Yan Zihao estaba seguro de que Bai Shanshan no perdería peso.
Su condición misma hacía que engordase cuanto más intentaba pasar hambre, y ya había probado toda clase de métodos para adelgazar. Había sido bastante cruel consigo misma; una vez, estuvo sin comer durante tres días hasta que se le debilitaron las piernas, pero aun así, no perdió ni una onza.
—Vamos, súbete... pésate... —se burló y sacó la báscula del cuarto, diciéndole a Bai Shanshan.
Bai Shanshan le tenía pavor a esa báscula.
Cuanto más luchaba durante los últimos cinco años, más peso ganaba; esa báscula era un doloroso recordatorio de cuán deformada se había vuelto su figura.
No se atrevía a subirse...
Sin embargo, para hacerla rendirse, Yan Zihao la agarró del brazo y la lanzó sobre ella.
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