Miranda
Luego de conocer a Verónica, quedé encantada con lo tierna y simpática que era, y me causó gracia lo mucho que le gustaba hacer molestar a Axel de vez en cuando, realmente parecían hermanos. Convivir con ella fue increíble. Aprecié su compañía desde el minuto uno y traté de ser la mejor influencia posible, aunque más bien, terminé siendo su cómplice.
Lo único que pude considerar contraproducente durante nuestra amistad, y no del todo, fue que ella se mudó al cabo de un mes después de su llegada, aunque lo hizo al piso quince, en un modesto departamento que Isaías compró. No conocía al susodicho, pero me hacía una idea de cómo era gracias a las descripciones de Verónica.
Isaías era atractivo, incluso más de lo que me lo había imaginado. Era tan alto como Axel, pero un poquito delgado. Tenía ojos verdes y una ondulada cabellera castaña. Su sonrisa cautivaba a Verónica cada vez que lo miraba. Era muy amable y elocuente, simpático y con un sentido del humor simple, aunque lo que llamó mi atención fue su profesión.
Es por eso que le mencioné a Axel la idea de contar con el asesoramiento legal de Isaías, y más en ese entonces en que estábamos por fundar una galería. Él no afirmó que nos daríamos esa oportunidad, pero lo tuvo en consideración y ya eso era un gran paso, así que no insistí hasta el momento adecuado.
—Tienen una buena vista desde aquí —comentó Axel, quien estaba frente a la ventana de la sala de estar, viendo a través de esta el lejano horizonte.
—No es mejor que la azotea, pero me encanta la vista —dijo Verónica.
—De igual manera, son bienvenidos todas las tardes si gustan merendar con nosotros —sugerí.
—Ten por seguro, Miranda, que contarás con mi visita diaria —aseguró Verónica.
—Isaías, ¿te comieron la lengua los ratones? —le preguntó Axel.
—No…, no…, para nada… Es solo que, hacía mucho que no compartía mi tiempo con gente maravillosa —dijo.
Verónica se conmovió con sus palabras, yo asentí en señal de sentirme halagada y Axel levantó su copa de champaña.
—¡Por la gente maravillosa! —exclamó a modo de brindis.
—¡Por la gente maravillosa! —replicamos casi al unísono.
La modesta reunión contó, al anochecer, con la visita de los padres de Isaías. Unos señores muy amables, simpáticos y con un sentido del humor que por instante pareció avergonzar a su hijo, aunque a nosotros nos hizo reír.
Durante la cena, hizo acto de presencia el hermano mayor de Isaías junto a su esposa y sus tres hijos, dos niñas y un niño.
El ambiente se tornó familiar y acogedor, y la cena preparada por Verónica, con una receta de pavo horneado que le facilité, con puré de papas y ruedas de pan al ajillo, estuvo fenomenal. La noche fue lo mejor de la celebración, sin duda alguna, aunque lo que más me asombró fue la forma en que Axel se convirtió en el centro de atención de los niños, a quienes les contó algunas historias divertidas.
Fue lindo ver a un Axel paternal.
De hecho, la idea que una vez compartimos de no casarnos ni tener hijos me pareció absurda si eso nos impedía disfrutar de una experiencia como esa.
Sin embargo, no podíamos considerar tener hijos, al menos no en ese entonces que estábamos a punto de cumplir nuestros sueños. La galería ya estaba casi lista para su inauguración, tan solo faltaba exhibir las obras y llevar a cabo los procesos legales para registrarla con el nombre que habíamos escogido.
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Los meses transcurrieron entre nuestras diligencias y los trámites legales que Isaías nos ayudó a llevar a cabo. Fue gracias a su asesoramiento que pudimos registrar la galería con el nombre: Galería de Arte Contemporáneo Leonardo Rodríguez. Un merecido homenaje para el señor que tanto influyó en la vida de Axel.
La familia del señor Rodríguez se mostró agradecida cuando Axel les informó que nuestra galería llevaría ese nombre. Por eso nos demostraron su apoyo al empezar a difundir información respecto al día de la inauguración.
Además, cuando establecimos el nombre de la galería en los jardines del frente, los estudiantes del Instituto Nacional de Bellas Artes, empezaron a frecuentar cerca en busca de información. Eso nos llevó a colgar una cartelera informativa que les permitió a todos los transeúntes hacerse una idea de lo que estaba próximo a exhibirse.
