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Capítulo 26

Si bien tuve la valentía de despedir a Sabrina con un beso y una sonrisa, después de verla desaparecer tras un gentío, me invadió un vacío en el pecho que me hizo sollozar.

Las lágrimas empezaron a recorrer mis mejillas y el aire me empezó a faltar. Fue complejo afrontar esa melancolía estando solo, y lo que más ansiaba era llegar a casa para romper a llorar como única manera de desahogar el dolor que se apoderó de todo mi cuerpo.

Papá y mamá, quienes sabían de mi situación con Sabrina, me sorprendieron en la salida del aeropuerto, y junto a ellos se encontraba Eva. Los tres estaban preparados para recibirme, mostrando en su semblante la preocupación de saber que la tristeza me había ganado la partida.

Admito que fue reconfortante romper a llorar sobre el pecho de papá mientras mamá y Eva me consolaban, pero ni con eso pude persuadir ese vacío que no se pudo llenar durante días.

—La vida no nos prepara para momentos como estos, hijo —dijo papá—, así que desahoga todo tu dolor.

Por alguna razón, dejé de llorar y empecé a sentirme ligeramente aliviado, pues comprendí de inmediato lo que papá quiso decir, aunque no persuadió el dolor emocional y el vacío que sentía.

—No hay razón para reprocharle esto a la vida, ¿verdad? —pregunté con voz entrecortada.

Mamá tomó el puesto de papá y me dio un cálido abrazo, luego limpió mis lágrimas con ternura y me besó en la frente. En sus ojos, se notaba el dolor de ver a un hijo llorar, aunque demostró fuerza para no sollozar conmigo.

—Muy cierto, cariño —dijo mamá—, la vida siempre está llena de buenos y malos momentos, y así como se nos olvida dar gracias cuando estamos bien, sería correcto no reprochar nada durante nuestras derrotas.

—Después de todo, la vida es una montaña rusa, siempre hay constantes subidas y bajadas —añadió Eva, quien llamó la atención de papá y mamá.

—Qué buena analogía —dijo papá con un dejo de orgullo.

—Sí, Eva, como siempre acierta con sus palabras —continuó mamá.

Eva se ruborizó cuando centraron su atención en ella, y por alguna razón, un brote de felicidad emergió dentro de mí.

—Es por eso que es la mejor hermana del mundo —dije.

Fue reconfortante contar con mi familia en un momento tan difícil. No fue sencillo afrontar la pérdida de mi primer amor, la chica más hermosa que había conocido y con quien tuve la dicha de experimentar muchas primeras veces.

—¿Quieres esperar a que despegue el vuelo de Sabrina? —preguntó papá.

—No, la verdad es que no… Ya me despedí de ella como es debido y todo lo que tenía que decirle, ya se lo dije… Solo me queda la esperanza de que no me olvide y nos volvamos a encontrar en el futuro —dije.

—Entonces, esperemos lo mejor del futuro —dijo Eva.

—¿Qué les parece si vamos a comer pizza? —sugirió mamá.

—¡Excelente idea, cariño! —respondió papá.

Con el paso de los días, el vacío que me causó la partida de Sabrina se fue llenando con la compañía de Manuel en el gimnasio y de Eva en casa, que frecuentemente me invitaba al río de aguas cristalinas y a nuestro lugar secreto en la montaña. Ambos fueron de vital importancia en mi recuperación emocional, sobre todo mi hermana, con quien empecé a descubrir, gracias a las laptops que nos compró papá, la moda de las redes sociales.

Eva y yo nos abrimos una cuenta en Facebook y nos añadimos como amigos mutuamente.

En ese entonces, como no teníamos muchos amigos, nuestra lista de amistades la conformaban Manuel, mis hermanos, mis compañeros de clases y poca gente al azar que nos empezó a enviar solicitudes de amistad.

Por lo general, solo compartíamos entre nosotros videos graciosos o imágenes bizarras que nos hacían pensar más de lo necesario. También fuimos inmaduros con las cadenas de mensajes y nos creímos muchas leyendas urbanas que empezaron a surgir en Ciudad del valle.

El punto fue que, gracias a nuestra incursión en las redes sociales, pude persuadir mi tristeza, y además descubrir a otros usuarios con creciente fama que se dedicaban a grabar videoblogs. Fue fácil dejarme llevar por la idea de hacer lo mismo, e incluso alenté a Eva a que crease su propia página para difundir su talento musical.

En mi caso, solo me dediqué a grabar videos graciosos, pues tuve la suerte de contar con un gran sentido del humor y una buena imaginación. Mientras que Eva grabó varios cover's de sus artistas favoritos. Ella tuvo más alcance que yo, ya que Manuel, en su enamoramiento, convenció a todos sus amigos para que compartiesen en sus redes su contenido.

A fin de cuentas, entre los videos que subíamos y los concursos de canto en los que Eva empezó a participar cada cierto tiempo, se fue haciendo conocida y comenzó a llamar la atención tanto de personas influyentes en la ciudad como de colegas que la invitaban a presentaciones espontáneas que se hacían los fines de semana en la Plaza central.

Eva jamás quiso alcanzar la fama, fue una de las pocas cosas en las que tuvimos discrepancia, pero ya con sus videos subidos a Facebook y los primeros aficionados de su talento compartiendo los mismos en YouTube, fue imposible que no lograse un considerable reconocimiento en la ciudad.

Esto me permitió llegar a una conclusión osada, y fui bastante terco cuando me propuse, como meta personal, lograr que Eva tuviese éxito internacional.

A ella no le agradó mi idea cuando se la comenté, aunque tampoco me impidió seguir adelante debido a lo infantil que era, pues tenía en mente contactar a artistas famosos mediante mensajes privados para que apoyasen a Eva con una promoción. 

Esto lo hice por impulso, por eso no tomé en cuenta que, más allá de ser ignorado, y que muchos de mis mensajes ni siquiera fuesen permitidos por alguna función de las páginas de los artistas famosos, me enfrentaría a mediadores que me insultarían o me abrirían los ojos con un golpe de realidad en lo que respecta al mundo de la industria musical.

¿Qué podía saber yo al respecto? Si todo lo hice con un objetivo infantil y aferrado a una esperanza noble.

A fin de cuentas, estaba poniendo parte de mi esfuerzo para apoyar a una de las personas más importantes de mi vida, y no me importaba cuánto tiempo me llevase, solo me aferré a la esperanza de que, algún día, tendría suerte de contar con la ayuda de alguien influyente, o simplemente conseguir una pequeña recomendación directa de un artista famoso; quería que Eva llegase lejos.

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