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Capítulo 54: La Expansión Implacable de la Dinastía

Tras la brutal campaña contra los Aerithii, los sistemas conquistados por la Dinastía del Caos Ardiente estaban bajo un control absoluto, pero el trabajo apenas había comenzado. La Devastatrix flotaba imponente en la órbita de los sectores recién sometidos. Rivon y Sera se encontraban en su trono, contemplando los vastos territorios que ahora les pertenecían, sus pensamientos ya enfocados en la reconstrucción y la fortificación de su dominio.

El ambiente dentro de la nave era tenso, casi sofocante, mientras los soldados y sirvientes se movían en silencio, completamente sometidos a la voluntad de sus amos. Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn, las cinco sirvientas Aerithii, permanecían inmóviles al pie del trono de Rivon. No hablaban, solo esperaban, sabiendo que el siguiente movimiento de su amo definiría el destino de estos mundos.

Rivon, con su armadura oscura aún manchada con la sangre de los Aerithii caídos, se inclinó hacia delante en su trono, sus ojos observando las estrellas a través de la ventana de la sala del trono. La energía del Núcleo del Deseo vibraba en su interior, alimentando su sed de poder y control. Pero incluso en este estado, sabía que la victoria no significaba nada sin la estabilidad necesaria para mantener su imperio.

— Estos sectores están bajo nuestro control, pero no están listos para soportar los desafíos que vendrán, — murmuró Rivon, su voz cargada de una calma peligrosa. — Necesitamos consolidar nuestra fuerza aquí antes de que nos movamos hacia otros sistemas. No permitiremos que ningún enemigo, ni siquiera los Aerithii, intenten recuperar lo que ahora es nuestro.

A su lado, Sera observaba los informes que llegaban de los planetas conquistados. Su mirada, fría y calculadora, se movía rápidamente de un detalle a otro. Cada mundo ofrecía algo diferente: recursos, tecnología, mano de obra. Pero nada de eso valía si no se preparaban adecuadamente para proteger lo que habían arrebatado.

— Los sectores están en un estado de caos, — comentó Sera con desdén. — Los líderes locales están muertos o sometidos. Sus ejércitos han sido aplastados, pero los recursos que poseen son demasiados valiosos como para dejar que el caos los consuma. Necesitamos disciplina, orden, y un control férreo sobre todo.

Rivon asintió lentamente, complacido con las palabras de su hermana. Ambos compartían el mismo enfoque despiadado para el dominio: no solo conquistar, sino aplastar cualquier rastro de resistencia y moldear a sus súbditos según sus designios.

— Comenzaremos con Khaelos IV, — continuó Sera, con una precisión que solo ella poseía. — Un mundo agrícola lo suficientemente grande como para producir alimentos y recursos para toda nuestra flota y los sectores cercanos. Pero el proceso será doloroso... para ellos.

Rivon se levantó de su trono, su presencia imponente y cargada de poder, y caminó hacia sus sirvientas, que lo observaban en silencio, sin mover un solo músculo. Las mujeres Aerithii, que habían sido orgullosas guerreras de su pueblo, ahora eran simples herramientas en las manos de Rivon. Sus cuerpos y mentes completamente sometidos al Núcleo del Deseo, existían únicamente para servir a su amo en todo lo que él demandara.

— Si queréis ser útiles, demostrarme que valéis más que vuestros hermanos caídos en la batalla, — dijo Rivon, su voz suave pero cargada de autoridad, mientras caminaba lentamente entre sus sirvientas. — Si lo hacéis bien, si destacáis en el campo de batalla, recibiréis vuestro merecido premio.

Las cinco mujeres inclinaron la cabeza, aceptando su destino sin una sola palabra. Rivon no necesitaba más confirmación. Sabía que la devoción de sus esclavas era absoluta, forjada en el calor del dolor y el placer, de la sumisión total.

Sera, mientras tanto, dirigía su atención a los sistemas de defensa que debían ser establecidos. El plan era simple, pero implacable: cada planeta sería fortificado, cada ciudad convertida en una fortaleza, y cada ser vivo en estos mundos sería reeducado bajo la doctrina de la Dinastía del Caos Ardiente. No habría piedad, ni misericordia.

