espíritu lo impulsaba a seguir adelante. Inspiró profundamente y, con determinación renovada, se reincorporó. Todavía tenía algo de tiempo antes de que el día llegara a su fin, y no estaba dispuesto a desperdiciarlo. Si algo había aprendido de este arduo entrenamiento, era que cada pequeño paso lo acercaba más a su sueño.

Decidió practicar su puntería, una habilidad que, aunque básica, era esencial para cualquier ninja. Sacó un puñado de shurikens y kunais de su bolsa ninja. Tomó el primero, un kunai, y apuntó hacia un tronco a unos metros de distancia. El arma voló en línea recta y se clavó en la madera, pero el impacto no fue tan profundo como esperaba. Cerró los ojos por un instante, dejando que su respiración se estabilizara. Luego, comenzó a canalizar chakra hacia sus manos, visualizando cómo la energía fluía desde su núcleo hacia las herramientas.

Primero intentó infundir chakra de viento en un kunai, concentrándose en hacer que la energía envolviera la hoja como si fuera una extensión de su propio cuerpo. Lo lanzó nuevamente, y esta vez el kunai silbó al atravesar el aire. Al impactar, la madera crujió con fuerza, y el arma se incrustó profundamente en el tronco. Repetió el ejercicio varias veces hasta que el sonido del viento cortando el aire se volvió música para sus oídos. Luego, cambió al chakra de rayo. Al hacerlo, la hoja del kunai chispeó con electricidad, pequeñas descargas que iluminaban el arma como si estuviera viva. Cuando impactó contra el tronco, una leve marca de quemadura quedó en la corteza, el olor a madera chamuscada llenando el aire.

Curioso por llevar su entrenamiento más lejos, intentó algo más complejo. Con el chakra de viento, visualizó no solo potenciar la hoja del kunai, sino formar una extensión afilada que imitara una espada. Cuando sopló aire sobre el kunai antes de canalizar su chakra, apareció una hoja alargada de un color esmeralda pálido, casi translúcida, que se movía con el flujo del viento como si estuviera viva. Naruto la sostuvo en sus manos, admirando su creación. Cuando la blandió, la hoja cortó el aire con un zumbido característico, como si el viento mismo obedeciera su voluntad.

Probó lo mismo con los shurikens, y en lugar de una hoja alargada, esta vez, la hoja que se formó era más ancha y aún más afilada, como un disco cortante. Al lanzarlo, el shuriken giró con furia, dejando un rastro de cortes en su camino. Rocas que habían permanecido intactas durante años se partieron como si fueran de papel, y los árboles en su trayectoria cayeron uno tras otro, derrumbándose con un estruendo que reverberó por el claro.

No satisfecho aún, Naruto experimentó con el chakra de rayo en las mismas armas. Al infundir la energía eléctrica, observó cómo una corriente chispeante cubría la hoja del kunai, crepitando con fuerza. Al impactar, las armas no solo cortaban con mayor precisión, sino que dejaban marcas de quemaduras y pequeñas explosiones que esparcían chispas en todas direcciones.

Por último, quiso probar algo nuevo: usar chakra de agua. Naruto cerró los ojos, visualizando cómo el flujo de agua se combinaba con sus armas. Al infundir un kunai con suiton, observó con fascinación cómo una película líquida lo rodeaba, clara y vibrante. Cuando lo lanzó, el arma giró como si estuviera envuelta en una corriente, y al impactar, el agua acumulada explotó con fuerza, desgarrando la corteza del árbol y dejando una marca más profunda de lo esperado.

Satisfecho con sus progresos, decidió cerrar el día con algo más físico. Adoptó una postura básica y comenzó a practicar las katas de su taijutsu, cada golpe y patada una demostración de fuerza y control. Pasó luego a su entrenamiento de kenjutsu, usando un palo como sustituto de su espada. Ejecutó movimientos fluidos y precisos, combinando cortes imaginarios con fintas y estocadas rápidas. Su estilo, el Rasen no Gōken, fluía con una fuerza rotunda, mientras que el Fūma no Tsurugi destacaba por su agilidad y precisión. El palo se movía con gracia en sus manos, dibujando arcos rápidos en el aire.

Finalizó su entrenamiento con una rutina de ejercicios básicos: flexiones, abdominales y carreras cortas por el claro. Aunque su cuerpo estaba agotado y cubierto de sudor, Naruto no podía evitar sonreír. Cada gota de esfuerzo era una inversión en su futuro. Sentía que, poco a poco, estaba forjando el ninja que siempre había soñado ser. Cuando finalmente se dejó caer sobre la hierba, miró las estrellas con satisfacción. Había sido un día difícil, pero también uno lleno de aprendizajes. Y, para Naruto, eso era más que suficiente.

