Robert estaba sentado en su pequeño apartamento, el suave zumbido de su ordenador llenaba el silencio de la habitación. El ambiente estaba cargado de una extraña tensión, como si el aire pesara más de lo habitual. Ya había renunciado a su trabajo, había dejado atrás la monotonía de la oficina, y ahora se encontraba frente a una pantalla en blanco, con 10,000 euros en su cuenta bancaria y una misión tan absurda como difícil: perder dinero.
El sistema le había dado una regla clara, pero la ironía de la situación lo inquietaba. ¿Cómo alguien podía fracasar cuando el éxito parecía seguirle como una sombra? Mientras miraba la pantalla, el cursor parpadeaba como si estuviera esperando su próxima jugada, el primer paso para crear su empresa.
La pregunta seguía girando en su mente: ¿qué tipo de empresa debía fundar para asegurar el fracaso? Había pasado días dándole vueltas a las ideas. Videojuegos… ropa… servicios absurdos que nadie querría. Sabía que tenía que ser algo tan ridículo que no atrajera la atención de nadie, pero no tan extraño como para convertirse en una tendencia irónica.
Los videojuegos le resultaban atractivos por su caos inherente. No tenía experiencia desarrollando juegos, y esa falta de conocimiento parecía una ventaja en este caso. Podía contratar a programadores baratos y diseñadores incompetentes, asegurándose de que el resultado fuera tan injugable como posible. Pero incluso esa idea tenía un pequeño peligro: los gamers solían tener un gusto extraño por los juegos malos, los amaban por lo absurdos que podían llegar a ser. Robert no podía correr el riesgo de que su fracaso se convirtiera en un éxito inesperado.
Luego estaba la idea de la ropa. Pensó en algo deliberadamente feo: prendas con colores que nadie querría usar, texturas incómodas, cortes que no favorecían a nadie. Pero algo en el mercado de la moda siempre lo inquietaba; lo que hoy era visto como ridículo, mañana podía ser una tendencia de culto. ¿Y si su intento de perder dinero con ropa fea se volvía viral en las redes sociales? No podía permitirse ese riesgo.
Después de un largo suspiro, una idea descabellada comenzó a formarse en su mente. "¿Qué tal si mezclo las dos cosas?", se dijo en voz baja. Un videojuego sobre moda, pero no cualquier moda, sino ropa diseñada para ser horrenda. Un juego donde los jugadores crearan las prendas más terribles que pudieran imaginar y las vendieran en un mundo virtual.
La idea le hizo sonreír. Era tan ridícula que no podía funcionar… o eso esperaba. Era justo lo que necesitaba: caos, mal gusto, y cero atractivo. Abrió el portal de registro de empresas y, tras unos minutos de reflexión, eligió el nombre perfecto: **"Glitch Games Inc."**.
El clic final resonó en la habitación cuando completó el registro. Ahora era oficial: Robert era el dueño de una empresa, una empresa destinada a fracasar.
Se levantó de la silla y miró alrededor de su apartamento. Por primera vez en mucho tiempo, sentía una extraña mezcla de emoción y miedo. No sabía qué le deparaba el futuro, pero algo dentro de él le decía que el sistema no iba a dejar que las cosas fueran tan sencillas.
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Robert se encontraba frente a su ordenador, revisando los detalles del portal de contratación de freelancers. Sabía que el dinero proporcionado por el sistema estaba destinado únicamente para su empresa, y cualquier intento de usarlo para fines personales desencadenaría advertencias o sanciones. Ya lo había aprendido la primera vez que intentó realizar una transferencia dudosa. El sistema había respondido rápidamente con un mensaje firme:
**"Transacción no permitida. El uso de fondos para fines personales está prohibido. Repetidos intentos resultarán en sanciones."**
No podía tocar ni un centavo de ese dinero para su propio beneficio. Solo tenía acceso a sus ahorros personales, que apenas cubrían sus necesidades básicas: comida, alquiler, y algunas facturas. En la interfaz del sistema, claramente se distinguían dos balances. El primero mostraba los **10,000 euros** que había recibido para la empresa, de los cuales ya había gastado una parte en el salario de Carlos, su nuevo diseñador gráfico freelance. El otro balance, el personal, era mucho más pequeño: apenas **300 euros**, su dinero propio, que tendría que estirar para sobrevivir el mes.
Después de contratar a Carlos y ofrecerle un salario considerable (aunque dentro de los límites razonables para no levantar sospechas), Robert revisó sus cuentas.
**Gastos del sistema**:
- **Salario de Carlos**: 2,500 euros.
- **Costos administrativos** (registro de la empresa, software, etc.): 500 euros.
**Total gastado del dinero del sistema**: 3,000 euros.
**Saldo restante del sistema**: 7,000 euros.
En su cuenta personal, solo quedaban los **300 euros** para su vida diaria. Sabía que no podía permitirse lujos, pero no le importaba demasiado. Su meta no era gastar su propio dinero, sino destruir el balance del sistema, reducir esos 7,000 euros lo antes posible. Así podría ganar y usar a su antojo 10.000 euros!!!!
