—Chef Long, vámonos de aquí —la voz de Li Chunhua era seria, sin la usual languidez.
Pequeño Ginseng percibió su miedo y levantó la vista.
Long Haoran también lo detectó, y se preguntó qué la molestaba. Pero las piedras rojas en el techo eran muy importantes para él, y si decidía dejarlas, podría no encontrar otra vez una igual.
Tristemente, su habilidad de vuelo solo le permitía volar hasta diez metros, mientras que el techo de esta cueva se estimaba en unos 15 metros o más.
Cualquiera que fuera su preocupación, cuando surgiera algo, quizá no fuese tan poderoso como ella, pero él la dejaría escapar primero.
—Espera un minuto. ¿Puedes ayudarme a conseguir esas cosas? —Long Haoran levantó su dedo señalando hacia arriba.
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