La chica hizo una reverencia ante él y se sentó en una pequeña silla en la esquina de la biblioteca. El silencio en la habitación se espesó hasta que Menkar finalmente presentó a la escriba.
—Su nombre es Tania. Ella es mi escriba en el monasterio —dijo.
Tania. El nombre era hermoso y se preguntó cómo sonaría al salir de su lengua. De repente recordó los garabatos que había escrito, 'T' mezclados con 'Fae' en ellos. Su nombre se le había escapado, pero atormentaba sus sueños cada noche. Su Fae.
—Es muy joven para ser traductora. Esperaba a un hombre mayor con más experiencia —dijo Rigel mientras tamborileaba su dedo sobre la mesa, desconfiando de ella—. ¿Será capaz de hacer el trabajo?
—Por supuesto, Su Alteza. Tania domina siete lenguas antiguas. Si tiene algún problema con ella, avíseme y la reemplazaré de inmediato —respondió Menkar.
—Pero parece muy inexperta —Rigel contraatacó, frunciendo el ceño.
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