Ari entró en el ascensor y se dirigió a la habitación de Henley. Había estado temiendo esa conversación. La puerta se abrió en el tercer piso, lo que le dio un momento para pensar en cómo expresarse correctamente. No podía contarle todo, pero sí lo suficiente. Sólo esperaba que lo entendiera... si no ahora, quizá algún día.
Henley estaba tumbada en la cama del hospital. Cuando eran niñas, el pelo de Henley siempre le había recordado a la puesta de sol. Ahora, su cabello castaño claro estaba empezando a desaparecer y su piel era demasiado pálida. Cuando se acercó, notó que los ojos de Henley estaban cerrados. Temió que estuviera dormida, hasta que abrió los ojos y sonrió. Le pareció extraño verla tan débil. Siempre había sido una estrella en la pista, siempre tan llena de vida. Ari tenía que creer que volvería a serlo.
—Hola, chica —saludó suavemente, sonriendo mientras cruzaba la habitación.
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