Después de la llegada de Kaden, el médico entró para una evaluación final. Al ver que ella podía caminar por sí misma e incluso correr en su lugar, consideró que estaba lo suficientemente bien como para ser dada de alta hoy o mañana. Incapaz de soportar el aburrimiento del hospital, Lina decidió irse a casa.
—Ven a mi casa —dijo Kaden—. No era una sugerencia. Era una exigencia.
Kaden agarró su muñeca, manteniéndola cerca de la puerta. Su gente estaba llevando las flores abajo para donarlas a otras áreas o a las recepciones, ya que había demasiadas en su habitación.
—Tengo que empacar —respondió Lina—. Y no sé si deberíamos mudarnos
—Para una mujer que me besó y declaró su amor, seguro que eres tímida —dijo Kaden impasible.
El rostro de Lina se encendió. Lo miró fijamente, esperando que eso reprimiera el rubor. Obviamente no lo hizo. Sus labios tensos esbozaron una sonrisa. Le encantaría borrar esa arrogancia de su estúpida y guapa cara.
—Ven a vivir conmigo —insistió Kaden.
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