Capítulo 05: Las Calles de Queens

Dos días después, Claude "o más bien Verne, en su nuevo cuerpo" estaba sentado en una cafetería barata en Queens, bebiendo un café que apenas lograba saborear.

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Las ideas en su mente fluían con rapidez, una mezcla de pensamientos prácticos y ambiciones que empezaban a formarse en planes concretos. Adaptarse a su nuevo cuerpo estaba siendo complicado; el cansancio y la fragilidad que Claude había acumulado durante años de abuso de drogas limitaban sus movimientos y su resistencia.

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Había pasado las últimas noches caminando por la ciudad, explorando sus posibilidades, observando a las personas, y adaptándose a los ritmos de una Nueva York que le resultaba extrañamente familiar y desconocida a la vez.

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Cuando verificó su cuenta bancaria y descubrió que solo tenía alrededor de $2,000, entendió que su primer obstáculo era la falta de recursos. Sin dinero, no podría financiar siquiera lo básico para los experimentos que ya empezaban a gestarse en su mente.

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El Claude original había sido un solitario sin empleo estable y un historial manchado por su adicción, lo cual hacía poco probable que alguien lo contratara. Verne no solo debía sobrevivir, sino prosperar, y tenía que actuar rápido antes de agotar esos últimos dólares.

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Su solución fue arriesgada y sencilla:"robar". En la vida pasada de Verne, el crimen había sido irrelevante; todo lo que había necesitado se lo había proporcionado su genio y su capacidad de manipular a quienes financiaban sus proyectos. Pero ahora debía ser más astuto.

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Decidió que se adentraría en los suburbios de Nueva York durante la noche, aprovechando las sombras para escabullirse y tomar lo necesario de aquellos que no pondrían en peligro su vida o su plan a largo plazo.

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Las primeras noches fueron una mezcla de observación y preparación. Claude usaba su habilidad de ver hilos para identificar posibles objetivos. Aunque aún no comprendía el significado de todos los colores, había comenzado a notar patrones sutiles.

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Las personas con hilos carmesíes intensos solían estar rodeadas de un ambiente de peligro, como si una energía oscura los envolviera, y por lo general los evitaba. Se enfocó en aquellos que tenían hilos dorados o verde suave, colores que aún no entendía del todo, pero que parecían tener una energía más controlada.

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Con su primer golpe en un vecindario oscuro y descuidado, logró reunir algo de dinero en efectivo y algunos objetos de valor que podía revender fácilmente. Aunque fue precavido, sintió una descarga de adrenalina al deslizarse entre las sombras, mucho más consciente de cada movimiento y cada sonido a su alrededor, como si toda su mente estuviera enfocada en la tarea.

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Sin embargo, no solo buscaba dinero; también había empezado a capturar algunos animales callejeros, sujetos experimentales que le permitieran probar las teorías que comenzaban a tomar forma en su mente.

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Verne capturó un par de ratas y un gato callejero, los cuales llevó a un sótano abandonado que había encontrado en su recorrido nocturno. Era un lugar oscuro, húmedo y sucio, pero le servía para improvisar un pequeño laboratorio.

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Aunque los recursos eran mínimos, Verne sabía cómo aprovechar lo poco que tenía: comenzó a experimentar con mezclas químicas básicas y con los conocimientos de biología que aún conservaba en su mente, buscando comprender la naturaleza de aquellos hilos y la influencia que parecían ejercer sobre los seres vivos.

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El primer experimento fue simple. Inyectó una mezcla leve de sedantes y estimulantes en una de las ratas mientras observaba su hilo. Notó cómo el color del hilo cambiaba brevemente de verde a un tono más gris opaco, y aunque el resultado no era concluyente, le dio una pista: los hilos podían alterarse, al menos temporalmente.

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Si pudiese controlar estos efectos y aprender más sobre cómo influir en los hilos, Claude, o más bien Verne, podría abrir una puerta a una comprensión más profunda del poder invisible que envolvía a las personas.

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Aunque aún le faltaban herramientas y equipo adecuado, su determinación se reforzaba con cada pequeño hallazgo. Sabía que los experimentos con animales solo eran el inicio. Su verdadero objetivo era estudiar el efecto de los hilos en humanos, y para eso necesitaría aún más recursos, más preparación y, posiblemente, encontrar sujetos que nadie extrañaría.

