"No importa qué cambie, los hilos del destino seguirán atando las almas que sólo pueden regirse a él"
Después de una ardua búsqueda, por fin encontró a la vieja adivina y la expuso.
— ¿Quién dicta el destino de nuestras vidas? —, le había preguntado durante su conversación, ésta lo miró con indiferencia, como si hubiera escuchado esa pregunta miles de veces.
— El destino, es sólo el destino. Cada mundo está cuidadosamente calculado para que la persona central logre su cometido. —, La adivina habló vagamente del futuro del guerrero dragón y con una mirada amenazante dijo que si se atreviera a interferir en el destino de la persona central no haría más que acelerar su caída.
Cuando supo que no sacaría más información de la adivina, como había planeado, intentó asesinarla, pero ésta huyó dejando a un malherido Shen con un corte en el abdomen.
Ahora estaba otra vez, frente a su habitual escritorio repleto de papeles y libros. No podía evitar que aquellas palabras se repitieran en su mente. Así que era el villano y no podía cambiar nada, con esta idea desagradable en mente no pudo evitar fruncir el ceño.
— Ah, duele, duele —. siseó.
— Lo siento, pero tus pensamientos justo ahora parecían aún más dolorosos. —, contestó divertido Zhang. Finalmente había terminado de colocar el vendaje, acarició la suave piel de Shen, notando cómo esta se estremecía con un simple toque.
— Nunca te equivocas —, respondió Shen, con una sonrisa juguetona en sus labios.
Zhang fue tentado por esos ojos brillantes y labios cereza, acarició el rostro de Shen acercándose y le otorgó un suave beso.
Shen le comentó a rasgos generales su plan, debía buscar a alguien que conspiraba contra el reino, una adivina. Nunca imaginó que esta sería tan letal y dañaría a Shen por lo que no insistió cuando Shen rechazó su compañía. Él también se sentía furioso, cada vez tenía la sensación de que su amado príncipe se convertía en el centro de una diana, temía perderlo.
Shen ejecutó su plan de salvar a la aldea panda como en su vida pasada, pero no contaba con que la vieja divina se las arreglara para llegar al rey y nuevamente hacer saber su profecía. No pudo salvarlos a todos. En medio del caos, cuando los últimos grupos de refugiados huían,
Nuevamente Shen intentó que la madre de quien sería el futuro guerrero dragón no fuera asesinada y otra vez llegó tarde. Sus vidas parecían transponerse. La pobre mujer lo miraba agonizante, sus ojos reflejaban una súplica que ahora él entendía. Sostuvo su mano mientras se prometía que no la decepcionaría. Se preguntó si su madre también habría adoptado esa expresión de infinita súplica al pedir por su bienestar. ¿En verdad no podía cambiar su destino?
Al ver los cadáveres de tantas personas inocentes, se preguntó si la adivina tendría razón, ¿lo había empeorado todo?
— No es tu culpa —, dijo Zhang al notar la oscuridad que parecía colarse en sus ojos.
— ¿No lo es? —, respondió Shen, con la mirada perdida, mientras los nudillos de sus manos se ponían blancos. "No lo provoqué pero pude evitarlo" pensó finalmente.
— Shen, créeme, todo estará bien. —, dijo Zhang elevando la mirada de Shen para que sus ojos se cruzaran.
— Lo sé —, confirmó Shen al recordar cómo lo había rescatado de la tortura que se avecinaba. Zhang tuvo un mal presentimiento, lo que observaba en Shen parecía resignación, pero ¿Por qué?
Quiso indagar más pero su conversación fue interrumpida por el anuncio de que habían encontrado al bebé. Al morir la mujer Shen había pedido inmediatamente que buscaran a quien sabía era su hijo.
Shen contempló al que, según la novela, era el protagonista. Tan pequeño, tan delicado. ¿Si lo matara ahora, se solucionarían sus problemas? ¿Podría vivir junto a Zhang? Un deseo peligroso lo invadió.
No, no lo haría, encontraría otra solución, no rompería la silenciosa promesa que hizo con su madre.
Shen dio indicaciones a Zhang para que huyeran con el bebé y los sobrevivientes, como le había pedido en su vida anterior. Shen les había dicho que tenía un plan, que no se preocuparan por él. Pero Zhang notó un corto destello de duda. El mal presentimiento que había sentido antes ahora parecía tomar fuerza. Estaba reacio a irse. Entonces Shen inesperadamente, en esa situación tan caótica, sonrió. Soltó un suspiro e inclinó la cabeza levemente y rodeó el rostro de Zhang con sus manos.
— Todo estará bien. —, dijo para luego acercarse a su rostro y cruzar miradas. Quería que estos hermosos ojos quedaran grabados en su mente.
No podían perder más tiempo, si quisieran huir debían hacerlo ahora. Zhang no tuvo más remedio que emprender el viaje fuera de la ciudad.
Al verlos marchar Shen emprendió también su camino de vuelta al palacio, "el perfecto villano" pensó, mientras sentía un terrible frío apoderarse de su cuerpo. Tenía miedo. Al parecer no había olvidado el dolor que experimentó en esa época.
Al llegar al palacio y exigir la presencia del rey, recitó sus líneas e intentó reprimir el leve temblor que recorría su cuerpo. Nunca le había mentido a Zhang, ni siquiera en su vida anterior. Pero, debido a que la adivina había apresurado las cosas, era imposible que huyeran si no había una distracción que los mantuviera ocupados.
— Pena de flagelación, 50 latigazos —, le pareció escuchar un eco de aquella frase y nuevamente lo último que vio fue el desprecio en el rostro de su padre.
Al llegar a su calabozo y luego ser vestido con la tan familiar simple túnica blanca, solo lamentó haber involucrado en esto nuevamente a Zhang. Estaba tan desesperado al saber que tenía esta nueva oportunidad para verlo, que no pudo evitar acercarse a penas tener contacto con él. El acercarse fue tan instintivo como tomar aire al sentir que te ahogas. ¿Falló otra vez? No, sobreviviría a esto, como lo hizo antes, como lo haría siempre. Zhang no morirá por sus manos. Será fuerte, por él, por la esperanza de un futuro juntos.
Así, el joven príncipe derramó sólo unas pocas lágrimas mientras sonreía y su cuerpo parecía gritarle que escapara de allí.
Nuevamente perdió la noción del tiempo, sintió las miradas de odio, el dolor de los latigazos, el hambre y la sed. La locura susurrando otra vez en el oído que se rindiera, que no luchara. El pánico al estar en su eterno sueño de oscuridad. Dudó, ¿El espacio en blanco se había vuelto negro ahora? Pero rápidamente, confirmaba que no era así al otra vez ser sacado del calabozo para sufrir nuevamente el dolor del desgarro de su piel. Sin embargo, al igual que entonces, sólo aliviaba el dolor repetir ese nombre. Zhang.