Cuando terminó su arduo entrenamiento, Naruto guardó cuidadosamente los pergaminos con los jutsus que había adquirido, enrollándolos con esmero antes de meterlos en su mochila. Su estómago rugió, emitiendo un sonido que resonó en el claro silencioso. Se llevó una mano al vientre con una sonrisa cansada. El hambre era un recordatorio ineludible de que había estado entrenando sin descanso desde la mañana, y supo que era hora de recompensarse. "Un buen tazón de ramen en Ichiraku resolverá todo", pensó, sintiendo un cosquilleo de anticipación ante la idea.

El camino de regreso a la aldea estuvo impregnado de una tranquilidad que Naruto rara vez notaba. El bullicio de Konoha lo envolvía suavemente: los aldeanos cerraban sus tiendas tras un largo día de trabajo, y las risas de niños jugando en las calles resonaban como un eco cálido. Aunque todavía llevaba consigo la sensación de estar un poco distante de muchos, momentos como ese le recordaban que, de alguna manera, también pertenecía a ese lugar. "Tal vez, algún día, Konoha se sienta completamente como mi hogar", pensó para sí, su mirada fija en los colores anaranjados y púrpuras del cielo al atardecer.

Al llegar a Ichiraku, levantó la cortina que cubría la entrada, dejando escapar el delicioso aroma del caldo caliente que lo recibió como un viejo amigo. Para su sorpresa, vio a Iruka-sensei sentado en el mostrador, disfrutando de un tazón de ramen con una expresión relajada. Iruka levantó la mirada al escuchar el sonido de la cortina y, al reconocer a Naruto, le dedicó una sonrisa cálida, esa que siempre lograba tranquilizar el corazón del joven ninja.

—Hola, Naruto —lo saludó con voz afable—. ¿Cómo te ha ido hoy? 

Naruto, con su característico entusiasmo, esbozó una sonrisa amplia mientras tomaba asiento junto a él. —¡Iruka-sensei! Estoy genial. —Se recostó un poco en el taburete, estirándose mientras hablaba—. Acabo de terminar de entrenar, y no cualquier entrenamiento. Ya verá, me estoy esforzando mucho más que nunca. ¡Voy a ser un gran ninja, lo prometo!

Iruka lo observó con genuino interés, apoyando un codo en el mostrador mientras escuchaba. —Eso es genial, Naruto. Siempre he sabido que trabajas duro. —Su tono era sincero, pero su mirada denotaba curiosidad—. ¿Qué aprendiste hoy?

Naruto, visiblemente emocionado, se inclinó hacia él, bajando la voz como si estuviera compartiendo un gran secreto. —Pues... no se lo diga a nadie, pero acabo de aprender tres jutsus de rango A. ¡Son elementales! Dos de viento y uno de agua. —Sus ojos brillaban con un entusiasmo desbordante mientras hablaba, casi como si los resultados de su entrenamiento cobraran vida en su voz.

Iruka parpadeó, sorprendido, y luego cruzó los brazos mientras una leve sonrisa escéptica se formaba en su rostro. —¿Tres jutsus de rango A, dices? —repitió, dejando que un tono de duda se colara en sus palabras—. ¿No estarás exagerando un poco, Naruto?

El joven ninja sacudió la cabeza con vehemencia, su expresión rebosante de confianza. —¡Claro que no, Iruka-sensei! Mire esto. —Extendió la mano frente a él y cerró los ojos, concentrándose. Una leve brisa comenzó a formarse a su alrededor mientras canalizaba su chakra de viento. Pronto, una corriente precisa y controlada se materializó en su palma, moviendo con delicadeza los objetos cercanos y haciendo que los cabellos de Iruka se alborotaran ligeramente.

Iruka observó la demostración con atención, impresionado por el progreso que Naruto había logrado. Asintió lentamente, pero no pudo evitar que su expresión reflejara una mezcla de orgullo y preocupación. —Impresionante, Naruto, realmente has avanzado mucho. —Sin embargo, notó cómo el brillo en los ojos del joven ninja se apagaba un poco al bajar la mano.

—Aunque... —Naruto desvió la mirada, y su tono se tornó más sombrío— todavía no puedo hacer bien el Bunshin no Jutsu. —Apretó los labios, visiblemente frustrado consigo mismo.

Iruka dejó escapar una risa suave, estirando una mano para darle una palmada en el hombro. —Naruto, cada ninja tiene su propio ritmo y sus propias fortalezas. No todos somos iguales. Además, ¿qué sentido tendría que ya supieras todo? Así no tendrías nada que superar. —Sus palabras eran amables, llenas de confianza, y lograron que Naruto levantara la mirada hacia él.

El joven ninja dejó escapar un suspiro, pero poco a poco una sonrisa esperanzada se dibujó en su rostro. —Supongo que tiene razón, Iruka-sensei. —Sus ojos brillaron de nuevo con determinación—. ¡Voy a seguir intentándolo hasta que lo logre! ¡No hay forma de que me rinda ahora!

Iruka sonrió ampliamente, lleno de orgullo al ver el espíritu indomable de Naruto. —Así se habla. Vamos, pide tu ramen. Hoy la primera ronda corre por mi cuenta. ¡Te lo mereces!