También, una excelente labor de Verónica en las redes sociales, donde abrió perfiles para la galería, le dio la visibilidad que terminó de popularizar nuestro proyecto antes de lo estimado.
Todo esto complementó lo que fue mi inolvidable cumpleaños número treinta, el cual celebramos en la azotea, en compañía de Verónica e Isaías.
Para entonces, Axel había hecho, con sus propias manos, una churuata que le dio un toque tropical a nuestro jardín, lo cual nos permitió hacer una celebración relajada. Optamos por preparar una parrillada que quedó espectacular, y donde Isaías destacó como el encargado de asar los cortes de carne, cerdo y pollo.
A fin de cuentas, la pasamos genial en un ambiente sencillo, pero con gente que realmente valía la pena. Aunque lo mejor, sin duda alguna, ocurrió por la noche, después de darnos una refrescante ducha.
Justo antes de ponerme el pijama, Axel me dio unos masajes en los hombros que me relajaron a un punto en el que mi cuerpo sucumbió. Él estaba en ropa interior y yo apenas me había puesto un panti, y aunque sabía lo que venía, me sorprendió con un jugueteo previo que me dejó al borde del éxtasis.
Varios minutos de jugueteo excitante, de toqueteos suaves e intensos por instantes y una divina estimulación, hicieron que las corrientes que recorrieron mi cuerpo me hiciesen retorcer de placer. Las acciones de Axel fueron espectaculares, aunque no tanto como la práctica del sexo oral, donde su lengua fue causante de un orgasmo que no esperaba tener tan rápido.
Axel finiquitó la faena, haciéndome gemir de placer como jamás creí hacerlo, tanto que me hizo algo adicta al sexo desde entonces.
No es que antes fuese malo en la cama, pero desde esa noche, cuando hizo cosas que nunca me había hecho, no podía dejar pasar una oportunidad de intimidad.
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El esperado día de la inauguración de nuestra galería llegó y ya desde temprano, Axel salió a hacer unas diligencias de último momento, pues en meses anteriores, se había reunido con el encargado del asilo para llegar a un acuerdo respecto a las obras que los abuelitos habían pintado en su tiempo como profesor.
Esa mañana quise despejar mi mente de todo estrés, y eso fue posible gracias a la compañía de mamá y mi tía Alma, quienes habían llegado hacía cinco días a Ciudad Esperanza. Ambas estaban cuchicheando y riendo en la cocina, preparando el café y también el desayuno.
—Buenos días, señoras —saludé con voz traviesa.
Ambas giraron hacia mí y mostraron su malestar. No les gustaba que las llamasen señoras, y si bien ya eran mujeres maduras, seguían conservando una apariencia jovial y atractiva, sobre todo mamá.
—Buenos días, Ana —contestó mi tía.
—Buen día, cariño… ¿Te apetece una tortilla rellena? ¿O me vas a despreciar como Axel? —preguntó mamá con un dejo de indignación.
—Buenos días, tía… Y por amor a Dios, mamá. Axel no te despreció, hoy es un día muy importante para nosotros y lo sabes —repliqué.
—¿Con qué acompañarás tu tortilla? —preguntó.
—Con pan tostado, gracias.
Minutos después, recibimos la visita de Verónica, quien, como era de esperarse, les agradó a mamá y a mi tía desde el primer momento en que la conocieron. Ella comentó que Isaías se había ido a trabajar y que, dado que no tenía mucho que hacer, quiso pasar el tiempo con nosotras.
Después de desayunar, nos fuimos a la sala de estar para conversar a gusto y chismear sobre la farándula de entonces, esto mientras veíamos la televisión, aunque no prestábamos mucha atención a las noticias. Sin embargo, la situación cambió cuando la presentadora empezó a dar una noticia de última hora, que al principio no nos atrapó hasta que mencionaron el nombre de Freddy Tremaria.
Conocer a Verónica me había dado la oportunidad de saber su pasado trágico, mismo que superó con una valentía y un temple admirable. Por eso nos asombramos al escuchar el nombre de Freddy en la televisión. Mamá y mi tía Alma no estaban al tanto de él, pero mantuvieron silencio y se centraron en las palabras de la comentarista.