— Las estaciones orbitales serán armadas con los nuevos cañones de plasma que hemos recuperado de los Aerithii, — dijo Sera mientras sus dedos acariciaban el informe frente a ella. — Cada planeta será rodeado por una red de defensas que no solo los protegerá, sino que también los mantendrá bajo nuestra vigilancia constante. Nadie entrará ni saldrá sin nuestro permiso.

Rivon sonrió mientras continuaba caminando, sintiendo el poder crecer en su interior. Este era su reino, su imperio. Y cada ser viviente dentro de estos sectores serviría a su voluntad, o moriría en el proceso.

— Y no olvides, Sera, — añadió Rivon, su voz un susurro cargado de malicia. — Los que intenten resistir... serán los primeros en ser sacrificados al Núcleo. Necesitamos más carne para forjar a nuestros soldados.

— No habrá resistencia, Rivon, — respondió Sera con una frialdad cortante. — Todos los que vivan en estos sectores pronto aprenderán a temernos más que a la muerte misma. Y si no... bueno, siempre necesitaremos más carne para nuestros experimentos.

El silencio que siguió fue interrumpido solo por los susurros de los Sacerdotes del Deseo Oscuro, quienes ya se preparaban para comenzar los rituales que mantendrían a los esclavos y ciudadanos bajo control. Mientras tanto, las tropas de Rivon y Sera se desplegaban por los planetas conquistados, transformando las ciudades en fortalezas impenetrables y estableciendo los puestos de control que garantizarían que nada escapara al ojo de la Dinastía.

Con los sectores conquistados bajo el control absoluto de la Dinastía del Caos Ardiente, Rivon y Sera dirigieron sus esfuerzos a la reorganización de los sistemas para asegurar un flujo constante de recursos. Las batallas iniciales habían sido brutales, pero el verdadero desafío no era solo aplastar la resistencia, sino construir una infraestructura capaz de sostener a su imparable maquinaria de guerra. Ya no bastaba con simplemente dominar mundos. Ahora, los planetas debían ser forjados para servir a un propósito mayor: alimentar y expandir la guerra perpetua.

El planeta agrícola Khaelos IV había sido el primero en caer, y su destino había sido sellado como el principal proveedor de alimentos para las tropas y los esclavos que trabajaban en las fábricas de los sectores cercanos. Pero ahora, los mundos industriales y tecnológicos debían transformarse para maximizar la producción de armamento, defensa y maquinaria militar.

Sera, que había tomado un rol más estratégico en esta nueva fase, dirigía la fortificación de los sectores clave desde la Devastatrix. Los informes llegaban constantemente, detallando el progreso de la construcción de fábricas de armas, centros de entrenamiento y estaciones defensivas orbitales en cada uno de los planetas conquistados.

— Cada recurso de estos mundos debe ser redirigido a nuestro planeta principal, Luxaeron Primus, — ordenó Sera, con una frialdad calculadora. — Allí comenzará la producción a gran escala de todo lo necesario para asegurar nuestra supremacía. Armamento, naves de guerra, defensas planetarias. Nada debe interrumpir este flujo.

Los antiguos líderes de los sectores industriales habían sido eliminados, reemplazados por comandantes y capataces leales a la Dinastía. Las fábricas, antes orientadas a la producción civil o de bajo nivel militar, ahora trabajaban a toda máquina para satisfacer las demandas de la guerra interminable que Rivon y Sera planeaban desatar en el universo.

En uno de los sectores más ricos en minerales, el planeta Fornax Prime, enormes minas habían sido reabiertas bajo el látigo de la Dinastía. Miles de esclavos, bajo una vigilancia despiadada, extraían el metal necesario para construir nuevas flotas y armas. El mineral más valioso, el iridio oscuro, sería usado para forjar las armaduras y espadas de las tropas de élite, así como para mejorar la Devastatrix y sus flotas de ataque.

Rivon observaba desde lo alto, satisfecho con el progreso. Los sistemas trabajaban como una máquina bien aceitada. Cada planeta, cada sector, estaba siendo optimizado para producir lo necesario para su guerra infinita.

