El sol se cernía sobre Lizinia pero palidecía en comparación con la sombra del árbol gigante. Las ramas del árbol cruzaban de un extremo del país al otro, pasando junto a rascacielos y montañas por igual.
Incluso la hoja más corta del árbol se extendía por diez metros. Las hojas irradiaban una fuerte fuerza vital y cada ser en las cercanías se sentía como un recién nacido sin dolencias.
Bajo la sombra de una de esas hojas mágicas, tres figuras ancianas escuchaban las palabras de Alina. Junto a ella, Víper estaba arrodillado con una expresión de profunda obediencia en su rostro.
—Anciano Cagres, sería seguro asumir que todos ellos están atrapados o muertos —dijo Alina mientras chupaba el chupetín.
Su comportamiento era como el de una niña frente a adultos, pero en lo profundo de sus ojos, había algo de amargura. Ella había acompañado a Rufo y a los otros seis a través de las Dunas de Sangre cuando partieron para la misión.
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