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Mientras terminaba su café en la cafetería, Claude miró a las personas a su alrededor, estudiando los hilos que brotaban de ellos como venas de energía pura, colores vibrantes que, en la vida anterior de Verne, habrían sido vistos como simples ilusiones. Ahora, los veía como oportunidades, como piezas de un enigma que solo él podía resolver.

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"¿Que pasaría si pudiera usar a estas personas o incluso manipular la forma en que se desarrolla su futuro o su suerte a mi favor?...Aunque tengo que tener cuidado de no llamar la atención, ¡Estoy seguro de que, si incluso hago un pequeño cambio en la trama, ¡¡Ella me notará!!" —Verne miró al cielo soleado con sus pensamientos floreciendo y tratando de evitar posibles peligros que conllevaría sus planes Futuros.

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"Esto apenas comienza…" murmuró para sí mismo.

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Al llegar el anochecer, Verne salió nuevamente a las calles de Queens, envuelto en su abrigo y con una nueva perspectiva. Durante el día había observado con detenimiento los hilos verdes y dorados en las personas que pasaban cerca. Decidió que esta noche sería clave para entender los patrones que había comenzado a sospechar.

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Caminaba despacio por las esquinas oscuras, sumido en sus pensamientos, hablándose a sí mismo en voz baja, un hábito que Claude había adquirido, y que Verne ahora retomaba con un fin meticuloso y analítico.

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"El dorado… sí, está en esas personas que parecen tener fortuna, mentes más alertas, y, si no me equivoco, algunas cuentan con buena posición económica. Un hilo de luz, de suerte. Sí, eso tiene sentido… El éxito no es tan aleatorio después de todo. ¿Será este color un marcador de potencial? ¿Un indicador de oportunidad?".

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Su mirada se dirigió a una pareja que caminaba por el parque de la esquina. El hilo dorado se deslizaba entre ambos, conectándolos con un brillo suave y constante. Uno de ellos llevaba un maletín de aspecto elegante, y la otra persona vestía ropa de diseño sutil pero costoso. Ambos parecían contentos y seguros, como si nada en la ciudad pudiera tocar su burbuja de fortuna.

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Verne apretó los labios, intrigado. Si logro acceder a las vidas de aquellos con hilos dorados, podría entender cómo influir en ellos… y quizá obtener un poco de esa buena fortuna en mi beneficio.

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Pero el hilo verde… eso era otra cuestión. "Lo verde, lo verde…" murmuró, mientras caminaba más adelante y observaba a una señora mayor vendiendo flores en una esquina. Su hilo verde parecía casi resplandecer mientras hablaba con un cliente, sonriéndole con amabilidad.

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Verne ladeó la cabeza.— "Lo veo en todos estos… ¿qué sería? ¿Actos de compasión, de ayuda? Tal vez el verde representa altruismo o bondad, gente que se inclina a cuidar de otros, que de alguna forma está más conectada al bienestar colectivo."

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Pasó junto a un hombre que ayudaba a una mujer a cruzar la calle, y también vio el hilo verde. Continuó observando y vio cómo varias personas con ese mismo color tendían la mano a otros, sonreían genuinamente, y parecían ser reconocidos y apreciados en sus pequeños círculos. —"Interesante… el verde podría representar… virtud social, apoyo, bondad. Si hay un poder oculto en estas conexiones, quizás la gente con hilos verdes tiene alguna ventaja… aunque probablemente en un sentido distinto al dorado."

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Caminó unos minutos más, reflexionando en silencio, sus pensamientos girando en torno a las posibilidades. Si bien Verne no tenía interés en bondad ni compasión, su mente fría y calculadora veía una oportunidad.

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Las personas con hilos verdes, aunque aparentemente más comunes y menos privilegiadas que las de hilos dorados, podrían servir de aliados discretos o incluso de protección, dada su inclinación a ayudar a otros. Tal vez manipularlos no sea tan complicado… son confiados, y la confianza es algo que se puede moldear.

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El científico sonrió para sí mismo, satisfecho. Los hilos dorados y verdes le abrían una puerta a una clase de influencia sutil que no había imaginado en su mundo anterior.

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Con cada observación, Verne comenzaba a esbozar un plan más definido: se infiltraría en la vida de aquellos con hilos dorados para aprovechar su suerte y recursos, y usaría a los de hilos verdes como peones leales. Este mundo, este extraño don visual de Claude, le ofrecía herramientas con las que antes no había contado.

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