Para intentar no pensar en el bebé, en Grayson y en todo lo demás, Ari decidió repasar sus planes para la Casa de Henley. Grayson le había preparado un despacho junto al suyo, y ella pensaba empezar a utilizarlo.
Ari sabía lo que quería que fuera la Casa de Henley, pero también quería saber lo que pensaba su hermana.
Llamó a la puerta de la habitación de Henley, pero Hildegard, una de las enfermeras de Henley, abrió la puerta.
—¿Está bien Henley? —preguntó, asomándose, mirando a su alrededor.
Hildegard dio un paso atrás, abriendo la puerta de par en par: —Me temo que la señorita Henley no se encuentra bien hoy.
Ari asintió al entrar. Su madre estaba sentada en una silla a un lado de la cama.
—¿Cómo está? —preguntó Ari en voz baja.
Celeste cerró la revista que estaba leyendo y sonrió: —Hoy no se encuentra muy bien. Los tratamientos le provocan muchas náuseas.
—Deja de hablar de mí como si no estuviera —dijo Henley, abriendo los ojos.
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