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Eres diferente

Estaba temblando un poco bajo las sábanas. Mi madre se sentó a mi lado y solo por suerte fue que ella no intentó quitármelas de encima. Parecía que más bien me estaba cubriendo más, sin dejar esa expresión preocupada que solo me generaba dudas e ideas que me hacían sentir que estaba en miles de problemas.

Mi mejor curso de acción fue fingir demencia en estos momentos.

—¿De qué hablas...?

Sus ojos no me veían directamente. Acariciaba mi cabello y parecía sumida en sus pensamientos, pero abría y cerraba la boca como si no supiera exactamente qué decir.

Pero finalmente, después de unos momentos, empezó a hablar.

—Lamento que te haya encerrado, cariño... Seguramente estabas asustada, sin entender nada... Es mi culpa, lo sé, pero estaba esperando a esta fecha para contarte todo, después de que tú misma vivieras en carne propia lo que sucede. —Puso una mano en mi hombro, y sus ojos se desviaron a la ventana. No parecía ella misma, viendola tan... Lúcida. —Sé que experimentaste varias cosas anoche. Y debí decirte algo antes... Pero no quería que te asustaras o hicieras cosas de las que te arrepintieras. Además, tenía la pequeña esperanza que no fuera tan fuerte...

—¿De qué hablas? No estás haciendo ningún sentido, mamá. —Le repetí, teniendo el impulso de sentarme para verla mejor, pero los dolores de mi cuerpo me impidieron hacerlo. No me atrevía a delatarme. No aún.

Volvió sus ojos a mí y está vez ví la tristeza en ellos. Me sonrió un poco, está vez como si sintiera simpatía por mi.

—Diane, ¿No has sentido últimamente... Extrañas urgencias de tu cuerpo? ¿Un calor diferente a la fiebre? ¿Algunas lagunas mentales y reacciones nuevas en ti?

Me sonrojé rápidamente. No necesitaba elaborar para entender a qué se refería y además no sabía qué decir. Era vergonzoso pensar en ello, y ahora que mi madre lo preguntaba sin más rodeos, era peor.

—N-no, ¿Por qué debería...?

—Diane, no sirve que mientas ahora mismo. —Me respondió suspirando, ahora dejando de acariciar mi cabello y guardándose las manos para si misma. —Martha me contó que una noche no dormiste en la cama y el vestido que usaste la noche anterior tenía manchas y un olor peculiar en él.

Eso solo aumentó el calor y color en mi cara, haciéndome ahora incapaz de responder.

—Lamento mucho que te haya sucedido todo esto... Pero no podemos evitarlo. Por más que me pese, nosotras tenemos que pasar por eso al menos una vez en nuestras vidas, antes de poder controlarlo como se debe. Te prometo que no volverás a sufrir de esta maldición de nuevo. Será un poco complicado, pero te ayudaré...

—¿Pero qué es lo que sucedió? No me estás diciendo nada, no estoy entendiendo nada.

La vi morderse el labio inferior, evitando mi mirada. Se levantó entonces y caminó hacia la ventana, donde se asomó al exterior con la mirada perdida.

—Diane, no necesitas saber nada más que lo que nos sucede es solo una... maldición. —Su tono de voz fue firme, pero pude alcanzar a notar duda al final. —Cada tanto tiempo, nuestro cuerpo entra en una especie de trance, en una pérdida de control que normalmente no podemos evitar. Es una maldición que heredamos... Un terrible suceso que pasamos. Pero no te preocupes, ya he hecho muchos experimentos a prueba y error y tú tendrás la fortuna de no sufrir lo que yo. Le diré de inmediato al doctor que te prepare algo a tu medida y...

—¿Pero QUÉ es? —La desesperación ya fue demasiada que incluso me senté en la cama, olvidando por un momento mi estado. Hablaba y hablaba, pero no entendía absolutamente nada. No lograba entender el sentido de las cosas, y ella definitivamente no ayudaba.

Para bien o para mal, ella no volteó a verme. Solo apretó los labios y los puños.

—Diane... Tú y yo... Somos diferentes. —Por fin admitió de forma lenta. Y mientras hablaba, se pasó la mano por su pelo del color del trigo, moviendolo por encima de su hombro, dejando ver su oreja. —Nadie debe de enterarse de esto. Nadie debe descubrir lo que eres. La herencia con la que naciste. Lo que pasaste anoche es conocido como un celo. —Unos segundos después, parecía ser que mis ojos estaban siendo engañados por efectos de la luz, pero pude ver cómo la oreja de mi madre... De repente parecía ser puntiaguda. Igual... Igual que los quentaur. —No somos taur por si te lo estás preguntando. —Añadió como si pudiera leerme la mente, y antes de que me convenciera que lo que estaba viendo era real, su oreja volvió a la normalidad. —Nosotras podemos ocultar lo que somos, pero no sus efectos. Ocurren cada tres lunas, y debes ser muy cuidadosa con ellos, pues puedes hacer cosas de las que te puedes arrepentir. Con quien te puedes arrepentir.

Entonces algo hizo click en mi cabeza. Entendí la palabra que me dijo solo traspolandola a los animales que pasaban por ello. Pero si eso nos sucedía... ¿Entonces qué éramos exactamente? ¿Qué estaba sucediendo? ¿Y eso de lo que hablaba de arrepentirse... Era justo eso que había hecho con...?

—¿Por eso me encerraste? —Pregunté incrédula, aunque ya sabía la respuesta. Y no solo eso... Sabía bastante bien que no había funcionado.

