—¿Qué té es este? —preguntó Lina.
—Una mezcla nueva —dijo Atlan.
—Oh, está bien —respondió Lina con una leve afirmación con la cabeza.
Para empezar, Atlan sabía que la Princesa era ingenua. La Segunda Concubina no había educado a sus hijos en las virtudes de una mujer.
La madre de Lina siempre había estado demasiado enferma como para cuidar adecuadamente de sus hijas, pero era lo suficientemente terca como para no involucrar a ninguna de las niñeras. Por lo tanto, cuando se trataba de relaciones con hombres, Lina era prácticamente una inexperta sin que fuera su culpa.
Así, Atlan sabía que la Princesa había crecido sin saber qué era hacer el amor, ni entendía que una mujer podría sangrar la primera vez.
El corazón de Atlan se volvía pesado al pensar en su querida Princesa siendo aprovechada por otro hombre. Era demasiado joven e inocente. Sus mangas blancas estaban destinadas a ser manchadas con pecados sucios.
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