— Este es solo el principio, — dijo Rivon en voz baja mientras sus sirvientas Aerithii, Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn, permanecían a su lado, en silencio, esperando cualquier orden de su amo. Ya no necesitaban instrucciones constantes. Sabían que su única función era complacer y servir, ya fuera en el campo de batalla o en sus aposentos.

Sera, por su parte, mantenía el enfoque militar y logístico. Estaba supervisando la construcción de nuevas estaciones de defensa en los sistemas exteriores. Estas estaciones no solo serían bastiones impenetrables en caso de ataques, sino también fábricas flotantes capaces de producir armamento pesado y naves de guerra directamente en el espacio, reduciendo la necesidad de depender de planetas específicos.

— Las defensas deben ser impenetrables, — ordenó Sera a uno de sus comandantes. — Estaciones orbitales, cañones de plasma de largo alcance, escudos energéticos y baterías antiaéreas. No permitiremos que ningún enemigo nos sorprenda.

En la superficie de cada planeta, los ciudadanos estaban bajo una vigilancia constante. El terror era palpable. Los Sacerdotes del Deseo Oscuro mantenían el control a través de rituales de dominación y miedo, asegurándose de que nadie osara rebelarse. Los que fallaban en sus deberes eran arrastrados a los oscuros templos del Núcleo del Deseo, donde sus cuerpos y mentes eran sometidos a torturas inimaginables antes de ser descartados o convertidos en esclavos aún más leales.

Khaelos IV seguía siendo el corazón agrícola de la Dinastía, pero su función se había expandido. Los campos fértiles, antes dedicados solo a la comida, ahora incluían plantaciones de productos biotecnológicos, esenciales para la creación de medicamentos, suplementos de guerra y otras tecnologías avanzadas necesarias para sostener las largas campañas militares.

Rivon, siempre atento a la eficacia de sus dominios, caminaba entre las fábricas de un planeta cercano a Khaelos IV, observando cómo los esclavos y trabajadores forjaban las armas que pronto serían usadas en su guerra galáctica. Su mera presencia bastaba para que los capataces y soldados a su alrededor temblaran de miedo y respeto.

— Todo debe fluir hacia Luxaeron Primus, — dijo con firmeza. — El Núcleo del Deseo nos otorga poder, pero necesitamos más. Más naves, más armas, más soldados. Si estos sectores no pueden mantener el ritmo, los reemplazaremos por quienes sí puedan.

Las sirvientas Aerithii, siempre a su lado, no emitían sonido alguno. Solo existían para Rivon, sus cuerpos y mentes consumidos por el Núcleo del Deseo, listos para cumplir cualquier deseo que él tuviera, ya fuera en batalla o en su cámara privada.

Sera, mientras tanto, revisaba los informes del progreso en los sistemas externos. El plan de fortificación avanzaba más rápido de lo esperado, pero la perfección era lo único aceptable. No habría margen para fallos.

— Esto es solo el principio, Rivon, — dijo Sera con una sonrisa fría mientras miraba los mapas estratégicos. — Pronto, estos sistemas no solo nos sostendrán. Serán nuestras lanzaderas hacia la conquista de todo el universo.

La maquinaria de la Dinastía del Caos Ardiente había sido puesta en marcha, y ningún rincón de estos sistemas podría escapar de su control. Los recursos de los planetas fluirían incesantemente hacia Luxaeron Primus, alimentando las ambiciones de Rivon y Sera de conquistar la galaxia.

Mientras los recursos de los planetas comenzaban a fluir hacia Luxaeron Primus, la fortificación de los sectores conquistados avanzaba sin piedad. Cada planeta, cada estación espacial, y cada puesto de avanzada estaba siendo reformado para convertirse en una parte integral de la maquinaria de guerra de la Dinastía del Caos Ardiente.

Rivon, siempre vigilante, supervisaba personalmente los trabajos en Luxaeron Primus. Desde las fortalezas oscuras del planeta, hasta las factorías que producían sin descanso naves y armas, todo estaba bajo su control. Las sirvientas Aerithii, Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn, seguían a su lado, observando en silencio cada paso, listas para cumplir cualquier orden de su amo.