El sistema, sin embargo, seguía permitiendo sus movimientos siempre que estuvieran en línea con las normas lógicas. Gastar 2,500 euros en un empleado mediocre como Carlos parecía un paso en la dirección correcta. El siguiente paso, pensó, sería expandir su equipo, contratar a más empleados bajo las mismas condiciones, mientras intentaba mantener todo en apariencia "legal".
La interfaz del sistema parpadeaba frente a él, mostrando de manera clara y casi burlona el dinero que le quedaba. El saldo de la empresa estaba a la vista, como si lo retara a encontrar la manera de perderlo. Pero, a cada paso que daba, Robert sentía que, por alguna razón, el fracaso que tanto buscaba se deslizaba entre sus dedos.
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Robert se sentó frente a su escritorio, con una mezcla de nerviosismo y determinación. Sabía que tenía que ser convincente con la idea que le iba a proponer a Carlos, su nuevo diseñador gráfico freelance. Era un juego que estaba destinado a fallar: una combinación absurda de moda y mecánicas de videojuego que no debería interesarle a nadie.
Con un clic, abrió la videollamada con Carlos. La imagen temblorosa del diseñador apareció en pantalla. El fondo de la cámara mostraba un pequeño apartamento en el que apenas había mobiliario. Carlos parecía cansado, pero había algo en su mirada que sorprendió a Robert: una chispa de emoción.
"Hola, Carlos. Gracias por aceptar trabajar en Glitch Games Inc.", comenzó Robert, tratando de sonar profesional, aunque por dentro la ironía lo hacía sonreír. "Quiero hablarte sobre el proyecto en el que vamos a trabajar. La idea es hacer un juego de moda… pero no un juego de moda cualquiera. Vamos a diseñar ropa fea. Ropa que sea tan horrible que nadie querría vestir a los personajes con ella. Imagina colores que no combinen, cortes imposibles, texturas desagradables. Quiero que los jugadores diseñen las prendas más espantosas que puedan y luego intenten venderlas en un mercado virtual."
Robert pausó, esperando que Carlos mostrara signos de confusión o desagrado. Después de todo, la idea era una locura. Pero lo que sucedió a continuación lo tomó completamente por sorpresa.
Carlos, que había estado escuchando atentamente, se enderezó en su silla y asintió con entusiasmo. "Entendido, señor Robert. ¡Me encanta la idea! Es algo completamente diferente, algo que el mundo no ha visto antes. Podríamos crear algo realmente único, algo que capture la atención de la gente, ¡hacer historia en el mundo de los videojuegos!"
Robert frunció el ceño, algo confundido. "No... no sé si me has entendido. La idea es que el juego fracase, que sea tan malo que nadie lo juegue."
Pero Carlos no captaba la indirecta. Para él, esa idea absurda era lo que necesitaba para redimirse, para salir del abismo profesional en el que se encontraba. Había estado al borde de la ruina durante meses, luchando por conseguir trabajos, y la reputación que se había ganado por sus malos comentarios lo había hundido. **Glitch Games Inc.** era la oportunidad que nunca esperó, una luz en la oscuridad. Y si eso significaba hacer un juego sobre ropa horrenda, entonces haría que esa ropa fuera legendaria.
"Señor Robert, no se preocupe. Sé que suena extraño, pero puedo hacer que funcione. He pasado por muchos trabajos en los que mi creatividad fue limitada, pero esta vez tengo la libertad de explorar algo nuevo, algo atrevido. Estoy completamente comprometido con este proyecto. No voy a fallarle."
Robert parpadeó, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. ¿Carlos pensaba que era su héroe? ¿Que este proyecto absurdo era su oportunidad de éxito? La ironía lo golpeó con fuerza. Aquí estaba él, tratando de hundir su propia empresa, y había contratado al único diseñador en la faz de la Tierra que estaba desesperado por hacer de esta idea un éxito rotundo.
"Carlos, no es necesario que te esfuerces tanto", intentó decir, sintiendo que perdía el control de la situación.
Pero Carlos no lo escuchaba. "Le prometo que voy a hacer un trabajo increíble. Ya tengo ideas en mente para los colores y los diseños. Puedo empezar de inmediato. Vamos a hacer que este juego sea inolvidable."
Robert cerró los ojos, intentando no perder la paciencia. No sabía si reír o llorar. Estaba claro que Carlos había malinterpretado por completo la naturaleza del proyecto. Lo que debería haber sido una apuesta segura hacia el fracaso, estaba a punto de convertirse en la obra maestra de un hombre desesperado por redimirse.
"Genial…", murmuró Robert, sin saber qué más decir. "Solo… haz lo que puedas, entonces. Aunque no hace falta que tengas tanta pasión"
Carlos sonrió ampliamente, aliviado de tener finalmente un proyecto con el que demostrar su valía. "Gracias, señor Robert. No le fallaré."
Cuando la videollamada terminó, Robert se dejó caer en su silla, mirando al techo. "No puede ser verdad", pensó. Había intentado contratar al peor trabajador posible, y en su lugar, había conseguido a un hombre dispuesto a sacrificarlo todo para hacer que su proyecto ridículo triunfara.