Rain tuvo un lunes ajetreado. Ahora mismo se encontraba al frente de la sala del tribunal para presentar su alegato final. El juicio de los cinco hombres de las Calaveras Salvajes, acusados de la brutal violación grupal de Liza Torres, había sido largo y agotador, pero hoy, finalmente se haría justicia.
—Damas y caballeros de la corte —comenzó Rain, escaneando la sala con la mirada, asegurándose de que sus palabras calaran hondo—. La evidencia en este caso es irrefutable. La brutalidad infligida a Liza Torres, una joven cuyo único crimen fue estar en el lugar y momento equivocados, es incomprensible. Estos hombres actuaron sin remordimientos, sin dudar, y con un desprecio absoluto por la vida humana y la dignidad.
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