Más tarde, en el avión, Ari se sorprendió a sí misma echando una cabezada, pero el sillón no se prestaba a dormir.
—¿Quieres intentar descansar un poco? —preguntó Lillian, con ojos comprensivos—. Nos quedan varias horas de viaje y no llegaremos a Estrea hasta la mañana.
—Sí, pero estas sillas lo hacen casi imposible —soltó Ari antes de pensar. La discusión con su madre y su hermana, junto con el hecho de pasar la tarde de compras, le había pasado factura y estaba a punto de caer.
Lillian sonrió: —Ven conmigo. —Se levantó y se dirigió hacia la parte de atrás, obviamente esperando que ella la siguiera.
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