El Núcleo del Deseo brillaba en el centro del planeta, emanando una energía que transformaba la atmósfera misma. Cada esclavo, cada soldado, sentía su poder en el aire, y sabían que cualquier fallo sería castigado con una crueldad inimaginable. Nadie podía escapar del control absoluto de Rivon y Sera.

En los sectores exteriores, las estaciones orbitales comenzaban a tomar forma. Estas gigantescas estructuras no solo funcionarían como puestos defensivos, sino también como fábricas autónomas, capaces de producir armamento y naves directamente en el espacio, listas para el combate en cuestión de horas. Los cañones de plasma de largo alcance ya se estaban posicionando, apuntando hacia el vacío del espacio, preparados para interceptar cualquier amenaza.

Sera, desde el puente de la Devastatrix, dirigía las operaciones con una precisión letal. Sus órdenes se transmitían a través de toda la flota, y cada comandante sabía que cualquier error sería castigado sin piedad.

— La producción de naves debe acelerarse, — dijo Sera mientras observaba los informes de progreso. — No solo necesitamos más flotas, sino naves mejoradas. La próxima guerra requerirá una fuerza imparable.

En el planeta Fornax Prime, las minas trabajaban a un ritmo inhumano. Los esclavos extraían sin descanso los minerales más valiosos, mientras los capataces vigilaban con látigos electrificados, asegurándose de que nadie redujera la velocidad. La producción de iridio oscuro, el material más importante para la construcción de las armaduras de élite y las naves de guerra, alcanzaba su punto máximo.

Luxaeron Primus, el corazón del imperio, comenzaba a ser invulnerable. Las estaciones orbitales rodeaban el planeta como un anillo de hierro, y los escudos energéticos protegían sus instalaciones más importantes. Rivon y Sera sabían que, aunque su dominio en estos sistemas era firme, necesitarían estar preparados para cualquier desafío. Las defensas del imperio no podían flaquear, y todo debía estar listo para la guerra que se avecinaba.

Dentro de las instalaciones más oscuras de Luxaeron Primus, los Sacerdotes del Deseo Oscuro continuaban sus rituales, imbuyendo a los soldados y esclavos con la energía corrupta del Núcleo. Estos rituales no solo fortalecían a los soldados, sino que también destrozaban sus mentes, dejándolos completamente a merced de sus amos. Las tropas de la Dinastía del Caos Ardiente eran ahora más que simples guerreros. Eran criaturas leales hasta la muerte, dispuestas a derramar sangre sin cuestionar.

En el centro de este universo oscuro, Rivon observaba desde su trono, mientras los informes de las nuevas flotas y los ejércitos llegaban. Las sirvientas Aerithii, siempre en silencio, sabían que su lugar era servirlo en cada aspecto de su vida. Nyxalia y Lyrissia, que habían demostrado una especial destreza en la batalla, aguardaban su siguiente misión, mientras que Thalennia, Zephyra y Aelynn se mantenían cerca de Rivon, preparadas para cumplir cualquier deseo que él tuviera.

— Pronto lanzaremos una nueva campaña, — murmuró Rivon, su voz resonando con poder y autoridad. — Y aquellos que no se sometan al caos, serán destruidos.

Sera, quien estaba a su lado, observaba el mapa estelar, donde las rutas de conquista se trazaban con precisión. Los sectores conquistados pronto serían el trampolín hacia otras partes de la galaxia. Cada planeta bajo su dominio, cada fábrica, cada mina, estaba siendo optimizada para servir a un único propósito: la guerra eterna bajo el estandarte de la Dinastía del Caos Ardiente.

— Luxaeron Primus debe ser autosuficiente, — dijo Sera, mirando a los comandantes reunidos. — Necesitamos que todo esté alineado, desde la producción de recursos hasta las defensas. No dejaremos que ningún enemigo cruce nuestras fronteras sin pagar un precio devastador.

Con las órdenes claras y el futuro del imperio sellado en sangre, las operaciones en los sectores exteriores avanzaban a toda velocidad. Los cañones espaciales y los escudos energéticos protegerían cada instalación, mientras las nuevas flotas se preparaban para lanzarse a la conquista de otros mundos.

Rivon y Sera sabían que su poder crecía con cada día que pasaba, y que nada, ni nadie, podría detener el avance de la Dinastía del Caos Ardiente.

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