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Kade debería haberlo esperado. Sabía que ese bastardo de Atlan no tramaba nada bueno. ¿Aprovecharse de Lina, secuestrar a la Octava Princesa, y ese hombre tenía el descaro de vivir otro día? La osadía.
Kade ya sabía lo que iba a hacerle a Atlan. No habría misericordia. La palabra había sido borrada para siempre de su diccionario. Iba a torturar a ese hombre de maneras en que nadie debería ser violado.
—Quédate aquí —le instruyó Kade—. Mis guardias están aquí. Protegerán tu vida con las suyas.
Lina parpadeó lentamente. —¿No puedo ir contigo?
Kade negó con la cabeza. —No, mi paloma. Debes quedarte en nuestra habitación.
Justo cuando dijo eso, Kade colocó su pulgar e índice en sus labios, sopló y emitió un silbido agudo. Al instante, las puertas dobles de su mansión se abrieron. Una multitud de su gente, hombres y mujeres vestidos completamente de negro entraron.
Los ojos de Lina se agrandaron.
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