—Si. Simplemente con mantenerte alejada de cualquier... Criatura masculina debería bastar. —Por fin volteó a verme, con media sonrisa triste. —Debes cuidar muy bien tu cuerpo. Cualquier hombre que te toque en ese estado puede aprovecharse de ti...

Empecé a sentirme mareada de nuevo. No por sentirme enferma, sino por la información que me estaba viajando a la cabeza. ¿Qué había hecho...? ¿Y con un esclavo? ¿Qué había sucedido de verdad?

—Pero no te preocupes. —Continuó ingenua mi madre. Ahora estaba segura que no sabía sobre lo que había hecho anoche, pero sus palabras solo añadían culpa a mi subconsciente. —Ningún humano te provocará una reacción tan fuerte. De los que debes preocuparte realmente es de los quentaur... Aléjate de ellos lo más posible. Ellos te matarán al momento si saben lo que eres. Por eso es que tu abuela huyó por primera vez de ellos, y hemos vivido en secreto entre los humanos desde entonces.

Pero si eso era verdad... ¿Por qué seguía viva entonces?

...

Después de esa extraña charla con mi madre, ella se dió cuenta que era mucho por digerir y me dejó sola con mis pensamientos. Por lo menos se percató que ya no me sentía como antes y decidió dejarme libre por la casa nuevamente. Me dijo que si quería saber más la buscara, pero en el momento me estaba sintiendo abrumada.

Y lo principal de todo... Era por la sensación entre mis piernas, los recuerdos vagos que tenía y la horrible sospecha que justo aquello de lo que me había advertido mi madre de no hacer, lo había hecho.

Sali nuevamente de mi habitación al exterior.

Así como antes, no fue mi imaginación que no había casi nadie en la casa. Mis hermanos no estaban, tampoco mi padre. Solo quedaban pocas sirvientas aquí y allá y contados guardias. Me di cuenta que la mayoría eran mujeres exceptuando los últimos, pero es que era raro ver una mujer soldado en primee lugar.

Eso sería algo a preguntarle a mamá, pero lo principal quería preguntarselo al taur en cuestión.

Sabía que no estaba en las mazmorras, así que me dispuse a buscarlo por todo el terreno de la casa. Resultó ser una tarea complicada, pues había mucho terreno por explorar.

El campo de entrenamiento, los jardines, los establos, las bodegas... No había rastro de él. ¿Qué le habría pasado? ¿Se habría escapado? Era poco probable. Y aún así, era la única explicación, pero no creía nada en ella.

Regresé pues a la mansión sin saber qué hacer o pensar. Estaba a punto de ir con mi madre para indagar más en esos extraños secretos familiares cuando un olor familiar llegó a mi nariz.

Café.

De inmediato pensé en él, y giré mi cabeza hacia el origen del aroma.

Por fin te encontré.

Pero no estaba solo... De hecho, venía con una gran comitiva de personas enfrente. Mi padre y mis hermanos, soldados y algunas carretas. Mi emoción inicial de encontrar por fin al taur se vino abajo, pero con ello, la curiosidad y confusión inundaron mi mente.

¿Qué estaba sucediendo? ¿A dónde se habían marchado y desde cuándo?

Iba a correr a recibirlos, pero un punzante dolor de cabeza me invadió justamente en ese momento.

Fue ciertamente doloroso, como si alguien metiera sus dedos a mi cabeza y estrujara mi cerebro con fuerza. La presión fue intensa e inesperada, pero mientras sucedía eso, imágenes empezaron a viajar por mis ojos traspolando las imágenes que tenia al frente.

Fuego, cenizas y sangre. Mi hogar destruido, todo en ruinas por una reciente pelea. Y en la entrada destruida, pude ver algunas figuras alzándose sobre la destrucción...

Uno de ellos tenía ojos dorados y estaba frente a uno con ojos azules como el hielo. El segundo mantenía su espada apuntada al otro y detrás de él estaba alguien agachado sobre un cuerpo. Escuchaba lamentos, rugidos y gritos... Pero justo cuando creí que la cabeza me iba a explotar, todo desapareció de repente, incluído el dolor.

Estaba en el suelo y un par de ojos me veían fijamente. Como el oro puro.

Un escalofrío paso por todo mi cuerpo. No sé qué había visto, pero fue demasiado claro y extraño. ¿Tendría que ver con lo que me había dicho mamá? ¿Que yo era diferente a los humanos? Pero ella no había dicho nada de esto... Al menos, no aún. ¿Pero qué podía significar?

De cualquier manera, me pensé dos veces el ir a ver a mi familia y al esclavo. Estaba llena de marcas y algunas eran más evidentes que otras. Además, ¿Qué me aseguraba que el taur no hubiera dicho nada ya a mi familia? Seguramente estarían esperando el momento justo para hablar conmigo y castigarme... Aunque parecía absurdo. Si les hubiera dicho, ¿Por qué salieron en primer lugar? Y parecía que habían regresado de alguna pelea, cargando detrás a los esclavos que parecían sombríos y sin emociones. Era una mirada que siempre tenían aquellos que acababan de matar a los suyos en contra de su voluntad.

¿Habría explotado alguna otra revuelta de los quentaur en algún lugar cercano? Después de todo, cada vez parecían estar más activos y avanzando cada vez más rápido.

Empecé a sentir un poco de ansiedad. Algo no me daba buena espina. Tenía que hablar con alguien... Con quien fuera de lo que estaba pasándome, pero mis opciones eran reducidas.

Algo malo iba a suceder... Lo presentía.

La racha de mala suerte parecía solo estar comenzando.

Lamento la tardanza en este último capítulo. Tube un involuntario retiro espiritual el fin de semana y no tuve tiempo ni señal para escribir. Espero sigan disfrutando de esta novela.

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