Grayson se dirigió al chalet, pasando por delante del calvo empleado de recepción, que desvió discretamente la mirada, fingiendo no darse cuenta, y se dirigió hacia el ascensor. Pulsó el botón y la puerta se abrió. Un momento después, el ascensor se detuvo en la segunda planta. Caminó con decisión hacia su habitación, donde dos guardias esperaban fuera.
Se detuvo frente a la puerta y puso las manos en las caderas: —¿Quién estaba de guardia y dejó entrar a Marcus Pierce?
Un agente negó con la cabeza, levantando los hombros.
El otro agente dijo: —Fui yo, señor.
Grayson le miró a los ojos: —¿En qué demonios estabas pensando? ¿Dejando entrar a Marcus así?
—Bueno, este es un lugar público —el agente se encogió de hombros—. Cualquiera puede venir aquí...
—Difícilmente —respondió Grayson—. No cuando han amenazado abiertamente a la Corona.
—Yo... Yo...
—Estás despedido —ordenó Grayson, sin esperar una explicación.
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