Nos asustamos cuando revelaron que diez reclusos habían escapado de la Penitenciaria de Ciudad Esperanza, luego de un motín en el que presidiarios y policías se enfrentaron en una batalla campal en la que las autoridades no podían recurrir al uso de armas de fuego por respeto a los cuestionables derechos humanos.
Esto dejó como resultado un saldo de treinta convictos heridos y un daño material considerable, siendo estos actos los que obligaron al gobierno a tomar medidas severas contra los reclusos.
Por otra parte, el que Freddy escapase de la cárcel nos dejó un tanto confundidas, pues Verónica me había comentado que él buscaba su propio castigo pasando su vida en prisión. Cuando los periodistas se establecieron en la Penitenciaria de Ciudad Esperanza, una reportera dio inicio a una entrevista en vivo con el director del recinto.
—Damos el pase a nuestra corresponsal Ángela Bermúdez, que ya se encuentra con el director de la Penitenciaría de Ciudad Esperanza. ¿Qué nos puedes decir al respecto, Ángela? —preguntó la presentadora.
—Gracias por el pase, Luciana. Me encuentro con Arnaldo Quiroga, director de la Penitenciaria de Ciudad Esperanza…
—¡Es Ángela! —exclamó Verónica—, es la ex de Axel.
—¿Es ella? —pregunté asombrada. Me costó asimilar que Axel compartiese un romance con una mujer tan atractiva.
—Escuchemos qué dice ese señor —intervino mamá.
No prestamos atención a la causa por la cual empezó el motín, pero al menos, pudimos entender por qué Freddy había decidido escapar, traicionando su propio ideal de castigarse a sí mismo.
—¿Qué nos puede decir de Freddy Tremaria? —preguntó Ángela al señor Quiroga—. Es quien más resalta entre los que escaparon. Un joven que pudo tener una gran trayectoria en el fútbol profesional.
—El caso de Tremaria es el que más nos preocupa. Hacía meses que hablaba con el Ministro de Seguridad Social, a quien le solicité el traslado del joven a una institución psiquiátrica, pues presenta un trastorno de identidad disociativo… Ya sabía que su actitud no era normal, por eso me vi en la situación de pedir apoyo a un especialista psiquiátrico, mismo que logró diagnosticarlo.
—¿Trastorno de identidad disociativo? —le pregunté a Verónica.
—Eso tiene mucho sentido —respondió ella con asombro.
Ángela siguió entrevistando al señor Quiroga, pero mamá apagó el televisor a petición mía mientras intentaba comunicarme con Axel, aunque este no me contestó.
Entonces, mamá encendió de nuevo el televisor y sintonizó el mismo canal, en el cual la comentarista se encontraba dando información de los reclusos que escaparon, a la vez que mostraban sus fotos.
Verónica no se inmutó ni se asustó cuando vio la foto de Freddy. Al contrario, se preocupó por él. Deseó que lo atrapasen sano y salvo para que fuese trasladado a un centro psiquiátrico. Luego se mostró pensativa durante varios minutos hasta que de repente giró hacia mí. Su mirada demostraba que había logrado dar con un hallazgo que necesitaba compartir de inmediato.
—¿Qué sucede? —le pregunté.
—Me parece que sé la razón por la cual Freddy desarrolló una segunda personalidad —dijo con un dejo de seguridad.
—¿Sí? —pregunté con suspicacia.
—El trauma de sus padres, que nunca lo quisieron, es por eso que tiene comportamientos erráticos. Uno bueno, noble y consciente con el que reconoce sus errores, pero con el que evita los malos recuerdos… Y otro con el que los recuerdos emergen a un punto en que lo consume la ira.
—¿Cómo puedes llegar a esa conclusión? —le preguntó mi tía Alma.
—Es lo que presumo, gracias al internet —respondió al mostrar su celular.
—Bueno, tiene sentido, en cierto modo, pero no podemos llegar a conclusiones antes de tiempo —dije.
—Sí, es mejor esperar a que los atrapen —continuó mamá.
Con el paso de los días, nueve de los diez reclusos fueron atrapados en sitios donde estaban sus seres amados. El más triste de todos, en el cementerio, dormido cerca de la tumba de su madre. Freddy fue el único al que no lograron encontrar, pues no tenía un familiar con quien relacionarlo y sus padres vivían en Estados Unidos.