Naruto dejó escapar una risa entusiasta mientras levantaba la mano para pedir dos tazones grandes. En ese momento, Ayame, la hija de Teuchi, se acercó al mostrador con una sonrisa amable, colocando un humeante tazón de ramen frente a Naruto. El aroma rico y cálido llenó el aire, despertando al instante los sentidos del joven ninja. Naruto abrió los ojos de par en par, como si aquel plato fuera el premio más glorioso después de un día de arduo entrenamiento. Sin dudarlo, tomó los palillos, juntó las manos en un gesto de gratitud y exclamó: —¡Gracias, Ayame-neechan! 

Luego, dirigió una sonrisa entusiasta hacia Iruka mientras juntaba las manos nuevamente. —¡Y gracias a usted también, Iruka-sensei! No se preocupe, verá cómo me gradúo. ¡No hay forma de que falle! —dicho esto, atacó su comida con energía, los palillos moviéndose como un torbellino mientras saboreaba el ramen con absoluta devoción.

Iruka observaba la escena con una sonrisa tranquila, disfrutando de aquel momento simple pero significativo. —Eso espero, Naruto. Creo en ti. —Dio un sorbo de su propio tazón, pero apenas terminó de hablar, notó que el chico lo miraba con una expresión diferente, algo tímida, mientras jugueteaba nerviosamente con los palillos.

—Iruka-sensei... —comenzó Naruto, su tono ligeramente más bajo—, ¿podría...? Ya sabe, ¿me prestaría su bandana un momento? Sólo quiero ver cómo me queda. 

Iruka parpadeó, sorprendido por la petición, pero luego soltó una carcajada mientras extendía la mano para revolverle el cabello. —Lo siento, Naruto, no puedo. Esta bandana es un símbolo de pertenencia y logro, y sólo se usa cuando uno se gradúa. Es especial. 

Naruto desvió la mirada, visiblemente decepcionado. Sin embargo, Iruka, que conocía bien al chico, añadió rápidamente con una sonrisa cálida y reconfortante: —Pero hagamos un trato. Si pasas el examen, no sólo te ataré yo mismo tu bandana, sino que también te daré dos regalos. ¿Qué dices?

La reacción de Naruto fue inmediata. Sus ojos brillaron de emoción, y cualquier rastro de desánimo se evaporó de su rostro. —¡¿En serio?! —preguntó con entusiasmo, inclinándose hacia adelante, como si temiera que Iruka cambiara de opinión. Cuando el maestro asintió, Naruto golpeó la mesa con ambos puños, lleno de energía. —¡Está bien! Entonces, cuando me gradúe, quiero una katana hecha de ese acero receptivo de chakra. 

Iruka parpadeó, ligeramente aturdido por la petición. Naruto continuó, completamente inmerso en su idea. —¡Una bonita y genial! —Agitó los brazos como si imaginara la elegante arma en sus manos. Luego, inclinó la cabeza, pensativo. —Y el segundo regalo... no lo sé. Usted decida, Iruka-sensei.

El maestro tragó saliva con dificultad al escuchar lo de la katana. Sabía que el acero receptivo de chakra era caro y que una espada de ese tipo era más un regalo digno de un ninja experimentado que de un estudiante. Sin embargo, no quería apagar el entusiasmo del chico. Forzando una sonrisa, asintió lentamente. —Bueno... claro, Naruto. Lo pensaré. Pero, por ahora, ¿qué tal si seguimos disfrutando del ramen? Esta cena corre por mi cuenta, así que asegúrate de saborearla. 

Naruto dejó de comer por un instante, mirándolo con una mezcla de sorpresa y gratitud. Luego, una sonrisa radiante iluminó su rostro. —¡Eso suena increíble, Iruka-sensei! ¡Muchas gracias! —dijo antes de sumergirse de nuevo en su tazón, devorando el ramen con energía renovada, como si aquellas palabras hubieran recargado su espíritu.

Mientras lo observaba, Iruka no pudo evitar sentir una cálida satisfacción en el pecho. Naruto, con sus sueños audaces y su entusiasmo desbordante, siempre encontraba la forma de encender una chispa en quienes lo rodeaban. Sabía que el camino del joven no sería fácil, que estaría lleno de desafíos y momentos difíciles. Pero también estaba seguro de que, con su inquebrantable determinación y esa chispa única, Naruto lograría alcanzar cada una de sus metas, incluso las que ahora parecían imposibles. 

El ambiente de Ichiraku se llenó de un cálido sentimiento de camaradería, un momento sencillo que, para Naruto, significaba mucho más. Allí, en ese pequeño rincón de Konoha, rodeado de un maestro que creía en él y un tazón de ramen que calentaba tanto el cuerpo como el alma, el joven ninja sintió que, tal vez, no estaba tan lejos de alcanzar sus sueños. 

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